viernes, 6 de abril de 2012

HUMO SOBRE EL AGUA

Durante estos días hemos escuchado a muchos representantes de la Iglesia Católica hablar de misericordia, piedad, generosidad, caridad, solidaridad, justicia, amor, etc. En fin, una sarta de supuestos valores que les encanta declamar pero que nunca ponen en práctica en su vida cotidiana, o sea, su ética se lleva a las patadas con la proclamada moral que enarbolan como un estandarte. Esa moral que usan como un ariete para condenar a la sociedad cada vez que alguien, algunos, muchos, se atreven a contrariar sus dogmas (dogmas que valen para quienes adhieren al catolicismo pero para nadie más dado que no todos participan de la iglesia susomentada).
Un choque tan evidente entre lo que se dice y lo que se hace (se que a algún alzacuello le dará un infarto en este punto, pero hay que decirlo: el Che Guevara es un ejemplo de coherencia entre gesto y palabra. No puedo decir lo mismo de Juan Pablo II por ejemplo, no conozco otro hombre en donde las palabras estuvieran tan alejadas de los hechos) merece un análisis un poco más extenso que de costumbre.
Para poner en palabras el dilema: ¿cómo pueden pertenecer a la misma iglesia Moneñor Angelelli, Carlos Mugica, los curas palotinos, Carlos Ponce de León y tipos como Escrivá de Balaguer, Ratzinger, Tórtolo, Quarracino u Ogñenovich?
"La Iglesia no nace como tal sino como asambleas, Iglesias. Todas nacen recuperando el proyecto de Jesús de Nazareth, enfrentado a las corrientes sacerdotales y las corrientes monárquicas. De hecho las corrientes proféticas, en contraposición, expresaban las concepciones que brotaban desde las luchas campesinas, eran sociedades, fundamentalmente, campesinas. Mientras que desde la monarquía, desde el palacio se escribe la biblia desde el ángulo del poder y se hacen lecturas teológicas desde el poder.
Las primeras asambleas cristianas leen la Biblia desde lo profético, desde Jesús de Nazareth. Al irse conformando la Iglesia como institución de poder, siglos IV y V, van a tratar de unificar toda la Biblia desde una lectura del poder. Esta es la lectura que, posteriormente, habrá de imponerse. La lectura de la Biblia que nosotros recibimos."
Entonces tenemos por un lado la Iglesia Profética que lucha contra el poder, que se compromete con el que menos tiene, la que toma la opción por los pobres y la Iglesia Sacerdotal o Monárquica que opta por el poder. En la primera corriente se sostiene que la alianza de dios es con el pueblo y en la segunda que la alianza de dios es con el poder, o sea, con el gobernante en quien ha sido depositado el poder.
Esas son las vertientes que recorren a la Iglesia Católica. Sabido ésto podemos ubicar en la misma institución a personas tan disímiles.
Desde Juan Pablo II en adelante (no hay que olvidar las circunstancias anómalas en las que Karol Wojtyla fue nombrado Papa) la corriente sacerdotal monárquica es la que está ganando la partida. Evidencias para comprobarlo sobran, pero como muestra basta un botón: la canonización de Escrivá de Balaguer, fundador del Opus Dei, una de las facciones más reaccionarias del catolicismo que logró tener su santo en un tiempo record, legitimando de esa forma la postura ortodoxa y dogmática preconciliar (desde Wojtyla para acá, todos los esfuerzos de la jerarquía católica han ido en dirección de borrar los efectos del Concilio Vaticano II, que había retomado la vertiente de la iglesia profética).
El movimento hacia la opción sacerdotal-monárquica no ha cesado, más bien ha sido reafirmado con la elección de Josep Ratzinger, antiguo número uno de la Congregación para la Doctrina de la Fe (ex-Inquisición) que desde esa institución persiguió con ahinco la Teología de la Liberación con el inestimable auxilio de Juan Pablo II. 
De esta forma, la Iglesia Católica se ha vuelto de espaldas a los reclamos de los oprimidos, de los que están en el fondo del tarro, optando por el poder a como de lugar. Sin renunciar a ninguna de sus peores costumbres, la jerarquía católica intenta imponer a toda la sociedad sus propias opiniones en materia de educación, sexualidad, moral, etc. Quiere darle un sesgo confesional a la sociedad, aunque no toda la sociedad comparta la fe católica.
Despotrican contra la sociedad porque es "laica", pregonan a los cuatro vientos que se ha olvidado de dios, que son paganos, que el infierno nos espera. Usan el miedo para amedrentar a la feligresía y retoman con entusiasmo la predicación del infierno como un topos real y efectivo.
Es en este marco, el de una iglesia que ensalza el poder retornando a sus peores dogmas, que un tipo como Bergoglio indica que la iglesia católica se preocupa por los pobres. Y esa afirmación, a la luz de lo expuesto, cobra un nuevo sentido. Porque no es la misma preocupación que tenía Mugica o Angelelli. Para nada. Lo de Bergoglio son palabras vacías destinadas a dormir sobre el anaquel de las frases inútiles.
Mugica, Angelelli, los Palotinos, Ponce de León y tantos otros se entregaron por los que no tienen voz, por los que la iglesia de Bergoglio dice hablar, pero en realidad, oculta.
Si algún sentido tiene la semana santa, ese sentido anida en esos esfuerzos. Si Jesús volviera podría comerse un asado con los palotinos, con Angelelli, pero no con Bergoglio o Ratzinger.
Para todo lo demás, para esa iglesia que busca el poder a cualquier costo, existe Mastercard.