lunes, 5 de agosto de 2013

EFECTO MANGERI


Hoy venía caminando muy orondo con destino al trabajo (porque de algo hay que morir) por la avenida Juan de los Palotes Garay, en CABA. Quien haya caminado la geografía de esa arteria sabrá que el muy tradicional barrio de San Telmo ha mutado en una zona de demolición inmobiliaria en el que pululan las construcciones de veinte mil pisos y dependencias.
Al pasar frente a la puerta de uno de los adefesios de cemento gris (en particular este espanto tiene un más espantoso hall "decorado" con una serie de pinturas y esculturas que pretenden darle un aire de modernidad cool sin lograrlo en absoluto) el portero o, para decirlo en neolengua, el encargado, estaba sacando dos enormes bolsas negras de basura para depositarlas en el container que estaba justo frente al eficicio sobre la vereda. Sin duda había arreglos y refacciones en marcha dada la presencia del volquete y el tránsito de obreros que llevaban materiales de construcción que bajaban de un camión.
El peso de las bolsas era considerable y se notaba en la cara del señor el esfuerzo al llevarlas hasta el lugar, levantarlas y depositarlas en el interior del receptáculo. Yo veía la escena mientras me aproximaba desde la esquina.
El portero terminó de poner los residuos en el container con una exclamación de alivio y en ese momento se dio cuenta que un servidor había observado toda la sencuencia de las bolsas.
Ahí tuvo lugar el que denominaré, de ahora en adelante, Efecto Mangeri: el señor, a pesar de solo haber tirado basura -descartes de una obra interna- se sintió sospechoso de algo sin motivo alguno. Y yo sospeché del encargado solo por arrojar bolsas a la basura dentro de un container. Sobre nosotros sobrevolaba el crimen de Ángeles Rawson y el papel del portero Mangeri en ese asunto. La coincidencia entre las circunstancias del asesinato y el trabajo rutinario del encargado del edificio de Garay nos volvieron paranoicos a ambos, una malsana coincidencia fundada en el correlato entre una situación y otra.
Ahí, en ese momento, nos dimos cuenta que nos habíamos sospechado mutuamente de potencial asesino y potencial testigo. La conciencia del Efecto Mangeri.
También casi al unísono esbozamos una sonrisa y el portero, justo cuando pasaba frente a la puerta del inmueble me dijo con un excéntrico humor negro: "-Por el peso deben ser dos".
No me quedó más remedio que contestar en virtud de la ocurrencia:
"-Menos mal que hace frío porque en verano al mediodía ya lo hubieran detenido".
Una media carcajada final cerró el evento.
El Efecto Mangeri está entre nosotros. Sépanlo.  

4 comentarios:

Daniel dijo...

Muy bueno! Lo realmente peligroso, Dormi, sería que se topara con Mauro Viale.

José Pepe Parrot dijo...

Daniel:
Ahí nomás lo llamo a Samid, palabra...

Marplatense dijo...

Los martes y viernes, cada vez que vuelvo en auto a mi casa, me topo con el camión de residuos y tengo que esperar un rato hasta que nos haga lugar a todos los que estamos esperando para pasar. Dos veces llevé en el coche a unas compañeras de trabajo, y las dos veces, ante esa escena, se hizo un silencio elocuente. Era tan evidente lo que estábamos pensando al ver como la máquina empujaba las bolsas hacia adentro que nadie quiso hacer comentario alguno. Horrible todo.

Grupo de Expertos en Todo dijo...

Marplatense:
Lo dicho, el Efecto Mangeri.
Yo me lo tome un poco en solfa, pero si, es espantoso.