lunes, 20 de septiembre de 2010

MEMORIA COMPLETA, VERSIÓN ESPAÑOLA

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Correo de Lectores de La Nación

4 comentarios:

Moscón dijo...

Para la libertad sangro, lucho, pervivo. Para la libertad, mis ojos y mis manos, como un árbol carnal, generoso y cautivo, doy a los cirujanos. Para la libertad siento más corazones que arenas en mi pecho: dan espumas mis venas, y entro en los hospitales, y entro en los algodones como en las azucenas. Porque donde unas cuencas vacías amanezcan, ella pondrá dos piedras de futura mirada y hará que nuevos brazos y nuevas piernas crezcan en la carne talada. Retoñarán aladas de savia sin otoño, reliquias de mi cuerpo que pierdo en cada herida. Porque soy como el árbol talado, que retoño: aún tengo la vida.

Miguel Hernández

Carne de yugo, ha nacido más humillado que bello, con el cuello perseguido por el yugo para el cuello. Nace, como la herramienta a los golpes destinado, de una tierra descontenta y un insatisfecho arado. Entre estiércol puro y vivo de vacas, trae a la vida un alma color de olivo vieja y ya encallecida. Empieza a vivir, y empieza a morir de punta a punta, levantando la corteza de su madre con la yunta. Empieza a sentir, y siente la vida como una guerra, y a dar fatigosamente en los huesos de la tierra. Contar sus años no sabe y ya sabe que el sudor es una corona grave de sal para el labrador. Trabaja y mientras trabaja masculinamente serio, se unge de lluvias y se alhaja de carne de cementerio. A fuerza de golpes, fuerte, y a fuerza de sol, bruñido, con una ambición de muerte despedaza un pan reñido. Cada nuevo día es más raíz, menos criatura, que escucha bajo sus pies la voz de la sepultura. Y como raíz se hunde en la tierra lentamente, para que la tierra inunde de paz y panes su frente. Me duele este niño hambriento como una grandiosa espina, y su vivir ceniciento revuelve mi alma de encina. Lo veo arar los rastrojos, y devorar un mendrugo, y declarar con los ojos que por qué es carne de yugo. Me da su arado en el pecho, y su vida en la garganta y sufro viendo el barbecho tan grande bajo su planta. ¿Quién salvará a ese chiquillo menor que un grano de avena? ¿De dónde saldrá el martillo verdugo de esta cadena? Que salga del corazón de los hombres jornaleros, que antes de ser hombres son y han sido niños yunteros.

Miguel Hernández

Llegó con tres heridas: la del amor, la de la muerte, la de la vida. Con tres heridas viene: la de la vida, la del amor, la de la muerte. Con tres heridas yo: la de la vida, la de la muerte, la del amor

Miguel Hernández

Boca que arrastra mi boca. Boca que me has arrastrado: boca que vienes de lejos a iluminarme de rayos. Alba que das a mis noches un resplandor rojo y blanco. Boca poblada de bocas: pájaro lleno de pájaros. Canción que vuelve las alas hacia arriba y hacia abajo. Muerte reducida a besos, a sed de morir despacio, das a la grama sangrante dos tremendos aletazos. El labio de arriba, el cielo y la tierra el otro labio. Beso que rueda en la sombra: beso que viene rodando desde el primer cementerio hasta los últimos astros. Beso que va a un porvenir de muchachas y muchachos, que no dejarán desiertos ni las calles, ni los campos. ¡Cuánta boca ya enterrada, sin boca, desenterramos! Bebo en tu boca por ellos, brindo en tu boca por tantos que cayeron sobre el vino de los amorosos vasos. Hoy son recuerdos, recuerdos, besos distantes y amargos. Boca que desenterraste el amanecer más claro con tu lengua. Tres palabras, tres fuegos has heredado: vida, muerte, amor. Ahí quedan escritas sobre tus labios.

Miguel Hernández


Si se animan remuevan los muertos que quieran,por cada chupacirio muerto favorecedor de la injusticia,hay millones esperando el desempate.

Sujeto dijo...

Creo que quedó claro, hermano. Y te acompaño a fondo: con Machado, con Hernández, con León Felipe, y con la vida carajo !
Algún día vamos a entender que algunos muertos son de todos, más allá de la geografía.
Abrazo

José Pepe Parrot dijo...

Moscón:
"Para la libertad sangro, lucho, pervivo".
De éso se trata.
O al menos acá, uds. y yo, éso tratamos.

José Pepe Parrot dijo...

Sujeto:
Los muertos que siempre ponemos nosotros.
Siempre vendrá algún "Plácido Adán Lucero" a interponer sus objeciones que aluden al olvido aunque diga que apela a la memoria.
Pero como decía Walsh, no hay que dejarse encantar por las bellas almas de los torturadores.