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miércoles, 26 de julio de 2017

jueves, 30 de julio de 2015

UNA DE TERROR

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Ponele que te voy a contar un cuento. Ponele.
Situación: calle del suburbano bonaerense, barrio tranquilo. Vecina con cámara encendida y grabando las veinticuatro horas. Alerta. Tené en cuenta eso último.
Día de mitad de semana, poco más de la media tarde. Un vehículo con tres personajes busca una casa para entrar y chorear lo que estuviera a mano, y la encuentra. Uno de los tres baja del auto, es una mujer. Toca el timbre para comprobar si efectivamente la casa está sola, arroja algunas piedras a las ventanas de afuera para completar el chequeo. Cuando está segura de que no hay nadie avisa a sus cómplices que con agilidad saltan una pared, rompen la puerta de atrás e ingresan at home.
¿Recuerdan la vecina? Debido al monitor de la cámara en su casa se ha dado cuenta del robo y llama a todo dedo al 911. Han pasado cinco minutos, como mucho. Los ladrones siguen dentro de la casa y la cómplice los espera afuera en un automóvil. Pasa una patrulla, no se detiene. Resulta ser, se enterarán los afectados luego, que no era el móvil asignado para el asunto. Han pasado diez minutos. Aparece otra patrulla, esta sí la que viene justicia en mano a imponer la misma, etc. No acierta la dirección y pasa de largo. 
Todo lo anterior se puede elucubrar dado que la cámara, la que nombramos al principio, sigue filmando.
Alertados por el sonido de la primera patrulla los cacos saltan de nuevo la pared y escapan. La segunda patrulla al fin encuentra la casa. Se dan cuenta de que hay una persona esperando a los ladrones (que se fueron caminando tranquilamente en la dirección opuesta a la última patrulla) y la detienen con el escueto botín que habían conseguido sus cómplices: una mochila, entre mediana y pequeña, con objetos tomados a toda velocidad.
La policía ingresa a la casa.
Llegan los dueños de casa. No han pasado veinte minutos.
Encuentran a la policía dentro.
Falta el contenido de un estante completo, que se encuentra dentro de la mochila que los ladrones dejaron con la campana en el auto, y además, ropa. 
Mirando la filmación más tarde, comprobarán que los ladrones le dieron la mochila a la mujer, pero que no se podía apreciar que llevaran en la mano o en una bolsa o en algo ropa afanada del interior de la casa.
Lo robado, dentro de la mochila, es secuestrado como evidencia. Luego lo devolverán a los dueños, que comprobarán que faltan la mitad de las cosas. Tampoco se puede ver en la filmación que los ladrones abrieran la mochila para llevarse algo en particular. De hecho, en el apuro por escapar practicamente arrojaron la mochila dentro del auto. Acto seguido la policía detuvo a la cómplice. No hubo tiempo para separar algo y llevárselo.
Los afectados presentan la denuncia por el robo. Como corresponde, supone uno.
Pero luego la justicia, en la persona del fiscal actuante, le sugiere a los denunciantes que acepten un resarcimiento por parte de la mujer cómplice-campana en concepto de daño moral y que cambien la naturaleza de la denuncia de penal a civil.
Un cuento de terror.
Que, curiosamente, tiene moraleja. Uno no sabe si está protegido por la policía o a merced de la policía. Y la justicia bien gracias.
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Fuente de la imagen

lunes, 4 de febrero de 2013

MAL VAMOS...

Si los que tienen que hacer que se cumpla la ley son los que, en la práctica, la violan sistemáticamente.
Así, el pobre tipo de a pata que es uno queda preso de dos predadores: los señores chorros (cuya excarcelación tiene precio y se negocia, cuyos servicios son requeridos por los guardianes del orden para recaudar algunos pesos mal habidos, cuyas acciones son estimuladas por cierto sector de las fuerzas de seguridad para justificar lo injustificable, cuya impunidad las más de las veces tiene que ver con zonas liberadas que responden a la distracción para nada desinteresada de las fuerzas del orden) y los señores guardianes del orden que, en realidad están a su propio servicio y al servicio de otros con más poder que también están a su propio servicio que a su vez están al servicio de otros con más poder todavía que están, of course, a su propio servicio.
Por lo tanto verán ladrones que con el mayor desparpajo y despliegue de armas roban una casa en una calle transitada a las tres de la tarde (hecho comprobado) y huyen con paso cansino por esa misma avenida sin que aparezca uno solo de los móviles policiales que recorren la zona cada diez minutos pero justo a esa hora no aparecen ni con la orden de usía. Una casualidad.
O la entrada a las nueve y media de la noche a otra casa saltando la reja, amenazando a toda una familia que cena, bebé incluído, sin que tampoco apareza uno solo de esos llamativos vehículos policiales que fatigan la cuadra todo el tiempo pero justo en ese momento no están (hecho comprobado) y cuando aparecen respondiendo al llamado del 911 ni siquiera entran a la casa para verificar el asunto, aunque fue un robo a mano armada, para ser más específico, tres manos armadas y un cretino amenazando a los gritos montado en su consumo de cocaína.
Tanta impunidad que todos los descriptos actúan a cara descubierta, dejando huellas y rastros por todas partes. Huellas y rastros que la benemérita policía ni siquiera se detiene a considerar.
Dirán los ingénuos de siempre: "-Es que no los dejan actuar, tienen las manos atadas". Yo diré que sí, que tienen las manos atadas, pero no por la ley sino por los compromisos que tienen con el delito mismo. No lo combaten, lo administran. Para lo cual tienen padrinos políticos, que no quepa la menor duda.
Ergo: ya no se sabe de qué lado está la ley, si es que está en algún lado fuera del código penal en donde duerme el sueño de los olvidados. Parece que la ley y su cumplimiento depende de unos factores que no tienen  un soto que ver con los procedimientos y normas establecidos. Normas y procedimientos que son tan violentados como los hogares amenazados por los ladrones que gozan de una sugestiva impunidad.
Unamos a tanta impunidad cómplice la reciente desaparición de armas del Renar, la creciente connivencia entre la policía y los narcotraficantes y otras delicias más, y tendremos, tenemos, un panorama desalentador, ominoso.
Agreguémosle la brutalidad policial que se ensaña con el pobrerío, la propensión a la tortura, la costumbre persistente de pedir y obtener coimas.
¿En dónde nos refugiamos entonces, ciudadanos de a pie, cuando todo está en contra, cuando somos un mercado tanto para los chorros como para la policía que recauda con mano de obra alquilada o atendida por sus propios dueños?
A mi en este punto me aparecen algunas preguntas para las que no tengo respuestas: ¿Qué se puede hacer?¿Cómo se puede solucionar este despelote? ¿Cómo se cambia este paisaje espantoso?
Me asusta no tener respuestas, porque de esas respuestas dependen muchas cosas.
Lo que sí me queda absolutamente claro es que hasta ahora, lo que se ha hecho sobre el tema ha fracasado estrepitósamente o, sospecho, el fracaso ha sido uno de los objetivos de las medidas tomadas.
Nadie se le atreve al asunto.
Y lo pagamos muy caro. Muy pero muy caro.

viernes, 19 de octubre de 2012

MODUS OPERANDI

El problema es que esto no es la excepción, sino la regla. ¿Por qué lo digo? Por ésto, por ésto y por ésto. Hay más pero creo que esos casos muestran una tendencia.
Otra cosita: el asunto del policía fusilado en Llavallol tiene una estrecha relación con el tema del post. Ahí en el Mercado Central no sólo se trafican habas...

viernes, 22 de junio de 2012

RESPETO POR LA AUTORIDAD

Hace miles de años, dos amigos míos, de esos que permanecen a pesar del paso del tiempo y el aumento de la calvicie, estaban sentados en una plaza, degustando sendos sánguches y una gaseosa de tamaño familiar. El descanso obedecía a una pausa entre trámite y trámite, dado el consabido corte por la siesta que es de rigor en Mendoza.
Mientras comían con la tranqulidad del que no le debe nada a nadie, un patrullero estacionó frente a ellos. La patrulla del ¿orden? llegó blandiendo sirenas por el aire y del móvil descendieron varios policías que avanzaron hacia el banco de plaza en el que estaban despachando su almuerzo.
Uno de los policías, con gesto adusto y una voz cortante que hubiera asustado a cualquiera que no fuera mi amigo, los miró de arriba a abajo y, dirigiéndose al más blanco de la dupla le espetó:
"-¡Documentos por favor!"
El interpelado, que nunca se ha llevado bien con la autoridad y más que nada con la prepotencia, contestó con la mayor tranquilidad:
"-No gracias, ya tengo".
Lo que sigue puede ilustrarse con una viñeta de esas en las que el historietista da cuenta de un arresto cargado de gritos, empujones y cosas que se caen.
El resultado del asunto fue la detención de los dos en una comisaría cercana. Los dejaron sentados en un incómodo banco de madera unas cuatro horas sin decirles porqué y para qué estaban ahí, vigilados por supuesto, por un agente que los miraba con ganas de arrancarles los ojos.
Al cabo de ese lapso entró a la comisaría un hombre que pasó delante de ellos saludándolos:
"-¿Cómo andan muchachos?"
Llegó al mostrador de guardia y pidió hablar con un oficial. Salió entonces de la oficina posterior el policía que los había detenido. Hablaron y se escuchó decir:
"-Ya detuvimos a los ladrones"
Acto seguido se volvió hacia mis amigos y los señaló. El hombre, medio sorprendido y bastante disgustado dijo:
"-Nada que ver. Esos no son ni parecidos".
El policía ensayó una disculpa con el comerciante (porque eso era el señor que había entrado) que salió de la comisaría más enojado que al entrar. Luego avanzó hacia los dos demorados y les dijo:
"-Se pueden ir"
Con algo del autoritarismo anterior, pero con cierta vacilación en la voz dado el error cometido.
Pero no contaba con los dos abominables sujetos que había detenido por equivocación: viendo que ahora tenían una ventaja táctica y moral, los dos se dedicaron a denostar al señor oficial, paladeando cada palabra. Le pidieron su nombre e identificación y amenazaron con una contradenuncia que daría cuenta de la injusticia cometida. Denuncia que nunca se concretó dado que los dos se conformaron con la cara de susto que tenía el policía ante la andanada pseudo-leguleya que los dos desplegaron.
Se fueron sonriendo, con la satisfacción de quienes han vapuleado a la autoridad competente y saben que gozan de la más amplia impunidad.
Los dos siguen contando esta anécdota, como buenos fascinerosos que son, riéndose impúnemente de la sagacidad policial. Eso saca uno por ser amigo de dos anarquistas en potencia.

miércoles, 24 de noviembre de 2010

OTRA VEZ LA POLICÍA DE FORMOSA

El otro día repasábamos las patéticas excusas del comisario general Juan Bernabé Escobar, Jefe de Policía de Formosa, en torno a la represión en el Colegio Nacional Juan J.Silva. Explicaciones carentes de sustancia, taimadas, engañosas, por decir lo menos.
Ahora, en virtud de la represión a la comunidad qom Navogoh en La Primavera, Formosa (hechos que se pueden repasar acá, acá, acá y acá.) el ministro de Gobierno de Formosa Jorge González desgranó otra sarta de excusas patéticas
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Dos veces no es equivocación (dándole a la Policía de Formosa el beneficio de la duda en aquella primera situación del Colegio Nacional, aunque no lo merezca), es un modo, una forma de encarar asuntos como éste. Por supuesto, la nota de Noticias Formosa destaca a los policías lesionados. Porque los otros dos muertos son indios. ¿A quién le importa?

viernes, 13 de agosto de 2010

SUICIDAS ERAN LOS DE ANTES

Ya me decía mi abuela: "Mijo, suicidas eran los de antes".
Tenía razón che.
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Nota:
Me pregunto cómo habrá hecho el suicidado para cruzar las manos y hacer desaparecer el arma. Andará penando ese hombre, como también decía mi abuela.

martes, 11 de mayo de 2010

LA MARCA DE LA GORRA

Denunciar los delitos cometidos por la Policía parece ser la función del "progresismo". Por eso, a esos "progresistas", todos sospechosos de zurdismo nostálgico, no hay que darles pelota.
Porque ¿quién te va a salvar las papas cuando las idem quemen? Lo que es yo, prefiero llamar al Chapulín Colorado. Es que soy "progresista".
La Nueva Provincia, transformando su propia opinión en la "opinión pública". Un caso paradigmático de "Todismo".