lunes, 18 de junio de 2012

ALMAS PIADOSAS

Episodio 1:
En mi pueblo, pequeño si los hay, hay una iglesia. El Obispado mendocino selecciona a un cura que se ocupa de atender las iglesias de los núcleos poblacionales (tres o cuatro, depende del punto de vista demográfico). Ese cura viaja de un pueblo a otro dando misa, bautizando, participando en rosarios, casamientos, etc. Y atiende of course la iglesia del pueblo.
Para sostenerse el cura susomentado requiere de, por una parte, la consabida ayuda de parte del estado en forma de intendente comprensivo y por otra, de los vecinos que aportan para su manutención. Entre este último grupo se encuentran los "vecinos caracterizados" que, como su nombre lo sugiere, poseen algunas rupias más que el resto.
Una vez llegó, designado por el obispado, un cura al que conocimos como El Padre Enrique. Muy parecido a Bud Spencer, tenía una postura heterodoxa, al contrario de los curas que habían desfilado por la parroquia hasta ese momento.
Escuchaba rock (Manal ponele), no gastaba la clásica sotana y aunque siempre llevaba el alzacuello su estilo era más informal. Y lo principal: El Padre Enrique en sus sermones dejaba caer sin pelos en la misma la opción por lo pobres y la necesidad de convertirnos en ¡hombres nuevos!
Se podrá advertir el escándalo que causaron esas palabras, más que todo en los vecinos caracterizados que veían cómo "el cura ése" cuestionaba la acumulación de riqueza, los bajos sueldos que se pagaban a los obreros rurales y tantas otras cosas que a nadie se le había ocurrido cuestionar desde el púltpito.
Los vecinos caracterizados entonces, alarmados por tanto "zurdismo" armaron una misión diplomática que fue a visitar al obispo. En esa reunión expusieron sus cuitas y, como ya sospechamos, solicitaron que "el cura ése" fuese alejado de la parroquia y deportado a cualquier lugar con un clima inferior a quince grados bajo cero.
Cabe acotar que el obispo tomó en cuenta los consejos de los vecinos caracterizados y El Padre Enrique fue, efectivamente, deportado. Recaló con sus huesos en una diócesis más alejada todavía en donde ni siquiera había vecinos caracterizados a los que incomodar.
Episodio 2:
El altar de la pequeña iglesia del pueblo se había quemado por culpa de un cable eléctrico, a todas luces hereje. Por tanto, y para reparar el entuerto modernista los fieles organizaron una colecta a los efectos de reconstruir esa parte del edificio.
La juntada duró tres meses. Luego, ya con la plata en mano, un grupo de albañiles construyo con un sesgo claramente racionalista, el altar antes mencionado.
Pero los vecinos caracterizados no querían que la cosa quedara ahí. Porque ¿para qué habían puesto guita si no sabía la mano izquierda lo que había hecho la derecha?
El domingo posterior a la piadosa inauguración, apareció a la derecha del altar, sobre la pared, a medio metro del púlpito, un llamativo cartel amarillo con letras negras. El título del aviso decía "Contribuyeron para el Altar" e inmediatamente abajo, una lista que incluía a las personas que habían puesto decadracmas para la reconstrucción. Por orden de importancia claro está: los que más habían puesto (si, adivinaron, los "vecinos caracterizados") arriba y de ahí para abajo indexados por monto aportado.
Epílogo:
Por estas cosas y otras más que por ahora me guardo, huí redondamente de la Iglesia Católica. Es que soy muy intolerante yo.

2 comentarios:

ram dijo...

Mire, Dormi, usted suele exagerar algunas, ínfimas fallas de la burocracia celestial sotanuda, está muy mal que un cura no guarde la compostura, que ande sin sotana y que, horror de horrores, le asigne valores humanos a la negrada - ¿Cómo un cura puede omitir que a la indiada - negrada en palabras actuales - ya hubo un papa, allá por el 1500 y pico que los determinó como CASI humanos y necesitados de cuidado y control de los que sí son 100% humanos? - errorr grave el de ese cura que, mire lo que le digo, la inquisición no hubiera dejado pasar.
Se renuevan, se abuenan y van cambiando sus modos, como usted es impaciente no los quiere pero, espere otros mil o dos mil años y va a ver, una iglesia casi humana, casi como la negrada. Paciencia...

José Pepe Parrot dijo...

Ram:
Yo me olvido que la paciencia es una virtud divina.
Me tendré que poner doble silicio para recordármelo en en flagelo cotidiano.