miércoles, 23 de enero de 2013

LOS PERRITOS DE PAVLOV III

Señalemos al menos uno de los vicios de ciertas películas del cine argentino: algunos filmes nacionales recurren al viejo truco de oscurecer y enturbiar el agua para que parezca profunda. Y a renglón seguido desdeñan cualquier crítrica señalando que no comprenden el lenguaje cinematográfico que usan.
Esto no es así ni un poco: quienes de verdad pegan un salto cualitativo en cuanto al lenguaje cinematográfico lo hacen buscando un medio más idóneo, más contingente con las historias que pretenden contar. Pero lo que antecede a ese salto es la necesidad, la urgencia, de encontrar nuevos medios expresivos para reflejar lo que se quiere contar, relatar, etc. Hay algo para decir y los medios formales con los que cuenta el director no alcanzan para reflejar su mirada.
Pero hay algo que decir. Ahí está la diferencia. Sobre ese punto no hay confusión alguna. Hay un mensaje que quiere ser expresado y el director necesita desarrollar sus propios medios expresivos a fin de poder decir lo que quiere decir de la manera más fiel.
Al contario, cuando lo que se quiere decir es banal, pagado de si mismo, esa metafísica de la fiaca que algunos directores enarbolan como un surrealismo de entrecasa.
Algo que, por ejemplo, no impresiona a un tipo como Carlos Sorín que, sin ampulosidad ni prosopopeya se propuso contar en "Historias Mínimas", e hizo justo éso, contar historias mínimas con una solvencia que impresiona. Historias comunes pero no desprovistas de poesía. Con lo que tenía a mano.
Eso nomás.
Nos vemos.

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