domingo, 19 de marzo de 2017
LOS NEGOCIOS DE PAPÁ HÉCTOR
jueves, 16 de marzo de 2017
TRANSPARENTES COMO PARED DE CEMENTO
domingo, 5 de junio de 2016
ASCO: LA PELOTA ESTÁ LLENA DE MIERDA
miércoles, 21 de octubre de 2015
NO SOMOS TODOS PUMAS
viernes, 1 de mayo de 2015
LOS GRINGOS
En eso estaba, digo, haciendo equilibrio entre el cielo y el infierno, cuando se presentó uno de esos momentos irrepetibles en la vida de un pueblo chico infierno grande: uno de los clubes que partían en dos a la afición de la localidad había instalado por fin la iluminación en su cancha. Y para inaugurarla a toda orquesta, el partido del campeonato local contra el archirrival, el otro club del pueblo, fue reprogramado para ser disputado de noche, aprovechando las luces antes citadas.
El anfitrión, Club La Dormida, estaba al tope de las posiciones en el campeonato y le sacaba cinco puntos al segundo (en esa época eran dos puntos por partido ganado). El rival de siempre, Club California del Este, estaba de mitad de tabla para abajo, con una serie de malos resultados que se repetían.
Para el clásico los anfitriones desplegaron una parafernalia enorme: adornaron los costados de la cancha con banderas que hablaban de la inauguración, se habían provisto de abundante cotillón, sombreros, pirotecnia y hasta una banda que amenizaba los cantos de la hinchada. Se sentían seguros del triunfo dada la coyuntura. Conjeturaban que, una victoria en la inauguración contra el clásico adversario, merecía un festejo apoteótico.
Por otra parte, el alicaído California intentaba recuperar algo de ánimo para enfrentar la ocasión. Olfateaban, sus hinchas y jugadores, que los habían elegido como sparrings para que el club La Dormida se luciera mostrando además de la superioridad en infraestructura, la solvencia deportiva que los mantenía en lo alto.
La única carta que tenían los visitantes era El Rafucho. Una carta incierta dado que el jugador estaba a prueba en un club de la primera mendocina y no había certeza de su participación en el match. Aunque, hay que decirlo, los californianos mantenían sobre el asunto un silencio pertinaz que apuntaba, entre otras cosas, a minar la tranquilidad de los locales.
En esa guerra de nervios estábamos cuando llegó el día del partido.
Hubo encuentros previos de las divisiones inferiores, ganados ambos por el Club California del Este. Quizás por la cabeza de algún hincha de La Dormida transitó la idea de presagio. Pero como los oráculos a esa hora estaban cerrados por el clásico, nadie pudo consultar ninguna fuente de sabiduría superior.
Y entonces se vino el partido de primera. Ante la mirada extasiada de su público ingresó a la cancha el Club Social y Deportivo La Dormida. Sus jugadores estrenaban camiseta y auspicio. Se los veía pletóricos de entusiasmo, contagiados por el fervor de la multitud. Posaron seguros de sí mismos bajo el intenso reflejo de las luminarias.
Luego todos en la cancha contuvieron la respiración: entró al campo de juego el Club California del Este. Y la peor pesadilla de los rivales, El Rafucho, venía a la cabeza, portando el balón.
De todas formas, tanta era la eficacia que había demostrado La Dormida, que la presencia de Natel era, quizás, un ingrediente más para aderezar la ensalada del triunfo (“les ganamos con el Rafucho y todo”).
El árbitro, ya concluidos los trámites previos, dio comienzo al match. Para beneplácito de los locales su equipo marcó el primer tanto apenas a los diez minutos de comenzado el encuentro. Y durante los cuarenta y cinco minutos iniciales dominaron el juego de punta a punta. Solo la habilidad del arquero (y el culo que lo asistió) evitó que el marcador se agrandara.
Los quince minutos de entretiempo sirvieron para que los inauguradores, con ojos brillantes, disfrutaran lo que parecía un triunfo abrumador e inapelable.
Llegó el second half. Y pasó lo inesperado. La Dormida se lanzó en un ataque coordinado que parecía terminar en la red. Pero la pierna del cinco se interpuso providencialmente enviando por rebote el balón a la mitad de la cancha.
Allí estaba El Rafucho que hasta ese momento había sido neutralizado con éxito por la defensa rival. Pero ¡ay las parcas!, su marcador lo perdió de vista un segundo y el Rafucho paró la pelota y encaró el campo contrario. Evadió a un marcador de punta y, desde el borde del área grande, lanzó un zurdazo inapelable. Disparo que se hundió en el ángulo derecho del arquero que, como dice la tradición, se tiró para la foto.
Como era de esperar, el silencio se apoderó de la hinchada de La Dormida. La otra parcialiad, recuperada la esperanza, le dio más énfasis a sus arengas contagiada por el inesperado regalo que el cielo le había hecho al equipo.
Pero la cosa recién comenzaba: aprovechando el estupor de los locales, la delantera del Club California recordó la esencia de su misión en la cancha y comenzó a jugar como si supiera. Y en uno de esos lances dejó otra vez al Rafucho de frente al arco, solo como Adán en el paraíso antes de perder su costilla. Casi paladeando el momento, el jugador apuntó y disparó hundiendo la pelota en el ángulo izquierdo del arco. Esta vez el arquero decidió que era inútil incluso posar para la foto y se quedó inmóvil, contemplando el gol.
A esta altura la parcialidad visitante tocaba el cielo con las manos mientras los locales sudaban la gota gorda. Sin advertirlo el festejo se estaba trocando en tragedia.
Y como a todo postre le viene bien una frutilla, ahí estaba El Rafucho para hacerle los honores.
Perdida la compostura, un enojado marcador central se lanzó contra las piernas de Natel, que había recibido un pase quirúrgico del 10. El Rafucho lo miró de reojo y lo dejó venir. En el momento del impacto desplegó en el aire la clásica bicicleta, haciendo pasar al marcador por debajo, quedando otra vez de frente al arco. Pero Natel estaba dispuesto a cerrar el asunto con un espectáculo. Entonces, en vez de patear y terminar con la agonía, enfrentó al otro marcador que venía desesperado a su encuentro. Amagó a la izquierda, luego a la derecha y cuando el desorientado jugador quedó con las piernas abiertas de par en par por el súbito cambio de dirección le tiró un caño que lo dejó fuera de juego tratando de explicarse por dónde había pasado la redonda. El arquero que había comprendido que El Rafucho quería deslumbrar salió a cortarlo en el borde del área chica. Natel venía a la carrera, observándolo. Esperó que el guardameta se arrojara a sus pies para elevar la pelota y pasársela con delicadeza por encima del cuerpo, a una altura suficiente para que no la alcanzara pero para dejarle la sensación que podría tocarla. La pelota cayó tras el arquero y El Rafucho la volvió a poner bajo su pie.
Así, con porte de rey o al menos de príncipe, entró trotando con pelota y todo en el arco del rival.
En ese instante pasaron varias cosas: la numerosa hinchada local inició la retirada cuando faltaban más de quince minutos para que terminara el encuentro, la barra visitante se pellizcaba para saber si era cierto o estaba soñando, El Rafucho recorría la cancha mostrando una sonrisa de oreja a oreja que quedó inmortalizada en las fotos que sacaban los periodistas que cubrían el evento. Y lo más importante: la fiesta de inauguración se suspendió por acuerdo tácito de los locales. Ahí quedaron los fuegos artificiales y las vituallas preparadas al efecto.
Una vez finalizado el partido, apenas los protagonistas se perdieron en los vestuarios, las luces se apagaron prontamente, como para olvidar lo ocurrido.
La hinchada visitante en cambio, recorrió una y otra vez las calles del pueblo en caravana de triunfo y muchos se fueron a dormir de madrugada con varias copas de más. Incluido el Rafucho, claro está.
Luego el mundo siguió su curso: California del Este persistió en su mala campaña y el Club La Dormida ganó el campeonato con una diferencia de puntos considerable. Pero la caravana del triunfo que intentaron no fue del todo entusiasta, a pesar del esfuerzo de los protagonistas.
Pasa que, cuando atravesaron las calles algunos vecinos salieron a la calle enarbolando linternas encendidas. Con ese solo gesto les recordaron que la verdadera batalla había tenido lugar unos meses antes y la habían perdido. Y que esa derrota no era una derrota cualquiera. Que esa derrota era superior al campeonato que trataban de ensalzar sin éxito. El Rafucho fue uno de los que prendieron linternas esa noche. Aunque, tal como la batalla, esas luces las había encendido unos meses antes.
Yo, que soy parte todavía de la hinchada visitante, cuento esto porque la objetividad no existe y además, para prolongar el festejo en el tiempo. Este gesto escrito sería el equivalente a la linterna que esgrimí con fiereza durante la caravana de los campeones.
Quizás, con suerte, haya algún hincha del Club La Dormida leyendo y viéndose en la obligación de recordar.
lunes, 16 de diciembre de 2013
MORIBUNDO
sábado, 16 de febrero de 2013
ILUMINADOS POR EL JUEGO
En eso estaba, digo, haciendo equilibrio entre el cielo y el infierno, cuando se presentó uno de esos momentos irrepetibles en la vida de un pueblo chico infierno grande: uno de los clubes que partían en dos a la afición de la localidad había instalado por fin la iluminación en su cancha. Y para inaugurarla a toda orquesta, el partido del campeonato local contra el archirrival, el otro club del pueblo, fue reprogramado para ser disputado de noche, aprovechando las luces antes citadas.
El anfitrión, Club La Dormida, estaba al tope de las posiciones en el campeonato y le sacaba cinco puntos al segundo (en esa época eran dos puntos por partido ganado). El rival de siempre, Club California del Este, estaba de mitad de tabla para abajo, con una serie de malos resultados que se repetían.
Para el clásico los anfitriones desplegaron una parafernalia enorme: adornaron los costados de la cancha con banderas que hablaban de la inauguración, se habían provisto de abundante cotillón, sombreros, pirotecnia y hasta una banda que amenizaba los cantos de la hinchada. Se sentían seguros del triunfo dada la coyuntura. Conjeturaban que, una victoria en la inauguración contra el adversario de toda la vida, merecía un festejo apoteótico.
Por otra parte, el alicaído California del Este intentaba recuperar algo de ánimo para enfrentar la ocasión. Olfateaban, sus hinchas y jugadores, que los habían elegido como sparrings para que el club La Dormida se luciera mostrando además de la superioridad en infraestructura, la solvencia deportiva que los mantenía en lo alto.
La única carta que tenían los visitantes era El Rafucho. Una carta incierta dado que el jugador estaba a prueba en un club de la primera mendocina y no había certeza de su participación en el match. Aunque, hay que decirlo, los californianos mantenían sobre el asunto un silencio pertinaz que apuntaba, entre otras cosas, a minar la tranquilidad de los locales.
En esa guerra de nervios estábamos cuando llegó el día del partido.
Hubo encuentros previos de las divisiones inferiores, ganados ambos por el Club California del Este. Quizás por la cabeza de algún hincha del Club La Dormida transitó la idea de presagio. Pero como los oráculos a esa hora estaban cerrados por clásico, nadie pudo consultar ninguna fuente de sabiduría superior.
Y entonces se vino el partido de primera. Ante la mirada extasiada de su público ingresó a la cancha el Club Social y Deportivo La Dormida. Sus jugadores estrenaban camiseta y auspicio. Se los veía pletóricos de entusiasmo, contagiados por el fervor de la multitud. Posaron seguros de sí mismos bajo el intenso reflejo de las luminarias.
Luego todos en la cancha contuvieron la respiración: entró al campo de juego el Club California del Este. Y la peor pesadilla de los rivales, El Rafucho, venía a la cabeza, portando el balón.
De todas formas, tanta era la eficacia que había demostrado el Club La Dormida, que la presencia de Natel era, quizás, un ingrediente más para aderezar la ensalada del triunfo (“les ganamos con el Rafucho y todo”).
El árbitro, ya concluidos los trámites previos, dio comienzo al match. Para beneplácito de los locales su equipo marcó el primer tanto apenas a los diez minutos de comenzado el encuentro. Y durante los cuarenta y cinco minutos iniciales dominaron el juego de punta a punta. Solo la habilidad del arquero (y el culo que lo asistió) evitó que el marcador se agrandara.
Los quince minutos de entretiempo sirvieron para que los inauguradores, con ojos brillantes, disfrutaran lo que parecía un triunfo abrumador e inapelable.
Llegó el second half. Y pasó lo inesperado. La Dormida se lanzó en un ataque coordinado que parecía iba a terminar en la red. Pero la pierna del cinco se interpuso providencialmente enviando por rebote el balón a la mitad de la cancha.
Allí estaba El Rafucho que hasta ese momento había sido neutralizado con éxito por la defensa rival. Pero ¡ay las parcas!, su marcador lo perdió de vista un segundo y el Rafucho paró la pelota y encaró el campo contrario. Evadió a un marcador de punta y, desde el borde del área grande, lanzó un zurdazo inapelable contra el arco. Disparo que se hundió en el ángulo derecho del arquero que, como dice la tradición, se tiró para la foto.
Como era de esperar, el silencio se apoderó de la hinchada del Club La Dormida. La otra hinchada, recuperada la esperanza, le dio más énfasis a sus arengas contagiada por el inesperado regalo que el cielo le había hecho al equipo.
Pero la cosa recién comenzaba: aprovechando el estupor de los locales, la delantera del Club California recordó la esencia de su misión en la cancha y comenzó a jugar como si supiera. Y en uno de esos lances dejó otra vez al Rafucho de frente al arco, solo como Adán en el paraíso antes de perder su costilla. Casi paladeando el momento, el jugador apuntó y disparó hundiendo la pelota en el ángulo izquierdo del arco. Esta vez el arquero decidió que era inútil incluso posar para la foto y se quedó inmóvil, contemplando el gol.
A esta altura la parcialidad visitante tocaba el cielo con las manos mientras los locales sudaban la gota gorda. Sin advertirlo el festejo se estaba trocando en tragedia.
Y como a todo postre le viene bien una frutilla, ahí estaba El Rafucho para hacerle los honores.
Perdida la compostura, un enojado marcador central se lanzó contra las piernas de Natel, que había recibido un pase quirúrgico del 10. El Rafucho lo miró de reojo y lo dejó venir. En el momento del impacto desplegó en el aire la clásica bicicleta, haciendo pasar al marcador por debajo, quedando otra vez de frente al arco. Pero Natel estaba dispuesto a cerrar el asunto con un espectáculo. Entonces, en vez de patear y terminar con la agonía, enfrentó al otro marcador que venía desesperado a su encuentro. Amagó a la izquierda, luego a la derecha y cuando el desorientado jugador quedó con las piernas abiertas de par en par por el súbito cambio de dirección le tiró un caño que lo dejó fuera de juego tratando de explicarse por dónde había pasado el balón. El arquero que había comprendido que El Rafucho quería deslumbrar salió a cortarlo en el borde del área chica. Natel venía a la carrera, observándolo. Esperó que el guardameta se arrojara a sus pies para elevar la pelota y pasársela con delicadeza por encima del cuerpo, a una altura suficiente para que no la alcanzara pero para dejarle la sensación que podría tocarla. La pelota cayó tras el arquero y El Rafucho la volvió a poner bajo su pie.
Así, con porte de rey o al menos de príncipe, entró trotando con pelota y todo en el arco del rival.
En ese instante pasaron varias cosas: la numerosa parcialidad local inició la retirada cuando faltaban más de quince minutos para que terminara el partido, la hinchada visitante se pellizcaba para saber si era cierto o estaba soñando, El Rafucho recorría la cancha mostrando una sonrisa de oreja a oreja que quedó inmortalizada en las fotos que sacaban los periodistas que cubrían el evento. Y lo más importante: la fiesta de inauguración se suspendió por acuerdo tácito de los locales. Ahí quedaron los fuegos artificiales y las vituallas preparadas al efecto.
Una vez finalizado el partido, apenas los protagonistas se perdieron en los vestuarios, las luces se apagaron prontamente, como para olvidar lo ocurrido.
La hinchada visitante en cambio, recorrió una y otra vez las calles del pueblo en caravana de triunfo y muchos se fueron a dormir de madrugada con varias copas de más. Incluido el Rafucho, claro está.
Luego el mundo siguió su curso: California del Este persistió en su mala campaña y el Club La Dormida ganó el campeonato con una diferencia de puntos considerable. Pero la caravana del triunfo que intentaron no fue del todo entusiasta, a pesar del esfuerzo de los protagonistas.
Pasa que, cuando atravesaron las calles algunos vecinos salieron a la calle enarbolando linternas encendidas. Con ese solo gesto les recordaron que la verdadera batalla había tenido lugar unos meses antes y la habían perdido. Y que esa derrota no era una derrota cualquiera. Que esa derrota era superior al campeonato que trataban de ensalzar sin éxito. El Rafucho fue uno de los que prendieron linternas esa noche. Aunque, tal como la batalla, esas luces las había encendido unos meses antes.
Yo, que soy parte todavía de la hinchada visitante, cuento esto porque la objetividad no existe y además, para prolongar el festejo en el tiempo. Este gesto escrito sería el equivalente a la linterna que esgrimí con fiereza durante la caravana de los campeones.
Quizás, con suerte, haya algún hincha del Club La Dormida leyendo y viéndose en la obligación de recordar.
martes, 28 de agosto de 2012
¿ASÍ QUE NO SE MANCHA?
martes, 27 de septiembre de 2011
AHORA ME EXPLICO
Más allá de las fáciles ironías a las que apela este poco imaginativo blog, diré que muy bien no le puede ir a una ciudad si su jefe de gobierno piensa que el fútbol es mucho más complejo que la política. Será justicia.
viernes, 1 de julio de 2011
PERDÓN QUE ME META
martes, 28 de septiembre de 2010
PERO EL CHORIPAN TE LO COBRAN UN OJO DE LA CARA
Desde mañana me dedico al Polo.
Me voy a hacer hincha de Indios Chapaleufu. Canté pri.
¡Que perspicacia la del periodista! ¡Que lo parió!
martes, 21 de septiembre de 2010
SE JUEGA COMO SE VIVE
jueves, 17 de junio de 2010
HABLEMOS DE FÚLBO CON BENEDICTO XVI
Nota:
¿Qué formación usará en el equipo del Vaticano para jugar contra el Maligno?
jueves, 13 de mayo de 2010
PASAMOS DEL TENIS AL DEPORTE
miércoles, 14 de octubre de 2009
LA PELOTA NO SE MANCHA
El fútbol y el blanqueo internacional de capitales
"Los medios eficaces para blanquear dinero están aumentando, ya sea a través de fórmulas menos sofisticadas, como las tarjetas prepago, o cuenten con una dosis extra de inventiva, caso de las operaciones ligadas al comercio internacional de bienes. Pero si hay un sector emergente, ese es el del ámbito deportivo. Así lo cuenta Juan Miguel del Cid, Catedrático de escuela universitaria de Economía Financiera y Contabilidad de la Universidad de Granada-España, en el libro Blanqueo internacional de capitales (ediciones Deusto,2008), un texto en el que se repasan las posibilidades que ha abierto la globalización a la circulación de capitales ilícitos, así como su casuística más habitual.
Y el deporte es ya uno de los sectores de mayor riesgo. Especialmente el fútbol, cuya configuración de negocio abre las puertas a numerosas posibilidades para que el dinero pase de unos países a otros. Y no son sólo sospechas: algunas investigaciones judiciales, que habían asociado inversiones multimillonarias en el fútbol a mafias internacionales, acabaron en procesamiento. Así, la justicia federal brasileña ordenó la detención del millonario iraní Kia Joorabchian, representante en Brasil del fondo de inversiones MSI (propietario del Corinthians), y procesó a presidente y dirigentes del club por blanqueo de dinero. Igualmente, Alexandre Martins y Reinaldo Pitta, agentes de Ronaldo, fueron juzgados en 2003 por haber enviado ilegalmente 34 millones de dólares a Suiza y condenados a once años de prisión, pena que está a la espera de resolución de recurso. A finales de 2005 fueron detenidos de nuevo como presuntos responsables de una organización dedicada a la evasión fiscal y al lavado de dinero.
Como apunta Juan Miguel del Cid, “el fútbol es un deporte que se presta al blanqueo. En primer lugar, porque todos los negocios que son intensivos en dinero efectivo son también proclives a ser utilizados para esos fines. Por ejemplo, falseando el número de asistentes e incrementando así el dinero recaudado en taquilla”. Pero también porque facilita transacciones internacionales poco claras con operaciones “como la compra de equipos, algunos de los cuales han sido adquiridos por magnates con fortunas nada transparentes. Es el caso del Chelsea: (Roman) Abramovich es uno de esos oligarcas que se han hecho ricos con las privatizaciones de las empresas estatales y que ha sido vinculado con las mafias. Y a los oligarcas, comprar un club de fútbol les permite tanto blanquear dinero como obtener relevancia social”.
Otra operación utilizada con frecuencia son los traspasos. “Dado que el precio real sólo lo saben los intervinientes, basta con fijar un precio por encima del estipulado y así se pueden pasar de un país a otro sin problema cantidades adicionales”. También las operaciones de patrocinio, “como el caso aquel en que un ayuntamiento pagó para que un equipo madrileño llevase publicidad en su camiseta”, son susceptibles de ser utilizadas para el blanqueo. El sector emergente es el de las apuestas: los amaños en partidos de tenis y fútbol comienzan a ser noticia habitual. “Como apuestas sobre seguro, todo el dinero ganado en esa operación tiene ya cobertura legal: es como cuando se compra un billete premiado de la lotería, otro de los procedimientos habituales”. Por eso, asegura Miguel del Cid, “la FIFA está insistiendo mucho en la transparencia”. Aunque sin demasiado éxito.
Mucho dinero en efectivo de actividades delictivas.
En todo caso, y al margen de los mecanismos que se utilicen para introducir el capital ilícito en la economía legal, resulta preocupante la cantidad de efectivo proveniente de actividades delictivas que entra en circulación. Con consecuencias negativas en casi todos los órdenes, “ya que el dinero negro hace subir el precio de las cosas, como ocurre en el sector inmobiliario”. Sin embargo, existe “cierta tolerancia con ese capital ilícito, ya que también contribuye al funcionamiento del sistema”. Juan Miguel del Cid señala que “hasta el año 2001, los países lo observaban con cierta permisividad porque les venía bien para mejorar su economía. Y los bancos lo aceptaban porque así captaban dinero. No se hacían demasiadas preguntas. Pero a raíz del 11-S saltan las alarmas porque el blanqueo se ve unido a la financiación del terrorismo”. Lo que ocurre es que, desde entonces, “las medidas de persecución que se han puesto en marcha están encaminadas a dificultar que se financien los terroristas o que aflore el dinero de la droga pero no tanto al fraude fiscal”.
Pero, sean cuales sean las medidas legales nacionales que se establezcan, lo tendrán mucho más difícil si se continúa tolerando la existencia de paraísos fiscales, “una especie de agujero negro donde se pierde la pista del dinero”. Según las estimaciones del Banco Internacional de Pagos, la quinta parte de los depósitos bancarios existentes en todo el mundo estaban localizados en centros financieros offshore, lo que muestra su importancia real. A esas cuentas, protegidas por el secreto bancario, van a parar recursos que provienen de la delincuencia y de la corrupción. Pero también son sistemáticamente utilizados por grandes empresas: “actualmente, más del 60% del comercio internacional se realiza entre filiales de empresas multinacionales. Y los paraísos fiscales les brindan la oportunidad de colocar los beneficios en jurisdicciones de nula fiscalidad“.
También existen grandes lagunas dentro del sistema financiero, como la banca privada, a la que recurre con frecuencia la corrupción política. “La banca tiene una obligación, denominada Conozca a su cliente, según la cual han de identificar la legalidad de la fuente de riqueza de los clientes. En caso contrario, habrían de comunicar a las autoridades que se trata de una operación sospechosa. En la banca privada esta diligencia debería ser mayor porque estamos en un sector sensible, pero son pautas que no siempre se aplican. Se dice, por ejemplo, que Putin tiene una fortuna de 40.000 millones de dólares (sería la persona más rica de Europa) en cuentas en Suiza. Y numerosos dirigentes corruptos del tercer mundo han recurrido sin problemas a estos mecanismos”. Y es que el sector financiero cuenta con medidas para impedir el blanqueo que no observan en todos los casos: “en mi experiencia, por conversaciones con medios policiales, parece que los bancos se resisten a colaborar con los juzgados. No son muy proclives a colaborar con la Justicia”.
En definitiva, estamos ante un problema de solución dificilísima, en la medida en que, además de las posibilidades estructurales y legales abiertas para que el blanqueo se produzca, hay una serie de profesionales cualificados cuya tarea principal es inventar nuevas formas de lavado de capitales. Como asegura Juan Miguel del Cid, “las operaciones de blanqueo están diseñadas por abogados, auditores y asesores financieros y en algunos casos por grandes consultoras: el blanqueador es un profesional”.