Es muy bueno que no hayan sancionado al alumno que escribió que la muestra fotográfica de Evita le había causado "asco". El pibe puede pensar lo que quiera, y nadie tiene que castigarlo por eso. Son sus opiniones y el derecho a opinar lo que a uno se le venga en gana debe ser defendido a capa y espada. La ley establece además cuáles son los límites de la opinión, cuándo una opinión se transforma en delito. Y son límites estrictos. Lo que opina sobre una muestra fotográfica un alumno no es un delito ni una contravención. Sea quien fuere el destinatario del desprecio.
No estaría mal, ya que estamos, que las autoridades del colegio católico Monseñor Audino Rodríguez y Olmos que sancionaron (y luego a fuerza de presiones desistieron del castigo) a Micaela Lisola tomaran nota de lo ocurrido con el pibe de Córdoba.
Por encima de las simpatías a uno u otro bando está la libertad de expresión. Libertad, derecho, por el que se ha derramado ya suficiente sangre. Vulnerarlo, fundados en la propia simpatía por esta o aquella causa, es un grave asunto.
Los que estamos de este lado, los que sufrimos en carne propia cada vez que insultan a los desaparecidos, al Che, a la revolución cubana, a "los zurdos" tenemos que tener la integridad necesaria para no reclamar un castigo como el que pretendían imponerle al alumno cordobés. Tendríamos que preocuparnos, eso si, por el origen de esas opiniones. Ahí está la madre del borrego.
Deberíamos preocuparnos por el fundamento de ese odio expresado en forma de asco. Discutirlo, debatirlo, analizarlo. Pero jamás castigar una opinión.
En todo caso, quizás el asco que siente el alumno también tenga que ver con nuestras acciones u omisiones.
Además, dado que postulamos una sociedad distinta fundada en otro tipo de valores, no podemos convertirnos en aquello que aborrecemos.