El desprevenido puede creer que este asunto de que Lali Espósito fuera la "gran figura de los premios Gardel" es apenas una anécdota. Total, a quién carajo le importa.
Bueno che, lamento deciros que la cosa es más compleja de lo que parece. Pero no seré yo quién les arrime letra para pensar. Lo dejaré a Don Pierre Bourdieu que la sabe lunga.
¿Vieron ese lugar común que indica "sobre gustos no hay nada escrito"? Bueno, es mentira. Claro que hay y mucho. Entre lo mucho está el tremendo libro La Distinción, criterios y bases sociales del gusto. Esa frasecita de que no hay nada escrito esconde la necesidad de clausurar cualquier análisis sistemático del gusto, más que nada porque en ese tópico se libra la famosa batalla cultural. La batalla por la sensibilidad, que es también la pelea por la reconstrucción del sentido común de las clases subalternas, lo que es lo mismo que poner en evidencia el dispositivo que recubre la propia sensibilidad estética con la taxonomía cultural de las clases dominantes. Vaya si hay mucho que pensar sobre el gusto.
Para comprender por ejemplo, porqué un disco de boleros de Luis Miguel no es un producto inocente de la industria cultural o porqué Cortázar es popular pero no masivo.
Les dejo una excelente reseña del libro de Pierre a manos de David Orta González y el libro mismo para leer de ojito, sin poner un mango. No le saquen el culo a la lectura de Bourdieu, vale la pena en todos los casos.
...
"Consumo, ocio, arte… todos estos niveles
de interacción de la vida cotidiana, se explican por una cosa muy obvia
aunque no por ello insignificante, a saber, el gusto. El gusto limita
nuestras preferencias, nuestras actitudes, ideas, acciones, pero, ¿qué
es lo que limita y da forma a nuestro gusto?. En principio podríamos
señalar que el gusto pertenece a un orden abstracto que conforma
nuestros criterios y disposiciones hacia las cosas, y que en este orden,
se definen las relaciones diferentes e incluso antagónicas con la
cultura, según las condiciones en que hemos adquirido nuestro capital
cultural y los mercados en los que podemos obtener de él, un mayor
provecho (p.10). Este orden al que Bourdieu hace referencia no es otro
que el habitus.
El habitus es a la vez el principio
generador de prácticas objetivamente enclasables y el sistema de
enclasamiento de estas prácticas (p.169). Es decir, es el conjunto de
prácticas generadas por las condiciones de vida de los grupos sociales
así como la forma en la que éstas prácticas vislumbran una relación
concreta con la estructura social, esto es, el “espacio de los estilos
de vida” (p.477). Estos estilos de vida, son aquellos productos del
habitus que devienen en sistemas socialmente clasificados. Es decir, se
puede observar como aquellas prácticas cotidianas que conforman un
estilo de vida se corresponden con un habitus determinado (de clase
alta, de pequeña burguesía, etc.).
...
Bourdieu propone una diferenciación de
clases atendiendo no únicamente a las propiedades o a las relaciones de
producción sino a la manera en que estas propiedades en relación
conforman un habitus de clase determinado y cómo éste se sostiene con
las prácticas de las que es producto. De una manera concreta, el habitus
depende de las relaciones que existen en un individuo / grupo entre el
capital económico y el capital cultural. Bourdieu propone una
diferenciación de los habitus en función de la clase social,
encontrándose en cada una, una multiplicidad de matices al modelo
general.
Las diferentes especies de capital cuya posesión define la
pertenencia a una clase y cuya distribución determina la posición en las
relaciones de fuerza constitutivas del campo de poder y, al mismo
tiempo, las estrategias que pueden adoptarse en esas luchas son
simultáneamente unos instrumentos de poder, desigualmente poderosos en
realidad y desigualmente reconocidos como principios de autoridad o
signos de distinción legítimos (p. 317).
El sentido de la distinción, se basa en
la búsqueda del máximo de “rentabilidad cultural” (p.267). Esta
rentabilidad se maximiza mediante el establecimiento de una relación
próxima con la cultura legítima y se encuentra representada por la clase
dominante. Es precisamente esta proximidad la que provoca una relación
cotidiana y por tanto despreocupada con actos como ir al teatro,
conciertos de música clásica contemporánea etc. Esta clase social se
encuentra en el mapa social donde se intersecciona una gran cantidad de
capital económico con una no menos importante de capital cultural. Suele
identificarse esta clase social por el hecho de recurrir frecuentemente
en aquel tipo de ocio y consumo propios de “la clase ociosa” de Veblen,
a saber, el ocio y consumo ostensible. Este tipo de actividades suponen
una importante inversión en capital social y cultural por parte de este
tipo de clases, y por tanto, proporcionan elementos distintivos de
habitus que reproducen la cultura legítima en contraposición a otros
habitus de clase. Es la clase dominante la que quiere poseer y posee la
“cultura legítima” (p.280) y esto es lo que les confiere el más alto
grado de habitus distinguido.
Por su parte, la pequeña burguesía puede
ser caracterizada por su buena voluntad cultural. Esta es entendida
como la distancia que se produce entre el conocimiento y el
reconocimiento. Es decir, el pequeño burgués venera la cultura
dominante, reconoce su valor como fuente de distinción social pero no
participa de una relación estrecha con ella. Con asiduidad, la distancia
entre el conocimiento y el reconocimiento, evidencia su falta de
proximidad con la cultura legítima con lo que quedaría demostrada su
alodoxia cultural. Este concepto recoge todos aquellos errores de
identificación de la cultura legítima en las que se pone de manifiesto
esta distancia. La cultura pequeñoburguesa genera una serie de
subproductos de la cultura legítima que, por decirlo brevemente, son más
baratos y producen el mismo efecto. El jazz en contraposición a la
ópera (aunque últimamente, y según de que tipos de jazz hablemos, se
puede considerar como gusto propio de cultura legítima), la divulgación
en lugar de la ciencia… Es la pequeña burguesía la que juega un papel
más serio en relación a la cultura dominante, ya que poseerla es el fin
que pretenden conseguir y con ello alcanzar mayores cotas de distinción
social, pero, al contrario de la gran burguesía no pueden permitirse una
relación distendida con la cultura pues no existe una familiaridad
tradicionalmente adquirida. Es por esta razón, por la que las
expectativas se centran en el sistema educativo como fuente de provisión
de esta relación y delegan, por tanto, en muchos casos la satisfacción
cultural que no pueden conseguir en el presente en sucesivas
generaciones que puedan cumplir el deseo de ascensión (y distinción)
social. Por razones de espacio, no entraré aquí en los matices y
diferenciaciones que existen en el seno de cada clase social.
Por su parte, el habitus de clase obrera
se define por la elección de lo necesario. Es decir, se trata de la
“necesidad hecha virtud”. Podemos advertir, aquí, cómo la cómo el
habitus de clase puede desligarse de las condiciones de vida de la que
es producto, de manera que aunque, los recursos materiales de los que
dispongan aumenten notablemente, las prácticas estarán condicionadas por
esta elección de lo útil, de lo funcional, de lo que, en definitiva
“está hecho para ellos”. Las elecciones en materia cultural de esta
clase social se justifican, entonces, en aquellas prácticas que
consuetudinariamente se han establecido como propias de la gente de esa
clase. De ahí viene la norma del principio de conformidad, que tiene su
explicación en el sentido de que se trata de una llamada de atención a
la gente de clases populares que tiende a revestirse de acciones propias
del habitus pequeñoburgués. Viven en un “universo cerrado” (p.388) en
el que las acciones sirven como refuerzo de la tradición y a su vez como
negación de la vanguardia, que, en muchos casos es percibida como un
ataque frontal contra el orden tradicional de “sus” cosas y efecto de
las prácticas destructoras del propio grupo.
Estos tres modelos de la realidad en la
que se divide el habitus son el ejemplo perfecto de cómo hasta los
detalles más inadvertidos, que se producen en la interacción social, en
cualquier ámbito, responden, sin duda a un orden propio de cada clase
que es percibido como el “natural” en el seno de la misma. El
revestimiento de sentido común de estas prácticas y elecciones dota al
habitus del grupo de una consistencia muy difícil de transgredir.
Asimismo, sugiere una jerarquización enclasante de habitus que es
inconscientemente asumido como estructura mental en los diferentes
grupos sociales y que, nuevamente, aparece como lo natural, lo obvio o
incluso lo deseable."
...
¿Cachai?
Por eso, no hay Romeo Santos inocente.
6 comentarios:
Sí, entiendo a lo que va con la falta de inocencia, con presentar algo como natural cuando está dirigido a producir un cierto efecto.
Pero creo que el análisis de Bourdieu en ciertos aspectos quedó obsoleto después del neoliberalismo. Hasta entonces, la clase dominante pretendía distinguirse por poderse comprar o incluso producir cierta cultura. Pero después de eso, en mi modesto y pedestre análisis, me parece que pasó a distinguirse por la capacidad de consumo, y ya no importa tanto el nivel de "complejidad" o "distinción" sino el nivel de "ostentación" de la capacidad de consumo.
No se si se entiende lo que quiero decir. El millonario culto y refinado que va a la ópera, es mecenas de intelectuales y artistas más pobretones y se ríe de los nuevos ricos que se construyen una mansión dorada, con lujos estridentes, pareciera no existir o por lo menos, ya no nos lo venden como el epítome de la cultura.
Corrió mucha pizza con champán y cumbia por debajo del puente.
Carolina:
Por el contrario, yo creo que el capitalismo en fase superior (imperialismo diría Lenin, neoliberalismo decimos nosotros) agudizó las diferencias.
Me remito a un ejemplo que nos asaltó hace bastante poco, como para dar cuenta de mi impresión:
http://grupoexpertosentodo.blogspot.com.ar/2015/04/cultura-para-pocos.html
Sí, en ese caso de Argerich, puede ser, pero en las grandes ciudades se puede ir a ver "música culta" gratis o por muy poco dinero (estoy pensando en el gallinero en el Colón) o en el Teatro Argentino de La Plata, suele haber ciclos gratuitos.
Lo que digo es que la cultura como valor de refinación y complejidad intelectual ya no parece ser algo que los ricos quieran comprar. Es una sensación, la verdad, me faltaría leer algo que se haya escrito últimamente, porque no voy a poder codearme con las altas esferas para ver qué consumen, je.
En una de ésas, el cambio "cultural" es una cuestión de domicilio, antes la "cultura" venía de París y ahora viene de - y es - Miami, y Disney World, no?
Carolina:
Ahí tenemos que hacer una diferencia y traigo a colación un concepto que le escuché, creo, a Tenti Fanfani: la diversidad cultural contiene no solo los objetos de cultura, sino además, los sujetos de cultura. O sea, para desarrollar el sentido estético, complejizarlo (no hay que decir aqui que complejizar el sentido estético es complejizar el pensamiento) hay que desarrollar al sujeto, entregarle las herramientas que le permitan desplegar su sensibilidad en una experiencia estética de mayor valor simbólico. Por tanto, que exista una oferta de bienes culturales complejos es una de las patas de la ecuación, luego hace falta que el sujeto esté en condiciones de enfrentarse a esa experiencia que necesita una igualación en complejidad creciente (si me permite el contrasentido).
A eso segundo es que le tiene un miedo pavor pánico la clase alta (la clase alta en serio, no el medio pelo o el pobre resucitado nuevo rico). Eso es lo que guarda bajo ocho llaves, la formación que permite desplegar un pensamiento autónomo.
Algo así.
Ram:
De allá viene la que nos quieren hacer manyar con tanto grammy latino y otras delicias
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