“No conozco a nadie y todos hablan de mí”
Fantasy, Charly García
Cuando salió para la estación, Mariano Ferreyra pensó que no la iban a tener fácil. Sabía que los de la verde habían estado pegando panfletos contra las movilizaciones de los tercerizados, sabía que cortar las vías del tren iba a implicar un esfuerzo militante importante y que, posiblemente, todo terminaría en una rosca contra la burocracia sindical, esa entelequia siempre tan encarnizada, tan palpable en todos los conflictos en los que venía participando con los trabajadores precarizados del Roca. Pensó en sus amigos, en sus compañeros de militancia de la FUBA, imaginó las conversaciones posteriores, los balances, los planes de lucha. No tenía grandes esperanzas de que sus reivindicaciones fueran reconocidas y satisfechas. Se conformaba, en realidad, con poner en agenda la cuestión, movilizar con los trabajadores, construir unidad y dar algún paso hacia delante. Tuvo hambre y se imaginó que a la tarde podrían ir a comer algo con los compañeros. No pensó en Pedraza ni en Boudou. Se sintió orgulloso de sí mismo, del modo que uno siente que está viviendo la historia de su gente, que está aportando a construir el mundo que desea, aunque no sepa si lo va a ver concretado algún día. Ese razonamiento estúpido que suele acompañar a las utopías, a los deseos más profundos, los más lindos. Esa manía de creer que hacer algo vale la pena, aunque no estemos para vivirlo, disfrutarlo y padecerlo. Un sentimiento vago. A los 23 años, la muerte no resulta familiar. A los 23 años, dar la vida por algo, se parece demasiado a una utopía.
Mariano Ferreyra se convirtió en un nombre significante para millones de personas el 20 de octubre de 2010, cuando su cuerpo agonizante apareció en las pantallas de televisión, en todos los diarios. Mariano Ferreyra es ese pibe de barbita que sonríe a medias a la cámara, de refilón. Es también el que yace con los ojos desorbitados, el que se muere delante de todo un país atónito ante una muerte impronunciable. Desde entonces, las palabras sobre su asesinato se suceden, se confunden. Se pronuncia su muerte. Y sin embargo, queda tanto sin decir. Sobran las acusaciones cruzadas entre el oficialismo, sus compañeros de militancia en el trotskismo, los medios masivos y los representantes la derecha argentina más recalcitrante. La pertenencia política (o no) de la Unión Ferroviaria a la CGT moyanista deviene el centro de la cuestión, si el responsable político de la muerte es Kirchner o Duhalde. Me resulta por lo menos incómodo ver a una periodista que todavía me parece respetable como Sandra Russo haciendo una defensa a ultranza del sindicalismo de la CGT, haciendo el juego al planteo que supone una relación estrecha entre el asesinato de Mariano y el proyecto de participación en las ganancias de Recalde. No, Sandra. El tiro no fue dirigido hacia el gobierno, sino a los trabajadores precarizados, que peleaban por la reincorporación y el pase a planta. El tiro fue hacia todos los trabajadores que desafían a la burocracia sindical. El destinatario del tiro no fue Piumato ni Moyano ni Andrés Rodríguez. Fue Mariano Ferreyra, el pibe de barbita que sonríe a medias a la cámara, de refilón.
¿Interesa si Pedraza forma parte del sindicalismo más afín al gobierno? Sí, interesa. Digamos que sirve, pero no alcanza. Porque, aún siendo negativa la respuesta, los métodos del sindicalismo cegetista, no difieren demasiado. Supongo, para mis adentros, que el brazo izquierdo del kirchnerismo, los que hoy defienden a Moyano para defender al gobierno, quisieran otra alianza política, otro bloque histórico, pero es lo que hay. La realpolitik, la discusión que falta. Lo indecible kirchnerista (como dice Enrique Orozco: “
Por eso, de Vandor y Rucci sólo quedan un par de libros. Moyano es el hijo reo de aquellos burócratas. Una bisagra en la historia, una bisagra para el país. Y si. En los ’70, fue de ultraderecha, en los ’90, estuvo con De Gennaro y el Perro en la calle, en la década que se va con Duhalde y, sobre todo, con Kirchner”. -La re-vuelta de
Crisis es lo mejor que le pasó a la Argentina, en materia de periodismo, en muchos años-). La lógica de poder que es siempre conocida y nunca dicha. El trauma siempre vuelve (en forma de tragedia, parece).
Cuando cayó desplomado, Mariano no pensó en lo que vendría. No pensó que eso que estaba viviendo, su propia muerte, serviría para lograr la reincorporación de los compañeros y el pase a planta permanente. Tampoco pensó que serviría para ganar posiciones políticas o dejar en evidencia la composición política del gobierno y sus aliados, ni que constituiría un punto de confluencia para el campo popular, la unidad del espanto. No sé que habrá pensado, pero en eso no pensó.
La muerte de un compañero no nos sirve para nada.