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Resulta ser que vengo de un hogar marcádamente antiperonista. En donde la palabra "
peronista" es casi un insulto. "
Gorilas" sería una descripción bastante acertada. De ese núcleo primario fui el primer hereje volviéndome "
zurdito" a poco de andar las lecturas políticas (de acuerdo a la
petición de principio de Churchill "
Quien a los 20 años no sea revolucionario no tiene corazón, y quien a los 40 lo siga siendo, no tiene cabeza", yo no tengo cerebro alguno, quevachaché). Me encontré con el barbudo a poco de andar y le entré a
El Capital desde mocoso insolente.
Al barbudo y a tantos. Tipos que me permitieron entender, comprender, abrir los ojos como
en aquella escena antológica de Matrix: yo tomé la pastilla roja (nunca mejor dicho) y me di cuenta de lo profundo del hoyo. A partir de ahí,
of course, nada volvió a ser lo mismo.
Comprendiendo la potencia que encerraba la sospecha (que como forma de aproximarme al conocimiento ya tenía en el marulo, aunque en
versión Beta) me dispuse a deconstruir el orbe y planetas aledaños, provisto de herramientas más bien rudimentarias y poco sofisticadas.
No hay que ser muy piola para darse cuenta que esta elección me consiguió una nada despreciable cantidad de conflictos. Porque si hay algo que a los que prefieren la pastilla azul les jode y les molesta es que le digas que ellos optan por la pastilla azul. Y por más que ellos crean que la pastilla azul es lo más mejor, al menos está la pastilla roja y no tendrías que tener una mirada tan absoluta y omnipotente porque está la pastilla roja.
Por lo cual anduve arrastrando las patas durante mucho tiempo, arando en tierra seca, nadando en dulce de leche. Intentando escapar de ese asuntito que a veces nos anega a los que tomamos la pastilla roja (que no deja de ser una pastilla y cómo mierda no me di cuenta antes, la puta madre si es tan obvio): la tentación de pararnos arriba de un banquito a lo Julieta Lanteri (pero sin su legitimidad) y ponernos dedo en mano a arengar a las multitudes que, con toda razón, pasan por el costado ignorándonos en nuestra prosopopeya iluminada.
Tarda uno un poco más en darse cuenta de que nadie habla en nombre de nadie. Que no puedo pretender semejante cosa, porque, ahí nomás te digo, yo no soy la subjetividad del otro. El otro, a lo sumo, estará de acuerdo con algunas cosas que digo, incluso ciertos matices, pero pará de contar. La identificación punto a punto, la identidad completa no existe. Por suerte.
Entonces, de la experiencia descripta torpemente provienen mis votos a lo largo de mi vida de votante. De toda mi sarta de elecciones tengo que arrepentirme solamente de una: voté a Frenando de la Duda. Así, sin pensarlo. Lo voté por cansancio de Carlos Saúl I, rey de las pampas chatas. Voto bronca ponele. Voto pelotudo, ponele. ¿Las razones? Bueno,
están a la vista. Muy a la vista y cada vez que tengo que enfrentar el cuarto oscuro las recuerdo para no volver a meter la gamba. Porque me siento responsable (no puede ser de otra manera) de aquel voto. Y aunque me digan que fueron muchos los que pensaron como yo (mal de muchos consuelo de salames) eso no me quita ni un ápice de responsabilidad por él.
Excepto esa vez, nunca voté sin analizar mi voto, nunca voté por obediencia debida, nunca voté para salvaguardar la verticalidad. Nunca voté pensando en ganar como si fuera un campeonato del mundo de algo. Cuando mi voto fue a dar a un ganador, esa fue una circunstancia ad hoc. Yo había elegido lo que voté pensando y repensando las alternativas que esa elección lanzaría en dirección al futuro (voto como proyecto, sartreano, digamos)
Y dada aquella equivocación aliancista, sigo haciendo lo mismo.
Por eso, viniendo desde un hogar antiperonista, voté al FPV. Porque elegí, porque opté, a partir de pensar y repensar mi voto. Por eso me sobrepuse a los prejuicios que uno cree no tener y apoyé al FPV. Lo voté porque me parecía la mejor alternativa, no porque fuera a ganar.
Nunca dejé de ser zurdito (dicho esto cariñosamente para aquellos que creen que ese adjetivo es un insulto), lo soy (pero de una vertiente, si vale la ironía, marxista). Nunca dejé de ser progresista (siendo esto último un tema espinoso que mejor dejamos para otro día). No pienso abandonar las convicciones en la puerta del cuarto oscuro.
Por eso, cuando escucho
a tipos como Brienza que medio escupen de costado cuando nombran a cosos que se parecen a mi y me reclaman un verticalismo por la ortodoxia porque "
lo importante es ganar" yo reculo. Porque apoyo al FPV por el proyecto que lleva adelante y quisiera elegir a un tipo que continúe con lo que se está haciendo y lo mejore. Y si me dicen que lo importante es ganar, y que para ganar quizás tenga que votar a Scioli, que si no lo hago así no entiendo nada de peronismo ni de nada, yo te digo que no, gracias.
Yo apoyo al FPV porque analizo que es la mejor opción, que hace cosas que se parecen a las que yo espero y considero necesarias para, en el marco de este tipo de democracia, nos aproximemos ni que sea un poco, a una sociedad más igualitaria. Apoyo gramscianamente estratégico, diría yo.
Siguiendo el camino que me llevó a apoyar al FPV, considero, fundado en las evidencias que no dejo de amontonar, que Daniel Scioli no está dispuesto a continuar con la impronta del proyecto. Por todos lados el tipo se encarga de informar que él, aunque proviene del FPV, es una instancia superadora hacia el diálogo y el consenso y esas cosas. Cosas con las que yo no acuerdo (no quiero, por ejemplo, que consensúe con el Departamento de Estado qué políticas va a aplicar durante su hipotético gobierno). Por eso, no estoy dipuesto a votarlo. Decirme que tengo que elegirlo por una supuesta disciplina de los que apoyamos al FPV es una pavada. Si yo fuera un verticalista a ultranza debería votar candidatos antiperonistas o de la izquierda ortodoxa y nostálgica que hemos sabido conseguir. No hago ni lo uno ni lo otro dado que no me sirven las apelaciones a la ortodoxia, mucho menos las de un movimiento al que, por "progre" no "comprendo".
Dado que algo logré entender de peronismo es que voté al FPV. Y porque trataré de ser fiel a lo que considero son mis ideas: si el candidato es Scioli, no lo votaré. Porque, ay Tutatis, traicionaría mis principios, como lo hice al votar a Mermando de la Duda. Y no pienso cargar con ese error, ya suficiente tengo con el otro.
Por otro lado, nadie me va a extrañar. Al fin y al cabo el ortodoxo siempre cree que se basta a sí mismo. Que el otro al que le reclama comprensión es apenas un accesorio electoral. A lo sumo.
Seguiré siendo el progresista siome, el que no sabe nada de peronismo, el que no entiende que lo importante es ganar (forma es contenido), etc. Seré, como ya soy, blanco de las invectivas de los que largan el "zurdito" entre dientes y le tienen cierto asco al que tiene la mala suerte de pertenecer, aunque sea de prestado, al mundo intelectual. Me importa un comino. Como dice Brienza, no me interesa la corrección política.
Si he llegado hasta aquí sin la ayuda de un cerebro (Churchill dixit) puedo seguir adelante sin su auxilio. Decime maximalista. Quizás.
¿Qué es eso de que no me gusta Elvis? Bueno, yo no te puedo explicar todo.