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martes, 10 de noviembre de 2015

HABLANDO DE PREPOTENCIA Y SOBERBIA

Doña Rosa: ¿esto no es prepotencia?
No claro, contesta Doña Rosa
...
...
¿No era de ésto de lo que se quejaban?
Ahora solo les escucho el silencio
Silencio cómplice
Perdón Doña Rosa
Me dejé llevar por lo evidente

viernes, 15 de mayo de 2015

IMPUNIDAD Y SOBERBIA

...
Cada vez que el fútbol argentino propicia un muerto aparecen los sacerdotes de las vestiduras arrancadas para despotricar en contra de ésto y aquello. Como si la violencia en el fútbol hubierna nacido en ese momento y no fuera un perverso dispositivo que se alimenta de sangre, terror y asesinatos varios. Una pequeña reseña del año 2015, solo del 2015, nos muestra que el asunto peina largas canas (ups).
Cuando uno mira y revisa la lista de víctimas de la violencia en el fútbol argentino desde 1939 hasta 2013, comprende que el asunto viene de muy atrás y antes que nada, indica que poco se hizo y se hace para cortarlo de cuajo y erradicarlo de las canchas de una buena vez por todas.
Dos palabras me vienen a la cabeza: impunidad y soberbia.
Solo con impunidad pueden hacer lo que hacen. Y solo con soberbia se puede justificar lo que se hace.
La impunidad proviene de un entramado de relaciones non sanctas entre fuerzas de seguridad, barras bravas, punteros y dirigentes políticos. Porque para que un tipo o tipos tengan manos libres para hacer más o menos lo que quieren sin que nadie diga esta boca es mía es necesario que los ojos (multiplicados por cámaras hasta en el inodoro) miren para otro lado. Y además, que si alguien llega a ver lo que no tiene que ver, exista una instancia que diga que el sol no sale todos los días.
Esa articulación que proporciona impunidad se logra con negociados como éste en donde la connivencia entre el entonces presidente de Boca, Mauricio Macri y el Rafa Di Zeo permite obtener beneficios económicos varios (obsérvese en el artículo que es del 2009, el papel de Angelici que era tesorero de Boca en ese momento). O las hazañas de Angelici y la barra brava que van más allá de verse en la cancha.
O la anuencia o complicidad entre el presidente de Independiente, Hugo Moyano y la barra brava de ese club, que queda probada en esta nota.
¿Es necesaria mayor evidencia? Hay, pero sería larga de enumerar y como muestra bastan esos botones.
Y los botones pertenecen a varios clubes, no solo a Boca.
A eso me refiero cuando digo que hay un entramado complejo entre fuerzas de seguridad, dirigentes y barras bravas en donde se cocina la impunidad con la que estos tipos siguen haciendo lo que hacen.
Y la soberbia: la soberbia (que se extiende, ponele, a la resistencia a usar dispositivos electrónicos para constatar situaciones conflictivas en el juego, cosa que otros deportes hacen porque nadie es perfecto excepto que sea árbitro de fulbo y sanseacabó) que sirve para justificar con discursos vacíos lo que ocurre a la vista de todos y la paciencia de los cómplices.
Pocas veces escuché a un dirigente de fútbol practicando la autocrítica. Recurren a los lugares comunes, que vamos a trabajar para ésto o para aquello, un grupo de inadaptados, esto le hace mal al fútbol, etc., pero todo sigue como antes y empeorando.
Y en rigor de verdad, tampoco he escuchado a los hinchas de fútbol haciendo autocrítica, desmenuzando al fútbol tal como se hace con otros temas más trascendentes. Parece que el universo fulbo es impermeable al análisis. Ser "hincha" de un club implica una dosis nada despreciable de fe, de confianza ciega. Y esa confianza ciega impide la reflexión y a su vez, propicia adhesiones inexplicables a situaciones que merecen repudio, cuando menos.
Confieso mi impotencia en este punto.
Hay aquí un nudo gordiano, en donde se atan la ceguera de los hinchas y la impunidad y soberbia descriptas al comienzo. Lo que nos deja un universo que se autocomplace en su excelencia y justifica todo lo que ocurre con un gesto de displicencia o un categórico "es así" que subraya el componente conservador y reaccionario que campea en el universo fulbo.
Y los nudos gordianos, como dice la mitología griega, se cortan de un tajo.
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Bonus Track: La AFA tiene síndrome PRO. Ellos no son responsables de nada. Porque el partido suspendido se jugaba en Namibia. Y en el mismo bolso poné a Orión que objetivó la complicidad jugadores-barra brava. Que lindura ¿no?
Añado, la poca repercusión de este post y la falta de comentarios no hace más que reafirmar lo que dije acerca de la imposibilidad de pensar el fútbol por encima del dogmatismo del fanático. Espero que me desmientan.

martes, 23 de abril de 2013

LA DIFERENCIA

Transitando las caudalosas y fértiles páginas de Cornelius Castoriadis, volví a leer algunos versos de "Antígona" que el filósofo y psicoanalista griego tradujo, restituyéndoles su sentido en contra de la traducción que había hecho Heidegger, en el capítulo denominado "Antropogenia en Esquilo y Autocreación en Sófocles". Aquí están y éstos son los citados versos:
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"Ya que aquel que cree ser el único que puede juzgar, o bien aquel que cree poseer un alma o un discurso que ningún otro posee, éstos, si se los abre, se muestran vacíos". (Versos 707-709, "Antígona" de Sófocles traducción de Cornelius Castoriadis en "Figuras de lo Pensable" pag. 27.)
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No sé si les pasó lo mismo pero al leer estos versos sentí el impacto de los conceptos como un uppercut. Pensé (a veces tengo ese vicio) que describían con precisión varias situaciones muy contemporáneas en donde aparecen ciertos personajes, individuos o multitudes munidas con esa vacuidad de la que habla Sófocles.
Pensé en la diferencia que percibí entre el 18A y otras movilizaciones en donde participé. Recordé la enorme manifestación que tuvo lugar para pedir que Carlos Saúl I no indultara a los genocidas (que no tuvo ningún éxito por otra parte). Esa diferencia de la que hablo se me venía escapando desde hace rato. Sabía que existía, pero no podía definirla. Hasta que, la conjunción entre los versos de "Antígona" y el reportaje que le hicieron a una señora durante el 18A me dió la pista para resolver el entuerto.
Resulta que, durante la marcha, un movilero de los tantos que había entrevistó a una mujer de unos cincuenta años que golpeaba con entusiasmo una cacerola. El diálogo no fue novedoso y circuló por los caminos -indignados- previsibles. Pero al final la señora le pidió al periodista que le permitiera decir algunas palabras. El muchacho del micrófono accedió y el camarógrafo puso en primer plano a la mujer que dijo algo como ésto (me gustaría ser literal pero estoy viejo y apenas retengo el sentido de lo dicho): "-Quiero decirle a la gente humilde, a los pobres, que no se dejen engañar, que no sean tontos. Que aunque reciban un "plan" a la hora de votar son libres y no tienen que hacer lo que les dicen. Piensen, piensen"
Con la ayuda inestimable de Sófocles y Castoriadis la diferencia entre aquella manifestación citada y el 18A apareció ante mis ojos de forma tal que si hubiera sido perro me mordía la pierna: soberbia.
Nuestro pedido aquel septiembre de 1989 no provenía de la soberbia sino del dolor. De la muerte que nos había asolado, de la bronca hacia los genocidas impunes y sus defensores, de la rabia contra los monstruos con cara de señores civilizados que justificaban este nuevo asesinato fundados en palabras vacías como "reconciliación nacional" o "dejar atrás la confrontación". No salimos a la calle a enseñarle nada a nadie sino a mostrar nuestras heridas y pedir que no siguieran adelante con la injusticia que se tramaba.
Desde ese dolor, pedíamos.
El 18A no fue una manifestación desde el dolor sino desde la soberbia. Esa soberbia que con tanta precisión describe Sófocles en dos versos. Esa soberbia que la señora entrevistada puso en el tapete definiéndose a sí misma como la única que puede juzgar, que posee un alma o un discurso que ningún otro posee. Esa soberbia que lleva a una porción nada despreciable de la sociedad argentina a decir de sí misma cosas como "Soy de la mitad que mantiene a la otra mitad" o "Ahora El Pueblo va por todo". Iluminados, autosuficientes y pagados de sí mismos que miran desde arriba del pedestal a esos que, según sus almas, no merecen el nombre de pueblo, que replican el desprecio del monárquico Ortega y Gasset hacia "las masas", que se describen como situados uno o varios escalones por encima del resto, que se conjeturan "mejores", "gente decente", etc.
Una soberbia que es la antesala de la violencia. Violencia que por otra parte, estuvo presente de una y otra manera en el 18A como objetivación de la soberbia.
Esa era la diferencia.
Una distancia que no es poca, te voy a decir.
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Nota:
Me dirán, con razón, que de este lado del mostrador hay muchos que también ponen en acto los versos de "Antígona". Ciertamente diré yo, anticipándome a las crítica por mirada tuerta. Acá también deploramos ese asunto y lo hemos criticado muchas veces.