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L´UOVO
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Pese al sentido común (que es el más traicionero de los sentidos) el analfabeto político no crece con profusión en las clases menos favorecidas (por decir algo, decir “bajas” suena fiero porque tiene una connotación peor que lo dicho anteriormente). Muy por el contrario, el analfabeto político florece en aquellos sectores en donde ya se han resuelto algunos problemas económicos.
¿Y esto por qué?
Aquí tendremos que decir algo del capitalismo en relación a la tópica de la sociedad: para quienes son pobres estructurales o marginales, el capitalismo es una realidad que los extermina sin eufemismos. Estando fuera del sistema de una u otra forma, no hay mucha piedad con los sujetos que se encuentran en esa posición. No hace falta adularlos, convencerlos o tenerlos contentos. Se los combate y ya. Con mayor o menor intensidad, con esta o aquella estrategia. Ser la porción más débil de la sociedad los deja en un estado de indefensión tal, que pueden ser atacados con frecuencia sin que ocurra casi nada, sin que haya repercusión mediática alguna, impunemente bah (búsquese aquí uno de los motivos por los cuáles se los usa como chivo expiatorio de casi todo, más que nada de la “inseguridad” que para estos sectores es la tónica de su vida cotidiana).
Y, aunque no siempre puedan conjeturarlo o ponerlo en palabras, saben que el sistema que los coloca y mantiene en donde están, es un enemigo. Lo saben a ciencia cierta y no se hacen ilusiones, al menos, no como nosotros nos hacemos ilusiones.
En el otro extremo se encuentran los que se ven favorecidos por el capitalismo, los ganadores finales, los que acumulan la plusvalía, los que tienen el chupetín por el palito, etc. Ellos también tienen plena conciencia del capitalismo, de cómo funciona, de sus efectos y de lo que hace falta para que funcione. Saben que necesitan mano de obra barata y gente que la controle, también por monedas. Son los defensores conscientes del capitalismo dado que la vigencia del sistema les asegura a ellos sostener sus privilegios y acrecentarlos.
O sea, unos y otros diseñan estrategias que provienen de un análisis dramático de la realidad, dado que en un extremo necesitan sobrevivir a los embates del capitalismo y en el otro, asegurar su existencia.
En el medio, en esa nebulosa zona nace y florece el analfabeto político (no se usará la expresión “clase media” dado que la clase está relacionada con la capacidad económica y, como se ha dicho, el analfabeto político está desasido por imaginario de sus condiciones concretas de existencia, es más preciso decir “estamentos medios”, en tanto un estamento cultural se define por sus consumos idem).
El analfabeto político, dada su posición económica también es víctima del capitalismo. Pero él no se siente víctima sino aspirante. Siendo parte de las clases subalternas cree que él no es como esos “negros”, que además le han enseñado: tienen la culpa de todo (y él ha estado muy contento de aprenderlo). Los mira por encima del hombro, así como observa desde abajo del pedestal a los que están en el otro extremo. Como tiene esa esperanza persistente en su destino de gloria, nunca atacará a los que están en ese pedestal, si, en cambio, a los que están por debajo (imaginariamente) de su dignidad. Y los atacará porque sostiene que ellos tienen la culpa de sus problemas y porque le recuerdan lo que apenas maquilla el sueldo y las compras en cuotas.
Para el que lo explota hay un guiño cómplice y para los otros un escupitajo.
De esa mirada interferida surge su analfabetismo político, que no es otra cosa que la ética de las clases dominantes que el analfabeto comparte esperando que lo dejen entrar alguna vez en ese paraíso. Y como esa ética le indica girar hacia allá o hacia acá, pero nunca en la dirección que le conviene, ahí anda el analfabeto, perdido como perro en cancha de bochas.
No sabe, o se hace el que no sabe, que esas puertas están cerradas para él ahora y siempre, por los siglos de los siglos.
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