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Estoy harto de este mundo organizado por una manga de comerciantes de tres al cuarto revestidos de un lenguaje y unos eufemismos con los que quieren disimular su condición de tales. Y estoy más cansado de las tipas y los tipos que dicen "-Es lo que hay" o "-Es así" conformándose de esa forma con una cotidianeidad horrorosa, signada por el darwinismo social legitimado y el afán por obtener cosas que se vuelven obsoletas en media hora para ser reemplazadas por otras cosas que serán obsoletas en quince minutos.
Tengo las bolas llenas de la "rentabilidad" que encubre el proceso mediante el cuál un comerciante de mierda devenido CEO explota a los laburantes munido de excusas tecnocráticas. A cualquier idiota que pronuncie esa palabra tres veces en una conversación lo mandaría a hacer nudismo en el Aconcagua en pleno invierno. Estoy repodrido de la "competitividad" que implica reducir "costos" quitándole derechos al que trabaja y aumentándole el laburo. A los salames que pronuncien la palabra "competitividad" tres veces en una charla los mandaría a nadar con los osos polares en short en el mar que rodea al Polo Sur.
Los "modernos métodos de managment" me merecen el mismo respeto que un disco de Enrique Iglesias. Y todas las pseudo-escuelas psicológicas que justifican los asuntos anteriormente descriptos tienen para mi la misma entidad científica que el Sai Baba: su seriedad es similar a los que adivinan el futuro en la borra del café. Si me indican ser "proactivo" abordo al individuo comunicador de la misma forma en que un pilar de rugby se lanza contra la defensa contraria en busca del try.
Ese galimatías que expelen los economistas ortodoxos, los administradores de empresas, los marketineros varios que recorren el espectro variopinto de la "realidad" me causa alergia: me sale un sarpullido me sale que carcajeate de la varicela.
La cosa, señores del eufemismo, consiste en garpar cómo se debe y lo que corresponde. Dejar de esconder al laburante detrás de una consultora, una tercerizada, un contrato de locación de servicios, etc. Suspender con la explotación que significa aumentar las tareas disminuyendo a los empleados. Cortarla con el encuadre en un sindicato que no corresponde para pagar chaucha y palito. Dejar de considerar a las personas como descartables, fungibles, supérfluas.
Además.
Terminar con la espantosa costumbre de apropiarse de los bienes públicos para transformarlos en productos para mercar. Escupo sobre los carteles que indican que una montaña, un río, un valle, son "propiedad privada". Me cago tres veces encima de una tranquera que cierra un camino de uso público. Si una manga de estúpidos repodridos en guita construyen un barrio privado y se apropian del agua que baja de las vertientes y de esa forma "privan" de la misma a todos los que están más abajo, simplemente dinamitaría el lugar en cuestión y enviaría a sus distinguidos habitantes a cruzar a nado el océano Atlántico. Y a los "emprendedores" del "campo" que rocían con plaguicidas sus cultivos, matando a la gente que vive cerca, les haría tomar mate con glifosato, porque no es tóxico, no hace nada, como indican los "ruralistas" muy sueltos de cuerpo.
(En este punto incorpore Ud. señor lector la situación que considere sea necesario incorporar).
Agradezcan a la divinidad que tengan por excusa señores "empresarios a los que les interesa el país" que yo no tenga poder. Porque si lo tuviera por fin entenderían qué significa "inseguridad jurídica", "ataque a la propiedad privada" y "perturbar el clima de negocio". Tendría con Uds. la misma piedad que esgrimen cada vez que revientan el mundo para vender un par de camisas más.
¿Parece que estoy enojado? Por supuesto. Porque estoy enojado.
Y me voy a enojar mucho más todavía.