Mostrando entradas con la etiqueta Obreros Golondrina. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Obreros Golondrina. Mostrar todas las entradas

lunes, 13 de diciembre de 2010

SE RÍE EL MUERTO...


...
Hace mucho tiempo, cuando era un purrete adolescentoide, trabajaba esporádicamente en Mendoza durante la temporada de verano. Luego de terminar el año escolar, era costumbre que nos pusiéramos a laburar para tener algunos mangos. Con mayor o menor necesidad, era casi una ceremonia de iniciación entrar a un Galpón Agroindustrial para desempeñar tareas más o menos livianas (acordes al tamaño y capacidad física del ingresante). Luego, cuando el cuerpo podía soportar el peso del tacho de uva lleno y el trajinar por los surcos bravos, metíamos nuestra humanidad en la cosecha de vid. Y en cuanta cosecha hubiera a mano: tomate, pera, durazno, aceituna, damasco, papa, etc.
Acá nos vamos a ocupar de la cosecha de l´uva, como decimos a las apuradas los menducos de tierra adentro.
"La Cosecha" requiere la incorporación masiva de mano de obra, dado que el volumen de fruta, de racimos de uva a recoger es enorme y la ventana de tiempo para completar la recolección es acotada. Como esa mano de obra no puede ser cubierta por los trabajadores locales se recurre a los Obreros Golondrina. Los "Golondrina" son obreros que recorren la zona de cuyo (y el país) siguiendo las distintas cosechas que tienen lugar a lo largo de la temporada. Casi siempre provienen del norte. Vienen con su familia, que se incorpora como una unidad al trabajo: hombres, mujeres, jóvenes, adolescentes y niños, sin excepción.
...
...
En temporada de "Cosecha", estos obreros golondrina conviven con los trabajadores locales. Trabajadores locales que tienen los mismos problemas que los "golondrinas". Comparten la precariedad laboral, la escasa o nula cobertura social, los problemas de vivienda, el acceso a salud y educación, la falta de oportunidades endémica, etc.
Los "golondrina" viven en condiciones infrahumanas, hacinados, sin servicios sanitarios, comiendo salteado, sin instalaciones para la higiene corporal, etc. Estas escasas "facilidades" son provistas por los dueños de las fincas que trasladan al personal temporario y lo ubican en carpas o galpones que no cubren los requisitos mínimos para alojar persona alguna.
En este marco ocurrió lo que contaré a continuación:
Una temporada con mi padre comenzamos a cosechar en una gran propiedad de Mendoza. Una finca que asustaba por el tamaño y la cantidad de fruta a recolectar. Había muchos obreros trabajando, entre ellos, una nada despreciable cantidad de "golondrinas". Casi todos habían llegado desde Jujuy. Sus características corporales correspondían a lo que peyorativamente se califica en el norte como "coya".
Uno de los grupos de obreros locales que venían todos los días en el mismo transporte manifestaba una profunda aversión hacia los "golondrinas". Una bronca que se expresaba en comentarios descalificadores de toda índole, desprecio y hasta golpes, cuando forzaban algún encontronazo.
Una mañana de abril, mientras luchábamos con el frío de las siete de la mañana tratando de calentar el cuerpo, uno de los locales desgranaba sus prejuicios hablando mal de "los bolitas" que venían a ensuciar la provincia. También como de costumbre, los obreros golondrina hacían caso omiso de esos comentarios, guardando silencio, sin mirar al provocador.
En ese momento un niño, hijo de uno de los "golondrina", de dos o tres años, volvía de los galpones con un jarro de agua en la mano y pasó frente al grupo que insultaba. El más alterado de los locales levantó un cascote de la tierra reseca y lo arrojó contra el niño, dándole en la pierna. El niño rompió en llanto mientras los "piolas" se reían a los gritos. El padre del niño encaró a los agresores. Endureció el gesto y los enfrentó. Los miró de hito en hito y les dijo "-Cobardes hijos de puta". Tenía los puños tensos, y la bronca le hacía temblar el cuerpo. Su compañera se adelantó hacia el niño y lo tomó en brazos. Se acercó al hombre y le dijo algunas palabras al oído. El hombre los volvió a mirar y se fue a comenzar la tarea del día.
Los idiotas quedaron en silencio por unos minutos y luego retomaron los insultos con más intensidad que antes. Algunos festejaban sus "bromas" y otros guardaban silencio.
Muchos decían "No puede ser". Otros "bueno, ellos son los que vienen a quitarnos el trabajo". Otros, en voz más baja y culpable "son bolitas ¿qué querés?". Pocos, unos pocos muy pocos, se arrimaron a la familia agredida para charlar. Pocos, muy pocos se atrevieron. Pocos muy pocos se bancaron la mirada reprobatoria de la mayoría, no tan exaltada pero igual de racista. Pocos muy pocos.
Pobres, llenos de pobreza, miseria y exclusión, segregando a otros pobres.
Muertos que se ríen de degollados.
Siempre traté de entender cómo es que el huevo de la serpiente crece en los lugares más insospechados. ¿Cómo es que alguien puede sostener y creer cosas que terminan por perjudicarlo? ¿Por qué desprecia y ataca a tipos que tienen sus mismos problemas, sujetos con los que comparte penurias? ¿Por qué no puede verse como un espejo en los otros que son como él y sufren como él?
Nunca pude encontrar otra cosa que respuestas parciales, incompletas. Y la angustia sigue ahi, tan campante.