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jueves, 19 de mayo de 2016

DISPOSITIVO NEC: NEGACIONISMO EXPLÍCITO, EUFEMISMO MILITANTE Y CULPA SALÍ DE ACÁ

La estrategia discursiva del Globonato está dividida en tres partes: la primera es negar, abiertamente, sin ponerse colorado y con la cara más seria que pueda encontrar, la realidad que se descascara frente a sus ojos. No hay ola de despidos, no hay medidas solo para los ricos, no hay tarifazo, no hay inflación, no, no, no.
A continuación, en segunda instancia, aparecen los eufemismos: no hay ola de despidos sino "variaciones reducidas en sectores en particular","No hay una sola medida de política pública en estos cinco meses que haya sido para los ricos. Ni una sola. Por más que lo quieran hacer creer, es mentira. No hay ni una sola", no hay tarifazo hay "un proceso de "ordenamiento de la situación económica", y "la inflación se produce a partir de la política económica de un gobierno. Por un lado, la cantidad de emisión y  por el otro, por la falta de crecimiento y oferta. Nosotros estamos corrigiendo eso, para que se vaya reduciendo en forma gradual a partir del segundo semestre". 
Y el eufemismo mayor "el sinceramiento de la economía" que encima "les duele".
Una vez que cumplieron los dos pasos anteriores viene el tercero e ineludible asunto de echarle la culpa a otros, al cuco, al hombre de la bolsa, a esa lluvia de mierda que moja porque es húmeda, a uno que pasaba por ahí y viene como anillo al dedo, etc. La cosa es depositar en un tercero la responsabilidad para no hacerse cargo de nada. De nada de nada.
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Claro, una cosa son los dispositivos retóricos y otra muy distinta la realidad. A veces más o menos se contienen pero en este caso el paralelepípedo de nombre repugnante huye en dirección contraria a la que declaman los funcionarios Globoimperiales. 
Y ahí viene Althusser para poner la linterna en el ángulo oscuro del cuarto. Dice Louis que la ideología no es cómo uno vive concretamente sobre la dura superficie terrestre. La ideología -indica Althusser- es cómo el hombre se representa su existencia. O sea, la ideología es una mediación, una representación que no necesariamente coincide con la existencia concreta. Ahí, en esa mediación trabajan los aparatos ideológicos de estado (entendiendo que la religión y los medios de comunicación también son aparatos ideológicos de estado porque Althusser no habla de estado desde la jurisprudencia). Y aquí llegó Gramsci: dice Gramsci que el sentido común dominante es el sentido común de la clases dominantes y que la hegemonía es el proceso de dominación social, pero ya no como una imposición desde el exterior, sino como un proceso en el que las clases subalternas reconocen como propios los intereses de las clases dominantes. Plantea Gramsci entonces que es imprescindible reconstruir el sentido común de las clases subalternas. Retomando a Althusser, hay que disputar la construcción de sentido que la ideología como mediación deposita y sedimenta en el individuo a los efectos de que legitime la dominación (dominación de clase, porque eso es), de que reconozca como propios los intereses de la clase dominante, aún cuando esos intereses vayan en contra de su existencia.
No sé si les suena conocido este asuntito.

jueves, 24 de septiembre de 2015

SUPONGANDO UNA SUPOSICIÓN SUPUESTA

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Supongamos que el PRO y Mauricio Macri fueran los campeones de la transparencia, que su mano estuviera limpia de latas y retornos. Que nunca jamás hubieran siquiera soñado hacer tramoyas con guita pública, etc. Ponele.
Aún así, suponiendo que los tipos fueran lo más recto después del rayo láser, jamás los votaría. ¿Por qué? Por las políticas públicas que proponen. Por su ideología, por el concepto de estado para pocos que trasunta toda su administración. Por el abandono de lo público para beneficiar a los privados en la cobertura de servicios esenciales como salud y educación. Por la tercerización permanente que implica aumento de costos e imposibilidad de control y un largo etc.
No me hacen falta más argumentos. Porque incluso con una actuación impoluta sus políticas me mandarían al tacho sin etapas.
Para los pavotes que andan por ahí escuchando cantos de sirena: no los votaría por su ideología. Si señó. Ideología. Dice Althusser (que antigualla che) que la idología representa la relación imaginaria entre los individuos y sus condiciones reales de existencia (o sea los hombres se representan a sí mismos bajo una forma imaginaria sus condiciones de existencia reales) y además tiene una existencia material (una ideología existe siempre en el seno de un aparato, y en su práctica o sus prácticas). ¿Cachai? Es por eso entonces, por esa ideología que los tipos tienen metida entre pecho y espalda que no los votaría, y además, porque cuando estos muñecos se apropian de los aparatos ideológicos de estado (y sigo atrasando estructuralísticamente hablando) bajan línea haciendo que el resto de los sujetos asuman como propia la ideología dominante (aunque esa apropiación ya tuvo lugar en un momento anterior).
Y volviéndome gramsciano por un instante, diré que la batalla cultural consiste en recuperar el sentido común de clase subalterna en contraposición al sentido común de la clase dominante que interfiere con la mirada del sujeto dominado. O lo que es lo mismo, y según Paulo Freire, recuperar la palabra del explotado para que pueda decir el mundo y sustituir al relato que el dominador ha establecido como sentido común absoluto.
Algo así. 
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Nota: no me vengan a refutar con una extensión indebida del concepto "relato" que ha sido aquí restituido teóricamente al lugar que le corresponde. El neoliberalismo no habla de relatos, la epistemología positivista, ni siquiera considera que el relato tenga existencia real en tanto no es un ente medible, es apenas un psicologismo, etc. Asi que la sección coartada queda cerrada por hoy.

viernes, 21 de septiembre de 2012

PRIMAVERA CERO

Me molestan profundamente los locutores que quieren improvisar una clase de gimnasia jazz en cualquier lugar en donde se junte gente, los grupos o cantantes que promueven desde el escenario el acompañamiento de palmas o gestos masivos tales como “levanten primero el brazo izquierdo, luego el derecho y a continuación salto en el lugar con sonrisa de babuino” y los animadores de fiestas infantiles que, aprovechándose del tamaño de los niños que no alcanza para que les rompan la nariz, arman absurdos juegos en donde contraponen estereotipos: “varones” contra “mujeres”, “River” contra “Boca”, “Ben10” contra “Frutillitas” y cosas por el estilo.
Imagínense la alegría que tengo hoy, 21 de septiembre.
Ni bien salí a la calle me llevé por delante el imperativo de la felicidad. Algo así como “hoy tenés que ser feliz, infeliz”.
Los reclamos publicitarios informando la llegada de la “estación del amor”, decenas de vendedores ambulantes en las esquinas provistos con llamativos cadáveres de flores, manadas de estudiantes marchando quién sabe en qué dirección y una sensación de alegría impostada me recibieron con los brazos abiertos.
En principio, debo decir que no tengo ningún problema con la primavera (a pesar de poseer sobrados motivos para que no me agrade, dado que en el día de hoy comienza oficialmente un período de seis o siete meses de calor persistente, envolvente, molesto y pegajoso, si vivís en Buenos Aires más o menos donde vivo yo, claro está. Este comentario no sirve para lugares en donde las estaciones siguen siendo lógicas y respetan la sucesión establecida en los manuales escolares). Tengo muy claro que la naturaleza requiere estaciones de porquería para reanudar el “ciclo de la vida” y esas cosas ecológicas que son inevitables. Que el verde, que los colores, que el “tibio sol de septiembre” y lugares comunes por el estilo. Comprendo. Luego de un nada despreciable esfuerzo acepto todo el asunto.
Pero hasta ahí llegó mi paciencia.
Luego, todo lo otro, toda la parafernalia publicitaria que intenta fundar un estado de alegría instantánea ya que “llegó la primavera”, bueno, eso, tal como a los personajes descriptos en el comienzo del texto, lo deploro.
A esta altura de la civilización Blackberry, no pretendo que cada uno disfrute de la temperatura que más le agrade y que cuando haga calor sienta calor y que, cuando el frío aparezca, tenga frío. Hace un rato largo y frondoso que las mediaciones sociales han determinado las sensaciones fisiológicas hasta al punto de subvertir su sentido básico.
Por ejemplo, tener hambre es un instinto primitivo. La forma de saciar el hambre, a qué hora sentimos hambre, qué comemos en ese caso, etc., están determinadas socialmente. Poco nos queda de “naturales”. Somos por definición, seres sociales. Que vendría siendo la organización que nos damos como especie para sobrevivir.
Pero que estas mediaciones propongan un estado de ánimo como deseable y legítimo y lo que es peor, proscriban cualquier otra posibilidad encuadernándola en el tomo titulado “Amargos que no se alegran por la llegada de la primavera” es un despropósito.
Pregunto: ya que se supone que se inició el reinado de las hormonas ¿acaso no tuvieron actividad venérea durante el otoño y el invierno? Digo, porque parece que ahora hay que desfogarse como conejos ya que estábamos privados de tal posibilidad.
Consulto: ya que ahora se lanzó la temporada de alegría ¿no tuvieron ni un segundo de felicidad previo al 21 de septiembre?
Increpo: ya que en este día el amor lanza su nueva colección ¿durante todo el otoño e invierno no le vieron la cara al amor ni en un aforismo de José Narosky?
Me asombro: ya que es la hora es la hora de las risas y carcajadas ¿no se rieron ni una vez durante el otoño y el invierno?
Discúlpenme el escepticismo, pero creo que la respuesta a las preguntas anteriores es obvia.
La programación cultural (concepto que uso sin saber a ciencia cierta si existe en algún mamotreto teórico) a que nos someten los aparatos ideológicos de estado (bendito Althusser, salvando la contradicción) es tan profunda que ya no sentimos alegría cuando estamos alegres ni tristeza cuando estamos tristes. Y con los estados de ánimo intervenidos la potencia reaccionaria de los estereotipos culturales adquiere perversa entidad.
Cierto es que no es fácil advertir, dado el recubrimiento rosa que los camufla, el autoritarismo que portan. Uno puede escuchar, ponele, esa canción de Celia Cruz que se precia en estamparnos en la frente que “la vida es un carnaval” y que en el mundo no hay nadie solo y que la vida no es desigual (a pesar de las pasmosas evidencias que indican lo contrario) y no percibir que en el fondo, oculta tras una melodía pegajosa y trivial, está agazapada una concepción inmovilista de la sociedad en la que cada sujeto debe conformarse y “al mal tiempo buena cara” pero que no se te ocurra modificar las condiciones sociales injustas, porque no hay que llorar y es más lindo vivir cantando mientras los privilegiados siguen consolidando sus privilegios.
Hay que ser un desconfiado de mierda como yo para andar cuestionando estas cosas ¿no?
Hablando de costumbre, ya estoy acostumbrado a los ceños fruncidos y los gestos desaprobadores cada vez que esgrimo los argumentos anteriores. La manada no recibe con alborozo a los que muestran reyes desnudos.
Ahora, dicen los ingénuos, la "vida es más fácil". Si, seguro. No me cabe la menor duda.
Yo, lo que es yo, prefiero reírme cuando tengo ganas de reírme, llorar cuando tengo ganas de llorar, festejar cuando tengo ganas de festejar y así.
Prefiero seguir indagando in dark side of the moon dado que la crítica del orden existente es un requisito básico para cambiarlo.
No piensen ni conjeturen que esto me convierte en un amargado o "un resentido" tal como me acaban de informar suscintamente en mi lugar de trabajo (porque no me gustan las flores ni las mariposas de cartón, motivo profundo si los hay). Quizás prefiero una alegría menos orgásmica, más profunda, algo menos epidérmica.
Permítanme señores, esta pequeña digresión en la marea humeante de felicidad ortopédica de vidriera florida que acecha en las calles.