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Por supuesto que hace falta mano dura. Incluso tolerancia cero. Con los fondos buitres, con el FMI, con el Banco Mundial, con EE.UU. más que nada, con el mamón embajador del país antedicho en Argentina, con la embajada de Israel y su personero, con los cipayos que visitan ambas embajadas para llevar chusmerío nacional en genuflexión permanente, con los formadores de precios, con las empresas de servicios privatizadas, con los bancos extranjeros y nacionales, con las empresas transnacionales que se llevan la tarasca afuera, con las empresas nacionales monopólicas que se llevan la tarasca afuera, con los formadores de precios que se afanan el esfuerzo de unos y otros, con las prepagas, con el ministerio del pensamiento (de modernización), con todo este listado que con esfuerzo estamos armando, con la iglesia católica que se hace la boluda, con las iglesias evangélicas que apoyan a Macri, con al partido judicial, con Clarín y sus cómplices, con los periodistas que apoyan esta reorganización nacional, con la clase media que se cree la última coca cola del desierto, con coca cola, con las fuerzas de seguridad en todos sus escalafones, en fin. Mano dura con tantas instituciones y gentes decentes que no me alcanzaría el cuerpo del post ni los dedos ni la memoria para enumerarlos a todos.
Con todos ellos mano dura, inflexible, taxativa. Sin piedad ni espacio para apelaciones y descargos. Sin consideración alguna, sin buenos modales ni civilidades forzadas, apenas con la formalidad necesaria para que se den por enterados. Apenas y con suerte.
Me dirán autoritario. Dale.
Me dirán dictador. Dale.
De todas formas han dicho esas cosas aún cuando hubo toda clase de suavidades y tibiezas para que se sintieran, ponele, tenidos en cuenta.
Si se van a quejar, que se quejen con motivos. Porque de una u otra forma se van a quejar.
Y como no son capaces de unir el bife de chorizo con la vaca, hasta que la batalla cultural arroje resultados ciertos, será imprescindible llevarlos de la napia al lugar en donde les conviene estar.
De la misma forma con las instituciones mencionadas que no comprenden otro lenguaje que no sea el de la fuerza. No sirven las negociaciones, ni la buena voluntad, ni siquiera vale poblarlas de beneficios. Es al pedo.
Solo aceptan como medida de todas las cosas la fuerza.
Y con esa potencia habrá que tratarlas. También, hasta que aprendan a vivir en una sociedad democrática en donde tienen que respetar reglas que no se construyen a su medida.
Decime estalinista.
Decime lo que quieras.
Han dicho cosas peores. Pero esta vez que las digan con la espalda crujiendo bajo el peso del interés popular.
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