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viernes, 28 de septiembre de 2018

jueves, 24 de marzo de 2016

LA MEMORIA Y LOS MONSTRUOS

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El director de cine Oliver Hirschbiegel y Bruno Ganz, actor que encarnó a Hibler, recibieron un aluvión inmenso de críticas por la película "La caída". 
Los mayores cuestionamientos se centraban en el Hitler que el filme había mostrado. Lejos de construir un personaje malvado, demonio de los infiernos, súcubo e íncubo, el retrato de Hitler era inquietantemente humano. Humano en el sentido de cotidiano: Hitler no era un tipo que desayunaba pollitos vivos, sino un señor achacoso que acariciaba un perro. Esta humanización del mito demoníaco era profundamente inquietante, porque esa humanidad era similar a la humanidad de los espectadores. Y ahí estaba el problema. Ahí está el problema: los monstruos se parecen mucho a nosotros. Tanto que cualquiera podría serlo. El mal abandona las figuras aterradoras y se encarna en un Adolf Eichmann, un oscuro funcionario burocrático alemán que ejecutó la política de exterminio de Hitler como un problema burocrático (Hannah Arendt trazó la mejor definición de este mal cotidiano, al definir la banalidad del mal "Comprendo –escribió– que el subtítulo de la presente obra (Un informe sobre la banalidad del mal) puede dar lugar a una auténtica controversia, ya que cuando hablo de la banalidad del mal lo hago solamente a un nivel estrictamente objetivo, y me limito a señalar un fenómeno que, en el curso del juicio, resultó evidente. Eichmann no era un Yago ni era un Macbeth, y nada pudo estar más lejos de sus intenciones que ‘resultar un villano’. Eichmann carecía de motivos, salvo aquellos demostrados por su extraordinaria diligencia en orden a su personal progreso”.
Eichmann, culpable de crímenes ominosos, era un hombre común, cuya “normalidad es mucho más aterradora que todas las atrocidades reunidas”, como subraya Arendt. La autora sostiene que eran muchos los “terriblemente normales” y que los crímenes cometidos por Eichmann no fueron consecuencia de una mente diabólica y enferma, o la pintoresca encarnación del mal sobre la tierra, sino de algo más rutinario y banal: la mediocridad absoluta de un burócrata incapaz de desobedecer las órdenes de sus superiores.")
¿Por qué cuento todo ésto?
Porque estamos de nuevo otra vez, ante la banalidad del mal. El triunfo de Mauricio Macri lo indica. Las políticas que Macri promueve y el apoyo que recibe de parte de la mayoría de sus votantes así lo indican. Políticas de exclusión, políticas de negación, políticas de segregación. Que reciben el aplauso de sus votantes.
Luego, cuando la historia se escriba, algunos tendrán la tentación de tildar a Macri de monstruo, intentaran diluir su responsabilidad apelando a la figura de Macri. Tratando de demostrar que el señor en cuestión era un monstruo. Pero no. Al igual que Hitler, los Macri de este mundo son emergentes de una sociedad que los forma, contiene y alienta.
Una sociedad en donde todos y cada uno pueden convertirse en psicópatas. 
Por eso, a cuarenta años de un golpe de estado en donde tampoco hubo monstruos, la memoria sigue siendo imprescindible. Entendiendo que la memoria es además un acto de voluntad.

lunes, 18 de noviembre de 2013

ESTE PUEDE SERVIR

Si. Quizás este sea el adecuado. Para esperar sentado que el PRO repudie los dichos de Durán Barba y lo saque corriendo de sus filas repletas de republicanos amantes del consenso y el diálogo.
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Aunque creo que será al flato ¿no?

martes, 28 de mayo de 2013

USEMOS LA IMAGINACIÓN

Dado el editorial del diario La Nación del lunes 27 de mayo de 2013, vamos a tomarnos la atribución, en este blog plagado de gente mal pensada, de imaginar un editorial de ese diario, en la fecha a la que alude, mayo de 1933. Forzaremos un poco el escenario, aviso, para que nadie se sorprenda de lo que viene a continuación.
A por él.
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LA FIRMEZA NECESARIA
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Hay dos aspectos distintos que combaten cuerpo a cuerpo en el ámbito de la política: los altos ideales que comporta un proyecto político y la lucha cotidiana para que esos ideales se traduzcan en hechos concretos. En este segundo sentido hablamos del barro de la política: allí tienen lugar alianzas, presiones, estrategias parlamentarias, negociaciones, etc. En ese campo de batalla hay que ensuciarse las manos, allí el trabajo no siempre es grato y la mayoría de las veces, nadie está dispuesto a reconocer los esfuerzos que se realizan casi en la sombra.
Algo de eso ha tenido lugar en Alemania. Alemania vio caer un imperio y sufrio en carne propia la lucha de diversas facciones políticas que se disputaban los despojos de un país destruido por la guerra. Los sueños de colectivismo, las inoperantes utopías socialistas, la tibieza socialdemócrata, la violencia espartaquista y sobre todo, la ausencia de una mano firme que pudiera reencauzar el rumbo (hundiendo los piés en el barro, ensuciándose para hacer el trabajo necesario) habían llevado a Alemania al caos. 
La inflación desenfrenada y el desempleo creciente minaron la confianza de la población que no encontraba en sus políticos la respuesta a sus pesares.
En ese marco apareció Adolf Hitler. Dueño de una personalidad arrolladora, propuso a los alemanes un programa con objetivos claros y concretos. Y luchó para llegar a la posición de poder que le permitiera llevar adelante esos objetivos. Claro que en el camino, como en el barro de la política, no siempre se cuidaron las formas. Pero las situaciones de excepción requieren medidas de excepción y estadistas dispuestos a llevarlas adelante. Hitler se hizo cargo de esa misión histórica.
Logró domar a las fuerzas que amenazaban con destruir la nación. Comprendió que, a pesar de las críticas, no era momento para largas deliberaciones, demoras u obstáculos parlamentarios. Controló el Reichstag usando con habilidad un juego de alianzas que le proporcionó las herramientas necesarias para modificar el ominoso presente de Alemania.
No hubo tiempo ni espacio para sutilezas doctrinarias. La palabra que puede resumir el camino recorrido por Hitler es lucha. Denodadas batallas que fue ganando en la certeza de que era él, el único capaz de cambiar el destino alemán. Y no se equivocó. Ahora se escuchan las críticas timoratas de aquellos que antes no contribuyeron a la reorganización del país, los que en su momento fueron un obstáculo y llevaron a ese pueblo a uno de los períodos más oscuros de su historia.
Hitler tuvo el temple y la firmeza que hacen falta para capear los temporales. No le teme al barro de la política porque sabe que los resultados no se harán esperar. Alguien tenía que hundir las manos en el fango y fue Hitler quien tuvo el coraje necesario para hacerlo sin dejarse amedrentar por melindres humanistas.
Cuando pase el tiempo, el mundo recordará a Adolf Hitler, no como un autócrata enceguecido por el poder, sino como un estadista que guió a su país a través de una inmensa crisis y lo llevó con decisión a un camino de properidad.
Con la firmeza necesaria.
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Dije que este era un ejercicio de imaginación. Pensé cuál hubiera sido la  posición que hubiera asumido el Diario La Nación frente al ascenso de Hitler en 1933. Eso escribí. Por ahí me equivoco, pero creo que anduve cerca. Por supuesto, está la evidencia histórica: basta recorrer una hemeroteca y verificar el tenor de los editoriales de aquella época, pero eso es demasiado, prefiero estas licencias poéticas.

martes, 25 de septiembre de 2012

EL PELADO OSVALDO

Durante un tiempo nada despreciable muchos descubridores o enviadores de anécdotas aparentemente sorprendentes han bombardeado mi correo electrónico con éste texto. Calculo que conocerán bastante el ejercicio detallado: elegir un "líder" entre tres opciones. Para tal fin se enumeran características particulares de cada uno. Y se le ofrecen al lector tres alternativas, de las cuáles la "C" ("fue condecorado como héroe. Era vegetariano. No fumaba. Tenía una disciplina ejemplar. Bebía una cerveza muy de vez en cuando. Permaneció con la misma mujer en sus momentos de gloria y en sus momentos de derrota.) corresponde a la descripción de las costumbres de Hitler.
Todos se sorprenden o simulan hacerlo y la moraleja que deberíamos extraer (según el inefable Coelho) sería que "nuestro gran problema, principalmente en un mundo que se está volviendo cada vez más fundamentalista, es no tolerar que las personas en posiciones destacadas tengan errores humanos. Siempre estamos en busca del gobernante perfecto. Estamos siempre esperando que un pastor nos dirija y nos ayude a encontrar nuestro camino."
Que edificante ¿no?
Bueno, ya fue suficiente. Le voy a ajustar las cuentas a ese razonamiento tan débil y engañoso.
Veamos, se puede resumir el asunto de esta forma:
-.Algún líder fue condecorado como héroe. Era vegetariano. No fumaba. Tenía una disciplina ejemplar. Bebía una cerveza muy de vez en cuando. Permaneció con la misma mujer en sus momentos de gloria y en sus momentos de derrota
-.Hitler fue condecorado como héroe. Era vegetariano. No fumaba. Tenía una disciplina ejemplar. Bebía una cerveza muy de vez en cuando. Permaneció con la misma mujer en sus momentos de gloria y en sus momentos de derrota
-.Todos los que fueron condecorados como héroes, eran vegetarianos, no fumaban, tenían una disciplina ejemplar, bebían una cerveza muy de vez en cuando, permanecieron con la misma mujer en sus momentos de gloria y en sus momentos de derrota son como Hitler.
O, si lo ponemos más cerca del mostrador, sería:
-.Algunos tipos son pelados
-.Osvaldo es un tipo pelado.
-.Todos los tipos pelados se llaman Osvaldo.
Sin demasiado esfuerzo podemos observar la falacia que acecha detrás del pequeño ejercicio adivinatorio propuesto. En lógica se le llama Ilícito Mayor: "El predicado en la conclusión se refiere a todos los miembros de la categoría, pero el mismo término en las premisas se refiere tan solo a algunos de los miembros de la categoría."
Coelho aplica el asunto a la elección de líderes  y concluye una perogrullada: "En realidad, las grandes revoluciones y los grandes avances de la humanidad fueron impulsados por personas iguales a nosotros. Todo lo que necesitamos es el valor necesario para tomar una decisión clave en un momento difícil."
¿Qué duda cabe acerca de la humanidad de los líderes?
Pero la cosa no es tanto que los líderes sean humanos sino que los indicadores que se buscan como atributos no definen nada de nada. Cosa que se sabe desde antes de comenzar a leer el cuestionario. Que los accidentes individuales, las contingencias singulares no dan por resultado necesariamente una cosa u otra. Que las elecciones de cualquier naturaleza basadas en horóscopos domingueros tienen un destino equívoco. Sólo una moral que se sorprende de su propia ceguera es capaz de no percibir que cada sujeto no es un cúmulo de atributos buenos o malos sino una historia en movimiento, un proceso aleatorio que va en una u otra dirección en medio de una trama de relaciones complejas y contradictorias. La moralina desiste de su indignación y por un momento condesciende a humanizar los bustos de bronce. Pero aún la mirada que hay detrás de tanto fárrago es miope. 
Hay alguna otra cosa que decir de esta sanata acerca de Hitler y amigos: la historia no es un pedo en un canasto, ni posee una teleología infalible que traslada al sujeto de acá hasta allá. De hecho estamos arrojados a la historia y condenados a construirla en condiciones que nos han sido dadas. El fin de la historia, el "destino" no está escrito en la historia misma como resabio de un porvenir divino apenas secularizado. La historia la hacen los sujetos en el devenir cotidiano. ¿Adónde van las cosas? Al lugar al que la construcción las lleve. La historia no está ahí para que el sujeto se adapte o muera, la historia es de alguna forma la escritura de un proceso. A esa concepción personalista de la historia que encarna este cuestionario habría que oponerle el poema de Bertolt Brecht "Preguntas de un obrero que lee".
Digo, para no andar repitiendo burradas y para comprender, aunque sea por accidente, que la responsabilidad por lo real nos incumbre y compete. Podemos no ser culpables, pero ciertamente sí, responsables.

martes, 9 de agosto de 2011

¡TELE, TELEKINESIS!

Hay que destacar el esfuerzo del señor Pío.
¡Qué compromiso con la humanidad! ¡Qué amor por la naturaleza!
Quizás, si en vez de perder el tiempo en ritos improbables se hubiera dedicado a ayudar a los perseguidos por el nazismo mediante prosáicos medios diplomáticos, económicos y políticos, algunos miles se hubieran salvado.
Ponele.
Si en lugar de no hacer nada, o sea, jugar al exorcismo cuando miles de sujetos morían bajo las botas de la SS, hubiera aprovechado su investidura de príncipe de la iglesia católica para denunciar, firme y claramente, los crímenes de Hitler, estoy convencido que un montón de personas podrían haber escapado del horror.
Pero no. Era mejor la Isla de la Fantasía.
Y la manga de idiotas que nunca falta, ahora destaca el pretendido exorcismo a control remoto como un hecho loable. Puaj. 
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No hay caso. No se puede salir de la Edad Media.