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Cuando era pibe (hace muchas décadas) allá en mi pueblo en Mendoza, recorríamos las acequias de riego buscando espárragos. Esos vegetales crecían sin ton ni son en los bordes mismos de los canales y los recolectábamos para llevarlos a casa y comerlos en una piola ensalada o una sustanciosa tortilla. Mientras rejuntábamos esas delicias, siempre teníamos a mano una ramita de hinojo para usar como chupetín. También el hinojo crecía a tontas y a locas en el mismo lugar que los espárragos. Además servía como pastura de conejos, por lo que más de una vez fuimos solidarios con el niño encargado de recolectar el alimento y le dimos una mano y unas espaldas para llevarlo de vuelta a casa.
Pero el ecosistema de la acequia no se agotaba en espárragos e hinojos ("jinojos" como decía un amigo de aquellos días que ostentaba la siguiente frase "no garren los jinojos que los van garrar los micobios"): también estaba la Cola de Caballo. ¿Qué diablos es eso? Una planta que también florecía aprovechando la humedad y que tiene un aspecto bastante extraño: es una vara parecida a una caña y de sus nervaduras salen guías que apuntan hacia afuera. Bastante prehistórica la Cola de Caballo diría yo. Algunas madres y algunas viejas nos pedían Cola de Caballo porque, aparentemente, tiene una cantidad de propiedades medicinales que carcajeate del aloe vera. Munidos con una ubicua bolsa de arpillera llegábamos de vuelta a la civilización provistos de espárragos, hinojos y cola de caballo.
Resulta ser que todas esas cosas ahora son parte del universo de la moda: espárragos e hinojo están en el arsenal de cualquier chef que se precie de su condición. Y la Cola de Caballo es una planta top que sirve para decorar, poner en el jardín, usar como centro de mesa y quien sabe cuántas cosas más.
Y hay más mutaciones. Mi padre tiene una finca en Mendoza en la que cultiva vides y frutales. En medio de las hileras, en los callejones de traslado, etc., crece una maleza molesta que inunda todo el espacio disponible y que hay que arrancar para que no ahogue a los otros cultivos. Una amiga de mi madre, al ver las fotos de la maleza (yuyo de mierda sin duda) exclamó: "-¡Pero eso es rúcula!". Se ve que mi madre no es top porque no sabía que morfar rúcula estaba de moda, es más, que eso servía para algo. Conclusión: mi papá sigue cortando la porquería esa y la embolsa para que mi madre le lleve el cargamento a su amiga que agradece en todos los idiomas la abundante provisión de eruca vesicaria.
Yo, prosáico como soy, pienso en todas las cosas que se pondrán de moda y que transformarán al niño abominable que era en un adelantado a su tiempo. ¿Ves madre que de algo servía huir en la hora de la venerable siesta?
5 comentarios:
Va a llegar el momento que van a matar dos pájaros de un tiro,el mas top de los platos será:
Sôrëttees De Ropë Groné,abunda la materia prima y la ciudad estará mas limpia.
Eh,oiga,rúcula,achicoria,berro,radicheta,son los verdes ideales para acompañar el pescado de río cuando es muy grasoso,tipo el surubí,son amargas y con ajo es la conbinación ideal.Desde que tengo uso de razón mi viejo las plantaba en la huerta del fondo.
Ah, ahora entiendo por qué cuesta $ 20 el kilo de rúcula. Por lo que cuesta cultivarla.
Moscón:
Si. En mi casa también había de eso en cantidad. Aunque no para acompañar pescado dada la inexistencia del río correspondiente. Más bien como pa´ensalada y sin exagerar.
Jorge:
Si. Es muy complicado. Pregúntele a mi padre que de rúcula está hasta los caracuces.
Dormidano, me encantó su veta aguafuertística, que se repita.
Un abrazo
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