Parece que la última argucia desplegada para defender a los señores golpistas paraguayos es recubrir el hecho mediante una cortina, lo más espesa posible, de especulaciones conceptuales. Los conceptos que se esgrimen remiten a la naturaleza de los golpes de estado, a las características que tiene que presentar un hecho para ser llamado golpe de estado, a los actores que deben intervenir para que lo acaecido pueda ser llamado golpe de estado. Luego, una vez constatado que en Paraguay los militares no intervinieron, que no hubo asonada, que el presidente Lugo no fue sacado de su casa en camiseta, concluyen alegremente que no hubo golpe alguno.
Y esta afirmación no es inocente.
Detrás de ella se oculta el entramado argumental que podría sustentar cualquier intentona similar y legitimarla. Tal como ocurrió en Honduras, en donde la falta de pronunciamiento y la tibieza en la condena al golpe dio por resultado la consolidación del régimen de Lobo y sus promotores.
Los golpistas latinoamericanos han aprendido la lección que el pasado reciente estampó en sus frentes manchadas de sangre: no existe consenso para que asalten el poder por las armas. La historia reciente ha sellado ese camino que no conseguiría ningún apoyo, ni siquiera de los más ultramontanos. Por tanto, la estrategia es otra. Ahora el poder puede ser tomado mediante la manipulación de los mecanismos institucionales, forzando su interpretación de forma tal que el golpe quedé subsumido bajo un manto de supuesta institucionalidad.
Esta nueva estrategia es conocida por los que se empeñan en señalar que en Paraguay no hubo Golpe de Estado. Saben que de esa forma habilitan un mecanismo que cobra fuerza. Lo saben y hacen como el mítico perro que volteó la olla. Hablan mirando para otro lado, con absoluta conciencia del doblez de sus argumentos.
Además, como corolario, defienden la no intervención en "los asuntos internos de Paraguay" diciendo que, dada nuestra aparente debilidad y corrupción institucional, no podemos darle lecciones a nadie sobre institucionalidad. Mediante este sofisma pretender transformar la postura de los países que condenaron el hecho, Argentina entre ellos, que pertenece al terreno del derecho internacional en una situación ética, ética cristiana para más datos (el que esté libre de pecado que arroje la primera piedra, es el sustento moral de su postura).
De ninguna manera: los pactos firmados, la voluntad objetivada en los organismos correspondientes por los países que han expresado su rechazo al golpe de estado pertenece a un plano absolutamente distinto que supera la situación interna de cada país, es una voluntad pactada con anterioridad y que actúa en consecuencia. Por eso, cuando la institucionalidad de un país firmante se encuentra en cuestión, el resto de los acordantes se pronuncia, dado que la situación de ese país afecta al bloque en su conjunto.
Tal actividad no proviene de una ética particular (sea ésta cual fuere) sino, y abusando del término, de una ética colectiva manifestada en documentos refrendados por los países del bloque.
También en éstos argumentos hay una manifiesta mala intención. Aislar la situación paraguaya calificándola como una situación de política interna en la que nadie tiene derecho a intervenir.
Por otro lado, nadie piensa invadir Paraguay para restituir a Lugo. Pero sí los países del Mercosur y de la UNASUR pueden actuar para que la institucionalidad, claramente lesionada, sea restaurada.
Asi que, señores encubridores, a otro perro con esas excusas.