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Devolveme esas palabras. Dejá de pronunciarlas con obscena insistencia. No las digas más, no vuelvas a tocarlas. Abstenete de modular sus sílabas, renunciá a ensuciarlas, a mancharlas. No las rellenes de vacío y grandilocuencia pomposa y desagradable.
Dámelas, yo las voy a cuidar, nosotros las vamos a amparar hasta que tenga sentido volver a decirlas. Nosotros restauraremos su filo mellado por la estulticia, afilándolas para que corten la realidad como si fuera manteca.
No las repitas como letanía para hipnotizar cegueras voluntarias y sorderas a medida, no las uses para decribir mundos que no imaginás, no disminuyás su potencia machacándolas contra el suelo.
Hemos luchado mucho por esas palabras, es nuestra sangre la que pintó en las calles las palabras dignidad y justicia. Es nuestro sudor el que llenó de vida las palabras trabajo, educación y salud. Es nuestra propia voluntad la que convirtió al término unión en un proceso vivo y en movimiento. Somos nosotros, los orejones del tarro, los que le dimos sustancia y carnadura a la palabra argentinos.
También somos nosotros los que iluminamos la palabra patria. Somos quienes comprendieron que el otro no es un límite. Somos además los que sostenemos que la libertad se suma y no se resta, que no es una atribución del mercado, un privilegio de los privilegiados.
Somos, en definitiva, los que postulamos contra el aluvión de palabras vacías que la patria, la patria no es nada más ni nada menos que el otro.