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Tenemos que pensar qué cuernos hicimos mal, o qué dejamos de hacer o qué estamos haciendo como el culo. En fin. Autocrítica. ¿Por qué? Porque al cabo de más de treinta años de democracia (en cualquier condición que deseen mentar) hemos llegado a tener estos seis candidatos a presidente.
Quítense la preferencia o la máscara de la preferencia edificada para que uno u otro sea digerible. Véanlos. ¿Esto es lo que hemos conseguido con tres décadas de gimnasia democrática?
Porque estos seis personajes son emergentes de procesos sociales que nos tienen como protagonistas. No están ahí solo porque se postularon como candidatos. Están ahí porque de una forma u otra concitaron el consenso de la sociedad.
Y los seis más que baches tienen baldíos en cuanto a su condición de candidatos a presidir un país.
En principio y no es un dato menor, los seis sin excepción se han sometido a las reglas de la televisión. Todos. Han desfilado por cuanto show berreta han encontrado (incluyendo el "Ocho Escalones" al que llamaron generosamente "debate" del que Scioli no participó aunque sospecho de sus razones para no hacerlo) y en cada una de esas instancias actuaron como muñecos animados, repitiendo lo que sus coaching les habían dicho que dijeran. Muy edificante.
Si uno tuvo la valentía de escucharlos más de una vez en distintos medios habrá comprobado que no solo decían lo mismo todo el tiempo (lo mismo, no parecido ni similar, lo mismo, al estilo de un libreto) sino que decían lo mismo de la misma manera. Les apretaban el botón de play y ahí estaba la sarta de pavadas con la que enturbiaron más que aclarar la comprensión del votante. Aunque -y también digámoslo- el votante tampoco esperaba otra cosa. Dice que espera otra cosa, pero en realidad prefiere la consigna a lo Tinelli, premasticada y pasteurizada, a los efectos de no tener que procesarla con esas neuronas cansadas de trabajar y otras excusas por el estilo. Insisto: el elector pide respeto pero no se respeta a sí mismo. ¿La prueba? Seis pruebas hay, todas muy concretas.
Los spots de campaña son otra de las tantas evidencias de la poca solvencia de los candidatos. Recuérdenlas. Son seis. No les cuesta nada rememorarlas todas.
Hay algunas que llegaron a varios paroxismos juntos. Ponele: Macri diciendo que le sorprende la capacidad de trabajo de Vidal o Scioli pidiendo que le den una oportunidad. Dale. La inmovilidad de Stolbizer, el Saádico invocando al motor del país que no está en cuestión porque estamos tratando de elegir a un presidente, Del Caño intentando mostrarse combativo todo acicaladito y caminando juntos a la par con su vice, etc. Puaj. Un gran Puaj.
Todos los spots subestimaron o se hicieron cargo de la subestimación del ciudadano acerca de la política y de sí mismo. Si uno los viera fuera de contexto apenas serían un mal sketch. Muy malo.
Y la música que usaron. Ay Tutatis. Fausto Papetti es Debussy al lado de la orquestación impostada de alfombra roja del Martín Fierro. Y sobre ese marco sonoro estilo Carlos Saúl I, la voz que intenta sonar segura y confiada. ¿Tan poco nos queremos muchachos?
En cuanto a lo que cada uno de los seis propuso (y estoy siendo generoso con las palabras) yo diría que el volumen político de cada propuesta es paupérrimo. Y no me vengan con que proponer continuidad tiene algún contenido.
La insolvencia discursiva es un hecho en los seis (si Stolbizer, vos también). Fuera de los clichés hay un abismo profundo y desconocido. Más allá de la sonrisa de ocasión, del estudiado gesto de preocupación existe un desierto en donde no crecen ni piedras.
Como en un carnaval demente, los candidatos trataron de disfrazarse de estadistas y la operación es evidente porque el disfráz les queda grande. Muy grande. Y cuando caminan se nota que el pantalón arrastra por el piso, las mangas largas cubren las manos y el sombrero se detiene en los hombros. Podemos hacer como que no, como que la condición de presidente les queda pintada, que el traje es a medida pero no. Sabemos que no. Tito de Matices no hace milagros.
¿Por qué están ahí? Por nosotros. Somos nosotros con nuestras acciones y omisiones los que hemos puesto ahí a los seis (no intenten disculparse, mejor revisen con más atención).
Por eso propongo una profunda autocrítica. Porque esos seis son emergentes de procesos sociales en donde todos tuvimos y tenemos arte y parte, ergo: algo estamos haciendo bastante mal. No ha lugar alegar ignorancia o no tengo tiempo para ocuparme o güevadas por el estilo.
La pretendida calidad democrática no se resuelve en la ausencia de piñas, balazos y persecusiones en el momento del acto eleccionario, o en tener un cuarto oscuro en donde podamos meter el voto que se nos ocurra en el sobre o no poner ninguno. Esa es una condición básica pero no suficiente. La calidad democrática se objetiva en la calidad de los candidatos (me dirán que también en el "proyecto" pero no nos hagamos los tontos con eso) y la calidad de los seis candidatos no alcanzaría un sello IRAM.
Como sociedad deberíamos tener serios problemas en el momento de elegir, no porque uno sea peor que el otro. Tendríamos que tener una elección complicada porque todos deberían ser excelentes candidatos. Tipos con tanta idoneidad que a uno se le dificultara optar por uno u otro. Eso por desgracia no ocurre. El parámetro que se usará consiste en el horror, en la necesidad de alejar lo peor en función de lo malo. Intentaremos acertar con el menos malo. Un lindor.
A la fiesta de la democracia le faltan invitados.
Esto habla muy mal de los candidatos, pero habla peor de la sociedad que erige a esos candidatos.
Insisto con algo: no somos culpables, pero si responsables.
Responsabilizémonos entonces.