Estuve reflexionando sobre la manifestación de ayer, el 18A. Quienes transitan este blog de cuando en vez sabrán que acá no le hacemos asco a las manifestaciones. Digamos, nada de "me coartan la libertad de circular" o "esos tres muertos de hambre que cortan la calle" o "mirá quién salió a protestar". Todas las proposiciones anteriores son variantes de la falacia ad hominem que consiste en descalificar al oponente. No haremos éso, puedo asegurarles. Mitad porque acudir a semejante artilugio discursivo implica cancelar cualquier diálogo o debate. Y obturar un posible debate implica falta de argumentos o debilidad de los mismos.
Tampoco admitiremos aquí la absurda refutación: "Es una manifestación política". Chocolate por la nueva ¡obviamente es política! ¿Qué otra cosa va a ser una marcha que pide cambios a nivel político? Cuchame.
En principio considero que está muy bien que hayan salido a la calle a protestar. De alguna forma la manifestación es la reivindicación, por fin, de la política. Aunque gran parte de los manifestantes indique que su reclamo no es político, justamente lo es por poner sobre el tapete sus censuras y aspiraciones, o sea, su propia mirada del país. No hay que tenerle miedo a la palabra "política". Hay que ponerla en movimiento. Una de las formas de hacerla caminar es salir a la calle a decir ésta boca es mía y dice ésto y no aquello.
Que también implica hacerse cargo de la ideología que uno profesa y actuar en consecuencia.
Me parece muy positivo, un paso adelante, dejar en el olvido aquello de "yo no tengo banderías políticas" o "yo soy un ciudadano común que sale a la calle a decir lo que piensa". Es sano y deseable que hayan decidido participar, reconociendo que tienen preferencias políticas distintas y que deseen mostrar que las tienen y que van a luchar por ellas.
En eso consiste. A nadie se le va a correr la peluca por eso.
Quizás ahora, luego de tres marchas, hayan entendido algunas cosas que los que hemos salido a lo largo de décadas a las calles conocemos por viejos más que por diablos. Una de ellas es que la calle es un espacio que se toma, y se toma en contra de otros. Porque hay otros en ese espacio y al salir a la calle a protestar uno desplaza a los que comparten ese espacio cotidiano. Como ninguna protesta es unánime, ni siquiera una que reuna millones de individuos, siempre alguien resultará desplazado y ese desplazamiento le ocasionará al desplazado alguna molestia, mayor o menor. Es inevitable. Espero que lo hayan comprendido.
También espero que ahora entiendan que salir a la calle a protestar genera una doble responsabilidad: por uno mismo como parte de la protesta y por los otros que no la comparten. El cuidado de ambos debe ser minucioso dado que ni unos ni otros tienen que ser lastimados por participar o por no participar. Es una enorme responsabilidad y hay que asumirla en ambos sentidos.
Hay más sobre este tema, pero con esto basta por ahora.
No hay, por otra parte, una protesta más legítima que otra. Tres que gritan frente a tribunales o un millón que recorre las calles tienen pesos estadísticos distintos pero el motivo de ambas, reclamar por situaciones que lesionan a los protagonistas, es el mismo. La coincidencia que reune más o menos personas en torno a un tema o temas en particular no hace que una protesta sea "buena" o "mala". Es una protesta. La moralidad de lo reclamado, su pertinencia, es una discusión que la protesta misma intenta hacer visible. Pero la protesta en si, el derecho a protestar, a expresarse, tiene que ser preservado. Por eso no hay protestas mejores o peores. Hay protestas. Eso también hay que entenderlo.
Y lo último para no cansarles las neuronas: cuando uno protesta posiblemente ese reclamo reciba una respuesta, que puede asumir muchas formas. Una respuesta que, en tanto no consista en reprimir, prohibir o coartar la posibilidad de expresarse, también es legítima. Una respuesta que tampoco debe ser descalificada por su origen. La respuesta a la respuesta también debe asumir la condición de una respuesta política.
Nadie debe asustarse: la confrontación política es necesaria.
Como sociedad somos un producto de esa dialéctica política. Nuestros peores momentos tuvieron lugar cuando no hubo esa praxis cotidiana por ausencia u omisión de uno o ambos términos. Por eso, entendiendo que somos y hemos asumido nuestra condición de sujetos políticos(zoon politikon decía Aristóteles) tenemos que celebrar la posibilidad de debatir en la diversidad y luego decidir en los foros que la democracia define para dirimir las diferencias.
Asi que, bienvenidos a la calle.
Nos estamos viendo.
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