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Quiero recordarles una cosita. Chiquita nomás, humildona, pero no por eso menos oportuna. El peronismo rancio, almidonado y transero que durante años desgobernó al país hasta el 2003 estaba incluido en ese sujeto colectivo del "Que se vayan todos". Ese peronismo, el de muchos peronistas que ahora andan por el mundo reclamando pureza y ortodoxia, era también el destinatario de la bronca popular (y justificada) que pedía a los gritos en la calle que se fueran todos redondamente a la mierda, porque se los percibía como culpables del quilombo que explotó en el 2001.
No tengo que recordarles los nombres ilustres de ese peronismo responsables del desastre. Más que nada porque a esta hora me va a cortar la digestión.
De ese descrédito, de ese pozo, los vino a rescatar Néstor Kirchner. Construyendo alianzas y dándole entidad a las convicciones que comenzaron a operar en la realidad, abandonando las consignas vacías de carne y acción.
Néstor Kirchner entendió que en el peronismo esclerosado no había esperanza y apeló a la horizontalidad, enlazándola con el PJ para producir cambios. Cambios reales, no solo acuerdos de cúpulas y corporaciones, como venían haciendo los Duhalde de este país (y todavía hacen)
Esa articulación con el progresismo siome que ahora con una mueca de asco señalan los puros, permitió el movimiento, la aceleración de procesos, el comienzo de otros, en fin, imprimió dinámica a la vida social congelada por el status quo.
Esos acuerdos, programáticos en serio, permitieron que una generación se sumara a la política con entusiasmo y que otras generaciones volviéramos a creer en un Proyecto que de verdad estaba ahí y nos convocaba.
No fue solo el peronismo. Fue a pesar del peronismo. Y luego fue con el peronismo.
Recuérdenlo. Con el peronismo solo no alcanza. Con el peronismo autista también llegamos al 2001.
Ahora que las brigadas cazazurdos toman aliento, no lo olviden.