lunes, 20 de octubre de 2014

EL HABLADOR

Podría disculparle los libros que le propinó al mundo (en donde hay más palabras que ideas). También disculparía su Nobel (al fin y al cabo a Obama le dieron el Nobel de la Paz) e incluso haría la vista gorda ante el deplorable prólogo que escribió para las obras completas de Cortázar.
Porque, en definitiva, el que hizo todo lo anterior es un tipo que tiene como mochila y karma no ser Julio Cortázar, aunque lo desea y anhela. Siempre será Mario Vargas Llosa, preocupado por obtener reconocimientos de todo orden, cocardas que un verdadero escritor admite con escepticismo acerca de los propios méritos que casi siempre considera escasos. Vargas Llosa se pasea como un gallo condecorado pidiendo la palabra con un cartel luminoso encima que proclama: "pregúntenme a mi que tengo un Premio Nobel".
Lo que no puedo pasar por alto es la vocación destructora del falso liberalismo de Vargas Llosa (conservadurismo que prolonga en el tiempo y espacio su hijo Alvarito) y su servilismo con los intereses que se ocultan bajo esa fachada pretendidamente republicana.
Tampoco el desprecio que derraman cada una de sus palabras (también las escritas) hacia eso que no comprende, teme y combate: el pueblo anónimo que en sus libros es además tácito, mudo y fungible.
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Nota: algunos cuestionarán mi opinión desautorizada acerca de los méritos literarios de Vargas Llosa. Y bueno che, los libros de este señor me aburrían por su frondosa multiplicación de palabras desprovista de ideas desde mucho antes de que se le ocurriera ser un friedmaníaco. Cante pri.

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