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jueves, 28 de noviembre de 2013

WORD OF MOUTH

Nombrar es hacer ver. Un nombre, una palabra no es sólo una palabra, es un cincel que talla el mundo que vemos. En ese mismo acto, lo que no se nombra queda oculto o velado. También las palabras contienen en sí mismas el modo de mirar, aquello que le otorga un sentido particular del que proviene el sentido que le asignamos a las cosas una vez que las nombramos con esas palabras.
Las palabras, entonces, no son inocentes. Contienen una historia que se despliega en el momento es que salen al mundo colgadas de la boca del que las dice o escribe. La historia de las palabras indica quiénes las pergeñaron, cómo las usaron, con qué intención fueron proferidas, para qué nacieron y hacia dónde apuntan. Por eso, cuando usamos palabras también ponemos en acto esos sentidos previos, incluso cuando no creemos en ellos. Incluso cuando pensamos que ese sesgo queda anulado por el modo en que la palabra fue enhebrada junto a otras.
Las palabras, en ese caso, pueden traicionarnos.
En la literatura, el escritor juega con los sentidos almacenados en cada término, tejiendo y destejiendo los conceptos que esas palabras alumbran u oscurecen, forzando su significado, desguazando las sílabas para tramar historias que se alimentan de esa recombinación. La condición de la literatura es esa búsqueda minuciosa que destroza y construye, en donde la polisemia es una herramienta para crear.
Y sabe (o debería saber) que cada palabra corta como un bisturí. Y que hay que tener mucho cuidado y nunca confiar en ellas.
Las mismas precauciones habría que tomar al usar determinadas palabras en otros campos que no son la literatura. Por todo lo dicho. Pero además porque en ciertos contextos el efecto de las palabras irá mucho más allá del goce estético.
Por ejemplo en política y economía.
Sobre todo en política y economía.
En ambos espacios las palabras son letales. Cada concepto, cada término proviene de una genealogía determinada y alumbra la realidad desde ese sesgo, aún cuando la pongamos en otro contexto. Seguirá diciendo lo que decía porque fue construida para decir de una forma y no de otra.
Y ese sesgo enseña a mirar, aún cuando creamos que nuestra mirada es diferente. Al nombrar un proceso social mediante un término determinado lo estamos definiendo de una forma y no de otra, incluso si nuestras convicciones en la materia son distintas. La disidencia queda anulada por las palabras que usamos. Porque esas palabras, ya lo hemos dicho, no son solo palabras.
Veamos un ejemplo para poner fin a tantas abstracciones:
Supongamos que tenemos una mirada progresista (en sentido estricto) de la sociedad. Defendemos la intervención del estado en educación, justicia y vivienda, etc. Postulamos que el mercado no se autoregula, etc. Entonces, en medio de una discusión decimos que “el gasto público” ha subido o bajado. De pronto nuestra concepción de la sociedad se ha desbaratado, dado que el concepto “gasto público” proviene de una mirada teórica distinta, que propone exactamente lo contrario al progresismo (por decirlo de alguna manera) y que no solo son dos palabras sino un universo de significados enfrentados a nuestra propia mirada de la historia. Usar ese concepto no es solo una concesión sino también una confesión. Al ponerlo en acto estamos legitimando una postura que sostiene que hay que hacer exactamente lo opuesto a lo que pensamos que hay que hacer. Las palabras, entonces, nos han traicionado.
Y así podría seguir citando ejemplo tras ejemplo de palabras usadas con descuido o pereza: seguridad jurídica, previsibilidad, buen clima de negocios, etc.
Caemos en la trampa o ya habíamos caído.

lunes, 10 de junio de 2013

HUBO UN TIEMPO QUE FUE HERMOSO

...
Alguna vez, cuando era adolescente y el mundo amenazaba detrás de las puertas, pensé que mi tarea, que mi "misión" por decirlo de forma heróica era cambiar o, por lo menos, ayudar a cambiar eso que está afuera  y es una máquina de triturar almas. Con toda la arrogancia de mis escasos años, conjeturé que ese destino enlazaba todas las inquietudes que me traspasaban, para las que apenas tenía palabras, para las que sigo buscando palabras en un vano intento por conjurar el espanto y nombrar la belleza (nombrarla es apuntar un dedo para que otro u otros puedan verla, aunque la mayoría de las veces, como en el proverbio chino "cuando el dedo señala la luna, el imbécil mira el dedo").
Si había que señalar la belleza, indicar su existencia, insistir en su existencia, era porque había fealdad, porque como contrapartida el mundo alumbraba espanto por todas partes. Y transformaba ese espanto, el horror, en sentido común. Definir al horror como inevitable y forzar al sujeto humano a perseguir la adaptación, desalentando cualquier esperanza de transformación colectiva porque ¿para qué?, es un aspecto central del sistema en el que estamos metidos, del que somos, y aquí la palabra viene como anillo al anular, "prosumidores". 
Desmontar esa mascarada, refutar el discurso de las cosas inevitables, mostrar las huellas del engaño. Seguir la trama de ese asesinato silencioso que consume existencias y condena al silencio.
Para todo eso hace falta la desconfianza, la sospecha. Conjeturar la belleza a partir del horror, sostenerla aún cuando sea solo pura posibilidad, puro sueño, puro empecinamiento. Sostener contra viento y marea que la apariencia de las cosas oculta una trama que propicia el horror para muchos y el privilegio para otros. Un dispositivo a veces tan evidente que pasa inadvertido y uno no sabe cómo.
No es que todo eso se me ocurriera de una sola vez: de a poco los años me han colmado de argumentos a favor y en contra. Que la vida, que ya sos grande, que alguna vez hay que sentar cabeza, que no podés ser un nómade toda tu vida, que las utopías juveniles, que si a los 30 todavía sos de izquierda sos un pelotudo y tantas otras razones que lanzaron sobre mi como los mìticos Angry Birds. Que a nadie le preocupa que Cortázar escribiera "Salvo el Crepúsculo" justo en el crepúsculo de su vida y a Cortázar lo conozco por la propaganda del Megane y qué pedazo de auto che ¿leiste el cuento? no, vi la pelìcula (decía Claudio Alonso gerente de publicidad de Renault en los tiempos de aquel comercial: "Cuando escribió La autopista del sur, tal vez sin saberlo, Cortázar estaba formulando una idea clave para la publicidad de autos: uno lleva el nombre del auto que maneja. Eso está en el cuento, lo que hizo la agencia fue recrearlo", que lindo ¿no? acá tenemos al imbécil mirando al dedo del que hablaba más atrás) y mucho menos saber que el que toca la batería con Path Metheny y Dave Holland en "Question and Answer" es Roy Haynes y no Dennis Chambers que sí grabó con Greg Howe y Victor Wooten "Extraction" o cosas asì. Ni que "Nosferatu" pertenece al expresionismo alemán que no es el mismo movimiento de "El Acorazado Potemkin" de Eisenstein y que "La Diligencia" de John Ford es una obra maestra. Cosas así, tan supérfluas para el contador que amontona expedientes o el corredor de bolsa que suma úlceras. Trastocado el mundo, confundidos sus habitantes, pensar que todo lo nombrado es un snobismo o un simple pasatiempo indica el horror en el que estamos metidos y que seguimos abonando con nuestra ética del sufra hoy-gane mañana.
Contra todo eso prometí luchar allá lejos y hace tiempo.
Hoy sigo pensando que esa pelea es necesaria. Y que tengo la derrota casi asegurada.
Retomo a Cortázar: en uno de los poemas de "Salvo el Crepúculo" dice que sus amigos "no tienen donde caerse vivos".
Creo que ese verso magistral resume mis intuiciones.
Al menos hoy, día en el que me levanté pensando en "Canción para mi muerte" que fue confundida con una balada romántica durante mucho tiempo por contadores que, como buenos psicóticos, no entendían metáforas.
Yo por mi parte seguiré señalando la luna, aún cuando yo sea, cada tanto, el imbécil que mira el dedo.
Bienvenidos a la semana.
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PD:
La imagen que ilustra este tanteo se explica aquí, hablando de Cortázar. El protagonista de ese cuento, Johnny, dice en algún momento: "esto lo estoy tocado mañana" y "No tiene ningún mérito pasar al otro lado porque él te abra la puerta. Desfondarla a patadas, eso sí. Romperla a puñetazos, eyacular contra la puerta, mear un día entero contra la puerta." Algo asì.
Un día de estos tendré que hablar del concepto de "gratuidad", lo anoto ahora para no olvidarme.

miércoles, 28 de marzo de 2012

EL HAMBRE

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Mi amigo Ringo me regaló un libro. El texto en cuestión se llama "Revelación de un Mundo" y la autora es Clarice Lispector. Una escritora que había escuchado nombrar pero no había leído. El libro reune crónicas de Clarice publicadas en el Jornal do Brasil.
Y la primera crónica me alcanzó en plena mandíbula y todavía no me puedo recuperar.
Por eso la quería compartir.
Uds. sabrán comprender.
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Niños irritantes

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No puedo. No puedo pensar en la escena que visualicé y que es real. El hijo está de noche dolorido por el hambre y le dice a su madre: tengo hambre, mamá. Ella le responde con dulzura: duerme. Él dice: pero estoy con hambre. Ella insiste: duerme. Él insiste. Ella grita dolorida: ¡duerme, niño molesto! Los dos se quedan en silencio en la oscuridad, inmóviles. ¿Estará dormido? -piensa ella despierta. Y él está demasiado amedrentado para quejarse. En la negra noche los dos están despiertos. Hasta que, por dolor y cansancio, ambos dormitan, en el nido de la resignación. Y yo no soporto la resignación. Ay, cómo devoro con hambre el placer de la revuelta.
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Clarice Lispector, 1967

lunes, 14 de noviembre de 2011

ESPERÁ SENTADO

¿Sabés hace cuánto que escucho este cantito?
Muchachos, nada puede reemplazar el momento, cuasi erótico, en que las manos abren el libro y los anteojos se echan a correr por las líneas que alumbran universos (acá le afané a Cortázar redondamente).
Ya lo han matado tantas veces y sigue ahí tan campante.
Ni siquiera la mala literatura lo pudo asesinar, mucho menos un E-Book.
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