domingo, 11 de octubre de 2009

SEA BREVE: Un cuentito pal domingo

El Calzoncillo
Marcelo Daniel Fernández Olivares

-Dígame Don Rojas ¿por qué tanto esmero para elegir un calzoncillo? Al fin y al cabo uno se pone el pantalón arriba y no importa demasiado si tiene agujeros o está deshilachado. Mientras esté limpio...
Don Rojas miró al empleado de la tienda del pueblo desde la experiencia de sus setenta años. Calculó que el muchacho tendría unos 24. Si claro, 24. El Juancito se casó en el 84, grande ya y Matilde quedó embarazada al año siguiente. 24. Claro, el muchacho no sabe.
-¿Le contó su padre la historia del turco Mohamed mijo? - preguntó Rojas.
-No. No habla mucho mi viejo.
-Mal hace. Yo le voy a contar. Páseme un mate así se me aclara la garganta.
Don Rojas acomodó su cuerpo en el mostrador, tomó el mate y comenzó el relato.
-Ahí en la esquina donde está esa casa medio derrumbada vivía el Turco Mohamed. Un tipo gaucho el turco. Comerciante como tu papá. Tenía una tienda de Ramos Generales el turco. Vendía de todo: desde escobas hasta carne, pasando por alpargatas, aceite y cigarrillos. El piso de la tienda era de ladrillo y la esposa del turco, Yosefa, así, Yosefa no Josefa, le pasaba un lampazo con kerosene todos los días. Uno entraba y lo primero que olía era el kerosene del piso. Decente el turco, no estafaba a nadie y fiaba sabiendo que no le iban a pagar.
Hacía muchos años que Mohamed vivía en el pueblo. Conocía a todo el mundo el turco. Era una tumba. Nunca escuché que le sacara el cuero a alguien y cuando alguna vecina chismosa le pedía información el turco miraba para otro lado y hacía como que no entendia el castellano. Un señor Mohamed, un señor.
Una madrugada de noviembre de 1977, hubo un terremoto en Caucete, en San Juan. Un terremoto con todas las letras. Se sacudía todo: casas, árboles, vehículos, el agua en las acequias saltaba de un lado a otro, muchas paredes se llenaron de grietas, los pobres chocos ladraban y aullaban desesperados. El pueblo entero se movía como si estuviera trepado en el lomo de un potro chúcaro. Vos no sabés de estas cosas, pero cuando hay un terremoto hay que salir afuera, estés como estés. Y eran las seis y media de la mañana y todos, excepto algunos, estaban durmiendo. Entonces, cuando hubo que salir, salimos en paños menores. No hay tiempo para ponerse un pantalón porque la casa se te puede caer en la cabeza. Así, medio dormidos y asustados escapamos a la vereda.
El turco Mohamed también salió. Como todos. Y allí lo vimos. Parado en la vereda de la tienda. Nunca lo voy a olvidar. Parado con el cuerpito flaco, descalzo y despeinado de un solo lado. Del lado en que apoyaba la cabeza en la almohada. Pero nadie o pocos le prestaron atención a esos detalles. Al fin y al cabo quien más quien menos tenía la misma facha. Lo que todos miraban, lo que me tenía hipnotizado era el calzoncillo del turco. Un calzoncillo que arrancaba un poco más abajo del pecho y se extendía hasta más allá de las rodillas. Nunca vi un calzoncillo tan grande. Y nunca vi un calzoncillo de ese color. Violeta. Color violeta. Como si tuviera luz propia. Brillaba el canzoncillo. Aunque ya estaba clarito el cielo, y el sol comenzaba a asomarse detrás de los álamos, ese calzoncillo alumbraba la vereda.
Nadie podía disimular la sorpresa. No hablábamos. Quedamos mudos mijo. El terremoto pasó. Dejó de temblar el suelo. De a poco nos metimos de nuevo en nuestras casas. Algunos desvelados, medio asustados todavía, sacaron sillas afuera y se quedaron ahí todo el día.
El turco fue de los primeros que entró en su casa.
Y no lo vimos más.
Alguien dice que salieron, él y la Yoseja, cada uno con una maleta, a tomar el colectivo de las tres de la tarde. Pero nadie lo confirmó. Ya se sabe, en plena siesta no andan ni las lagartijas.
El fin de semana vino un camión de mudanzas y cargaron los muebles. Dos días más tarde vino de nuevo el mismo camión y se llevaron la tienda completa. Algunas deudas que tenía el turco fueron pagadas por un amigo de Mohamed. Y el turco perdonó a todos sus deudores. Aunque muchos se hicieron los distraidos, otros le preguntaron al amigo en dónde ubicarlo o intentaron darle el dinero que le debían a Mohamed. Pero el amigo se negó a recibir la plata y repitió a modo de respuesta: "-No hace falta".
La casa la vendió el mismo amigo.
De tanto en tanto, se lo veía subir al omnibús empilchado de domingo y nadie le pudo sacar nunca una sola palabra acerca del destino de esos viajes. Ni la mujer. Muchos que no sabían pero sabían, cada tanto le alcanzaban algunas cosas para que le llevara a Mohamed y la Yosefa, aunque él negara y volviera a negar saber algo del turco o de su esposa. En esas ocasiones siempre cargaba un bolsito de mano que iba lleno y volvía liviano.
-¿Entendés por qué me preocupo tanto por los calzoncillos? - dijo Don Rojas devolviendo el mate.
-Ahora si. ¿Le muestro otros Don Rojas? El otro día me llegó un pedido de Buenos Aires...


2 comentarios:

Anónimo dijo...

por esa misma razon nunca uso uno de spidermna que me regalaron.

soplamocos

maría cristina dijo...

Jajajjaj! buenísimo dormidano!!!

Me tuvo en vilo hasta el final y encima ví todo, me imaginé todo y la cara del pobre turco!! Qué lo parió, qué situación!! La verdad que escribe muy bien! lo felicito.

Oiga, hay un blog donde ponen unas fotos y hay que hacer un cuentito de no más de 250 palabras. Porqué no va?? Ya nos animamos muchos, una es maia que hizo algo espectacular, y otra sugus... y hoy posteé algo yo que me salió de asociar la foto, esa tristeza y la muerte de Carlos Fuentealba.

Vaya, dele es bicho-letras. ahora voy a buscar el link y lo pongo acá.
Yo creo que lo gana de una. Escribe muy bien.

http://blogs.clarin.com/usuarios/bicho-letras