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jueves, 24 de marzo de 2016

LA MEMORIA Y LOS MONSTRUOS

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El director de cine Oliver Hirschbiegel y Bruno Ganz, actor que encarnó a Hibler, recibieron un aluvión inmenso de críticas por la película "La caída". 
Los mayores cuestionamientos se centraban en el Hitler que el filme había mostrado. Lejos de construir un personaje malvado, demonio de los infiernos, súcubo e íncubo, el retrato de Hitler era inquietantemente humano. Humano en el sentido de cotidiano: Hitler no era un tipo que desayunaba pollitos vivos, sino un señor achacoso que acariciaba un perro. Esta humanización del mito demoníaco era profundamente inquietante, porque esa humanidad era similar a la humanidad de los espectadores. Y ahí estaba el problema. Ahí está el problema: los monstruos se parecen mucho a nosotros. Tanto que cualquiera podría serlo. El mal abandona las figuras aterradoras y se encarna en un Adolf Eichmann, un oscuro funcionario burocrático alemán que ejecutó la política de exterminio de Hitler como un problema burocrático (Hannah Arendt trazó la mejor definición de este mal cotidiano, al definir la banalidad del mal "Comprendo –escribió– que el subtítulo de la presente obra (Un informe sobre la banalidad del mal) puede dar lugar a una auténtica controversia, ya que cuando hablo de la banalidad del mal lo hago solamente a un nivel estrictamente objetivo, y me limito a señalar un fenómeno que, en el curso del juicio, resultó evidente. Eichmann no era un Yago ni era un Macbeth, y nada pudo estar más lejos de sus intenciones que ‘resultar un villano’. Eichmann carecía de motivos, salvo aquellos demostrados por su extraordinaria diligencia en orden a su personal progreso”.
Eichmann, culpable de crímenes ominosos, era un hombre común, cuya “normalidad es mucho más aterradora que todas las atrocidades reunidas”, como subraya Arendt. La autora sostiene que eran muchos los “terriblemente normales” y que los crímenes cometidos por Eichmann no fueron consecuencia de una mente diabólica y enferma, o la pintoresca encarnación del mal sobre la tierra, sino de algo más rutinario y banal: la mediocridad absoluta de un burócrata incapaz de desobedecer las órdenes de sus superiores.")
¿Por qué cuento todo ésto?
Porque estamos de nuevo otra vez, ante la banalidad del mal. El triunfo de Mauricio Macri lo indica. Las políticas que Macri promueve y el apoyo que recibe de parte de la mayoría de sus votantes así lo indican. Políticas de exclusión, políticas de negación, políticas de segregación. Que reciben el aplauso de sus votantes.
Luego, cuando la historia se escriba, algunos tendrán la tentación de tildar a Macri de monstruo, intentaran diluir su responsabilidad apelando a la figura de Macri. Tratando de demostrar que el señor en cuestión era un monstruo. Pero no. Al igual que Hitler, los Macri de este mundo son emergentes de una sociedad que los forma, contiene y alienta.
Una sociedad en donde todos y cada uno pueden convertirse en psicópatas. 
Por eso, a cuarenta años de un golpe de estado en donde tampoco hubo monstruos, la memoria sigue siendo imprescindible. Entendiendo que la memoria es además un acto de voluntad.

martes, 26 de marzo de 2013

¿DÓNDE ESTÁ EL HUEVO DE LA SERPIENTE?

Por supuesto, los cinéfilos advertirán que el título de este post hace referencia a la película "El Huevo de la Serpiente" de Ingmar Bergman. En ese filme Bergman intenta responder la pregunta acerca del fermento social que favorece el surgimiento del nazismo en Alemania. La pregunta que sobrevuela las escenas es ¿dónde está el huevo de la serpiente? ¿En qué lugar, momento, circunstancias la mayoría de un pueblo como el alemán decide apoyar y elegir a Adolf Hitler y luego legitimar por acción u omisión sus actos, incluído el Holocausto?
Hannah Arendt ensaya una respuesta:
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"Cuando Arendt se pregunta qué tipo de mal está detrás de este horror, que tipo de maldad es la maldad de quienes participaron en él o de quienes lo permitieron, concluye que detrás de de ese mal ejercido no hay ni perversión, ni patologí­a ni tampoco razones ideológicas o convicciones morales, lo que hay en las mentes de aquellos hombres es más bien una ausencia de cualquier posibilidad de referencia a criterios de juicio, se trata de una "incapacidad de pensar" de una insensatez radical que afecta finalmente nuestra capacidad de juicio. El criminal del totalitarismo no es un monstruo ni un alienado, tampoco un loco, es simplemente alguien a tal punto superfluo que se ha vuelto incapaz de dar respuesta a una situación moral conflictiva desde su propio juicio. Es por eso que Arendt llama a este fenómeno banalidad del mal, o mejor del mal banal pues tras él no hay más que superficialidad. Este mismo concepto se opone al concepto moderno de "mal radical" que hace residir el mal en una incapacidad í­nsita a la naturaleza humana de conciliar el deseo de su inclinación sensible con el mandato de su máxima racional, tal impotencia serí­a natural al hombre y sólo se subsanarí­a con el progreso de su razón (Kant). En el caso de Arendt, es imposible pretender que el mal sea algo natural al hombre, consubstancial a su ser dual, caí­do o contradictorio, se trata más bien de que el mal atraviesa el divorcio entre una libertad no soberana y una irrecusable responsabilidad. El mal se cuela por entre las debilidades de la libertad y las impotencias del juicio. (Ver Essays in Understanding, 1930-1954, Eichmann in Jerusalem, Responsability and Judgment)"(Fuente)
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Estas conclusiones de Arendt son inquietantes. Y lo son porque dan por tierra con la teoría de los monstruos excepcionales que son capaces de cualquier cosa. Lo que existe, lo que está ahí, es el mal causado por "alguien a tal punto superfluo que se ha vuelto incapaz de dar respuesta a una situación moral conflictiva desde su propio juicio."
Cuando uno piensa en cosas como la UCEP, por ejemplo, o la xenofobia abierta y expuesta de la ultraderecha suiza, fenómenos ambos que concitan adhesiones, aparece el concepto anterior. Gentes que dificilmente puedan ejercer violencia bendicen su utilización porque son incapaces de responder a una situación moral conflictiva desde su propio juicio. En su propia insensatez radical anida el huevo de la serpiente. Justo en donde uno no buscaría o donde no sospecharíamos que está. Larvado, esperando una conjunción de circunstancias que le permitan prosperar y ser al fin, el terror que contiene como posibilidad agazapada.
No es otra cosa la solicitud constante de represión contra los inmigrantes, contra los "negros de mierda", contra "los zurdos", la justificación de las torturas policiales, el aplauso cerrado con ovación ad hoc cada vez que reprimen manifestantes, etc. No es otra cosa la legitimación de cualquier violencia posible que expresan los tranquilos ciudadanos de clase media en cualquier reunión social.
De estas reflexiones en voz alta quiero extraer dos conclusiones parciales e incompletas:
1.-El mal contiene una alta dosis de miedo a la libertad.
2.-El "sentido común", la "opinión pública" y otros conceptos acuñados por los medios masivos de comunicación contribuyen a crear las condiciones para que el huevo de la serpiente (que está ahí previo a todos estos esfuerzos) sea incubado con éxito.
No en vano en este blog intentamos señalar los desatinos (siendo nosotros mismos un gran desatino) que lanzan al ruedo medios, instituciones, personajes y otras aberraciones, porque esos desatinos intentan impedir que el sentido moral responda al mal cotidiano presente en las relaciones sociales de toda índole. 
También por eso tratamos, sin éxito como se ve, de proponer la reflexión, el pensamiento como acción, el análisis, para que el juicio silenciado por tanto grito de animador compulsivo o panelista sin argumentos, no obstruya la capacidad de pensar.
Nada más eso.
Humildemente. 

martes, 17 de agosto de 2010

EL MEJOR PERÍODO DE MI VIDA

Aquí hemos hablado muchas veces sobre las consideraciones de Hannah Arendt acerca de la banalidad del mal. Siempre en referencia a situaciones en donde la degradación del sentido moral es espantosa. Tan espantosa como cotidiana.
Hoy vuelvo a pensar en Hannah Arendt. Y de nuevo en la banalidad del mal.
La ex-soldado israelí Eden Aberyil subió fotos al Facebook, organizadas bajo la etiqueta "El mejor período de mi vida".
Las fotos son elocuentes y la pregunta que me agarra de la solapa y me interpela es: ¿es posible este horror? Las fotos indican que sí. Y ponerlas en un lugar como Facebook implica también esa degradación del sentido moral mentada más arriba.
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Nota:
Mi PC no responde a los mandos naturales por lo que los Post no serán tan frenéticos como siempre. Pero estarán. Lento pero seguro.
¿Qué opino sobre la foto y la soldado?
Soy un caballero. No lo diré públicamente.