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miércoles, 4 de septiembre de 2013

HOMBRES TRABAJANDO


En los foros en donde los empresarios se juntan a cambiar figuritas, los citados hablan como si la riqueza surgiera a la luz del día por sus méritos individuales, por su esfuerzo y dedicación y una vida de contracción al estudio.
Uno puede llegar a creer (y confundirse) que son esos hombres atildados, que elevan brindis y hablan con palabras pseudocientíficas, los responsables de su propia prosperidad.
Me detendría varios párrafos a desmenuzar semejante falacia, pero no tengo tiempo porque tengo que ir a jugar a la quiniela, así que resumo mis apreciaciones con un ejemplo directo pero efectivo.
Supongamos que en este rincón hay un “empresario” de la construcción diciendo que su iniciativa personal, su olfato para los negocios y otros epítetos por el estilo son los causantes de la fortuna que amasó e incrementa un día sí y otro también. Y que debido a eso la consabida riqueza se derrama y así.
Hagamos como que le creemos.
Y pidámosle al empresario que nos acompañe a un baldío en donde se va a construir, por ejemplo, un edificio de ocho pisos.
Dejémoslo parado en el frente mismo del lugar y traigamos al sitio todos los materiales que hacen falta para elevar la construcción. Sin descargarlos, claro está.
Y ahora esperemos el milagro del que habla el empresario. Que, mediante la imposición de sus manos mágicas y por su intercesión, el edificio se eleve mágicamente desde las entrañas de la tierra y proyecte su figura imponente sobre el horizonte.
¿Qué, no pasa nada? ¿Los materiales están ahí riéndose de Janeiro y de nuestra amplia ingenuidad con dependencias?
Si claro, me dirán todos. Para que el edificio exista debe mediar el trabajo de los albañiles, que convertirán una pila de materiales en departamentos.
Listo.
Calculo que ya se entendió.
...
La foto la robé de acá

viernes, 12 de octubre de 2012

TIME IS MONNEY

Suele uno escuchar personas que proclaman el siguiente deseo a viva voz y con ojos mirando al infinito: “-Me gustaría no tener horarios, ser dueño de mi tiempo”

Ay qué lindo sería, pensamos solidarizándonos con el soñador. No tener horarios, hacer con el tiempo que me transcurre lo que se me frunza.
Algo similar a lo anterior escuché hoy en una charla imperdible entre dos señoras que habitaban un asiento del Roca, cuyas voces se elevaban claras y argentinas por encima del estruendo de la locomotora y del resto de las charlas registradas en el vagón. Una vigorosa conversación diría yo.
Me quedé pensando en lo de no tener horarios y ser dueño del tiempo. Resulta ser, en primer lugar, que al menos estas dos señoras deseaban lo anterior pero en el mismo movimiento, como si de un contrapunto se tratara, renegaban de la falta de puntualidad del tren, de las oficinas, de los consultorios, etc.
O sea, poniendo blanco sobre negro o al revés, ellas querían ser dueñas de su tiempo y no tener horarios pero ese deseo era unilateral, dado que exigían al resto que sí tuviera horarios y que no fueran dueños de su tiempo.
Hemos arribado aquí a la primera encrucijada, le carrefour como diría el insigne Cornelius Castoriadis. Con la velocidad del rayo Mc Queen podemos verificar que en el fondo de las preocupaciones de las señoras medra un concepto acotado de libertad. Una libertad que es más bien la delimitación del espacio colectivo para ampliar el espacio individual. Mientras yo no tengo horarios y soy dueño de mi tiempo, el resto no tiene esa posibilidad porque debe cumplir horarios y no ser dueño de su tiempo para que no exista en mí esa sujeción. ¿Les suena conocido? Sospecho que sí.
Pero sigamos adelante.
Ser dueño de su tiempo y no tener horarios implica que uno no está sujeto a condiciones laborales que se apropian del tiempo y lo parcelan para planificar la producción. O sea, ser dueño del tiempo y no tener horarios implica de alguna forma no ser objeto de extracción de plusvalía. ¿Ahora sí me pescaron?
Pero entonces ¿cómo sobrevive uno en el sistema capitalista? Si es dueño de su tiempo y no tiene horarios probablemente sea el dueño de los medios de producción o viva de la plusvalía acumulada, y aquí será parcialmente dueño de su tiempo y sus horarios serán más flexibles, pero igual los tendrá.
Entonces para no tener horarios y ser dueño del tiempo, en el sistema capitalista, es necesario que otros sí tengan horarios y no sean dueños de su tiempo. Porque la plusvalía sale de algún lugar y ya sabemos de dónde emerge la sangre aquella del refrán.
Pero, supongamos por un instante que no estamos metidos en el vientre del capitalismo y todos somos dueños del tiempo y no tenemos horarios: ¿cómo funciona entonces la sociedad que requiere de cientos de miles de operaciones coordinadas para producir la subsistencia? Si nadie tiene horarios la respuesta es que no funciona.
Entonces ¿deducimos de esta última observación que el capitalismo y su organización del trabajo es inevitable y que, sin relaciones de explotación todo se va al carajo?
De ninguna manera. Ese razonamiento es una trampa, sutil, pero trampa al fin.
En principio ninguna sociedad humana sería viable sin organización. Esa organización permite al sujeto sobrevivir y satisfacer sus necesidades. Incluso los teóricos anarquistas, a los que se achaca querer crear el caos mediante sus acciones, sabían que no era posible la vida en sociedad sin algún tipo de organización.
¿Entonces?
El meollo del asunto se encuentra en la distinción entre trabajo y empleo, que no son lo mismo. El trabajo como actividad, además de servir a la sociedad para producir los bienes requeridos para la subsistencia, está relacionado con el despliegue integral del sujeto en el mundo en tanto es la objetivación de sus capacidades y la conjugación de sus preferencias y habilidades. El producto de su trabajo no le es ajeno, y el tiempo que requiere su ejecución no es un tiempo robado sino que es la actividad que lo construye. No es sólo un agente que merca con su fuerza de trabajo.
El empleo es lo contrario. En el empleo la actividad desarrollada casi nunca tiene relación con las aspiraciones o gustos del sujeto (y si los tiene la reglamentación de la actividad hace que esas preferencias se vuelvan en su contra, no otra cosa es la proactividad) y el producto de sus esfuerzos le es ajeno desde el principio. En el espacio físico es sólo un agente que agrega valor a la cadena de producción, en el “servicio” prestado, etc. Pero ese valor no le pertenece. Su tiempo es un tiempo robado a punta de pistola; o lo entrega o no sobrevive. El margen de acción es mínimo. Puede elegir la instancia en donde ser explotado, pero no puede abandonar la explotación.
En el trabajo es un sujeto, en el empleo es un objeto.
La sociedad organizada bajo el capitalismo no puede dar por resultado sujetos libres porque cada espacio de libertad presupone la apropiación de la libertad de otros (no es éste el momento para discutir qué cuernos es la libertad, pero prometo entrarle al tema más adelante si me da el cuero). El sistema capitalista está basado en la explotación que requiere que el otro acepte a como de lugar su condición de explotado, por las buenas o por las malas. Aparecerá el aparato cultural para producir un imaginario ad hoc y las distintas instancias de legitimación que tratarán de convencer al explotado que su situación está prevista por la naturaleza y que los últimos serás los primeros, etc.
Para ser realmente dueños del tiempo hace falta un sistema social que no esté fundado sobre la apropiación del tiempo de otros.
En donde los horarios partan de una organización colectiva que reconozca la necesidad de sostener las estructuras que posibilitan la vida, que reparta el esfuerzo que de todas formas hay que hacer y posibilite a cada uno de los sujetos la oportunidad de desplegarse en el mundo mediante su trabajo.
Otro mundo. Y como dicen por ahí, otro mundo es posible.

miércoles, 4 de julio de 2012

LOS ULTIMOS SERÁN LOS ÚLTIMOS

Es curioso el significado del concepto "sacrificio y contribución al desarrollo" que esgrime la mayoría de los empresarios argentinos. Para estos abnegados patriotas quienes están obligados a "comprender la coyuntura" y "contribuir" al sostenimiento de la actividad son los laburantes. Por tanto, cualquier tipo de ajuste o "retoque" caerá sobre la cabeza de los empleados: disminución de salarios, aumento de horas de trabajo, "reorganizaciones", etc.
Los que tienen que poner el culo para que salga sangre son los trabajadores.
Y por añadidura se entiende que, si la empresa funciona "mal" o no es "rentable" todo es culpa de la voracidad de los antes citados que tienen la absurda pretensión de comer todos los días, tener obra social, vestirse, darle de morfar a su familia, mandar a los hijos a la escuela y de vez en cuando comerse un pancho. Si estos insaciables no fueran tan pretenciosos el "margen de rentabilidad" sería sin duda más alto.
Así escucharán Uds. (muy seguido por otra parte) a los preclaros hombres de negocios indicando que no son "competitivos" porque el "costo laboral" es muy alto y ni qué hablar de la "presión impositiva" que pretende que ellos paguen lo que corresponde, ¡habrase visto semejante cosa!
Lo único que estos señores no discuten (y parece que nadie quiere discutir) es la "rentabilidad". Justo el punto sobre el que es absolutamente necesario debatir. Porque, en principio, la rentabilidad es apropiación de plusvalía, y plusvalía es sobretrabajo y el sobretrabajo proviene del conjunto de los laburantes. El señor empresario se apropia de ese sobretrabajo y no quiere escuchar una sola palabra acerca de la distribución de ese margen del que se apropia.
Lo que hace es volcar sus "costos" sobre el trabajador. Y también ese será el eje mediante el cual pretende fundar su "competitividad". O sea, mientras menos guita le salga el laburo que genera valor, más "rentabilidad" obtendrá.
Por supuesto, cada vez que tímidamente se le sugiere que no debe desangrar a sus empleados el tipo amenaza con catástrofes y hecatombes que harían palidecer al diluvio universal pictures. Dice "no se puede competir". O cosa aún más perversas: "en el resto del mundo se usa tal o cuál cosa" con lo que pretende graficar que en otros países se explota más a los trabajadores y nadie dice ni pío y que si lo aprietan se lleva el laburo a esos territorios de manos libres.
Una delicia.
Tenemos empresarios que reducen costos por el lado del trabajador como única estrategia de negocios posible. Una imaginación que voltea tienen, abrumadora. Unos emprendedores bárbaros. Y como tienen la papota cada vez que presionan al gobierno, el gobierno responde a su favor dándoles éste o aquel beneficio, retando a los laburantes para que no se quejen tanto, retrasando el tratamiento de leyes que favorecerían al trabajo. Y aquí sí quedamos con el culo al aire a la espera de la jeringa que nos vacune.
Pregunto ¿qué otro camino tiene el trabajador que no sea presionar en busca de mejores condiciones laborales mediante las armas que posee? Recordemos que, como vivimos en una sociedad capitalista, lo que el obrero vende es su fuerza de laburo y con lo que puede negociar es con éso.
¿De qué otra forma podría señalar su desacuerdo?
Yo creo que habría que poner el foco en otra parte. No es poco el sacrificio que han hecho los laburantes para el desarrollo del país. Nadie ha escatimado lomo y sudor. Se debería solicitar a los empresarios sacrificios al menos equivalentes con la misma vehemencia con la que se le solicita al obrero que se deje de joder.