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Hoy. 11 de diciembre, hace una calor de recontralocos. La canícula aprieta que da calambre. En una situación similar, el año pasado, uno salía a la calle a hacer las compras y escuchaba el ronquido sordo de los miles de aires acondicionados que engalanan las casas de la clase media (y no tan media) que pudo acceder a esa comodidad e incluso usarla sin remordimientos.
Pero hoy ese sonido no existe. Están los aires ahí donde estaban, orgullosos y bien conectados. Pero muy pocos encendidos. Se aprecian ventanas abiertas y cortinas meciéndose al ritmo de esta mierda de viento norte y algún que otro ventilador que agita el aire. Pero los aires acondicionados son testigos mudos de la ola de calor.
Con alerta amarillo, la clase media conciente de que le van a romper el culo con los aumentos en la electricidad, desiste del aire acondicionado. ¿Sabían lo que iba a pasar o se dieron cuenta ahora? Es la pregunta del millón de decadracmas ¿no?
Si lo sabían se suicidaron pensando en ¿la resurrección, la reencarnación?
Si no lo sabían, bueno, para qué abundar.
Ahora no hago futurología, simplemente esbozo un aguafuerte.
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