Se
puso de moda (como las calzas ¿ha visto?) decir que hay “miedo”,
que la “gente” tiene “miedo” de hablar en contra del
gobierno. Repasando quince minutos los noticieros, diarios y/o varios
“medios serios” de nuestro país comprobamos que mucho miedo no
parece tener la “gente” que habla ahì. De hecho se habla y opina
mucho y variado (lo que está muy bien) y se dicen unas barbaridades
que Doña Bárbara enrojecería de vergüenza.
Entonces
¿qué cuernos vendría siendo el miedo?
Traduzcamos
Cacho.
En
realidad “miedo” debe comprenderse como “fastidio”. ¿Fastidio
por qué? Porque los que hablan de “miedo” no están
acostumbrados al retorno. ¿Qué retorno? El feedback que genera las
palabras que vuelcan al aire.
No
hace mucho tiempo, por la condición monopólica de los medios
concentrados y por la falta de herramientas tecnológicas, muchos
próceres de la comunicación hablaban solos, nadie les contestaba
públicamente, nadie les pedía razones de sus palabras, nadie podía,
en definitiva, cuestionarlos. Porque no tenía el respondente acceso
a un medio que amplificara su voz, porque no existía modo alguno de
que la respuesta llegara a la misma vez al respondido y a la luz
pública.
Esa
imposibilidad les garantizaba una impunidad notable, dado que eran la
primera y la última palabra. Enmendarles la plana, dejarlos en
evidencia, confrontarlos con su historia y opiniones anteriores, con
su prontuario, con sus aciertos y errores, era una utopía.
Eso
ahora cambió. Porque hay alguno que otro medio que no sigue a la
manada, porque hay medios electrónicos (llámese Facebook, Twitter y
similares) en donde las palabras y declaraciones tienen inmediata
repercusión, porque hay espacios como los blogs en donde las notas
periodísticas son analizadas desde otros ángulos, etc. Entonces el
que antes hablaba trepado a su pedestal en prístina soledad ahora
escucha, ni bien pronuncia sus arengas, las respuestas de los
arengados.
Y
no le gusta nada. Ni un poco.
Y
se fastidia. Se fastidia porque el monolítico dominio de la palabra
que antes detentaba se ha quebrado y ahora se encuentra con las
consecuencias de sus opiniones y posturas, casi inmediatamente.
No
es miedo señores, es fastidio.
Bienvenido
sea.
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