lunes, 13 de abril de 2015

PALABRAS DE UN NADIE PARA DECIR QUE ESTE FINAL ES UN COMIENZO, COMO SIEMPRE PASA CON GALEANO, POR OTRA PARTE

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Soy un nadie que integra la extraña legión de lectores empedernidos, lectores a toda prueba, lectores hinchalepotas, lectores que sienten un insano orgullo cada vez que pescan uno de esos libros que para qué te voy a contar, mejor leelo.
Como parte de ese colectivo de alienados una vez comprendí que hay libros que se pueden leer y si te he visto no me acuerdo (poné los de Coelho, que, como criticador con fundamento, he leyido), libros que uno recuerda por espacio de tres cafés con leche (alguno de los primeros de Vargas Llosa de cuyo estupor palabrístico me curé en tres días) y libros puerta.
Si señó, libros puerta que son aquellos que, cuando uno los abre pasa al otro lado y, como bien sabemos, dejamos de ser los mismos más que nada porque algunas cosas quedaron de aquel lado de la puerta y ahora hay este otro lado y hamacate, porque cuando pasás no hay vuelta.
Libros que uno no puede paladear impúnemente, que cuestionan al lector ahí donde le duele el callo. Libros que se proponen reventar el espejo en donde nos hemos mirado hasta ahora, buscando por lo menos multiplicar la sospecha, diversificar la mirada, revolverle la tripas satisfechas al sujeto humano que, las más de las veces, se apoltrona con soltura en los best sellers que dicen lo que uno quiere escuchar.
Pongo ahí a Cortázar, Juan Filloy, Juan Rulfo, Ciro Alegría, Liliana Bodoc, Jorge Luis Borges y un largo etc. Y por supuesto a Galeano.
Galeano que te deja sin aliento a través de los tres tomos de las Memorias del Fuego y te quedás pensando que te contaron una historia por lo menos manca de una oreja. Galeano que taladra la cosmovisión dominante haciéndote sangrar por Las Venas Abiertas de América Latina. Galeano que te muestra un hermoso juego más allá de los excesos excecrables de un Niembro o un José María Muñoz o un tantos otros en El fútbol a sol y a sombra. Galeano que destroza a palabrazos esa tendencia a la negación del propio cuerpo y el afecto en El Libro de los Abrazos. Y así podría seguir todo el calendario.
Galeano que amaba las palabras, que las cuidaba, que las afilaba para que siguieran cortando. Galeano que peleaba contra esos frascos vacíos que andan por ahí con las etiquetas de costumbre: patria, amor, revolución, tratando de restituírles la sustancia perdida.
Galeano que decía las cosas sin volutas dóricas para que las ideas -bravas y jodidas- que encerraban sus palabras pudieran hacerse carne.
A Galeano no lo voy a extrañar, porque si hay algo vivo son las palabras que escribió y en esas palabras él vive así como viven todos los nadies a los que nos dió voz y corporeidad.
No murió Galeano. Aunque haya muerto Galeano.
No mueren, nunca mueren, las cosas que siempre comienzan.
Como aquello que escribió del Che:
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El nacedor
¿Por qué será que el Che tiene esta peligrosa costumbre de seguir naciendo? Cuanto más lo insultan, lo traicionan, más nace. Él es el más nacedor de todos. ¿No será porque el Che decía lo que pensaba, y hacía lo que decía? ¿No será que por eso sigue siendo tan extraordinario, en un mundo donde las palabras y los hechos muy rara vez se encuentran, y cuando se encuentran no se saludan, porque no se reconocen?
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También Galeano es un nacedor. Y un nacedor, por definición, nunca muere.

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