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Cada mañana, luego de las abluciones matinales, en el momento en que clavo el USB en la realidad, junto con la bronca y la rabia a grito pelado (que como saben varios de los que me sufren hace que por ejemplo recupere el ademán infantil que remeda a un cowboy y le apunte a la pantalla acompañando el asunto con un sonoro ¡pum!) me inunda otro sentimiento (cuando lean esta palabra estaciónenla lejos de las güevadas de Stamateas, Coelho, el Sri Sri Ravi Shankar, Odolito y tantos otros cretinos que asolan la conciencia y el pensamiento débil). Un profundo sentimiento de vergüenza. Es ésa sensación la que termina doblegando al resto. Vergüenza. Una extendida y unánime vergüenza.
Vergüenza porque en cuatro meses aquel país que con todos los problemas, errores, aciertos y desaciertos, empujábamos en dirección a la dignidad -que consiste en una mezcla equilibrada entre soberanía política, independencia económica y autonomía cultural- se convirtió en una republiqueta bananera, en un país gobernado por un dictadorzuelo remendado e intelectualmente insolvente llamado Costa Pobre (gracias Olmedo).
Sin pudor los que ahora fungen como gobierno nos pusieron a todos en el plató de la entrega, la dependencia y la genuflexión militante. Abjuraron de todo orgullo, si es que alguna vez lo tuvieron, y regalaron lo conseguido hasta ahora proclamando que esto era lo que había que hacer para volver al "mundo". Claro, dije yo mismo a mi oído, es lo que hicieron los países del primer idem cada vez que quisieron volver a sí mismos. Se agacharon servilmente ¿no? No.
No existe ningún estado, ningún país, que, rifando los resortes de su economía haya llegado a alguna parte como no sea un 2001.
Por eso la vergüenza, pero aumentada, multiplicada exponencialmente, por la primera entrega, la que protagonizaron los votantes del PRO. Porque de esa primera genuflexión provino la segunda. Y se lo vamos a recordar hasta el día de su extramaunción: son responsables, corresponables si querés algo de piedad (no culpables, que es otra cosa).
Vergüenza.
Aquella vergüenza que inventaron los cacerolos cuando decían con prosopopeya de cipayo provinciano: "¡qué van a pensar de nosotros en el mundo!". Ese mismo sentimiento que ahora me inunda cuando intento comprender que estamos gobernados por un presidente que tiene cuentas offshore, que es director de empresas offshore, que tiene una decena de empresas offshore en manos de parientes y entenados, que el gabinete cuenta con un prontuario que haría palidecer al petiso orejudo y que por ejemplo tiene de embajador a Miguel del Sel en Panamá, a Lousteau en EE.UU. (un timbero del dólar futuro), en el Banco Central a un procesado por un choreo masivo, en el ministerio de economía a un señor que armó un mecanismo para fugar guita, etc. Todo estas hazañas hacen que en ese famoso mundo se caguen de risa de Argentina, cosa que antes no pasaba. Más que nada porque discutíamos sin cortapisas los privilegios de los poderosos. Ahora nos agacharon para que besemos los pasos que da Singer. Y el ministro de economía festeja.
Vergüenza inmensa cuando los "medios serios", aquellos que dibujaron supuestos ataques a la prensa, silencian voces, bloquean opiniones, censuran imágenes. Vergüenza cuando nos cuentan que el desempleo es una sensación térmica, que las inundaciones son un desborde cloacal, que los muertos en Costa Salguero son una fatalidad.
Vergüenza.
Vergüenza cuando discuto o escucho discutir a los defensores de Macri que también intentan tapar el sol con la nalga derecha, cagándose redondamente en el que se queda sin laburo y sin futuro.
Vergüenza porque creen que dignidad es santificar su indignación de ciudadano decente. Vergüenza porque creen que la glorificación del egoismo es decencia. Vergüenza porque creen que el egoismo militante es una forma de construir una sociedad. Vergüenza porque colocan la culpa en otro lado, y en ese sentido son los mejores representantes del PRO que hace lo mismo pero a nivel institucional: echarle la culpa a cualquiera para no reconocer la inoperancia y estulticia de sus actos.
Vergüenza por el odio militante que despliegan en sus vidas chiquitas y perimidas. Odio que es el fundamento de sus elecciones políticas.
Vergüenza por el racismo que ocultan bajo un manto de dudosos buenos modales.
Vergüenza porque en el fondo sostienen que los únicos con derecho a vivir son ellos y todo el resto que se joda. Porque el "agarrá la pala" es una frase que oculta la justificación de un genocidio.
Vergüenza.
Es eso lo que impregna todos los rincones y desborda de esas caras aún rozagantes que eyaculan el sonsonete: "-Negros de mierda".
Vergüenza.
Vergüenza que parecen no sentir. Vergüenza que parecen ocultar. Por eso mismo: vergüenza.
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