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domingo, 19 de marzo de 2017

jueves, 16 de marzo de 2017

TRANSPARENTES COMO PARED DE CEMENTO

Como siempre, los muchachos de la sociopatía gobernante me la complican. Demasiados títulos, todos deplorables para destacar. Por eso incluyo tres pero dejando picar en punta a los muchachos de Torneos, que ejecutan una burla obscena a plena luz del día.
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En segundo lugar aparece el sociópata Marcos Peña alimentando lo que hemos dado en llamar: ¡Campaña Bu!, kirchnerismo destituyente, malo, caca, caca.
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Y por último, pero con la misma importancia, otro transparente: Gustavo Arribas, que al parecer venía saqueando desde hace tiempo. Lo que es la vida.
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Ahora sí, vayan a vomitar

domingo, 5 de junio de 2016

ASCO: LA PELOTA ESTÁ LLENA DE MIERDA

Hoy abrí Tiempo Argentino mientras tomaba un café y lo primero que vi fue esta foto:
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No he podido todavía a esta hora superar el asco profundo que me causó. Asco porque los tipos de la foto parecen (o son) personajes mafiosos celebrando vaya uno a saber qué. Asco por la pose desembozada de Angelici exponiendo al estilo Scarface una medalla al cuello con la camisa abierta. Asco porque con ínfulas PRO quieren convertir al fútbol en una sociedad anónima que les consiga unos mangos más y una cuota de poder más. Asco porque la nota informa que Angelici es otro de los que cogobierna. Asco porque el mundillo del fútbol ha culminado su degradación y está a punto de coronarla con una hazaña más, esto es, cagarse en la existencia de otros clubes que no sean los llamados "grandes". Asco porque convocaron para que los "asesorara" a un español que funde clubes, y que ayudó a consolidar la liga más desigual del planeta. Asco en fin, porque esta foto es la metáfora de un país en picada libre en donde los tipos como Angelici controlan la "justicia" y Tinelli el "alma". Asco porque ese país no es el que quiero. Asco porque veo tantas manos pasivas o aplaudiendo la desintegración paulatina del país en donde vivo. Asco. Asco. Asco.
Bien haríamos los que aún tenemos cierto gusto por el fútbol retirándoles el apoyo que significa ver o escuchar un partido, comprar "merchandising" deportivo, consumir programas de radio, de televisión, diarios o revistas que hablen de fútbol. Sacarles el banquito sobre el que estos nefastos personajes contruyen su poder. Dejarlos que se queden con un "fútbol privatizado" para que se lo tengan que perder propiamente en el culo.
Lástima que eso no va a pasar, porque apenas uno aborda el tema del "fulbo" el marote abandona los cauces racionales y apela a una fe ramplona, ciega y autocomplaciente. Pocos tipos pudieron sobrepasar la ingenuidad del fanatismo para adentrarse en el laberinto de poder que rodea al fútbol. Uno de ellos fue Dante Panzeri. Pero se murió. Y no hay muchos que hayan seguido su ejemplo. Y eso también me da asco.

miércoles, 21 de octubre de 2015

NO SOMOS TODOS PUMAS

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Como en toda ola, ahora estamos en plena ola Puma. No la marca sino el equipo de rugby de la Unión Argentina de Rugby, que representa a Argentina y que llamamos "Los Pumas" por un equívoco, dado que el animal que tienen bordado en la camiseta no es un puma sino un yaguareté.
Ahora los cráneos del periodismo pseudo-deportivo y los coaching motivacionales se masturban con el éxito de Los Pumas, usándolos como ejemplo deportivo y, de arranque nomás, los contraponen con la selección argentina de fulbo.
Bueno, acá comienza el asunto. Debo informar ante todo que fui jugador de rugby, uno de esos extraños casos en donde un seco de bolsillo sin vento juega un deporte que habita la elite (tendencia que comienza a revertirse desesperando a más de un conservador de la ovalada). O sea, no soy ni seré, ni pretendo ser objetivo. ¿Ta claro?
Para los que intentan asimilar el "ejemplo" del rugby al fobal debo decirles ante todo que son deportes con lógicas distintas. Que son deportes distintos en lo estratégico y en lo físico. ¿Hay coincidencias? Si, pero hasta por ahí. Pero no son iguales. Ergo: no hay lecciones que uno le pueda enseñar a otro como si fuera un alumno ciruela.
Y ¡oh sorpresa! el rugby aprendió del fobal muchas cosas. Por ejemplo, la necesidad de que el juego fluya, que sea más dinámico para que además resulte atractivo a la vista. Por eso los que peinamos canas y jugamos al racbic allá lejos y hace tiempo percibimos la diferencia atlética entre aquellos jugadores y éstos jugadores. Los de hoy en día tienen una potencia mucho más equilibrada en donde la fuerza y la velocidad promueven jugadores fuertes físicamente pero con la mayor velocidad posible, por eso los pilares corren  y manejan el balón y los wines taclean con éxito y no se les mueve el protector bucal. Todo eso proviene de la búsqueda reglamentaria de la fluidéz del juego. El reglamento fue mutando hasta lograr que el juego se resuelva en fases dinámicas y menos formaciones estáticas. Se privilegia la velocidad en la salida del balón de todas las formaciones, se castiga la intención del contrario cuando quiere evitar ese proceso, etc.
El respeto del árbitro es algo que se enseña desde las divisiones inferiores. Una decisión tomada es una decisión tomada. Y no hay tutía. Por eso, con el paso del tiempo y la llegada de la tecnología los árbitros tuvieron que afinar sus fallos y para eso recurrieron y recurren a la revisión de las jugadas por el TMO (el antiguo videoref) porque tienen que procurar no equivocarse y admiten que pueden hacerlo y que además, no ven todo lo que ocurre en la cancha.
El que nunca vio rugby observa con sorpresa como los jugadores acatan las decisiones del árbitro (aunque a veces la pifien) y son tremendos animales de dos metros y tan calladitos. Esa actitud no es un accidente, es el fruto de la formación del jugador que aprendió eso desde que agarró una ovalada.
Por el contario, el fin de semana veía a Orión gritándole en la cara al árbitro que había cobrado un penal, desaforado e intentando pegarle. No verán esas cosas en el rugby. Si un jugador lo hiciera sería suspendido por muchas fechas. Insisto, es formación no azar.
La lealtad en el rugby tampoco es un accidente: es una necesidad prioritaria dado que es un deporte de contacto en donde se mide la fuerza y la estrategia contra otro equipo que hace lo mismo. Por lo tanto, es necesario regular ese contacto para que ocurra dentro de los límites del reglamento. Y esos límites son estrictos aunque parezca lo contrario. Y los jugadores que no respetan el límite son castigados en consecuencia y también con mucha severidad. O sea, la lealtad se enseña y existen penas para los jugadores que no son leales con el contario.
Otra cosa que no verán en el rugby son simuladores de faltas. Más que nada porque cuando el jugador sufre una lesión o una posible lesión el reloj se detiene mientras es atendido. O sea, simular no sirve para que el tiempo pase (hay estrategias de juego para enfriar un partido o mantener la pelota de un solo lado, pero dentro del reglamento y cada vez tienen menos éxito) y en caso de simulación también hay una sanción que va desde la amarilla hasta la roja para el simulador.
En una nota bastante mala proponen aprender del rugby la "pasión por la camiseta" o sea, los famosos "huevos, huevos, huevos" que solicita la hinchada en la popular. Debo decirles que es una pavada atómica ¿Alguien piensa que un jugador de la selección argentina de fóbal no pone "huevos" en cada partido, que no siente pasión por la camiseta? Lo que ocurre es que el rugby es un deporte que se juega en equipo. No hay otra forma de encararlo. Solo en equipo se puede desplegar el juego. El fulbo es un deporte que también se juega en equipo, pero no necesariamente la reunión de once tipos forma un equipo. Un equipo es una idea que trasciende juntar en un solo lugar a varios sujetos que cubran las posiciones técnicas de un deporte. En el fútbol se puede jugar aún cuando los once de la cancha no logren articular una idea de equipo. En el rugby eso no es posible, porque si los quince no forman un equipo no se puede jugar.
Por eso lo que se ve como "entrega" al equipo es ni más ni menos que la condición básica para la existencia del rugby: la preexistencia de un equipo que necesariamente apunta hacia un solo lado. ¿El fobal tiene algo que aprender de esto? No sé, quizás, aunque en el fulbo lo individual tiene más peso que en el rugby.
También en la mala nota apuntan al valor de lo "lúdico". Bueno, esos valores son los que intenta preservar el rugby union, pero hay que decir que hay una gran discusión al respecto en tanto el deporte se ha profesionalizado. Si el equipo no es agonal, o sea, no compite y juega jugando, la cosa se complica. Por eso también lo lúdico es una condición que propicia la eficacia del juego. En el fobal jugar profesionalmente implica muchas veces aburrirse.
Los demás consejos, son, como dirían en Mendoza, güevadas. El fútbol y el rugby no son asimilables, decir que el rugby per se promueve el respeto por el rival, el famoso tercer tiempo, etc., es desconocer que hay un esfuerzo conciente y continuo para mantener y promover esos parámetros. Insisto: hay formación no generación espontánea. Lo que no es mejor ni peor sino eso: distinto, con sus propias costumbres y reglas no escritas.
Ahora bien, si hay algo que se intenta en el rugby es privilegiar el juego limpio: o sea, apegado al reglamento, sin trampas, sin golpes fuera de la vista del árbitro, sin avivadas para demorar el encuentro, etc. Y en esa búsqueda los que tienen que dirigir un partido de rugby admiten que son humanos y la pueden cagar y por eso necesitan ayuda, más ojos. Y a ningún jugador de rugby se le ocurriría que la autoridad del árbitro disminuye porque solicita colaboración.
O sea, el "espíritu" del rugby union (de alguna forma hay que llamarlo) intenta ser preservado e incentivado, sin perder de vista la búsqueda de dinámica y habilidad que propicia el reglamento actual.
Cuando uno despliega estas observaciones los futboleros indican que esto último no es aplicable al fulbo porque lo "desnaturalizaría". Y yo me quedo pensando si el fobal es como el truco, juego en donde la picardía se encuentra dentro de las reglas del juego y asume por ejemplo la forma de la mentira acerca de las cartas que uno tiene en la mano.
Yo conjeturo (más que nada por ingénuo) que el fútbol es un deporte en donde debería primar la lealtad y que las "avivadas" son trampas para ganar incluso cuando no se tienen condiciones. Que el fobal que veo en la televisión está plagado de esas trampas, que cuando tocan a un jugador cae como alcanzado por un martillazo de Thor y mientras el reloj corre se queda ahí esperando y apenas sale al costado de la cancha es alcanzado por una recuperación milagrosa y vuelve en segundos tan orondo, que los técnicos realizan cambios en el minuto 44 para demorar el trámite y meter en el congelador el partido, que  los jugadores no respetan las indicaciones de los árbitros acerca del lugar en donde ocurren las faltas y hacen más o menos lo que quieren poniendo la pelota en donde se les ocurre, que caen por una supuesta falta y abrazan la pelota cortando el juego incluso antes de que el árbitro haya indicado si es falta o no, que los jugadores gritonean a los árbitros cuestionando cada fallo, que los árbritros no admiten la revisión de sus sentencias mediante tecnología dando una clase magistral de soberbia, etc. Pienso si todo eso es el folklore del fulbo sin el cual el fobal no existiría o si es un deporte hermoso que se acostumbró a las trampas persistentes e intenta mirar para otro lado como para disculpar lo que no quiere cambiar.
En fin, no somos todos pumas. El rugby es un deporte que le gusta a unos y a otros no. Y al que no le gusta no tiene porqué entender o comprender. Así que dejen de escorchar: no somos todos Pumas.

viernes, 1 de mayo de 2015

LOS GRINGOS

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Hoy, además del ser el día del laburante, es el aniversario número 74 del club en el que tengo depositada mi alma. Esa institución se llama Club Social y Deportivo California del Este, y a sus adherentes, simpatizantes y socios se los conoce como Los Gringos.
Resulta ser que el club es la creación de una diáspora de inmigrantes italianos y españoles con unas muy particulares ideas políticas (que iban desde el socialismo hasta el anarquismo más duro). No es casualidad que su fecha oficial de nacimiento sea el 1ro. de mayo. Y no es casualidad que esos gringos, casi todos provenientes de la zona agrícola norte del distrito de La Dormida, en el departamento de Santa Rosa, Mendoza, tuvieran unas prácticas al estilo de la comuna de París en un lugar remoto en donde nadie les iba a romper las pelotas por su ideología.
De esos personajes nació el Club California del Este del que soy, si esta palabra cabe, un fanático.
Alguna vez escribí un cuento o una crónica, depende del punto de vista, relatando un partido entre el club y su rival de toda la vida, el Club La Dormida.
Como hoy es un día especial, el mentado aniversario, lo traigo de vuelta a la consideración del público lector (revisado y parcialmente corregido) y de paso le mando un saludo a la distancia a los gringos que andan por todo el mundo y al Club que hoy cumple años y lo festeja con un almuerzo que voy a extrañar.
Con uds., el relato.
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 Iluminados por el juego
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En mi pueblo había (hay, porque no se ha muerto que yo sepa) un jugador de fútbol de excepción: Armando Natel, alias "El Rafucho". Deportista de características inusuales, habilidoso, con una pegada que envidiaría cualquier jugador de primera y además, con una puntería cercana a la infalibilidad papal. Para contrabalancear tantas virtudes, El Rafucho era un juerguista consumado, poco afecto al entrenamiento, amigo de la noche, las bebidas espirituosas y la concupiscencia reiterada, cosa ésta que enojaba a sus ocasionales entrenadores que no lograban que El Rafucho se tomara algo en serio, incluso su propia carrera.
En eso estaba, digo, haciendo equilibrio entre el cielo y el infierno, cuando se presentó uno de esos momentos irrepetibles en la vida de un pueblo chico infierno grande: uno de los clubes que partían en dos a la afición de la localidad había instalado por fin la iluminación en su cancha. Y para inaugurarla a toda orquesta, el partido del campeonato local contra el archirrival, el otro club del pueblo, fue reprogramado para ser disputado de noche, aprovechando las luces antes citadas.
El anfitrión, Club La Dormida, estaba al tope de las posiciones en el campeonato y le sacaba cinco puntos al segundo (en esa época eran dos puntos por partido ganado). El rival de siempre, Club California del Este, estaba de mitad de tabla para abajo, con una serie de malos resultados que se repetían.
Para el clásico los anfitriones desplegaron una parafernalia enorme: adornaron los costados de la cancha con banderas que hablaban de la inauguración, se habían provisto de abundante cotillón, sombreros, pirotecnia y hasta una banda que amenizaba los cantos de la hinchada. Se sentían seguros del triunfo dada la coyuntura. Conjeturaban que, una victoria en la inauguración contra el clásico adversario, merecía un festejo apoteótico.
Por otra parte, el alicaído California intentaba recuperar algo de ánimo para enfrentar la ocasión. Olfateaban, sus hinchas y jugadores, que los habían elegido como sparrings para que el club La Dormida se luciera mostrando además de la superioridad en infraestructura, la solvencia deportiva que los mantenía en lo alto.
La única carta que tenían los visitantes era El Rafucho. Una carta incierta dado que el jugador estaba a prueba en un club de la primera mendocina y no había certeza de su participación en el match. Aunque, hay que decirlo, los californianos mantenían sobre el asunto un silencio pertinaz que apuntaba, entre otras cosas, a minar la tranquilidad de los locales.
En esa guerra de nervios estábamos cuando llegó el día del partido.
Hubo encuentros previos de las divisiones inferiores, ganados ambos por el Club California del Este. Quizás por la cabeza de algún hincha de La Dormida transitó la idea de presagio. Pero como los oráculos a esa hora estaban cerrados por el clásico, nadie pudo consultar ninguna fuente de sabiduría superior.
Y entonces se vino el partido de primera. Ante la mirada extasiada de su público ingresó a la cancha el Club Social y Deportivo La Dormida. Sus jugadores estrenaban camiseta y auspicio. Se los veía pletóricos de entusiasmo, contagiados por el fervor de la multitud. Posaron seguros de sí mismos bajo el intenso reflejo de las luminarias.
Luego todos en la cancha contuvieron la respiración: entró al campo de juego el Club California del Este. Y la peor pesadilla de los rivales, El Rafucho, venía a la cabeza, portando el balón.
De todas formas, tanta era la eficacia que había demostrado La Dormida, que la presencia de Natel era, quizás, un ingrediente más para aderezar la ensalada del triunfo (“les ganamos con el Rafucho y todo”).
El árbitro, ya concluidos los trámites previos, dio comienzo al match. Para beneplácito de los locales su equipo marcó el primer tanto apenas a los diez minutos de comenzado el encuentro. Y durante los cuarenta y cinco minutos iniciales dominaron el juego de punta a punta. Solo la habilidad del arquero (y el culo que lo asistió) evitó que el marcador se agrandara.
Los quince minutos de entretiempo sirvieron para que los inauguradores, con ojos brillantes, disfrutaran lo que parecía un triunfo abrumador e inapelable.
Llegó el second half. Y pasó lo inesperado. La Dormida se lanzó en un ataque coordinado que parecía terminar en la red. Pero la pierna del cinco se interpuso providencialmente enviando por rebote el balón a la mitad de la cancha.
Allí estaba El Rafucho que hasta ese momento había sido neutralizado con éxito por la defensa rival. Pero ¡ay las parcas!, su marcador lo perdió de vista un segundo y el Rafucho paró la pelota y encaró el campo contrario. Evadió a un marcador de punta y, desde el borde del área grande, lanzó un zurdazo inapelable. Disparo que se hundió en el ángulo derecho del arquero que, como dice la tradición, se tiró para la foto.
Como era de esperar, el silencio se apoderó de la hinchada de La Dormida. La otra parcialiad, recuperada la esperanza, le dio más énfasis a sus arengas contagiada por el inesperado regalo que el cielo le había hecho al equipo.
Pero la cosa recién comenzaba: aprovechando el estupor de los locales, la delantera del Club California recordó la esencia de su misión en la cancha y comenzó a jugar como si supiera. Y en uno de esos lances dejó otra vez al Rafucho de frente al arco, solo como Adán en el paraíso antes de perder su costilla. Casi paladeando el momento, el jugador apuntó y disparó hundiendo la pelota en el ángulo izquierdo del arco. Esta vez el arquero decidió que era inútil incluso posar para la foto y se quedó inmóvil, contemplando el gol.
A esta altura la parcialidad visitante tocaba el cielo con las manos mientras los locales sudaban la gota gorda. Sin advertirlo el festejo se estaba trocando en tragedia.
Y como a todo postre le viene bien una frutilla, ahí estaba El Rafucho para hacerle los honores.
Perdida la compostura, un enojado marcador central se lanzó contra las piernas de Natel, que había recibido un pase quirúrgico del 10. El Rafucho lo miró de reojo y lo dejó venir. En el momento del impacto desplegó en el aire la clásica bicicleta, haciendo pasar al marcador por debajo, quedando otra vez de frente al arco. Pero Natel estaba dispuesto a cerrar el asunto con un espectáculo. Entonces, en vez de patear y terminar con la agonía, enfrentó al otro marcador que venía desesperado a su encuentro. Amagó a la izquierda, luego a la derecha y cuando el desorientado jugador quedó con las piernas abiertas de par en par por el súbito cambio de dirección le tiró un caño que lo dejó fuera de juego tratando de explicarse por dónde había pasado la redonda. El arquero que había comprendido que El Rafucho quería deslumbrar salió a cortarlo en el borde del área chica. Natel venía a la carrera, observándolo. Esperó que el guardameta se arrojara a sus pies para elevar la pelota y pasársela con delicadeza por encima del cuerpo, a una altura suficiente para que no la alcanzara pero para dejarle la sensación que podría tocarla. La pelota cayó tras el arquero y El Rafucho la volvió a poner bajo su pie.
Así, con porte de rey o al menos de príncipe, entró trotando con pelota y todo en el arco del rival.
En ese instante pasaron varias cosas: la numerosa hinchada local inició la retirada cuando faltaban más de quince minutos para que terminara el encuentro, la barra visitante se pellizcaba para saber si era cierto o estaba soñando, El Rafucho recorría la cancha mostrando una sonrisa de oreja a oreja que quedó inmortalizada en las fotos que sacaban los periodistas que cubrían el evento. Y lo más importante: la fiesta de inauguración se suspendió por acuerdo tácito de los locales. Ahí quedaron los fuegos artificiales y las vituallas preparadas al efecto.
Una vez finalizado el partido, apenas los protagonistas se perdieron en los vestuarios, las luces se apagaron prontamente, como para olvidar lo ocurrido.
La hinchada visitante en cambio, recorrió una y otra vez las calles del pueblo en caravana de triunfo y muchos se fueron a dormir de madrugada con varias copas de más. Incluido el Rafucho, claro está.
Luego el mundo siguió su curso: California del Este persistió en su mala campaña y el Club La Dormida ganó el campeonato con una diferencia de puntos considerable. Pero la caravana del triunfo que intentaron no fue del todo entusiasta, a pesar del esfuerzo de los protagonistas.
Pasa que, cuando atravesaron las calles algunos vecinos salieron a la calle enarbolando linternas encendidas. Con ese solo gesto les recordaron que la verdadera batalla había tenido lugar unos meses antes y la habían perdido. Y que esa derrota no era una derrota cualquiera. Que esa derrota era superior al campeonato que trataban de ensalzar sin éxito. El Rafucho fue uno de los que prendieron linternas esa noche. Aunque, tal como la batalla, esas luces las había encendido unos meses antes.
Yo, que soy parte todavía de la hinchada visitante, cuento esto porque la objetividad no existe y además, para prolongar el festejo en el tiempo. Este gesto escrito sería el equivalente a la linterna que esgrimí con fiereza durante la caravana de los campeones.
Quizás, con suerte, haya algún hincha del Club La Dormida leyendo y viéndose en la obligación de recordar.
 

lunes, 16 de diciembre de 2013

MORIBUNDO

El fútbol argentino está enfermo. Se me dirá que no es solo el fútbol argentino y responderé que mal de muchos consuelo de imbéciles. Y de paso vamos despejando algunas objeciones clásicas proferidas por esos tipos que fungen como periodistas deportivos que evitan con todo cuidado analizar el “universo fútbol” como acostumbran a decir, dedicándose a intercambiar fruslerías, anécdotas o estadísticas irrelevantes.
Mientras la enfermedad se extiende y ya no solo lesiona al fútbol mismo sino al entorno y proyecta sus nefastas consecuencias mucho más allá de la cancha.
En menos de siete días hubo tres asesinatos relacionados con el fútbol: un hincha de Boca y dos hinchas de Newell´s muertos a balazos.
Pero no sólo eso: además los hinchas de Boca destrozaron parte del centro de la Ciudad de Buenos Aires enfrentándose a la policía federal (la Metropolitana, relacionada con el ex presidente de ese club brilló, sugestivamente, por su ausencia). El domingo anterior la hinchada de Boca desplegó un show de pirotecnia en el partido de marras. Para disponer de tal cantidad de artefactos explosivos obviamente contaron con la complicidad de algunos empleados o funcionarios del club, dado que es prácticamente imposible atravesar los controles de entrada con un encendedor, calculá una bengala.
Esto siguió en la cancha de Vélez Sarsfield en donde se secuestró pirotecnia y alcohol en cantidades industriales, dentro del estadio. Las declaraciones del vicepresidente de Vélez Julio Baldomar serían graciosas sino rozaran el cinismo: “No sabemos cómo apareció la pirotecnia dentro del estadio. Nosotros no tenemos nada que ver.”
Este último subterfugio es un lugar común de los dirigentes deportivos que se lavan las manos con un entusiasmo digno de mejores causas.
Véase que solo recorro hechos ocurridos durante una semana relacionados con el fútbol argentino. Hay mucho más: amenazas cruzadas, promesas de muerte si alguien se atreviere a festejar un campeonato, peleas entre hinchadas en donde se blanden armas blancas y de fuego, etc. Una retahíla de delitos que se suceden semana tras semana, cobrándose muertos, lesionados, bienes destruidos, etc. La organización de un ¿espectáculo? de fútbol requiere un despliegue de policías asombroso para que simplemente los simpatizantes no se maten entre ellos y tengan a bien no matar a otros que anden por las inmediaciones, no destruyan trenes, comercios, roben, violen o quemen casas, autos, vagones, etc.
¿Advierte el lector el grado de locura y estupidez al que hemos arribado?
Con semejante estado de cosas todavía hay hinchas que critican la medida de no jugar con público visitante: la idiotez que despliega el fútbol argentino y que sus defensores contemplan con demasiada paciencia (o complicidad, quién sabe) ha generado la hazaña de convertir en una guerra a muerte lo que simplemente debería ser un partido. Por eso, no se puede ni pensar en que dos hinchadas compartan el mismo estadio sin que luego haya muertos y heridos. Sin cruzarse en una cancha hay tres asesinatos en menos de cinco días, imaginate.
¿Cómo cuernos se soluciona este asunto? No lo sé. Pero quizás una gran medida sería destrenzar los lazos que unen a las barras bravas, la dirigencia de los clubes y los políticos. Romper esas relaciones que encubren, disculpan, perdonan y dejan todo como está es una de las primeras tareas.
A esta altura no sé si tal cosa es posible.
Luego sería necesario atacar el corazón de las barras bravas que es de orden económico y está relacionado con una colección de delitos innumerable que genera una recaudación fabulosa. Por esa guita se matan y matan. Necesariamente cuentan con la consabida protección policial que a su vez cuenta con protección política. Es imprescindible demoler esa madeja de complicidades.
A esta altura no sé si tal cosa es posible.
Hay algo también imprescindible que le compete a los periodistas deportivos, pero además a los hinchas y simpatizantes de cada club: dejar de inventar excusas banales para justificar lo que ocurre en el fútbol argentino. La “pasión” no es un motivo válido para apañar discursivamente el actual estado –calamitoso- de cosas.
A caballo de ese “sentimiento” los hinchas suspenden su capacidad crítica (los periodistas deportivos, salvo honrosas excepciones, la han perdido), se niegan en redondo a revisar con ojos severos el horroroso entorno en donde el fútbol tiene lugar, disculpando de antemano casi todo mediante el falaz argumento de “los colores son una pasión”. Obnubilados por lo que creen es una misión de orden superior, se vuelven cómplices del delito y de sus ejecutores. Y esa anuencia (que no tienen en otros ámbitos de su vida) mantiene impunes y felices a los delincuentes y toda la red de sostén político-policial que se puede advertir con solo abandonar por un momento la comodidad de las explicaciones mágicas.
La agachada de: “la sociedad está enferma y el fútbol también” es otra pavada de tamaño industrial. Esgrimiendo ese artilugio se tira la pelota afuera (nunca mejor dicho) sugiriendo que el problema se arregla componiendo a la sociedad. O sea, el fútbol y su entorno, como siempre en estos casos, quedan disculpados. ¿Cómo los van a culpar de algo si la culpa anida en una supraentidad mayor de la que también el fútbol es víctima?
Se hace lo que se puede, dicen los dirigentes de todas layas evitando hacer algo, mientras políticos e hinchas miran para otro lado, no sea cosa, a ver si descubrimos que el rey está en pelotas y además, que más que rey es un asesino en potencia y acto.
El fútbol argentino está enfermo.
Quién sabe si no ha muerto.
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sábado, 16 de febrero de 2013

ILUMINADOS POR EL JUEGO

En mi pueblo había (hay, porque no se ha muerto que yo sepa) un jugador de fútbol de excepción: Armando Natel, cuyo alias es Rafucho. Deportista de características inusuales, habilidoso, con una pegada que envidiaría cualquier jugador de primera y además, con una puntería cercana a la infalibilidad papal. Para contrabalancear tantas virtudes, El Rafucho era un juerguista consumado, poco afecto al entrenamiento, amigo de la noche, las bebidas espirituosas y la concupiscencia reiterada, cosa ésta que enojaba a sus ocasionales entrenadores que no lograban que El Rafucho se tomara algo en serio, incluso su propia carrera.
En eso estaba, digo, haciendo equilibrio entre el cielo y el infierno, cuando se presentó uno de esos momentos irrepetibles en la vida de un pueblo chico infierno grande: uno de los clubes que partían en dos a la afición de la localidad había instalado por fin la iluminación en su cancha. Y para inaugurarla a toda orquesta, el partido del campeonato local contra el archirrival, el otro club del pueblo, fue reprogramado para ser disputado de noche, aprovechando las luces antes citadas.
El anfitrión, Club La Dormida, estaba al tope de las posiciones en el campeonato y le sacaba cinco puntos al segundo (en esa época eran dos puntos por partido ganado). El rival de siempre, Club California del Este, estaba de mitad de tabla para abajo, con una serie de malos resultados que se repetían.
Para el clásico los anfitriones desplegaron una parafernalia enorme: adornaron los costados de la cancha con banderas que hablaban de la inauguración, se habían provisto de abundante cotillón, sombreros, pirotecnia y hasta una banda que amenizaba los cantos de la hinchada. Se sentían seguros del triunfo dada la coyuntura. Conjeturaban que, una victoria en la inauguración contra el adversario de toda la vida, merecía un festejo apoteótico.
Por otra parte, el alicaído California del Este intentaba recuperar algo de ánimo para enfrentar la ocasión. Olfateaban, sus hinchas y jugadores, que los habían elegido como sparrings para que el club La Dormida se luciera mostrando además de la superioridad en infraestructura, la solvencia deportiva que los mantenía en lo alto.
La única carta que tenían los visitantes era El Rafucho. Una carta incierta dado que el jugador estaba a prueba en un club de la primera mendocina y no había certeza de su participación en el match. Aunque, hay que decirlo, los californianos mantenían sobre el asunto un silencio pertinaz que apuntaba, entre otras cosas, a minar la tranquilidad de los locales.
En esa guerra de nervios estábamos cuando llegó el día del partido.
Hubo encuentros previos de las divisiones inferiores, ganados ambos por el Club California del Este. Quizás por la cabeza de algún hincha del Club La Dormida transitó la idea de presagio. Pero como los oráculos a esa hora estaban cerrados por clásico, nadie pudo consultar ninguna fuente de sabiduría superior.
Y entonces se vino el partido de primera. Ante la mirada extasiada de su público ingresó a la cancha el Club Social y Deportivo La Dormida. Sus jugadores estrenaban camiseta y auspicio. Se los veía pletóricos de entusiasmo, contagiados por el fervor de la multitud. Posaron seguros de sí mismos bajo el intenso reflejo de las luminarias.
Luego todos en la cancha contuvieron la respiración: entró al campo de juego el Club California del Este. Y la peor pesadilla de los rivales, El Rafucho, venía a la cabeza, portando el balón.
De todas formas, tanta era la eficacia que había demostrado el Club La Dormida, que la presencia de Natel era, quizás, un ingrediente más para aderezar la ensalada del triunfo (“les ganamos con el Rafucho y todo”).
El árbitro, ya concluidos los trámites previos, dio comienzo al match. Para beneplácito de los locales su equipo marcó el primer tanto apenas a los diez minutos de comenzado el encuentro. Y durante los cuarenta y cinco minutos iniciales dominaron el juego de punta a punta. Solo la habilidad del arquero (y el culo que lo asistió) evitó que el marcador se agrandara.
Los quince minutos de entretiempo sirvieron para que los inauguradores, con ojos brillantes, disfrutaran lo que parecía un triunfo abrumador e inapelable.
Llegó el second half. Y pasó lo inesperado. La Dormida se lanzó en un ataque coordinado que parecía iba a terminar en la red. Pero la pierna del cinco se interpuso providencialmente enviando por rebote el balón a la mitad de la cancha.
Allí estaba El Rafucho que hasta ese momento había sido neutralizado con éxito por la defensa rival. Pero ¡ay las parcas!, su marcador lo perdió de vista un segundo y el Rafucho paró la pelota y encaró el campo contrario. Evadió a un marcador de punta y, desde el borde del área grande, lanzó un zurdazo inapelable contra el arco. Disparo que se hundió en el ángulo derecho del arquero que, como dice la tradición, se tiró para la foto.
Como era de esperar, el silencio se apoderó de la hinchada del Club La Dormida. La otra hinchada, recuperada la esperanza, le dio más énfasis a sus arengas contagiada por el inesperado regalo que el cielo le había hecho al equipo.
Pero la cosa recién comenzaba: aprovechando el estupor de los locales, la delantera del Club California recordó la esencia de su misión en la cancha y comenzó a jugar como si supiera. Y en uno de esos lances dejó otra vez al Rafucho de frente al arco, solo como Adán en el paraíso antes de perder su costilla. Casi paladeando el momento, el jugador apuntó y disparó hundiendo la pelota en el ángulo izquierdo del arco. Esta vez el arquero decidió que era inútil incluso posar para la foto y se quedó inmóvil, contemplando el gol.
A esta altura la parcialidad visitante tocaba el cielo con las manos mientras los locales sudaban la gota gorda. Sin advertirlo el festejo se estaba trocando en tragedia.
Y como a todo postre le viene bien una frutilla, ahí estaba El Rafucho para hacerle los honores.
Perdida la compostura, un enojado marcador central se lanzó contra las piernas de Natel, que había recibido un pase quirúrgico del 10. El Rafucho lo miró de reojo y lo dejó venir. En el momento del impacto desplegó en el aire la clásica bicicleta, haciendo pasar al marcador por debajo, quedando otra vez de frente al arco. Pero Natel estaba dispuesto a cerrar el asunto con un espectáculo. Entonces, en vez de patear y terminar con la agonía, enfrentó al otro marcador que venía desesperado a su encuentro. Amagó a la izquierda, luego a la derecha y cuando el desorientado jugador quedó con las piernas abiertas de par en par por el súbito cambio de dirección le tiró un caño que lo dejó fuera de juego tratando de explicarse por dónde había pasado el balón. El arquero que había comprendido que El Rafucho quería deslumbrar salió a cortarlo en el borde del área chica. Natel venía a la carrera, observándolo. Esperó que el guardameta se arrojara a sus pies para elevar la pelota y pasársela con delicadeza por encima del cuerpo, a una altura suficiente para que no la alcanzara pero para dejarle la sensación que podría tocarla. La pelota cayó tras el arquero y El Rafucho la volvió a poner bajo su pie.
Así, con porte de rey o al menos de príncipe, entró trotando con pelota y todo en el arco del rival.
En ese instante pasaron varias cosas: la numerosa parcialidad local inició la retirada cuando faltaban más de quince minutos para que terminara el partido, la hinchada visitante se pellizcaba para saber si era cierto o estaba soñando, El Rafucho recorría la cancha mostrando una sonrisa de oreja a oreja que quedó inmortalizada en las fotos que sacaban los periodistas que cubrían el evento. Y lo más importante: la fiesta de inauguración se suspendió por acuerdo tácito de los locales. Ahí quedaron los fuegos artificiales y las vituallas preparadas al efecto.
Una vez finalizado el partido, apenas los protagonistas se perdieron en los vestuarios, las luces se apagaron prontamente, como para olvidar lo ocurrido.
La hinchada visitante en cambio, recorrió una y otra vez las calles del pueblo en caravana de triunfo y muchos se fueron a dormir de madrugada con varias copas de más. Incluido el Rafucho, claro está.
Luego el mundo siguió su curso: California del Este persistió en su mala campaña y el Club La Dormida ganó el campeonato con una diferencia de puntos considerable. Pero la caravana del triunfo que intentaron no fue del todo entusiasta, a pesar del esfuerzo de los protagonistas.
Pasa que, cuando atravesaron las calles algunos vecinos salieron a la calle enarbolando linternas encendidas. Con ese solo gesto les recordaron que la verdadera batalla había tenido lugar unos meses antes y la habían perdido. Y que esa derrota no era una derrota cualquiera. Que esa derrota era superior al campeonato que trataban de ensalzar sin éxito. El Rafucho fue uno de los que prendieron linternas esa noche. Aunque, tal como la batalla, esas luces las había encendido unos meses antes.
Yo, que soy parte todavía de la hinchada visitante, cuento esto porque la objetividad no existe y además, para prolongar el festejo en el tiempo. Este gesto escrito sería el equivalente a la linterna que esgrimí con fiereza durante la caravana de los campeones.
Quizás, con suerte, haya algún hincha del Club La Dormida leyendo y viéndose en la obligación de recordar.

martes, 28 de agosto de 2012

¿ASÍ QUE NO SE MANCHA?

La célebre frase de Diego Maradona dice que la pelota no se mancha. Pero eso no parece ajustarse a la verdad. Si uno lee la nota "Tráfico de niños para jugar al fútbol: una nueva forma de esclavitud" podrá comprobarlo..
Si me preguntás a mi, a esta altura, la pelota está tan percudida que ya no se sabe de qué color fue alguna vez. Las huellas de los pibes jugando en el potrero han dado paso a los piés que buscan una oportunidad para salir de la pobreza y que quedan abandonados a su suerte, considerados descartables, fungibles a la primera de cambio.
Los fastos y el boato propios de un deporte masivo, generan millones para algunos y pesadillas para otros que sufren las consecuencias de la crueldad humana en vivo y en directo.

martes, 27 de septiembre de 2011

AHORA ME EXPLICO

Si che, se gestionan emociones, algo más complicado que "unos votos". Dice Mauri que la política no le enseñó nada. Se nota te voy a decir.
Más allá de las fáciles ironías a las que apela este poco imaginativo blog, diré que muy bien no le puede ir a una ciudad si su jefe de gobierno piensa que el fútbol es mucho más complejo que la política. Será justicia.
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viernes, 1 de julio de 2011

PERDÓN QUE ME META

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En este blog no acostumbramos a tratar el tema del fulbo. Porque hay muchos haciendo lo mismo por ahí con mayor conocimiento de causa que este servidor. Pero la verdad, ando con una comezón bárbara: me preocupa el estado del balompata argentino.
En principio creo que es obvio para todo el mundo (excepto para el que no quiera ver) que la pelota está manchada. 
No hay más que observar, como muestra, las famosas fotos de los barras bravas prohijados por dirigentes de River que fueron a "apretar" o sea, amenazar lisa y llanamente, al árbitro del partido en el entretiempo cuando se jugaban su permanencia en primera.
Pero esto no es lo único que mancha al fobal.
Las Barras Bravas del fútbol existen y hacen lo que hacen porque tienen cobertura política, económica y policial. De otra forma no podrían desarrollar sus actividades a la vista y paciencia de multitudes que asisten azoradas a la violencia que despliegan estos delincuentes (porque eso son) en cada partido en donde están presentes.
Repito, sin la protección de un montón de interesados, la mayoría de los integrantes de una barra brava estarían presos. Sobre el tráfico de droga que acomete con profuso entusiasmo cualquier barra brava que se precie de tal podríamos escribir varios libros. Y aquí también es imprescindible contar con la vista gorda de una multitud de entenados.
Pero hay más. Frente a la AFA y como representante en la FIFA persiste un personaje que podría hacer las delicias de Mario Puzo: Julio Grondona. No sólo su liderazgo se basa en claras maniobras dignas de la Camorra sino que también sus palabras pertenecen al oscuro ámbito que recubre la omertá. Cuando enfrenta a un micrófono contesta con amenazas veladas o manifiestas. Y todos tan contentos. Nadie dice esta boca es mía y el tipo sigue por ahí. Y encima comparte corrupciones con otro sospechoso dirigente: Blatter y su séquito de ominosos acólitos.
La última supuesta hazaña de éstos dos fue aceptar sobornos para elegir la sede de un futuro mundial.
Tal como vamos la pelota está puerca por todas partes.
Pero si es posible hay más: clubes "importantes" poniendo guita para arreglar resultados, lavando sextercios a través de la compra y venta de jugadores, endulzando periodistas varios para lograr comentarios y notas favorables a uno u otro dirigente.
¿Eso es todo?
No no.
Tenemos también a los árbitros que poseen una soberbia monumental. Una soberbia que ya no tienen los árbitros en otros deportes que son igual o más polémicos que el fulbo (eso sí, en el boxeo la cosa está peor que el fobal, plagado de Don Kings y cosas por el estilo). No aceptan críticas, no quieren que la tecnología ingrese a la cancha para no verse cuestionados, no aceptan sus humanas limitaciones y por tanto desechan cualquier ayuda que pudiera hacer sus fallos fuesen más justos. Se postulan tan infalibles como el Papa.
Sobre sus sospechosas cegueras o intuiciones momentáneas, mejor no abundar ¿no?
Y hay más, pero calculo que ya estarán un poco cansados de esta nauseabunda enumeración.
En definitiva, la pelota está manchada.
Y vaya a saber si alguien, algunos, muchos, la podrán limpiar.
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(imagen afanada de acá)

martes, 28 de septiembre de 2010

PERO EL CHORIPAN TE LO COBRAN UN OJO DE LA CARA

"Supuestamente elitista". Mira vos.
Desde mañana me dedico al Polo.
Me voy a hacer hincha de Indios Chapaleufu. Canté pri.
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"El fútbol, se dice, lo puede jugar cualquiera: sólo hace falta una pelota."
¡Que perspicacia la del periodista! ¡Que lo parió!

martes, 21 de septiembre de 2010

SE JUEGA COMO SE VIVE

En La Razón, se tomaron el dicho muy en serio. Al punto de ilustrar una movilización a tribunales con la foto de un partido de fulbo. No, no es un error. Es una opinión editorial.
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Si no lo cambiaron, la cosa se puede ver acá

jueves, 17 de junio de 2010

HABLEMOS DE FÚLBO CON BENEDICTO XVI

Los muchachos de la Liga Católica siguen buscando excusas para anotarse un poroto. Uno solito ni en que sea. Y para lograr ese objetivo todo sirve. Cualquier cosa.
Por eso que ahora rescataron un ignoto trabajo de Ratzinger, el actual Benedicto XVI, en donde el muchacho habla de fúlbo. ¡He aquí que lo tenemos al ladito mesmo de Dante Panzeri!.

Nota:
¿Qué formación usará en el equipo del Vaticano para jugar contra el Maligno?

jueves, 13 de mayo de 2010

PASAMOS DEL TENIS AL DEPORTE

Sin duda les hace falta reunirse, como dice Mónaco, y hablar largo y tendido.
Más que todo para ponerse de acuerdo sobre qué deporte van a practicar. 

miércoles, 14 de octubre de 2009

LA PELOTA NO SE MANCHA

El fútbol y el blanqueo internacional de capitales

"Los medios eficaces para blanquear dinero están aumentando, ya sea a través de fórmulas menos sofisticadas, como las tarjetas prepago, o cuenten con una dosis extra de inventiva, caso de las operaciones ligadas al comercio internacional de bienes. Pero si hay un sector emergente, ese es el del ámbito deportivo. Así lo cuenta Juan Miguel del Cid, Catedrático de escuela universitaria de Economía Financiera y Contabilidad de la Universidad de Granada-España, en el libro Blanqueo internacional de capitales (ediciones Deusto,2008), un texto en el que se repasan las posibilidades que ha abierto la globalización a la circulación de capitales ilícitos, así como su casuística más habitual.
Y el deporte es ya uno de los sectores de mayor riesgo. Especialmente el fútbol, cuya configuración de negocio abre las puertas a numerosas posibilidades para que el dinero pase de unos países a otros. Y no son sólo sospechas: algunas investigaciones judiciales, que habían asociado inversiones multimillonarias en el fútbol a mafias internacionales, acabaron en procesamiento. Así, la justicia federal brasileña ordenó la detención del millonario iraní Kia Joorabchian, representante en Brasil del fondo de inversiones MSI (propietario del Corinthians), y procesó a presidente y dirigentes del club por blanqueo de dinero. Igualmente, Alexandre Martins y Reinaldo Pitta, agentes de Ronaldo, fueron juzgados en 2003 por haber enviado ilegalmente 34 millones de dólares a Suiza y condenados a once años de prisión, pena que está a la espera de resolución de recurso. A finales de 2005 fueron detenidos de nuevo como presuntos responsables de una organización dedicada a la evasión fiscal y al lavado de dinero.
Como apunta Juan Miguel del Cid, “el fútbol es un deporte que se presta al blanqueo. En primer lugar, porque todos los negocios que son intensivos en dinero efectivo son también proclives a ser utilizados para esos fines. Por ejemplo, falseando el número de asistentes e incrementando así el dinero recaudado en taquilla”. Pero también porque facilita transacciones internacionales poco claras con operaciones “como la compra de equipos, algunos de los cuales han sido adquiridos por magnates con fortunas nada transparentes. Es el caso del Chelsea: (Roman) Abramovich es uno de esos oligarcas que se han hecho ricos con las privatizaciones de las empresas estatales y que ha sido vinculado con las mafias. Y a los oligarcas, comprar un club de fútbol les permite tanto blanquear dinero como obtener relevancia social”.

Otra operación utilizada con frecuencia son los traspasos. “Dado que el precio real sólo lo saben los intervinientes, basta con fijar un precio por encima del estipulado y así se pueden pasar de un país a otro sin problema cantidades adicionales”. También las operaciones de patrocinio, “como el caso aquel en que un ayuntamiento pagó para que un equipo madrileño llevase publicidad en su camiseta”, son susceptibles de ser utilizadas para el blanqueo. El sector emergente es el de las apuestas: los amaños en partidos de tenis y fútbol comienzan a ser noticia habitual. “Como apuestas sobre seguro, todo el dinero ganado en esa operación tiene ya cobertura legal: es como cuando se compra un billete premiado de la lotería, otro de los procedimientos habituales”. Por eso, asegura Miguel del Cid, “la FIFA está insistiendo mucho en la transparencia”. Aunque sin demasiado éxito.

Mucho dinero en efectivo de actividades delictivas.

En todo caso, y al margen de los mecanismos que se utilicen para introducir el capital ilícito en la economía legal, resulta preocupante la cantidad de efectivo proveniente de actividades delictivas que entra en circulación. Con consecuencias negativas en casi todos los órdenes, “ya que el dinero negro hace subir el precio de las cosas, como ocurre en el sector inmobiliario”. Sin embargo, existe “cierta tolerancia con ese capital ilícito, ya que también contribuye al funcionamiento del sistema”. Juan Miguel del Cid señala que “hasta el año 2001, los países lo observaban con cierta permisividad porque les venía bien para mejorar su economía. Y los bancos lo aceptaban porque así captaban dinero. No se hacían demasiadas preguntas. Pero a raíz del 11-S saltan las alarmas porque el blanqueo se ve unido a la financiación del terrorismo”. Lo que ocurre es que, desde entonces, “las medidas de persecución que se han puesto en marcha están encaminadas a dificultar que se financien los terroristas o que aflore el dinero de la droga pero no tanto al fraude fiscal”.

Pero, sean cuales sean las medidas legales nacionales que se establezcan, lo tendrán mucho más difícil si se continúa tolerando la existencia de paraísos fiscales, “una especie de agujero negro donde se pierde la pista del dinero”. Según las estimaciones del Banco Internacional de Pagos, la quinta parte de los depósitos bancarios existentes en todo el mundo estaban localizados en centros financieros offshore, lo que muestra su importancia real. A esas cuentas, protegidas por el secreto bancario, van a parar recursos que provienen de la delincuencia y de la corrupción. Pero también son sistemáticamente utilizados por grandes empresas: “actualmente, más del 60% del comercio internacional se realiza entre filiales de empresas multinacionales. Y los paraísos fiscales les brindan la oportunidad de colocar los beneficios en jurisdicciones de nula fiscalidad“.

También existen grandes lagunas dentro del sistema financiero, como la banca privada, a la que recurre con frecuencia la corrupción política. “La banca tiene una obligación, denominada Conozca a su cliente, según la cual han de identificar la legalidad de la fuente de riqueza de los clientes. En caso contrario, habrían de comunicar a las autoridades que se trata de una operación sospechosa. En la banca privada esta diligencia debería ser mayor porque estamos en un sector sensible, pero son pautas que no siempre se aplican. Se dice, por ejemplo, que Putin tiene una fortuna de 40.000 millones de dólares (sería la persona más rica de Europa) en cuentas en Suiza. Y numerosos dirigentes corruptos del tercer mundo han recurrido sin problemas a estos mecanismos”. Y es que el sector financiero cuenta con medidas para impedir el blanqueo que no observan en todos los casos: “en mi experiencia, por conversaciones con medios policiales, parece que los bancos se resisten a colaborar con los juzgados. No son muy proclives a colaborar con la Justicia”.

En definitiva, estamos ante un problema de solución dificilísima, en la medida en que, además de las posibilidades estructurales y legales abiertas para que el blanqueo se produzca, hay una serie de profesionales cualificados cuya tarea principal es inventar nuevas formas de lavado de capitales. Como asegura Juan Miguel del Cid, “las operaciones de blanqueo están diseñadas por abogados, auditores y asesores financieros y en algunos casos por grandes consultoras: el blanqueador es un profesional”.

Fuente