Como no le dieron bola a la convocatoria esotérica que formuló a modo de manotazo de ahogado,
Mauricio Awada de Macri se enojó. Porque, como buen nene caprichoso que es, no puede entender que el mundo no gira a su alrededor.
Por eso, cuando los aludidos opositores respondieron que ni mamados con grapa se juntaban con Mauri para hablar de nada, porque, a pesar de las necesidades electorales, hay claros límites de orden ideológico (lo que en epistemología se denomina inconmesurabilidad de los paradigmas) entre ellos y el Amarillo, Awada de Macri montó en cólera y los trató de intolerantes, mostrando cuán tolerante es él mismo ante quienes no responden afirmativamente a sus proclamas.
"Límite" no es una palabra que denote intolerancia. La palabra límite marca una frontera, una divisoria de aguas que indica que, lo que hay más allá es otra cosa distinta. En política, esa cosa distinta es una mirada diferente a la propia, con la que en general uno confronta en el marco de las instituciones. ¿Acuerdos básicos? Se supone que quienes se dedican a la cosa pública lo hacen persiguiendo el bien común, por lo tanto eso sería una coincidencia básica, un sobreentendido. Pero cada uno de los partidos tiene sus propias ideas acerca de cómo se alcanza ese objetivo. Por lo tanto, estos exponen sus propuestas y los ciudadanos optan por unas u otras.
Se llama democracia. No es perfecta pero más o menos funciona.
Tratar de anular las diferencias, proclamar que el disenso es malo, que confrontar políticamente lesiona los intereses del país, es desconocer las reglas básicas del juego democrático. Y además, es una estafa para el ciudadano que dejaría de tener alternativas, opciones distintas entre las cuales elegir a la hora de votar.
Y acá arriesgo una opinión: Mauricio se sentiría mucho más cómodo en otro tipo de régimen político, uno por ejemplo, en donde la voluntad del líder fuera la ley ante la que todos se inclinan.
Pero el despotismo ya no existe Don Awada.
Lástima para Ud.
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