lunes, 8 de junio de 2015

CHOCHO GARDEL


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El desprevenido puede creer que este asunto de que Lali Espósito fuera la "gran figura de los premios Gardel" es apenas una anécdota. Total, a quién carajo le importa.
Bueno che, lamento deciros que la cosa es más compleja de lo que parece. Pero no seré yo quién les arrime letra para pensar. Lo dejaré a Don Pierre Bourdieu que la sabe lunga.
¿Vieron ese lugar común que indica "sobre gustos no hay nada escrito"? Bueno, es mentira. Claro que hay y mucho. Entre lo mucho está el tremendo libro La Distinción, criterios y bases sociales del gusto.  Esa frasecita de que no hay nada escrito esconde la necesidad de clausurar cualquier análisis sistemático del gusto, más que nada porque en ese tópico se libra la famosa batalla cultural. La batalla por la sensibilidad, que es también la pelea por la reconstrucción del sentido común de las clases subalternas, lo que es lo mismo que poner en evidencia el dispositivo que recubre la propia sensibilidad estética con la taxonomía cultural de las clases dominantes. Vaya si hay mucho que pensar sobre el gusto.
Para comprender por ejemplo, porqué un disco de boleros de Luis Miguel no es un producto inocente de la industria cultural o porqué Cortázar es popular pero no masivo.
Les dejo una excelente reseña del libro de Pierre a manos de David Orta González y el libro mismo para leer de ojito, sin poner un mango. No le saquen el culo a la lectura de Bourdieu, vale la pena en todos los casos.
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"Consumo, ocio, arte… todos estos niveles de interacción de la vida cotidiana, se explican por una cosa muy obvia aunque no por ello insignificante, a saber, el gusto. El gusto limita nuestras preferencias, nuestras actitudes, ideas, acciones, pero, ¿qué es lo que limita y da forma a nuestro gusto?. En principio podríamos señalar que el gusto pertenece a un orden abstracto que conforma nuestros criterios y disposiciones hacia las cosas, y que en este orden, se definen las relaciones diferentes e incluso antagónicas con la cultura, según las condiciones en que hemos adquirido nuestro capital cultural y los mercados en los que podemos obtener de él, un mayor provecho (p.10). Este orden al que Bourdieu hace referencia no es otro que el habitus.

El habitus es a la vez el principio generador de prácticas objetivamente enclasables y el sistema de enclasamiento de estas prácticas (p.169). Es decir, es el conjunto de prácticas generadas por las condiciones de vida de los grupos sociales así como la forma en la que éstas prácticas vislumbran una relación concreta con la estructura social, esto es, el “espacio de los estilos de vida” (p.477). Estos estilos de vida, son aquellos productos del habitus que devienen en sistemas socialmente clasificados. Es decir, se puede observar como aquellas prácticas cotidianas que conforman un estilo de vida se corresponden con un habitus determinado (de clase alta, de pequeña burguesía, etc.).
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Bourdieu propone una diferenciación de clases atendiendo no únicamente a las propiedades o a las relaciones de producción sino a la manera en que estas propiedades en relación conforman un habitus de clase determinado y cómo éste se sostiene con las prácticas de las que es producto. De una manera concreta, el habitus depende de las relaciones que existen en un individuo / grupo entre el capital económico y el capital cultural. Bourdieu propone una diferenciación de los habitus en función de la clase social, encontrándose en cada una, una multiplicidad de matices al modelo general.
Las diferentes especies de capital cuya posesión define la pertenencia a una clase y cuya distribución determina la posición en las relaciones de fuerza constitutivas del campo de poder y, al mismo tiempo, las estrategias que pueden adoptarse en esas luchas son simultáneamente unos instrumentos de poder, desigualmente poderosos en realidad y desigualmente reconocidos como principios de autoridad o signos de distinción legítimos (p. 317).

El sentido de la distinción, se basa en la búsqueda del máximo de “rentabilidad cultural” (p.267). Esta rentabilidad se maximiza mediante el establecimiento de una relación próxima con la cultura legítima y se encuentra representada por la clase dominante. Es precisamente esta proximidad la que provoca una relación cotidiana y por tanto despreocupada con actos como ir al teatro, conciertos de música clásica contemporánea etc. Esta clase social se encuentra en el mapa social donde se intersecciona una gran cantidad de capital económico con una no menos importante de capital cultural. Suele identificarse esta clase social por el hecho de recurrir frecuentemente en aquel tipo de ocio y consumo propios de “la clase ociosa” de Veblen, a saber, el ocio y consumo ostensible. Este tipo de actividades suponen una importante inversión en capital social y cultural por parte de este tipo de clases, y por tanto, proporcionan elementos distintivos de habitus que reproducen la cultura legítima en contraposición a otros habitus de clase. Es la clase dominante la que quiere poseer y posee la “cultura legítima” (p.280) y esto es lo que les confiere el más alto grado de habitus distinguido.

Por su parte, la pequeña burguesía puede ser caracterizada por su buena voluntad cultural. Esta es entendida como la distancia que se produce entre el conocimiento y el reconocimiento. Es decir, el pequeño burgués venera la cultura dominante, reconoce su valor como fuente de distinción social pero no participa de una relación estrecha con ella. Con asiduidad, la distancia entre el conocimiento y el reconocimiento, evidencia su falta de proximidad con la cultura legítima con lo que quedaría demostrada su alodoxia cultural. Este concepto recoge todos aquellos errores de identificación de la cultura legítima en las que se pone de manifiesto esta distancia. La cultura pequeñoburguesa genera una serie de subproductos de la cultura legítima que, por decirlo brevemente, son más baratos y producen el mismo efecto. El jazz en contraposición a la ópera (aunque últimamente, y según de que tipos de jazz hablemos, se puede considerar como gusto propio de cultura legítima), la divulgación en lugar de la ciencia… Es la pequeña burguesía la que juega un papel más serio en relación a la cultura dominante, ya que poseerla es el fin que pretenden conseguir y con ello alcanzar mayores cotas de distinción social, pero, al contrario de la gran burguesía no pueden permitirse una relación distendida con la cultura pues no existe una familiaridad tradicionalmente adquirida. Es por esta razón, por la que las expectativas se centran en el sistema educativo como fuente de provisión de esta relación y delegan, por tanto, en muchos casos la satisfacción cultural que no pueden conseguir en el presente en sucesivas generaciones que puedan cumplir el deseo de ascensión (y distinción) social. Por razones de espacio, no entraré aquí en los matices y diferenciaciones que existen en el seno de cada clase social.

Por su parte, el habitus de clase obrera se define por la elección de lo necesario. Es decir, se trata de la “necesidad hecha virtud”. Podemos advertir, aquí, cómo la cómo el habitus de clase puede desligarse de las condiciones de vida de la que es producto, de manera que aunque, los recursos materiales de los que dispongan aumenten notablemente, las prácticas estarán condicionadas por esta elección de lo útil, de lo funcional, de lo que, en definitiva “está hecho para ellos”. Las elecciones en materia cultural de esta clase social se justifican, entonces, en aquellas prácticas que consuetudinariamente se han establecido como propias de la gente de esa clase. De ahí viene la norma del principio de conformidad, que tiene su explicación en el sentido de que se trata de una llamada de atención a la gente de clases populares que tiende a revestirse de acciones propias del habitus pequeñoburgués. Viven en un “universo cerrado” (p.388) en el que las acciones sirven como refuerzo de la tradición y a su vez como negación de la vanguardia, que, en muchos casos es percibida como un ataque frontal contra el orden tradicional de “sus” cosas y efecto de las prácticas destructoras del propio grupo.

Estos tres modelos de la realidad en la que se divide el habitus son el ejemplo perfecto de cómo hasta los detalles más inadvertidos, que se producen en la interacción social, en cualquier ámbito, responden, sin duda a un orden propio de cada clase que es percibido como el “natural” en el seno de la misma. El revestimiento de sentido común de estas prácticas y elecciones dota al habitus del grupo de una consistencia muy difícil de transgredir. Asimismo, sugiere una jerarquización enclasante de habitus que es inconscientemente asumido como estructura mental en los diferentes grupos sociales y que, nuevamente, aparece como lo natural, lo obvio o incluso lo deseable."
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¿Cachai?
Por eso, no hay Romeo Santos inocente.

6 comentarios:

Carolina dijo...

Sí, entiendo a lo que va con la falta de inocencia, con presentar algo como natural cuando está dirigido a producir un cierto efecto.
Pero creo que el análisis de Bourdieu en ciertos aspectos quedó obsoleto después del neoliberalismo. Hasta entonces, la clase dominante pretendía distinguirse por poderse comprar o incluso producir cierta cultura. Pero después de eso, en mi modesto y pedestre análisis, me parece que pasó a distinguirse por la capacidad de consumo, y ya no importa tanto el nivel de "complejidad" o "distinción" sino el nivel de "ostentación" de la capacidad de consumo.
No se si se entiende lo que quiero decir. El millonario culto y refinado que va a la ópera, es mecenas de intelectuales y artistas más pobretones y se ríe de los nuevos ricos que se construyen una mansión dorada, con lujos estridentes, pareciera no existir o por lo menos, ya no nos lo venden como el epítome de la cultura.
Corrió mucha pizza con champán y cumbia por debajo del puente.

José Pepe Parrot dijo...

Carolina:
Por el contrario, yo creo que el capitalismo en fase superior (imperialismo diría Lenin, neoliberalismo decimos nosotros) agudizó las diferencias.
Me remito a un ejemplo que nos asaltó hace bastante poco, como para dar cuenta de mi impresión:

http://grupoexpertosentodo.blogspot.com.ar/2015/04/cultura-para-pocos.html

Carolina dijo...

Sí, en ese caso de Argerich, puede ser, pero en las grandes ciudades se puede ir a ver "música culta" gratis o por muy poco dinero (estoy pensando en el gallinero en el Colón) o en el Teatro Argentino de La Plata, suele haber ciclos gratuitos.
Lo que digo es que la cultura como valor de refinación y complejidad intelectual ya no parece ser algo que los ricos quieran comprar. Es una sensación, la verdad, me faltaría leer algo que se haya escrito últimamente, porque no voy a poder codearme con las altas esferas para ver qué consumen, je.

ram dijo...

En una de ésas, el cambio "cultural" es una cuestión de domicilio, antes la "cultura" venía de París y ahora viene de - y es - Miami, y Disney World, no?

José Pepe Parrot dijo...

Carolina:
Ahí tenemos que hacer una diferencia y traigo a colación un concepto que le escuché, creo, a Tenti Fanfani: la diversidad cultural contiene no solo los objetos de cultura, sino además, los sujetos de cultura. O sea, para desarrollar el sentido estético, complejizarlo (no hay que decir aqui que complejizar el sentido estético es complejizar el pensamiento) hay que desarrollar al sujeto, entregarle las herramientas que le permitan desplegar su sensibilidad en una experiencia estética de mayor valor simbólico. Por tanto, que exista una oferta de bienes culturales complejos es una de las patas de la ecuación, luego hace falta que el sujeto esté en condiciones de enfrentarse a esa experiencia que necesita una igualación en complejidad creciente (si me permite el contrasentido).
A eso segundo es que le tiene un miedo pavor pánico la clase alta (la clase alta en serio, no el medio pelo o el pobre resucitado nuevo rico). Eso es lo que guarda bajo ocho llaves, la formación que permite desplegar un pensamiento autónomo.
Algo así.

José Pepe Parrot dijo...

Ram:
De allá viene la que nos quieren hacer manyar con tanto grammy latino y otras delicias