Este cuerpito se toma unos días para ir a visitar a su familia a las lejanas tierras mendocinas (en donde le acaban de dar una patada en el tujes a Orly Terranova, y por su intermedio, a Mauricio Macri)
Les dejo un cuentito que habla del tiempo. Un tiempo que siempre conjeturamos en uno u otro sentido. Un tiempo que Italo Calvino indaga como pocos.
"Tiempo Cero" de Italo Calvino.
Nos vemos el lunes.
"Tiempo Cero" de Italo Calvino.
Nos vemos el lunes.
Felicitudes.
TIEMPO CERO
Italo Calvino
Tengo la impresión de que no es la primera vez que me encuentro en esta
situación: con el arco apenas flojo en la mano izquierda tendida hacia
adelante, la mano derecha contraída atrás, la flecha F suspendida en el
aire a casi un tercio de su trayectoria y, un poco más allá, suspendido
también en el aire y también a casi un tercio de su trayectoria, el león L
en el acto de saltar sobre mí con las fauces abiertas y las garras
extendidas. Dentro de un segundo sabré si la trayectoria de la flecha y la
del león vendrán o no a coincidir en un punto X atravesado tanto por L como
por F en el mismo segundo tx, es decir, si el león se desplomará en el aire
con un rugido sofocado por el borbotón de sangre que le inundará la negra
garganta atravesada por la flecha, o si caerá incólume sobre mí
derribándome con un doble zarpazo que me desgarrará el tejido muscular de
los hombros y del tórax, mientras su boca, cerrándose con un simple golpe
de mandíbulas, me separará la cabeza del cuello a la altura de la primera
vértebra.
Tan numerosos y complejos son los factores que condicionan el movimiento
parabólico tanto de las flechas como de los felinos, que no me permiten por
el momento juzgar cuál de sus eventualidades es más probable. Me encuentro
pues en una de esas situaciones de incertidumbre y espera en las que no se
sabe realmente qué pensar. Y el pensamiento que se me presenta es éste: me
parece que no es la primera vez.
No quiero referirme aquí a otras experiencias mías de caza: el arquero,
apenas cree que ha adquirido experiencia, está perdido; cada león que
encontramos en nuestra breve vida es diferente de cualquier otro león; guay
si nos detenemos a hacer confrontaciones, a deducir nuestros movimientos de
normas y presuposiciones. Hablo de este león L y de esta flecha F que han
llegado ahora a casi un tercio de sus respectivas trayectorias.
Y tampoco puedo ser incluido entre los que creen en la existencia de un
león primero y absoluto, del cual todos los diversos leones particulares y
aproximativos que nos saltan encima son sólo sombras o apariencias. En
nuestra dura vida no hay lugar para nada que no sea concreto y captable por
los sentidos.
Igualmente extraña me es la opinión del que dice que cada uno lleva en sí
desde su nacimiento un recuerdo de león que amenaza en sus sueños, heredado
de padre a hijo, y así cuando ve un león se dice en seguida: ¡vaya, el
león! Podría explicar por qué y cómo he llegado a excluirlo, pero no me
parece que sea éste el momento oportuno.
Básteme decir que por «león» entiendo sólo esta mancha amarilla que emerge
de un matorral de la sabana, este bufido ronco que exhala olor de carne
sanguinolento, y el pelo blanco del vientre y el rosa bajo las zarpas, y el
ángulo agudo de las uñas retráctiles como las veo ahora cerniéndose sobre
mí en una mezcla de sensaciones que llamo «león» por darle un nombre,
aunque está claro que no tiene nada que ver con la palabra león ni tampoco
con la idea de león que uno podría hacerse en otras circunstancias.
Si digo que este instante que estoy viviendo no es la primera vez que lo
vivo, es porque la sensación que tengo es como de un ligero desdoblarse de
imágenes, como si al mismo tiempo viera no un león o una flecha sino dos o
más leones y dos o más flechas superpuestos con un corrimiento apenas
perceptible, de modo que los contornos sinuosos de la figura del león y el
segmento de la flecha resultan subrayados o mejor aureolados por líneas más
sutiles y de color más esfumado. El desdoblamiento sin embargo podría ser
solamente una ilusión con la cual me represento una sensación de espesor de
otro modo indefinible, por la cual león flecha matorral son algo más que
este león esta flecha este matorral, es decir, la repetición interminable
de león flecha matorral dispuestos en esa precisa relación con una
interminable repetición de mí mismo en el momento en que apenas he aflojado
la cuerda de mi arco.
No quisiera sin embargo que esta sensación como la he descrito se asemejase
demasiado al reconocimiento de algo ya visto, flecha en esa posición y león
en aquella otra y recíproca relación entre las posiciones de la flecha y
del león y de mí plantado aquí con el arco en la mano; preferiría decir que
lo que he reconocido es solamente el espacio, el punto del espacio en que
se encuentra la flecha y que estaría vacío si la flecha no estuviera, el
espacio vacío que ahora contiene al león y el que me contiene ahora a mí,
como si en el vacío del espacio que ocupamos, o mejor atravesamos - es
decir, que el mundo ocupa o, mejor, atraviesa -, algunos puntos me hubieran
resultado reconocibles en medio de todos los otros puntos igualmente vacíos
e igualmente atravesados del mundo. Y que quede bien claro: no es que este
reconocimiento suceda en relación, por ejemplo, con la configuración del
terreno, con la distancia del río o de la selva; el espacio que nos
circunda es un espacio siempre diverso, lo sé, sé que la Tierra es un
cuerpo celeste que se mueve en medio de otros cuerpos celestes que se
mueven, sé que ninguna señal, ni en la Tierra ni en el cielo, puede
servirme de punto de referencia absoluto, tengo siempre presente que las
estrellas giran en la rueda de la galaxia y las galaxias se alejan una de
la otra con velocidad proporcional a la distancia. Pero la sospecha que me
ha asaltado es justamente ésta: haber llegado a encontrarme en un espacio
que no me es nuevo, haber vuelto a un punto por el cual ya habíamos pasado.
Y como no se trata sólo de mí sino también de una flecha y de un león, no
es el caso de pensar que sea un azar: aquí se trata del tiempo, que
continúa recorriendo una huella que ya ha recorrido. Podría pues definir
como tiempo y no como espacio ese vacío que me ha parecido reconocer al
atravesarlo.
La pregunta que ahora me hago es si un punto del recorrido del tiempo puede
superponerse a puntos de recorridos precedentes. En este caso, la impresión
de espesor de las imágenes se explicaría como la palpitación repetida del
tiempo en un instante idéntico. Podría también darse, en ciertos puntos, un
pequeño corrimiento entre un recorrido y el otro: imágenes ligeramente
desdobladas o desenfocadas serían el indicio de que el trazado del tiempo
está un poco desgastado por el uso y deja un sutil margen de juego en torno
a sus pasajes obligados. Pero aunque no se tratase de un momentáneo efecto
óptico, queda el acento como de una cadencia que me parece oír palpitar en
el instante que estoy viviendo. No quisiera sin embargo que lo que he dicho
hiciese pensar que este instante está como dotado de una especial
consistencia temporal en la serie de instantes que lo preceden y lo siguen:
desde el punto de vista del tiempo es exactamente un instante que dura como
los otros, indiferente a su contenido, suspendido en su carrera entre el
pasado y el futuro; lo que me parece haber descubierto es su recorrer
puntual en una serie que se repite cada vez idéntica a sí misma.
En una palabra, todo el problema, ahora que la flecha traspasa el aire con
un silbido y el león se arquea en su salto y no se puede prever todavía si
la punta embebida en el veneno de serpiente traspasará el pelo leonado
entre los ojos desorbitados o si errará el blanco abandonando mis vísceras
inermes al desgarrón que las separará de la urdimbre de huesos donde están
ahora ancladas y las arrastrará dispersas por el suelo ensangrentado y
polvoriento hasta que antes de la noche los cuervos y los chacales hayan
borrado la última huella; todo el problema para mí es saber si la serie de
que forma parte este segundo está abierta o cerrada. Porque si, como me
parece haber oído sostener alguna vez, es una serie finita, si el tiempo
del universo ha comenzado en cierto momento y continúa en una explosión de
estrellas y nebulosas cada vez más enrarecidas hasta el momento en que la
dispersión alcance el límite extremo y estrellas y nebulosas vuelvan a
concentrarse, la consecuencia que debo sacar es que el tiempo volverá sobre
sus pasos, que la cadena de los minutos se desenrollará en sentido inverso,
hasta que se llegue de nuevo al principio, para recomenzar después, todo
esto infinitas veces - y no está dicho, entonces, que haya tenido un
comienzo: el universo no hace sino pulsar entre dos momentos extremos,
obligado a repetirse desde siempre -, así como infinitas veces se ha
repetido y se repite este segundo en que ahora me encuentro.
Tratemos pues de ver claro: yo me encuentro en un punto espaciotemporal
intermedio cualquiera de una fase del universo; al cabo de centenares de
millares de billones de segundos he aquí que la flecha y el león y yo y el
matorral nos hemos encontrado como nos encontramos ahora, y este segundo
será de inmediato tragado y sepultado en la serie de los centenares de
millares de billones de segundos que continúa, independientemente del
resultado que tenga de aquí a un segundo el vuelo convergente o corrido del
león y de la flecha; después en cierto momento la carrera invertirá su
sentido, el universo repetirá su curso a la inversa, de los efectos
resurgirán puntuales las causas, e incluso de estos efectos que me esperan
y que no conozco, de una flecha que se clava en el suelo levantando una
nube amarilla de polvo y menudas astillas de sílex o que traspasa el
paladar de la fiera como un nuevo diente monstruoso, se regresará al
momento que ahora estoy viviendo, la flecha volviendo a empulgarse como
chupada en el arco tenso, el león cayendo detrás del matorral sobre las
zarpas posteriores contraídas a resorte, y todo el después será poco a poco
borrado segundo por segundo por el retorno del antes, será olvidado en el
descomponerse de los miles de millones de combinaciones de neuronas dentro
de los lóbulos de los cerebros, de modo que nadie sabrá que vive en el
reverso del tiempo como ni siquiera yo ahora estoy seguro de cuál es el
sentido en que se mueve el tiempo en que me muevo, y si el después que
espero no ha sucedido ya en realidad hace un segundo, llevando consigo mi
salvación o mi muerte.
Lo que me pregunto es si, considerando que a este punto de todos modos se
ha de volver, no es cosa de que yo me detenga, que me detenga en el espacio
y en el tiempo, mientras la cuerda del arco apenas aflojada se curva en la
dirección opuesta a aquella hacia la cual había estado anteriormente
tendida, y mientras el pie derecho apenas aliviado del peso del cuerpo se
levanta en una torsión de noventa grados, y de que esté así inmóvil
esperando que de la oscuridad del espaciotiempo vuelva a salir el león y a
disponerse contra mí con las cuatro zarpas altas en el aire, y la flecha
vuelva a insertarse en su trayectoria en el punto exacto en que está ahora.
¿Para qué sirve en realidad seguir si antes o después tendremos que
encontrarnos en esta situación? Da lo mismo que yo me conceda un descanso
de unas decenas de miles de millones de años, y deje que el resto del
universo continúe su carrera espacial y temporal hasta el fin, y espere el
viaje de retorno para saltar de nuevo dentro, y después volver atrás en la
historia mía y del universo hasta los orígenes, y después recomenzar otra
vez para encontrarme aquí de nuevo - o que deje que el tiempo vuelva atrás
por su cuenta y después vuelva a acercárseme mientras yo estoy siempre
quieto esperando -, y ver entonces si la vez es buena para decidirme a dar
el otro paso, para ir a dar una ojeada a lo que me sucederá dentro de un
segundo, o si no me conviene detenerme definitivamente aquí. Para eso no es
necesario que mis partículas materiales sean sustraídas a su curso
espaciotemporal, a la sanguinaria efímera victoria del cazador o del león:
estoy seguro de que una parte de nosotros queda de todos modos enviscada en
cada intersección del tiempo y, del espacio, y por lo tanto bastaría no
separarse de esa parte, identificarse con ella, dejando que el resto gire
como debe girar hasta el final.
Se me presenta, en suma, esta posibilidad: constituir un punto fijo en las
fases oscilantes del universo. ¿Debo aprovechar la ocasión o mejor dejarla
pasar? Detenerme, quizá me detendría no yo solo, cosa que, me doy cuenta,
tendría poco sentido, sino yo junto con lo que sirve para definir este
instante para mí, flecha león arquero suspendidos así como estamos para
siempre. Me parece en realidad que si el león supiera claramente cómo están
las cosas, de seguro también él estaría de acuerdo en permanecer como se
encuentra ahora, a casi un tercio de la trayectoria de su salto furioso, y
en separarse de aquella proyección de sí mismo que dentro de un segundo irá
al encuentro de los rígidos espasmos de la agonía o de la masticación
rabiosa de un cráneo humano todavía caliente. Puedo hablar, pues, no sólo
por mí, sino también en nombre del león. Y en nombre de la flecha, porque
una flecha no puede querer sino ser flecha como lo es en este rápido
momento, y aplazar el destino de desperdicio romo que le espera, cualquiera
que sea el blanco en que dé.
Establecido, pues, que la situación en que nos encontramos ahora yo y león
y flecha en este instante t0 se verificará dos veces para cada vaivén del
tiempo, idéntica las tres veces, y así ya se había repetido tantas veces
cuantas el universo ha repetido su diástole y su sístole en el pasado - si
es que tiene sentido hablar de pasado y de futuro para la sucesión de estas
fases, cuando sabemos que no tiene ninguno en el interior de las fases -,
queda siempre la incertidumbre sobre las situaciones en los sucesivos
segundos t1, t2, t3, etcétera, así como parecía incierta en los precedentes
t-1, t-2, t-3, etcétera.
Las alternativas, mirándolo bien, son éstas:
o las líneas espaciotemporales que el universo sigue en las fases de su
pulsación coinciden en todos sus puntos;
o bien coinciden sólo en algunos puntos excepcionales, como el segundo que
estoy viviendo, para diverger después en los otros.
Si esta última alternativa es la justa, desde el punto espaciotemporal en
que me encuentro parte un haz de posibilidades que cuanto más avanzan en el
tiempo más divergen en cono hacia futuros completamente diferentes entre
sí, y a cada vez que me encuentre aquí con la flecha y el león en el aire
corresponderá un diferente punto X de intersección de sus trayectorias,
cada vez el león será herido de manera diferente, tendrá una agonía
diferente o encontrará en medida diferente nuevas fuerzas para reaccionar,
o no será herido y se arrojará sobre mí cada vez de una manera diferente
dejándome o no dejándome posibilidad de defensa, y mis victorias y mis
derrotas en la lucha con el león se revelan potencialmente infinitas, y
cuantas más veces sea yo despedazado tantas más probabilidades tendré de
dar en el blanco la próxima vez que me encuentre aquí de nuevo dentro de
miles de millones de años, y sobre esta situación mía de ahora no puedo
emitir ningún juicio porque en caso de que yo esté viviendo la fracción de
tiempo inmediatamente anterior a la garra de la fiera, éste sería el último
momento de una época feliz, mientras que si lo que me espera es el triunfo
con que la tribu acoge al cazador de leones victorioso, esto que estoy
viviendo es el colmo de la angustia, el punto más negro del descenso a los
infiernos que debo cumplir para merecer la apoteosis. De esta situación,
pues, me conviene huir sea como fuere lo que me aguarda, porque si hay un
intervalo de tiempo que no cuenta nada es justamente éste, definible sólo
en relación con el que le sigue, es decir, en sí mismo este segundo no
existe, y no hay ninguna posibilidad no sólo de detenerse en él sino de
atravesarlo lo que dura un segundo, en suma, es un salto del tiempo entre
el momento en que el león y la flecha han emprendido su vuelo y el momento
en que un chorro de sangre irrumpirá de las venas del león o de las mías.
Añádase que si de este segundo parten en cono infinitas líneas de posibles
futuros, las mismas líneas provienen oblicuas de un pasado que es también
un cono de posibilidades infinitas, por lo tanto el yo mismo que se
encuentra ahora aquí con el león que se le desploma desde lo alto y con la
flecha que abre su camino en el aire, y un yo mismo cada vez diferente
porque el pasado la edad la madre el padre la tribu la lengua la
experiencia son diferentes cada vez, el león es siempre otro león aunque
sea exactamente así como lo veo cada vez, con la cola que en el salto se ha
replegado acercando el mechón al flanco derecho en un movimiento que podría
ser tanto un latigazo como una caricia, con las crines tan abiertas que
tapan a mi vista gran parte del pecho y del torso y sólo dejan surgir
lateralmente las zarpas anteriores levantadas como preparándose para un
abrazo jubiloso pero en realidad prontas a hundirme las uñas en los hombros
con todas sus fuerzas, y la flecha está hecha de una materia siempre
diferente, aguzada con diferentes instrumentos, envenenada con disímiles
serpientes, pero siempre atravesando el aire con la misma parábola y el
mismo silbido. Lo que no cambia es la relación entre yo flecha león en ese
instante de incertidumbre que se repite igual, incertidumbre cuya apuesta
es la muerte, pero es preciso reconocer que si esta muerte inminente es la
muerte de un yo con diferente pasado, de un yo que ayer por la mañana no ha
estado recogiendo raíces con mi prima, es decir, mirándolo bien, otro yo,
de un extraño, quizá de un extraño que ayer por la mañana estuvo recogiendo
raíces con mi prima, por lo tanto de un enemigo, aunque aquí en mi lugar
las otras veces en cambio de estar yo había otro, no es que me importe ya
mucho saber si la vez antes o la vez después la flecha dio o no en el león.
En este caso entonces queda excluido que el detenerme en t0 por todo el
curso del espacio y del tiempo tenga para mí interés. Se mantiene siempre
sin embargo la otra hipótesis: así como en la vieja geometría bastaba que
las líneas coincidieran en dos puntos para que coincidieran en todos, así
puede darse que las líneas espaciotemporales trazadas por el universo en
sus fases alternas coincidan en todos sus puntos y entonces no sólo t0 sino
también t1 y t2 y todo lo que vendrá después coincidirán con los
respectivos t1, t2, t3 de las otras fases, y así todos los segundos
precedentes y siguientes, y yo estaré reducido a tener un solo pasado y un
solo futuro repetidos infinitas veces antes y después de este momento. Cabe
sin embargo preguntarse si tiene sentido hablar de repetición cuando el
tiempo consiste en una serie única de puntos tales que no permiten
variaciones ni en su naturaleza ni en su sucesión: bastaría entonces decir
que el tiempo es finito y siempre igual a sí mismo, y por lo tanto puede
considerarse como dado contemporáneamente en toda su extensión formando una
pila de estratos de presente; es decir, se trata de un tiempo absolutamente
lleno, en cuanto cada uno de los átomos en que es descomponible constituye
como un estrato que está continuamente presente, inserto entre otros
estratos también continuamente presentes. En resumen, el segundo t0 en el
que están la flecha F0 y un poco más allá el león L0 y aquí el yo mismo Q0
es un estrato espaciotemporal que permanece detenido e idéntico para
siempre, y junto a ese se dispone t, con la flecha F, y el león L, y el yo
mismo Q, que han cambiado ligeramente sus posiciones, y, allí al lado está
t2 que contiene F2, L2 y Q2 y así sucesivamente. En uno de esos segundos
puestos en fila resulta claro quién vive y quién muere entre el león Ln y
el yo mismo Qn, y en los segundos siguientes seguramente se están
desenvolviendo: o los festejos de la tribu al cazador que vuelve con los
despojos del león, o los funerales del cazador mientras a través de la
sabana se difunde el terror al paso del león asesino. Cada segundo es
definitivo, cerrado, sin interferencias con los otros, y yo Q0. aquí en mi
territorio t0, puedo estar absolutamente tranquilo y desinteresarme de lo
que contemporáneamente está sucediendo a Q1, Q2, Q3, Qn. en los respectivos
segundos vecinos míos, porque en realidad los leones L1, L2, L3, Ln no
podrán jamás ocupar el lugar del notorio y todavía inofensivo aunque
amenazante L0, mantenido a raya por una flecha en vuelo F0 portadora aún en
sí de esa potencia mortífera que podría revelarse desperdiciada por F1, F2,
F3, Fn, en su disponerse en segmentos de trayectoria cada vez más distantes
del blanco, ridiculizándome como el arquero más chambón de la tribu, o
mejor ridiculizando como chambón a aquel Q0, que en t-1 apunta con su arco.
Sé que la comparación con los fotogramas de una película, se impone
espontáneamente, pero si he evitado hasta ahora hacerla he tenido mis
razones. Es cierto que cada segundo está encerrado en sí mismo y es
incomunicable con los otros exactamente corno un fotograma, pero para
definir su contenido no bastan los puntos Q0 L0, F0, con los cuales lo
limitaremos a una escenita de caza del león, todo lo dramática que se
quiera pero desde luego no muy vasta de horizontes; lo que ha de tenerse en
cuenta contemporáneamente es la totalidad de los puntos contenidos en el
universo en ese segundo t0, no uno exclusivamente, y entonces el fotograma
es mejor quitárselo de la cabeza porque no hace más que confundir las
ideas.
De modo que yo ahora que he decidido habitar para siempre este segundo t0 -
y si no lo hubiera decidido sería lo mismo porque en cuanto Q0 no puedo
habitar ningún otro - tengo toda la comodidad para mirar a mi alrededor y
contemplar segundo en toda su extensión. Aquel abarca a mi derecha un río
negreante de hipopótamos, a mi izquierda la sabana blanconegreante de
cebras y esparcidos en varios puntos del horizonte algunos baobabs
amarillonegreantes de tucanes, cada uno de estos elementos contramarcado
por las posiciones que ocupan respectivamente los hipopótamos H(a)0, H(b)0,
H(c)0, etcétera, las cebras C(a)0, C(b)0, C(c)0, etcétera, los tucanes
T(a)0, T(b)0, T(c)0, etcétera. Aquel comprende además aldeas de caballas y
almacenes de importaciones y exportaciones, plantaciones que ocultan bajo
tierra millares de semillas en momentos diversos de su proceso de
germinación, desiertos interminables con la posición de cada granito de
arena G(a)0, G(b)0... G(n)0 transportado por el viento, ciudades de noche
con ventanas iluminadas y ventanas apagadas, ciudades de día con semáforos
rojos y amarillos y verdes, curvas de la productividad, índices de precios,
cotizaciones de bolsa, propagaciones de enfermedades infecciosas con la
posición de cada uno de los virus, guerras locales con ráfagas de balas
B(a)0, B(b,)0, B(n)0, suspendidas en su trayectoria que quién sabe si
herirán a los enemigos E(a)0, E(b)0, E(n)0 escondidos entre las hojas,
aeroplanos con racimos de bombas que han de, ser soltadas, guerra total
implícita en la situación internacional IS0 que no se sabe en qué momento
se convertirá en guerra total explícita, explosiones de estrellas
supernovas que podrían cambiar radicalmente la configuración de nuestra
galaxia...
Cada segundo es un universo, el segundo que vivo es el segundo en que
habito, the second I live is the second I live in, tengo que habituarme a
pensar mi razonamiento contemporáneamente en todas las lenguas posibles si
quiero vivir extensivamente mi instante-universo. A través de las
combinaciones de todos los datos contemporáneos podré alcanzar un
conocimiento objetivo del instante-universo t0 en toda su extensión
espacial yo incluido, dado que en el interior de t0 yo Q0 no estoy
determinado por mi pasado Q-1 Q-2 Q-3 etcétera sino por el sistema
constituido por todos los tucanes T0, balas B0, virus V0, sin los cuales no
podría establecerse que yo soy Q0. Más aún, dado que ya no me preocupa qué
le ocurrirá a Q1, Q2 Q3 etcétera, no es cosa de que siga adoptando el punto
de vista subjetivo que me ha guiado hasta aquí, puedo identificarme tanto
conmigo como con el león o con el granito de arena o con el índice del
costo de la vida o con el enemigo o con el enemigo del enemigo.
Para hacer esto basta establecer con exactitud las coordenadas de todos
esos puntos y calcular algunas constantes. Podría por ejemplo poner de
relieve todas las componentes de suspensión e incertidumbre que valen tanto
para mí como para el león la flecha las bombas el enemigo y el enemigo del
enemigo, y definir t0 como un momento de suspensión e incertidumbre
universal. Pero esto no me dice todavía nada de sustancial sobre t0 porque
admitiendo que se trata de un momento de todos modos terrible como me
parece ya probado, podría ser tanto un momento terrible en una serie de
momentos de terribilidad creciente como un momento terrible en una serie de
terribilidad decreciente y por lo tanto ilusoria. En otras palabras, esta
firme pero relativa terribilidad de t0 puede asumir valores completamente
diferentes, por cuanto t1, t2, t3 pueden transformar la sustancia de t. de
manera radical, o mejor dicho son los varios t, de Q1, L1, E(a), N(a) los
que tienen el poder de determinar las cualidades fundamentales de t0.
Aquí me parece que las cosas comienzan a complicarse: mi línea de conducta
es encerrarme en t0, y no saber nada de lo que sucede fuera de este
segundo, renunciando a un punto de vista limitadamente personal para vivir
t0 en su global configuración objetiva, pero esta configuración objetiva se
puede captar no desde el interior de t0 sino sólo observándola desde otro
instante-universo, por ejemplo desde t0, o desde t2, y no desde toda su
extensión contemporáneamente sino adoptando decididamente un punto de
vista, el del enemigo o el del enemigo del enemigo, el del león o el de mí
mismo.
Recapitulando: para detenerme en t0 debo establecer una configuración
objetiva de t0; para establecer una configuración objetiva de t0 debo
desplazarme a t1; para desplazarme a t1, debo adoptar una perspectiva
subjetiva cualquiera, por lo tanto da lo mismo que tenga la mía.
Recapitulando una vez más: para detenerme en el tiempo debo moverme con el
tiempo, para llegar a ser objetivo debo mantenerme subjetivo.
Veamos ahora cómo comportarme en la práctica: quedando establecido que yo
como Q0 conservo mi residencia fija en t0, podré entre tanto hacer una
escapada lo más rápida posible a t1, y si no basta, continuar hasta t2 y t3
identificándome provisionalmente con Q1, Q2 y Q3, todo esto naturalmente en
la esperanza de que la serie Q continúe y no sea prematuramente truncada
por las uñas combadas de L1, L2, L3, porque sólo así podré darme cuenta de
cómo se configura mi posición de Q0 en t0, que es la única cosa que debe
importarme.
Pero el peligro que corro es que el contenido de t1, del instante-universo
t1, sea tanto más interesante, tanto más rico que t0 en emociones y
sorpresas no sé si triunfales o ruinosas, que yo esté tentado de dedicarme
todo a t1, dando la espalda a t0, olvidándome de que he pasado a t1, sólo
para informarme mejor sobre t0. Y en esta curiosidad por t1, en este
ilegítimo deseo de conocimiento por un instante-universo que no es el mío,
al querer darme cuenta de si hago realmente un buen negocio permutando mi
estable y segura ciudadanía en t0 por esa porción de novedad que es t1,
puede ofrecerme, podré dar un paso hasta t2, cosa de tener una idea más
objetiva de t1; y ese paso a t2, a su vez...
Si las cosas son así, ahora me doy cuenta de que mi situación no cambiaría
en nada ni siquiera abandonando las hipótesis de las cuales he partido,
esto es, suponiendo que el tiempo no conozca repeticiones y consista en una
serie irreversible de segundos uno diferente del otro, y cada segundo
suceda de una vez para siempre, y que habitarlo en su duración exacta de un
segundo quiera decir habitarlo para siempre, y que t0 me interesa solamente
en función de los t1, t2, t3 que le siguen, con su contenido de vida o de
muerte como consecuencia del movimiento que ha cumplido disparando la
flecha, y del movimiento que ha cumplido el león dando su salto, e incluso
de los otros movimientos que el león y yo haremos en los próximos segundos,
y del miedo que por toda la duración de un interminable segundo me tiene
petrificado, tiene petrificado en vuelo al león y a la flecha a mi vista, y
el segundo, t0 fulmíneo como ha llegado fulmíneamente ahora se dispare en
el segundo sucesivo, y trace sin más dudas la trayectoria del león y de la
flecha.
Italo Calvino
Tengo la impresión de que no es la primera vez que me encuentro en esta
situación: con el arco apenas flojo en la mano izquierda tendida hacia
adelante, la mano derecha contraída atrás, la flecha F suspendida en el
aire a casi un tercio de su trayectoria y, un poco más allá, suspendido
también en el aire y también a casi un tercio de su trayectoria, el león L
en el acto de saltar sobre mí con las fauces abiertas y las garras
extendidas. Dentro de un segundo sabré si la trayectoria de la flecha y la
del león vendrán o no a coincidir en un punto X atravesado tanto por L como
por F en el mismo segundo tx, es decir, si el león se desplomará en el aire
con un rugido sofocado por el borbotón de sangre que le inundará la negra
garganta atravesada por la flecha, o si caerá incólume sobre mí
derribándome con un doble zarpazo que me desgarrará el tejido muscular de
los hombros y del tórax, mientras su boca, cerrándose con un simple golpe
de mandíbulas, me separará la cabeza del cuello a la altura de la primera
vértebra.
Tan numerosos y complejos son los factores que condicionan el movimiento
parabólico tanto de las flechas como de los felinos, que no me permiten por
el momento juzgar cuál de sus eventualidades es más probable. Me encuentro
pues en una de esas situaciones de incertidumbre y espera en las que no se
sabe realmente qué pensar. Y el pensamiento que se me presenta es éste: me
parece que no es la primera vez.
No quiero referirme aquí a otras experiencias mías de caza: el arquero,
apenas cree que ha adquirido experiencia, está perdido; cada león que
encontramos en nuestra breve vida es diferente de cualquier otro león; guay
si nos detenemos a hacer confrontaciones, a deducir nuestros movimientos de
normas y presuposiciones. Hablo de este león L y de esta flecha F que han
llegado ahora a casi un tercio de sus respectivas trayectorias.
Y tampoco puedo ser incluido entre los que creen en la existencia de un
león primero y absoluto, del cual todos los diversos leones particulares y
aproximativos que nos saltan encima son sólo sombras o apariencias. En
nuestra dura vida no hay lugar para nada que no sea concreto y captable por
los sentidos.
Igualmente extraña me es la opinión del que dice que cada uno lleva en sí
desde su nacimiento un recuerdo de león que amenaza en sus sueños, heredado
de padre a hijo, y así cuando ve un león se dice en seguida: ¡vaya, el
león! Podría explicar por qué y cómo he llegado a excluirlo, pero no me
parece que sea éste el momento oportuno.
Básteme decir que por «león» entiendo sólo esta mancha amarilla que emerge
de un matorral de la sabana, este bufido ronco que exhala olor de carne
sanguinolento, y el pelo blanco del vientre y el rosa bajo las zarpas, y el
ángulo agudo de las uñas retráctiles como las veo ahora cerniéndose sobre
mí en una mezcla de sensaciones que llamo «león» por darle un nombre,
aunque está claro que no tiene nada que ver con la palabra león ni tampoco
con la idea de león que uno podría hacerse en otras circunstancias.
Si digo que este instante que estoy viviendo no es la primera vez que lo
vivo, es porque la sensación que tengo es como de un ligero desdoblarse de
imágenes, como si al mismo tiempo viera no un león o una flecha sino dos o
más leones y dos o más flechas superpuestos con un corrimiento apenas
perceptible, de modo que los contornos sinuosos de la figura del león y el
segmento de la flecha resultan subrayados o mejor aureolados por líneas más
sutiles y de color más esfumado. El desdoblamiento sin embargo podría ser
solamente una ilusión con la cual me represento una sensación de espesor de
otro modo indefinible, por la cual león flecha matorral son algo más que
este león esta flecha este matorral, es decir, la repetición interminable
de león flecha matorral dispuestos en esa precisa relación con una
interminable repetición de mí mismo en el momento en que apenas he aflojado
la cuerda de mi arco.
No quisiera sin embargo que esta sensación como la he descrito se asemejase
demasiado al reconocimiento de algo ya visto, flecha en esa posición y león
en aquella otra y recíproca relación entre las posiciones de la flecha y
del león y de mí plantado aquí con el arco en la mano; preferiría decir que
lo que he reconocido es solamente el espacio, el punto del espacio en que
se encuentra la flecha y que estaría vacío si la flecha no estuviera, el
espacio vacío que ahora contiene al león y el que me contiene ahora a mí,
como si en el vacío del espacio que ocupamos, o mejor atravesamos - es
decir, que el mundo ocupa o, mejor, atraviesa -, algunos puntos me hubieran
resultado reconocibles en medio de todos los otros puntos igualmente vacíos
e igualmente atravesados del mundo. Y que quede bien claro: no es que este
reconocimiento suceda en relación, por ejemplo, con la configuración del
terreno, con la distancia del río o de la selva; el espacio que nos
circunda es un espacio siempre diverso, lo sé, sé que la Tierra es un
cuerpo celeste que se mueve en medio de otros cuerpos celestes que se
mueven, sé que ninguna señal, ni en la Tierra ni en el cielo, puede
servirme de punto de referencia absoluto, tengo siempre presente que las
estrellas giran en la rueda de la galaxia y las galaxias se alejan una de
la otra con velocidad proporcional a la distancia. Pero la sospecha que me
ha asaltado es justamente ésta: haber llegado a encontrarme en un espacio
que no me es nuevo, haber vuelto a un punto por el cual ya habíamos pasado.
Y como no se trata sólo de mí sino también de una flecha y de un león, no
es el caso de pensar que sea un azar: aquí se trata del tiempo, que
continúa recorriendo una huella que ya ha recorrido. Podría pues definir
como tiempo y no como espacio ese vacío que me ha parecido reconocer al
atravesarlo.
La pregunta que ahora me hago es si un punto del recorrido del tiempo puede
superponerse a puntos de recorridos precedentes. En este caso, la impresión
de espesor de las imágenes se explicaría como la palpitación repetida del
tiempo en un instante idéntico. Podría también darse, en ciertos puntos, un
pequeño corrimiento entre un recorrido y el otro: imágenes ligeramente
desdobladas o desenfocadas serían el indicio de que el trazado del tiempo
está un poco desgastado por el uso y deja un sutil margen de juego en torno
a sus pasajes obligados. Pero aunque no se tratase de un momentáneo efecto
óptico, queda el acento como de una cadencia que me parece oír palpitar en
el instante que estoy viviendo. No quisiera sin embargo que lo que he dicho
hiciese pensar que este instante está como dotado de una especial
consistencia temporal en la serie de instantes que lo preceden y lo siguen:
desde el punto de vista del tiempo es exactamente un instante que dura como
los otros, indiferente a su contenido, suspendido en su carrera entre el
pasado y el futuro; lo que me parece haber descubierto es su recorrer
puntual en una serie que se repite cada vez idéntica a sí misma.
En una palabra, todo el problema, ahora que la flecha traspasa el aire con
un silbido y el león se arquea en su salto y no se puede prever todavía si
la punta embebida en el veneno de serpiente traspasará el pelo leonado
entre los ojos desorbitados o si errará el blanco abandonando mis vísceras
inermes al desgarrón que las separará de la urdimbre de huesos donde están
ahora ancladas y las arrastrará dispersas por el suelo ensangrentado y
polvoriento hasta que antes de la noche los cuervos y los chacales hayan
borrado la última huella; todo el problema para mí es saber si la serie de
que forma parte este segundo está abierta o cerrada. Porque si, como me
parece haber oído sostener alguna vez, es una serie finita, si el tiempo
del universo ha comenzado en cierto momento y continúa en una explosión de
estrellas y nebulosas cada vez más enrarecidas hasta el momento en que la
dispersión alcance el límite extremo y estrellas y nebulosas vuelvan a
concentrarse, la consecuencia que debo sacar es que el tiempo volverá sobre
sus pasos, que la cadena de los minutos se desenrollará en sentido inverso,
hasta que se llegue de nuevo al principio, para recomenzar después, todo
esto infinitas veces - y no está dicho, entonces, que haya tenido un
comienzo: el universo no hace sino pulsar entre dos momentos extremos,
obligado a repetirse desde siempre -, así como infinitas veces se ha
repetido y se repite este segundo en que ahora me encuentro.
Tratemos pues de ver claro: yo me encuentro en un punto espaciotemporal
intermedio cualquiera de una fase del universo; al cabo de centenares de
millares de billones de segundos he aquí que la flecha y el león y yo y el
matorral nos hemos encontrado como nos encontramos ahora, y este segundo
será de inmediato tragado y sepultado en la serie de los centenares de
millares de billones de segundos que continúa, independientemente del
resultado que tenga de aquí a un segundo el vuelo convergente o corrido del
león y de la flecha; después en cierto momento la carrera invertirá su
sentido, el universo repetirá su curso a la inversa, de los efectos
resurgirán puntuales las causas, e incluso de estos efectos que me esperan
y que no conozco, de una flecha que se clava en el suelo levantando una
nube amarilla de polvo y menudas astillas de sílex o que traspasa el
paladar de la fiera como un nuevo diente monstruoso, se regresará al
momento que ahora estoy viviendo, la flecha volviendo a empulgarse como
chupada en el arco tenso, el león cayendo detrás del matorral sobre las
zarpas posteriores contraídas a resorte, y todo el después será poco a poco
borrado segundo por segundo por el retorno del antes, será olvidado en el
descomponerse de los miles de millones de combinaciones de neuronas dentro
de los lóbulos de los cerebros, de modo que nadie sabrá que vive en el
reverso del tiempo como ni siquiera yo ahora estoy seguro de cuál es el
sentido en que se mueve el tiempo en que me muevo, y si el después que
espero no ha sucedido ya en realidad hace un segundo, llevando consigo mi
salvación o mi muerte.
Lo que me pregunto es si, considerando que a este punto de todos modos se
ha de volver, no es cosa de que yo me detenga, que me detenga en el espacio
y en el tiempo, mientras la cuerda del arco apenas aflojada se curva en la
dirección opuesta a aquella hacia la cual había estado anteriormente
tendida, y mientras el pie derecho apenas aliviado del peso del cuerpo se
levanta en una torsión de noventa grados, y de que esté así inmóvil
esperando que de la oscuridad del espaciotiempo vuelva a salir el león y a
disponerse contra mí con las cuatro zarpas altas en el aire, y la flecha
vuelva a insertarse en su trayectoria en el punto exacto en que está ahora.
¿Para qué sirve en realidad seguir si antes o después tendremos que
encontrarnos en esta situación? Da lo mismo que yo me conceda un descanso
de unas decenas de miles de millones de años, y deje que el resto del
universo continúe su carrera espacial y temporal hasta el fin, y espere el
viaje de retorno para saltar de nuevo dentro, y después volver atrás en la
historia mía y del universo hasta los orígenes, y después recomenzar otra
vez para encontrarme aquí de nuevo - o que deje que el tiempo vuelva atrás
por su cuenta y después vuelva a acercárseme mientras yo estoy siempre
quieto esperando -, y ver entonces si la vez es buena para decidirme a dar
el otro paso, para ir a dar una ojeada a lo que me sucederá dentro de un
segundo, o si no me conviene detenerme definitivamente aquí. Para eso no es
necesario que mis partículas materiales sean sustraídas a su curso
espaciotemporal, a la sanguinaria efímera victoria del cazador o del león:
estoy seguro de que una parte de nosotros queda de todos modos enviscada en
cada intersección del tiempo y, del espacio, y por lo tanto bastaría no
separarse de esa parte, identificarse con ella, dejando que el resto gire
como debe girar hasta el final.
Se me presenta, en suma, esta posibilidad: constituir un punto fijo en las
fases oscilantes del universo. ¿Debo aprovechar la ocasión o mejor dejarla
pasar? Detenerme, quizá me detendría no yo solo, cosa que, me doy cuenta,
tendría poco sentido, sino yo junto con lo que sirve para definir este
instante para mí, flecha león arquero suspendidos así como estamos para
siempre. Me parece en realidad que si el león supiera claramente cómo están
las cosas, de seguro también él estaría de acuerdo en permanecer como se
encuentra ahora, a casi un tercio de la trayectoria de su salto furioso, y
en separarse de aquella proyección de sí mismo que dentro de un segundo irá
al encuentro de los rígidos espasmos de la agonía o de la masticación
rabiosa de un cráneo humano todavía caliente. Puedo hablar, pues, no sólo
por mí, sino también en nombre del león. Y en nombre de la flecha, porque
una flecha no puede querer sino ser flecha como lo es en este rápido
momento, y aplazar el destino de desperdicio romo que le espera, cualquiera
que sea el blanco en que dé.
Establecido, pues, que la situación en que nos encontramos ahora yo y león
y flecha en este instante t0 se verificará dos veces para cada vaivén del
tiempo, idéntica las tres veces, y así ya se había repetido tantas veces
cuantas el universo ha repetido su diástole y su sístole en el pasado - si
es que tiene sentido hablar de pasado y de futuro para la sucesión de estas
fases, cuando sabemos que no tiene ninguno en el interior de las fases -,
queda siempre la incertidumbre sobre las situaciones en los sucesivos
segundos t1, t2, t3, etcétera, así como parecía incierta en los precedentes
t-1, t-2, t-3, etcétera.
Las alternativas, mirándolo bien, son éstas:
o las líneas espaciotemporales que el universo sigue en las fases de su
pulsación coinciden en todos sus puntos;
o bien coinciden sólo en algunos puntos excepcionales, como el segundo que
estoy viviendo, para diverger después en los otros.
Si esta última alternativa es la justa, desde el punto espaciotemporal en
que me encuentro parte un haz de posibilidades que cuanto más avanzan en el
tiempo más divergen en cono hacia futuros completamente diferentes entre
sí, y a cada vez que me encuentre aquí con la flecha y el león en el aire
corresponderá un diferente punto X de intersección de sus trayectorias,
cada vez el león será herido de manera diferente, tendrá una agonía
diferente o encontrará en medida diferente nuevas fuerzas para reaccionar,
o no será herido y se arrojará sobre mí cada vez de una manera diferente
dejándome o no dejándome posibilidad de defensa, y mis victorias y mis
derrotas en la lucha con el león se revelan potencialmente infinitas, y
cuantas más veces sea yo despedazado tantas más probabilidades tendré de
dar en el blanco la próxima vez que me encuentre aquí de nuevo dentro de
miles de millones de años, y sobre esta situación mía de ahora no puedo
emitir ningún juicio porque en caso de que yo esté viviendo la fracción de
tiempo inmediatamente anterior a la garra de la fiera, éste sería el último
momento de una época feliz, mientras que si lo que me espera es el triunfo
con que la tribu acoge al cazador de leones victorioso, esto que estoy
viviendo es el colmo de la angustia, el punto más negro del descenso a los
infiernos que debo cumplir para merecer la apoteosis. De esta situación,
pues, me conviene huir sea como fuere lo que me aguarda, porque si hay un
intervalo de tiempo que no cuenta nada es justamente éste, definible sólo
en relación con el que le sigue, es decir, en sí mismo este segundo no
existe, y no hay ninguna posibilidad no sólo de detenerse en él sino de
atravesarlo lo que dura un segundo, en suma, es un salto del tiempo entre
el momento en que el león y la flecha han emprendido su vuelo y el momento
en que un chorro de sangre irrumpirá de las venas del león o de las mías.
Añádase que si de este segundo parten en cono infinitas líneas de posibles
futuros, las mismas líneas provienen oblicuas de un pasado que es también
un cono de posibilidades infinitas, por lo tanto el yo mismo que se
encuentra ahora aquí con el león que se le desploma desde lo alto y con la
flecha que abre su camino en el aire, y un yo mismo cada vez diferente
porque el pasado la edad la madre el padre la tribu la lengua la
experiencia son diferentes cada vez, el león es siempre otro león aunque
sea exactamente así como lo veo cada vez, con la cola que en el salto se ha
replegado acercando el mechón al flanco derecho en un movimiento que podría
ser tanto un latigazo como una caricia, con las crines tan abiertas que
tapan a mi vista gran parte del pecho y del torso y sólo dejan surgir
lateralmente las zarpas anteriores levantadas como preparándose para un
abrazo jubiloso pero en realidad prontas a hundirme las uñas en los hombros
con todas sus fuerzas, y la flecha está hecha de una materia siempre
diferente, aguzada con diferentes instrumentos, envenenada con disímiles
serpientes, pero siempre atravesando el aire con la misma parábola y el
mismo silbido. Lo que no cambia es la relación entre yo flecha león en ese
instante de incertidumbre que se repite igual, incertidumbre cuya apuesta
es la muerte, pero es preciso reconocer que si esta muerte inminente es la
muerte de un yo con diferente pasado, de un yo que ayer por la mañana no ha
estado recogiendo raíces con mi prima, es decir, mirándolo bien, otro yo,
de un extraño, quizá de un extraño que ayer por la mañana estuvo recogiendo
raíces con mi prima, por lo tanto de un enemigo, aunque aquí en mi lugar
las otras veces en cambio de estar yo había otro, no es que me importe ya
mucho saber si la vez antes o la vez después la flecha dio o no en el león.
En este caso entonces queda excluido que el detenerme en t0 por todo el
curso del espacio y del tiempo tenga para mí interés. Se mantiene siempre
sin embargo la otra hipótesis: así como en la vieja geometría bastaba que
las líneas coincidieran en dos puntos para que coincidieran en todos, así
puede darse que las líneas espaciotemporales trazadas por el universo en
sus fases alternas coincidan en todos sus puntos y entonces no sólo t0 sino
también t1 y t2 y todo lo que vendrá después coincidirán con los
respectivos t1, t2, t3 de las otras fases, y así todos los segundos
precedentes y siguientes, y yo estaré reducido a tener un solo pasado y un
solo futuro repetidos infinitas veces antes y después de este momento. Cabe
sin embargo preguntarse si tiene sentido hablar de repetición cuando el
tiempo consiste en una serie única de puntos tales que no permiten
variaciones ni en su naturaleza ni en su sucesión: bastaría entonces decir
que el tiempo es finito y siempre igual a sí mismo, y por lo tanto puede
considerarse como dado contemporáneamente en toda su extensión formando una
pila de estratos de presente; es decir, se trata de un tiempo absolutamente
lleno, en cuanto cada uno de los átomos en que es descomponible constituye
como un estrato que está continuamente presente, inserto entre otros
estratos también continuamente presentes. En resumen, el segundo t0 en el
que están la flecha F0 y un poco más allá el león L0 y aquí el yo mismo Q0
es un estrato espaciotemporal que permanece detenido e idéntico para
siempre, y junto a ese se dispone t, con la flecha F, y el león L, y el yo
mismo Q, que han cambiado ligeramente sus posiciones, y, allí al lado está
t2 que contiene F2, L2 y Q2 y así sucesivamente. En uno de esos segundos
puestos en fila resulta claro quién vive y quién muere entre el león Ln y
el yo mismo Qn, y en los segundos siguientes seguramente se están
desenvolviendo: o los festejos de la tribu al cazador que vuelve con los
despojos del león, o los funerales del cazador mientras a través de la
sabana se difunde el terror al paso del león asesino. Cada segundo es
definitivo, cerrado, sin interferencias con los otros, y yo Q0. aquí en mi
territorio t0, puedo estar absolutamente tranquilo y desinteresarme de lo
que contemporáneamente está sucediendo a Q1, Q2, Q3, Qn. en los respectivos
segundos vecinos míos, porque en realidad los leones L1, L2, L3, Ln no
podrán jamás ocupar el lugar del notorio y todavía inofensivo aunque
amenazante L0, mantenido a raya por una flecha en vuelo F0 portadora aún en
sí de esa potencia mortífera que podría revelarse desperdiciada por F1, F2,
F3, Fn, en su disponerse en segmentos de trayectoria cada vez más distantes
del blanco, ridiculizándome como el arquero más chambón de la tribu, o
mejor ridiculizando como chambón a aquel Q0, que en t-1 apunta con su arco.
Sé que la comparación con los fotogramas de una película, se impone
espontáneamente, pero si he evitado hasta ahora hacerla he tenido mis
razones. Es cierto que cada segundo está encerrado en sí mismo y es
incomunicable con los otros exactamente corno un fotograma, pero para
definir su contenido no bastan los puntos Q0 L0, F0, con los cuales lo
limitaremos a una escenita de caza del león, todo lo dramática que se
quiera pero desde luego no muy vasta de horizontes; lo que ha de tenerse en
cuenta contemporáneamente es la totalidad de los puntos contenidos en el
universo en ese segundo t0, no uno exclusivamente, y entonces el fotograma
es mejor quitárselo de la cabeza porque no hace más que confundir las
ideas.
De modo que yo ahora que he decidido habitar para siempre este segundo t0 -
y si no lo hubiera decidido sería lo mismo porque en cuanto Q0 no puedo
habitar ningún otro - tengo toda la comodidad para mirar a mi alrededor y
contemplar segundo en toda su extensión. Aquel abarca a mi derecha un río
negreante de hipopótamos, a mi izquierda la sabana blanconegreante de
cebras y esparcidos en varios puntos del horizonte algunos baobabs
amarillonegreantes de tucanes, cada uno de estos elementos contramarcado
por las posiciones que ocupan respectivamente los hipopótamos H(a)0, H(b)0,
H(c)0, etcétera, las cebras C(a)0, C(b)0, C(c)0, etcétera, los tucanes
T(a)0, T(b)0, T(c)0, etcétera. Aquel comprende además aldeas de caballas y
almacenes de importaciones y exportaciones, plantaciones que ocultan bajo
tierra millares de semillas en momentos diversos de su proceso de
germinación, desiertos interminables con la posición de cada granito de
arena G(a)0, G(b)0... G(n)0 transportado por el viento, ciudades de noche
con ventanas iluminadas y ventanas apagadas, ciudades de día con semáforos
rojos y amarillos y verdes, curvas de la productividad, índices de precios,
cotizaciones de bolsa, propagaciones de enfermedades infecciosas con la
posición de cada uno de los virus, guerras locales con ráfagas de balas
B(a)0, B(b,)0, B(n)0, suspendidas en su trayectoria que quién sabe si
herirán a los enemigos E(a)0, E(b)0, E(n)0 escondidos entre las hojas,
aeroplanos con racimos de bombas que han de, ser soltadas, guerra total
implícita en la situación internacional IS0 que no se sabe en qué momento
se convertirá en guerra total explícita, explosiones de estrellas
supernovas que podrían cambiar radicalmente la configuración de nuestra
galaxia...
Cada segundo es un universo, el segundo que vivo es el segundo en que
habito, the second I live is the second I live in, tengo que habituarme a
pensar mi razonamiento contemporáneamente en todas las lenguas posibles si
quiero vivir extensivamente mi instante-universo. A través de las
combinaciones de todos los datos contemporáneos podré alcanzar un
conocimiento objetivo del instante-universo t0 en toda su extensión
espacial yo incluido, dado que en el interior de t0 yo Q0 no estoy
determinado por mi pasado Q-1 Q-2 Q-3 etcétera sino por el sistema
constituido por todos los tucanes T0, balas B0, virus V0, sin los cuales no
podría establecerse que yo soy Q0. Más aún, dado que ya no me preocupa qué
le ocurrirá a Q1, Q2 Q3 etcétera, no es cosa de que siga adoptando el punto
de vista subjetivo que me ha guiado hasta aquí, puedo identificarme tanto
conmigo como con el león o con el granito de arena o con el índice del
costo de la vida o con el enemigo o con el enemigo del enemigo.
Para hacer esto basta establecer con exactitud las coordenadas de todos
esos puntos y calcular algunas constantes. Podría por ejemplo poner de
relieve todas las componentes de suspensión e incertidumbre que valen tanto
para mí como para el león la flecha las bombas el enemigo y el enemigo del
enemigo, y definir t0 como un momento de suspensión e incertidumbre
universal. Pero esto no me dice todavía nada de sustancial sobre t0 porque
admitiendo que se trata de un momento de todos modos terrible como me
parece ya probado, podría ser tanto un momento terrible en una serie de
momentos de terribilidad creciente como un momento terrible en una serie de
terribilidad decreciente y por lo tanto ilusoria. En otras palabras, esta
firme pero relativa terribilidad de t0 puede asumir valores completamente
diferentes, por cuanto t1, t2, t3 pueden transformar la sustancia de t. de
manera radical, o mejor dicho son los varios t, de Q1, L1, E(a), N(a) los
que tienen el poder de determinar las cualidades fundamentales de t0.
Aquí me parece que las cosas comienzan a complicarse: mi línea de conducta
es encerrarme en t0, y no saber nada de lo que sucede fuera de este
segundo, renunciando a un punto de vista limitadamente personal para vivir
t0 en su global configuración objetiva, pero esta configuración objetiva se
puede captar no desde el interior de t0 sino sólo observándola desde otro
instante-universo, por ejemplo desde t0, o desde t2, y no desde toda su
extensión contemporáneamente sino adoptando decididamente un punto de
vista, el del enemigo o el del enemigo del enemigo, el del león o el de mí
mismo.
Recapitulando: para detenerme en t0 debo establecer una configuración
objetiva de t0; para establecer una configuración objetiva de t0 debo
desplazarme a t1; para desplazarme a t1, debo adoptar una perspectiva
subjetiva cualquiera, por lo tanto da lo mismo que tenga la mía.
Recapitulando una vez más: para detenerme en el tiempo debo moverme con el
tiempo, para llegar a ser objetivo debo mantenerme subjetivo.
Veamos ahora cómo comportarme en la práctica: quedando establecido que yo
como Q0 conservo mi residencia fija en t0, podré entre tanto hacer una
escapada lo más rápida posible a t1, y si no basta, continuar hasta t2 y t3
identificándome provisionalmente con Q1, Q2 y Q3, todo esto naturalmente en
la esperanza de que la serie Q continúe y no sea prematuramente truncada
por las uñas combadas de L1, L2, L3, porque sólo así podré darme cuenta de
cómo se configura mi posición de Q0 en t0, que es la única cosa que debe
importarme.
Pero el peligro que corro es que el contenido de t1, del instante-universo
t1, sea tanto más interesante, tanto más rico que t0 en emociones y
sorpresas no sé si triunfales o ruinosas, que yo esté tentado de dedicarme
todo a t1, dando la espalda a t0, olvidándome de que he pasado a t1, sólo
para informarme mejor sobre t0. Y en esta curiosidad por t1, en este
ilegítimo deseo de conocimiento por un instante-universo que no es el mío,
al querer darme cuenta de si hago realmente un buen negocio permutando mi
estable y segura ciudadanía en t0 por esa porción de novedad que es t1,
puede ofrecerme, podré dar un paso hasta t2, cosa de tener una idea más
objetiva de t1; y ese paso a t2, a su vez...
Si las cosas son así, ahora me doy cuenta de que mi situación no cambiaría
en nada ni siquiera abandonando las hipótesis de las cuales he partido,
esto es, suponiendo que el tiempo no conozca repeticiones y consista en una
serie irreversible de segundos uno diferente del otro, y cada segundo
suceda de una vez para siempre, y que habitarlo en su duración exacta de un
segundo quiera decir habitarlo para siempre, y que t0 me interesa solamente
en función de los t1, t2, t3 que le siguen, con su contenido de vida o de
muerte como consecuencia del movimiento que ha cumplido disparando la
flecha, y del movimiento que ha cumplido el león dando su salto, e incluso
de los otros movimientos que el león y yo haremos en los próximos segundos,
y del miedo que por toda la duración de un interminable segundo me tiene
petrificado, tiene petrificado en vuelo al león y a la flecha a mi vista, y
el segundo, t0 fulmíneo como ha llegado fulmíneamente ahora se dispare en
el segundo sucesivo, y trace sin más dudas la trayectoria del león y de la
flecha.