martes, 28 de mayo de 2013

USEMOS LA IMAGINACIÓN

Dado el editorial del diario La Nación del lunes 27 de mayo de 2013, vamos a tomarnos la atribución, en este blog plagado de gente mal pensada, de imaginar un editorial de ese diario, en la fecha a la que alude, mayo de 1933. Forzaremos un poco el escenario, aviso, para que nadie se sorprenda de lo que viene a continuación.
A por él.
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LA FIRMEZA NECESARIA
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Hay dos aspectos distintos que combaten cuerpo a cuerpo en el ámbito de la política: los altos ideales que comporta un proyecto político y la lucha cotidiana para que esos ideales se traduzcan en hechos concretos. En este segundo sentido hablamos del barro de la política: allí tienen lugar alianzas, presiones, estrategias parlamentarias, negociaciones, etc. En ese campo de batalla hay que ensuciarse las manos, allí el trabajo no siempre es grato y la mayoría de las veces, nadie está dispuesto a reconocer los esfuerzos que se realizan casi en la sombra.
Algo de eso ha tenido lugar en Alemania. Alemania vio caer un imperio y sufrio en carne propia la lucha de diversas facciones políticas que se disputaban los despojos de un país destruido por la guerra. Los sueños de colectivismo, las inoperantes utopías socialistas, la tibieza socialdemócrata, la violencia espartaquista y sobre todo, la ausencia de una mano firme que pudiera reencauzar el rumbo (hundiendo los piés en el barro, ensuciándose para hacer el trabajo necesario) habían llevado a Alemania al caos. 
La inflación desenfrenada y el desempleo creciente minaron la confianza de la población que no encontraba en sus políticos la respuesta a sus pesares.
En ese marco apareció Adolf Hitler. Dueño de una personalidad arrolladora, propuso a los alemanes un programa con objetivos claros y concretos. Y luchó para llegar a la posición de poder que le permitiera llevar adelante esos objetivos. Claro que en el camino, como en el barro de la política, no siempre se cuidaron las formas. Pero las situaciones de excepción requieren medidas de excepción y estadistas dispuestos a llevarlas adelante. Hitler se hizo cargo de esa misión histórica.
Logró domar a las fuerzas que amenazaban con destruir la nación. Comprendió que, a pesar de las críticas, no era momento para largas deliberaciones, demoras u obstáculos parlamentarios. Controló el Reichstag usando con habilidad un juego de alianzas que le proporcionó las herramientas necesarias para modificar el ominoso presente de Alemania.
No hubo tiempo ni espacio para sutilezas doctrinarias. La palabra que puede resumir el camino recorrido por Hitler es lucha. Denodadas batallas que fue ganando en la certeza de que era él, el único capaz de cambiar el destino alemán. Y no se equivocó. Ahora se escuchan las críticas timoratas de aquellos que antes no contribuyeron a la reorganización del país, los que en su momento fueron un obstáculo y llevaron a ese pueblo a uno de los períodos más oscuros de su historia.
Hitler tuvo el temple y la firmeza que hacen falta para capear los temporales. No le teme al barro de la política porque sabe que los resultados no se harán esperar. Alguien tenía que hundir las manos en el fango y fue Hitler quien tuvo el coraje necesario para hacerlo sin dejarse amedrentar por melindres humanistas.
Cuando pase el tiempo, el mundo recordará a Adolf Hitler, no como un autócrata enceguecido por el poder, sino como un estadista que guió a su país a través de una inmensa crisis y lo llevó con decisión a un camino de properidad.
Con la firmeza necesaria.
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Dije que este era un ejercicio de imaginación. Pensé cuál hubiera sido la  posición que hubiera asumido el Diario La Nación frente al ascenso de Hitler en 1933. Eso escribí. Por ahí me equivoco, pero creo que anduve cerca. Por supuesto, está la evidencia histórica: basta recorrer una hemeroteca y verificar el tenor de los editoriales de aquella época, pero eso es demasiado, prefiero estas licencias poéticas.

1 comentarios:

Anónimo dijo...

Excelente, podría agregar:

- Culpa de los incesantes ataques de
los melindres humanistas por lo menos
dos veces estuvo al borde del suicidio.
Situación que pudo superar por su gran
temple, grandeza moral y alto compromiso con el destino de la patria.