Visto y considerando que ya estoy un poco harto de escuchar hablar de Lanata, que Lanata ésto o que Lanata aquello, voy a expresar mi humilde opinión sobre el tema, más que nada porque hay que llenar el blog con algo ¿vio?
En principio evitaré todo lo posible el uso de la descalificación como argumento: que no me caiga bien Lanata no es un argumento, por ejemplo. Lo que interesa es otra cosa.
La crítica central que tengo para Lanata es la misma que tengo para 6,7,8.
Los dos programas cuentan con un nutrido equipo de investigación que remueve cuanto archivo ande por ahí a los efectos de sostener su postura. Revuelven, revuelven y revuelven, uniendo nombres, cargos, declaraciones juradas, etc. Con mayor o menor acierto indagan en el maremágnum de información que nos asalta y extraen de ahí conclusiones para uno u otro lado.
Ahora, es imposible que, revisando tanto, enlazando tanto, relacionando tanto, no encuentren asuntos que atañen a los que ellos representan. No es posible que Lanata o 6,7,8 no descubran entripados que tengan como protagonistas a los que defienden a capa y espada. Es fácticamente improbable, dado que los temas están tan entrelazados que, al tirar de la punta de algunos ovillos no es posible evitar enterarse de quién anda detrás de cada cosa.
Ni Lanata ni 6,7,8 dan cuenta de esos descubrimientos. Ni Lanata desnuda al Grupo Clarín que lo ha enaltecido como un luchador del periodismo independiente ni 6,7,8 cuestiona al gobierno seriamente.
Para que eso ocurra, tienen que elegir no ver. Tienen que desviar la mirada. Tienen que ponerse anteojeras y observar sólo en la dirección sugerida.
Es más, Lanata cuenta con algo de ventaja estratégica en este punto dado que su defensa del Grupo Clarín no pasa por justificar sus acciones sino en atacar los puntos débiles del gobierno.
6,7,8 plantea una defensa cerrada de las posiciones oficiales y tarde o temprano cae en la caricatura costumbrista. Y la estrategia de pegarle al mensajero tiene límites bien definidos.
Ninguno de los dos, ni Lanata ni 6,7,8 puede dar cátedra sobre periodismo de investigación, dado que silencian aquellas cuitas que pondrían en peligro los intereses que defienden.
Se insiste en comparar a Michael Moore con Lanata, no sólo por su proverbial generosidad de panza. Es más, Lanata filmó una película llamada “Deuda” en donde intentaba emular, sin éxito, la corrosiva ironía de Moore.
La frutilla de la torta en ese filme llega cuando Lanata entrevista a Anne Kruger, que en ese momento era subdirectora gerente del FMI. Las preguntas de Lanata son tan tímidas, tan obsoletas, tan complacientes que sorprenden. Más que nada porque ésa mansedumbre no es la acostumbrada indignación y bravura que despliega Lanata en la pantalla. Se lo veía tímido, apocado, asustado incluso.
Algo así nunca le pasó a Moore que no trepida en incomodar con sus preguntas a quien se le ponga a tiro. A Michael las jerarquías no lo amedrentan ni un poco. A Lanata parece que sí.
Pero hay más. Michael Moore siempre fue opositor. Y, pese a apoyar a Obama no ha tenido ningún problema en denunciar lo que creía que había que denunciar, aunque el presidente fuera Obama. O sea, la trayectoria de Moore es sólida, su credibilidad no fue puesta en entredicho porque no sostiene posiciones oscilantes.
No es el caso de Lanata, que mutó de feroz crítico del poder a crítico de una parte del poder, dejando en la sombra la otra nada despreciable porción que tiene el chupetín por el palito.
Moore no ha hecho semejante cosa. Lanata si.
Es bueno que el gobierno tenga uno o varios críticos lúcidos y puntillosos, que lo pongan en guardia contra sus propias usinas motoconformadoras y, de la forma que sea, estimulen la autocrítica. Los oídos sensibles que no gusten de la crítica pueden muy bien no escucharlos, pero es muy bueno que estén.
Ahora, no estoy seguro que entre esos críticos sólidos se encuentre Lanata. Por lo antedicho.
He dicho.