viernes, 22 de junio de 2012

RESPETO POR LA AUTORIDAD

Hace miles de años, dos amigos míos, de esos que permanecen a pesar del paso del tiempo y el aumento de la calvicie, estaban sentados en una plaza, degustando sendos sánguches y una gaseosa de tamaño familiar. El descanso obedecía a una pausa entre trámite y trámite, dado el consabido corte por la siesta que es de rigor en Mendoza.
Mientras comían con la tranqulidad del que no le debe nada a nadie, un patrullero estacionó frente a ellos. La patrulla del ¿orden? llegó blandiendo sirenas por el aire y del móvil descendieron varios policías que avanzaron hacia el banco de plaza en el que estaban despachando su almuerzo.
Uno de los policías, con gesto adusto y una voz cortante que hubiera asustado a cualquiera que no fuera mi amigo, los miró de arriba a abajo y, dirigiéndose al más blanco de la dupla le espetó:
"-¡Documentos por favor!"
El interpelado, que nunca se ha llevado bien con la autoridad y más que nada con la prepotencia, contestó con la mayor tranquilidad:
"-No gracias, ya tengo".
Lo que sigue puede ilustrarse con una viñeta de esas en las que el historietista da cuenta de un arresto cargado de gritos, empujones y cosas que se caen.
El resultado del asunto fue la detención de los dos en una comisaría cercana. Los dejaron sentados en un incómodo banco de madera unas cuatro horas sin decirles porqué y para qué estaban ahí, vigilados por supuesto, por un agente que los miraba con ganas de arrancarles los ojos.
Al cabo de ese lapso entró a la comisaría un hombre que pasó delante de ellos saludándolos:
"-¿Cómo andan muchachos?"
Llegó al mostrador de guardia y pidió hablar con un oficial. Salió entonces de la oficina posterior el policía que los había detenido. Hablaron y se escuchó decir:
"-Ya detuvimos a los ladrones"
Acto seguido se volvió hacia mis amigos y los señaló. El hombre, medio sorprendido y bastante disgustado dijo:
"-Nada que ver. Esos no son ni parecidos".
El policía ensayó una disculpa con el comerciante (porque eso era el señor que había entrado) que salió de la comisaría más enojado que al entrar. Luego avanzó hacia los dos demorados y les dijo:
"-Se pueden ir"
Con algo del autoritarismo anterior, pero con cierta vacilación en la voz dado el error cometido.
Pero no contaba con los dos abominables sujetos que había detenido por equivocación: viendo que ahora tenían una ventaja táctica y moral, los dos se dedicaron a denostar al señor oficial, paladeando cada palabra. Le pidieron su nombre e identificación y amenazaron con una contradenuncia que daría cuenta de la injusticia cometida. Denuncia que nunca se concretó dado que los dos se conformaron con la cara de susto que tenía el policía ante la andanada pseudo-leguleya que los dos desplegaron.
Se fueron sonriendo, con la satisfacción de quienes han vapuleado a la autoridad competente y saben que gozan de la más amplia impunidad.
Los dos siguen contando esta anécdota, como buenos fascinerosos que son, riéndose impúnemente de la sagacidad policial. Eso saca uno por ser amigo de dos anarquistas en potencia.

1 comentarios:

Luis dijo...

Sus amigos son unos atorrantes, diría el Nano. No hay de otros.