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jueves, 22 de octubre de 2015

AUTOCRÍTICA

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Tenemos que pensar qué cuernos hicimos mal, o qué dejamos de hacer o qué estamos haciendo como el culo. En fin. Autocrítica. ¿Por qué? Porque al cabo de más de treinta años de democracia (en cualquier condición que deseen mentar) hemos llegado a tener estos seis candidatos a presidente.
Quítense la preferencia o la máscara de la preferencia edificada para que uno u otro sea digerible. Véanlos. ¿Esto es lo que hemos conseguido con tres décadas de gimnasia democrática?
Porque estos seis personajes son emergentes de procesos sociales que nos tienen como protagonistas. No están ahí solo porque se postularon como candidatos. Están ahí porque de una forma u otra concitaron el consenso de la sociedad.
Y los seis más que baches tienen baldíos en cuanto a su condición de candidatos a presidir un país.
En principio y no es un dato menor, los seis sin excepción se han sometido a las reglas de la televisión. Todos. Han desfilado por cuanto show berreta han encontrado (incluyendo el "Ocho Escalones" al que llamaron generosamente "debate" del que Scioli no participó aunque sospecho de sus razones para no hacerlo) y en cada una de esas instancias actuaron como muñecos animados, repitiendo lo que sus coaching les habían dicho que dijeran. Muy edificante.
Si uno tuvo la valentía de escucharlos más de una vez en distintos medios habrá comprobado que no solo decían lo mismo todo el tiempo (lo mismo, no parecido ni similar, lo mismo, al estilo de un libreto) sino que decían lo mismo de la misma manera. Les apretaban el botón de play y ahí estaba la sarta de pavadas con la que enturbiaron más que aclarar la comprensión del votante. Aunque -y también digámoslo- el votante tampoco esperaba otra cosa. Dice que espera otra cosa, pero en realidad prefiere la consigna a lo Tinelli, premasticada y pasteurizada, a los efectos de no tener que procesarla con esas neuronas cansadas de trabajar y otras excusas por el estilo. Insisto: el elector pide respeto pero no se respeta a sí mismo. ¿La prueba? Seis pruebas hay, todas muy concretas.
Los spots de campaña son otra de las tantas evidencias de la poca solvencia de los candidatos. Recuérdenlas. Son seis. No les cuesta nada rememorarlas todas.
Hay algunas que llegaron a varios paroxismos juntos. Ponele: Macri diciendo que le sorprende la capacidad de trabajo de Vidal o Scioli pidiendo que le den una oportunidad. Dale. La inmovilidad de Stolbizer, el Saádico invocando al motor del país que no está en cuestión porque estamos tratando de elegir a un presidente, Del Caño intentando mostrarse combativo todo acicaladito y caminando juntos a la par con su vice, etc. Puaj. Un gran Puaj.
Todos los spots subestimaron o se hicieron cargo de la subestimación del ciudadano acerca de la política y de sí mismo. Si uno los viera fuera de contexto apenas serían un mal sketch. Muy malo.
Y la música que usaron. Ay Tutatis. Fausto Papetti es Debussy al lado de la orquestación impostada de alfombra roja del Martín Fierro. Y sobre ese marco sonoro estilo Carlos Saúl I, la voz que intenta sonar segura y confiada. ¿Tan poco nos queremos muchachos?
En cuanto a lo que cada uno de los seis propuso (y estoy siendo generoso con las palabras) yo diría que el volumen político de cada propuesta es paupérrimo. Y no me vengan con que proponer continuidad tiene algún contenido. 
La insolvencia discursiva es un hecho en los seis (si Stolbizer, vos también). Fuera de los clichés hay un abismo profundo y desconocido. Más allá de la sonrisa de ocasión, del estudiado gesto de preocupación existe un desierto en donde no crecen ni piedras.
Como en un carnaval demente, los candidatos trataron de disfrazarse de estadistas y la operación es evidente porque el disfráz les queda grande. Muy grande. Y cuando caminan se nota que el pantalón arrastra por el piso, las mangas largas cubren las manos y el sombrero se detiene en los hombros. Podemos hacer como que no, como que la condición de presidente les queda pintada, que el traje es a medida pero no. Sabemos que no. Tito de Matices no hace milagros.
¿Por qué están ahí? Por nosotros. Somos nosotros con nuestras acciones y omisiones los que hemos puesto ahí a los seis (no intenten disculparse, mejor revisen con más atención).
Por eso propongo una profunda autocrítica. Porque esos seis son emergentes de procesos sociales en donde todos tuvimos y tenemos arte y parte, ergo: algo estamos haciendo bastante mal. No ha lugar alegar ignorancia o no tengo tiempo para ocuparme o güevadas por el estilo.
La pretendida calidad democrática no se resuelve en la ausencia de piñas, balazos y persecusiones en el momento del acto eleccionario, o en tener un cuarto oscuro en donde podamos meter el voto que se nos ocurra en el sobre o no poner ninguno. Esa es una condición básica pero no suficiente. La calidad democrática se objetiva en la calidad de los candidatos (me dirán que también en el "proyecto" pero no nos hagamos los tontos con eso) y la calidad de los seis candidatos no alcanzaría un sello IRAM.
Como sociedad deberíamos tener serios problemas en el momento de elegir, no porque uno sea peor que el otro. Tendríamos que tener una elección complicada porque todos deberían ser excelentes candidatos. Tipos con tanta idoneidad que a uno se le dificultara optar por uno u otro. Eso por desgracia no ocurre. El parámetro que se usará consiste en el horror, en la necesidad de alejar lo peor en función de lo malo. Intentaremos acertar con el menos malo. Un lindor.
A la fiesta de la democracia le faltan invitados.
Esto habla muy mal de los candidatos, pero habla peor de la sociedad que erige a esos candidatos.
Insisto con algo: no somos culpables, pero si responsables.
Responsabilizémonos entonces.

lunes, 5 de octubre de 2015

YA VENDRÍA SIENDO DEMASIADO

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Uno sabe y casi acepta con resignación que los candidatos digan huevadas durante la campaña. Y cuando digo candidatos digo todos los candidatos. Toda la épica discursiva, las tomas fotoshopeadas, el vestuario y ese horizonte que asoma detrás de Margarita esfumado como en un póster romántico berreta, es previsible, por desgracia.
Me pregunto si toda esa parafernalia tiene algún efecto sobre el votante, quizás sí. Pasa que, como a mi tanta empalagosa zalamería me molesta y mucho, tiendo a pensar que también le pasa lo mismo a otros y ahí me equivoco porque ¿quién soy yo para saber el efecto que causa en otros sujetos las boludeces que se ven y escuchan en una campaña?
Tipas y tipos cuya estatura intelectual no pasa de un centímetro y medio intentan camuflarse detrás de un montaje cinematográfico para hacernos creer que son estadistas responsables y con una mirada de futuro digna de ser tenida en cuenta. 
Repito -y creo- existe un acuerdo cuasi unánime acerca de la naturaleza de ese engaño. No es fe poética, pero de alguna forma admitimos la suspensión de la incredulidad a pesar de no creer en lo que se ve y escucha.
Ahora, detrás de cada una de las pelotudeces que se dirán, debe existir para propiciar o intentar promover la adhesión a algo o a alguien, un germen de verdad, algo que sirva de ancla para el discurso prosopopéyico que luego será lanzado al aire. No significa que este pequeño punto de apoyo provenga de las virtudes de un candidato o del supuesto proyecto que ese candidato encarna. Porque el publicista correría el riesgo de trabajar sobre nada. Pero un puntito de conexión con la realidad del candidato tiene que haber.
Porque de lo contrario tenés a Macri.
Y aquí llegué a donde quería llegar.
En la estrategia de campaña de Macri ese cablecito que engancha lo que se promete con la esencia del candidato no existe. No está. Los publicistas de Macri y calculo, su jefe de campaña y asesores, han decidido vender a Mauricio como lo que no es y nunca fue y, debo decirlo, jamás será. Insisto, uno puede decir que el candidato es mejor de lo que parece, pero no decir que no es lo que siempre ha sido y de ahora en adelante no será.
Esto último es subestimar lisa y llanamente esa suspensión de la incredulidad en la que casi todos coincidimos en torno a las campañas políticas. En definitiva, es subestimar al votante, incluso vulnerando el espacio de ficción que uno acuerda respetar para que todo el despliegue discursivo no caiga en el más lamentable de los ridículos.
La "estrategia" de Macri viola ese acuerdo no escrito solicitándole al espectador que desestime toda su existencia anterior para reconstruirla mediante una enumeración de promesas. Por eso las promesas de Macri son tan disparatadas teniendo en cuenta lo que es y lo que no es.
Veamos, Massa promete mano dura. Con una gestualidad amenazante como un Rambo de utilería. Pero esa promesa no está reñida con su existencia anterior. Stolbizer promete un gobierno de margaritas y esa promesa no está reñida con su propia estampa como política. Scioli se postula como la continuidad y la previsibilidad y estas promesas no están reñidas con su trayectoria como gobernador. Macri promete sostener lo que se "hizo bien" y esa promesa se da de patadas con su existencia anterior en donde decía que el gobierno actual era lo peor que le había pasado a la Argentina.
Entendamos algo: no estoy pidiendo que los candidatos hagan lo que prometen. Esa es harina de otra bolsa. Digo que en sus campañas algo de cierto tiene que haber, aunque esa certeza sea solo una construcción sin sustento, para que por lo menos simulemos creer o al menos, no descreer tanto del montaje de campaña.
Macri ha roto ese acuerdo por el que nosotros creemos que esa piadosa impolutéz de los candidatos es real, al menos por el espacio de tres minutos.
Una subestimación más para un tipo que subestima la política. Y lo que es peor, subestima al que vota hasta el punto de insistir con la existencia de un Macri paralelo que no se parece en nada al Macri que existe en la realidad concreta.
Y mirá que romper la fe poética del votante es complicado, porque tenemos que soportar cada batracio.
Ahora, cuando el votante cree que Macri es lo que no es ahí la subestimación cambia de orilla y coincide con la subestimación que el candidato plantea como eje de campaña.
Y quizás, solo quizás, el candidato y el votante coincidan en que es necesario no decir lo que se piensa y esconder el juego. Entonces el camuflaje es consensuado y hay un guiño cómplice entre Macri y su votante. Quizás, solo quizás.
Se lo dejo como punto de partida de otras discusiones.
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Nota: añado una comparancia para ayudar a la comprensión del mamotreto anterior. Cuando uno ve una publicidad de champú o detergente (que son lo mismo salvo detalles) no cree que de verdad te deje la cabeza igual a una modelo o que la vajilla se lave sola o que Mr. Músculo tenga un laboratorio en donde un turista japonés saca fotos con entusiasmo mientras los científicos mezclan flores en un matráz gigante. Sabe que el champú lava el pelo y que el detergente ayuda a lavar los platos. Y que la publicidad tiene la altisonancia necesaria para vender el producto en una economía capitalista (incluso la estudiada humildad de Quilmes o Fernet Branca es altisonante)
Y los publicistas se cuidan muy bien de graduar la fantasía que ponen en cada aviso: no dicen por ejemplo que el champú te asegure la vida eterna o que el lavavajilla haga que te conviertas en millonario, y si lo dicen es en clave de ironía o humor. En la cadena de metáforas explícitas e implícitas el champú y el detergente siguen siendo champú y detergente (si uno lo piensa, también los de Coca Cola se extralimitan todo el tiempo violando la fe poética, dado que dicen, por ejemplo, que destapar una Coca Cola es destapar felicidad o cosas por el estilo)
Si los tipos dijeran que lo que venden no es lo que venden ¿cómo cuernos podría el escuchante o vidente comprarlos? Porque el engaño metafórico dura lo que dura la propaganda y se activa como slogan frente a un escaparate, pero no viola el acuerdo: el champú es champú y el detergente es detergente.
Por eso no nos pueden decir que Macri no es champú o detergente.