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miércoles, 20 de mayo de 2015

LO QUE ES LA MORAL CHE

Rabolini lloró en cámara porque le dijeron que Randazzo le había llamado "manco" a Scioli (cosa que no fue así, porque las cosas más bravas que dice Randazzo de Scioli son otras y las dice desde hace mucho tiempo atrás y a nadie se le mueve un pelo hasta que les salta el humanista indignado que todos los Fantinos llevan dentro y tenemos un tole-tole a la medida de Clarín), pero no se le movió la pintura de las uñas ni un poco cuando el imitador de su esposo le tocó el culo en cámara en el programa de Tinelli, con lo que se colocó como mujer y esposa de un funcionario en un lugar más que de mierda.
Lo que es la moral che.
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Por otro lado, lo de Fantino es al menos deplorable. Porque a la hora en que entrevistó a la Llorona lo dicho por Randazzo había sido desmentido varias veces y con solo ver el video podría haber comprobado que era un pedazo de operación. Pero no, optó por levantar lo que decía Clarín y se lo tiró a la cara a la Doña sin previo aviso, buscando lograr el efecto que causó. Y Ámbito Financiero no es mejor porque repite lo que dice Clarín en esencia y sigue construyendo la misma idea, más que nada porque la mofa no existió. Repito, basta ver el video del asunto para comprobarlo. Pero ¿quién se va a tomar el trabajo no?
Eso sí, estamos llenos de sensiblería políticamente correcta. Cuando Scioli se reune con la resaca neoliberal o cuando Randazzo le señala a Scioli que es un liberal en el closet Karina no llora, porque, calculo, eso no le parece ofensivo. Cuando Scioli organiza un simposio en donde aparece un tipo muy suelto de cuerpo a criticar la política económica del gobierno o su principal asesor en materia económica es el gemelo no declarado de Alvaro Vargas Alsogaray, ahí nadie pone el grito en el cielo ni se desgarra las vestiduras.
Basta que digan que es manco, incluso cuando no fue dicho, para que todas las almas sensibles argentinas se indignen. No hemos aprendido nada. Ni un poco.

miércoles, 15 de agosto de 2012

CON EL CULO NO

La tocada de culo cotidiana, permanente, persistente, es algo a lo que uno no debe acostumbrarse, porque en ese caso, la naturalizaría y sería más complicado entender que no está bien que te vivan metiendo el dedo en el tujes.
Y cuando digo ésto pienso en toda la multitud de a pata que viaja en el tren, en subte, en colectivo, que apenas llega a fin de mes, que intenta con la mejor buena voluntad apoyar un rumbo que promete mejorarle la vida en algún momento. Tan escasos estamos de esperanza que ni siquiera tenemos plazos perentorios. Esa multitud es la que experimenta la tocada de culo.
Si uno lo piensa, esa multitud, el famoso colectivo electoral que se objetiva en un caudal de votos, tiene el culo al alcance de la mano. Excepto en ese momento, el del voto, momento acotado, escaso, perceptible a nivel estadístico, la multitud tiene un tujes vulnerable. El que mete el dedo sabe que la memoria colectiva tiene baches que son fácilmente explotables y apuesta a que el olvido sobrevenga de la mano de algún paliativo momentáneo, tan efímero como el instante del voto.
Y si se enojan los podemos acusar de terroristas, resentidos, zurdos, utopistas, etc. y darles duro en la cabeza para completar el camino de Kundalini.
Esa multitud, que no es el hombre masa como decía el monárquico Ortega y Gasset sino el hombre apaleado, convertido en masa a fuerza de garrotazos, de los reales y de los otros que duelen tanto como los anteriores, es infinitamente vulnerable. A cada individuo de esa multitud se lo puede someter a presiones indecibles con la confianza de que no reaccionará. Para que reaccione deberá aclararse el agua del Río de La Plata. Se sabe que esa multitud identifica con poca eficacia al culpable de sus endechas, que no puede señalar con certeza a los responsables del quilombo que le aqueja. Entonces, el metedor de dedo habilidoso, transforma ese dolor, esa angustia informe en indignación. Indignación que es un sentimiento superficial, que se verifica sobre la piel y que, una vez vaciada en algún objeto de odio, se diluye sin mayores costos políticos.
Y continúa con la tocada de culo.
Desplazado el objetivo del enojo, él puede arrellanarse en su cómodo sillón y disfrutar de la impunidad que lo cobija.
Por supuesto, el culo del poderoso es más sensible. Por eso a ése no se le toca o, si eso va a ocurrir, le avisan con anticipación para que no se enoje demasiado. Es más, le ofrecen culos alternativos para que se rompan antes del suyo. Solo en última instancia le meten, tímidamente, el dedo ahí donde la espalda pierde su buen nombre.
Y al hacerlo, los tipos tiemblan, tienen pánico a la reacción del culo poderoso.
Por eso, la mayoría de las veces prefieren tocarle el culo a la multitud y dejar las asentaderas privilegiadas a salvo de cualquier percance.
Me encantaría decir que alguna vez nos cansaremos de la tocada de culo. No lo sé. Tanto tiempo hemos tenido el dedo metido sin decir este agujero es mío que ya no tengo la confianza de antaño.