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"En le Nouvel Observateur del 29 de mayo (1978), François Schlosser traza un cuadro aterrador de los calabozos y los campos de tortura, y titula su artículo: "Lo que el equipo de Francia no verá en la Argentina". En un recuadro presenta el testimonio de una mujer que, al oir llorar desesperadamente a uno de sus codetenidos en la Escuela de Mecánica de la Marina, se enteró de que acababa de ver cómo le cortaban las manos a su mujer con una sierra mecánica.Amigo ¿lo oyes?" (Julio Cortázar, "Papeles inesperados", pag.307)
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No es menor que el tipo que eligieron para presidente no le importe si fueron 30000 o 9000 los desaparecidos durante la última dictadura cívico-militar. Tampoco que diga "no tengo idea y no me interesa participar del debate." En principio, no es un debate. No es una discusión de ideas. Son los desaparecidos, los asesinados por la dictadura militar en complicidad con una parte nada despreciable de la sociedad civil. Los descendientes de esos cómplices civiles ahora están en el gobierno. Quizás por eso, sospecho, manifiesta semejante indiferencia.
A veces, cuando hablamos de los crímenes de la dictadura olvidamos que no consisten en estadísticas. Son ese detenido que lloraba desperadamente porque había visto cómo le cercenaban las manos a su compañera con una sierra eléctrica. Ése es el dolor. Toda la perversidad resumida en una acción despreciable que insulta todo lo que tenemos de humano y sensible. Si alguien de la especie no puede sentir empatía con el tipo que lloraba de dolor e impotencia ante la tortura que sufría su pareja a manos de los sádicos de la ESMA estamos ante un monstruo. Y es mucho peor el que encuentra excusas para esa fría maldad. Sin duda, el que declara que no le importa está incluso un paso más allá, porque carece de sensibilidad alguna. Si además el que manifiesta esto último es el presidente de la nación en donde ocurrieron esos crímenes el problema es mucho mayor.
Es un cachetazo, una piña en el estómago. Es de nuevo la sierra cortando las manos de una mujer mientras su esposo la mira sufrir sin poder hacer otra cosa que llorar.
Por eso está la grieta. Ésa es la razón central de la oquedad que nos pone de uno u otro lado. En este asunto no hay grises. No puede haberlos. Y no es maniqueismo patotero ni reduccionismo político. No se puede debatir acerca del horror comprobado y documentado. Quien no lo condena lo justifica y apoya. Así de simple.
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