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Vamos a apartarnos por unos breves minutos de las preocupaciones trascendentales de este Blog, o sea, nuestros esfuerzos fraudulentos para conseguir fortunas malhabidas, placeres mundanos y una provisión infinita de cerveza con manices.
Dejaremos tan nobles tareas para ocuparnos de un tema vecinal, municipal acaso.
Resulta ser que ahí en donde vivo la gente tiene mucho miedo del Cuco. Por eso, para prevenirse del Cuco han contratado guardias de seguridad, los famosos vigiladores. A lo largo de la calle en donde se ubica mi fastuosa mansión hay tres de esas simpáticas garitas desde donde los cancerberos observan, mejor dicho, nos observan. Porque todos somos sospechosos hasta demostrar lo contrario. Por supuesto.
Pero no conformes con semejante despliegue, los vecinos (que siguen asustados pese a lo antedicho) buscaron los servicios de otros guardias que se pasean por el barrio montados en un añejo VW 1500, cuyo color y modelo son inciertos.
Esto no sería un problema, dado que, auto más auto menos, que le hace una mancha más al Dálmata, o un vehículo más al pavimento.
¿Entonces de qué me quejo?
¡Aquí está el asunto!: los señores del VW indican a los que han abonado el emolumento correspondiente que están al acecho ¡haciendo sonar una simpatica sirena policial!
Los señores vigilantes encienden el adminículo al pasar frente a cada hogar aportante por unos segundos, dejando constancia así de su presencia atenta en esas calles salvajes en donde señoras pasean perritos falderos mientras conversan con otras señoras, tan peligrosas como las anteriores.
Tal procedimiento apenas sería una anécdota si el mismo se registrara durante el día o en las primeras horas del atarceder. Pero resulta que la sirena sigue sonando ¡toda la noche! dado que el VW recorre el barrio sin parar durante la madrugada, perseverando en su denodada labor hasta las primeras luces de la mañana. Ahí, cuando todo el mundo se levantó y unta el pan tostado con manteca y dulce, la sirena calla.
Cuando uno ya está consumido por el insomnio y los nervios que lo asaltan cada vez que el insoportable sonido repica en la quietud de la noche, luego de los insultos en cuatro idiomas a los vecinos ubicados a un lado y otro de mi humilde hogar (abonados a la sirenita), después de las ciento veinte mil vueltas que di en la cama sin poder reconciliarme con Morfeo, que la porquería ésa deje de sonar ya no importa. No interesa. Perdete el silencio en la oreja.
Salgo a la calle a ganarme el pan con el sudor de mi palma, con la mirada perdida, desencajada, portando las ojeras propias de un vampiro sin glamour. La gente me observa conjeturando que soy un hombre de vida disoluta. Pero no señores. Es la maldita sirena que no me deja dormir.
Un día, en plena madrugada, asumiré la condición del vengador. Inspirado por "El Rectificador" saltaré sobre el desvencijado VW, munido con un martillo de proporciones considerables, y convertiré el maldito objeto sonoro en una mezcla de plástico, metal y cobre.
Será justicia.