...
Cuando era niño, purrete, gurí (allá lejos y hace tiempo) me mandaron a estudiar catecismo a los efectos de que tomara la comunión y abandonara mi condición de infante abominable. Para tal fin concurría a la casa de Doña Panchita, una buena señora que enseñaba los misterios de Dios a los niños de la barriada. La mujer, buena como el pan y con una paciencia infinita, nos machacaba los asuntos que estaban detallados en un simpático librito con tapas verdes en donde había una serie de preguntas con sus correspondientes respuestas. Era éso lo que aprendíamos, como loritos, y de vez en cuando Panchita nos aclaraba algún punto para que no hiciéramos cuestionamientos lindantes con la herejía.
De esa forma, los dogmas de la iglesia católica, a fuerza de repetición (una especie de hipnopedia menos sofisticada) quedaron grabados como una programación básica que de vez en cuando aparece ante la presencia de algún estímulo ad hoc, como axiomas que no resisten el análisis desapasionado que uno haga de ellos. En fin, un simple adoctrinamiento apenas disimulado por la bondad de la transmisora.
En la actualidad, muchos partidos, agrupaciones, rejuntes y asociaciones ilícitas con fines inconfesables, formatean a sus adherentes mediante una técnica similar a la usada por Doña Panchita apelando a su propia versión del catecismo. En esos libros cada cosa tiene una respuesta (cerrada, infalible, válida para todo tiempo y lugar). Esas respuestas se transforman en un automatismo que los militantes utilizan para responder cuando uno les pregunta acerca de sus convicciones. Cada x tiene una correspondencia par a par con cada y. Entonces, si uno consulta su opinión sobre el Congreso dirán cosas como "Es un nido de cotorras" y el estado de la economía conseguirá un "inflación galopante", repitiendo el catecismo aprendido en largas sesiones de militancia. Cabe acotar que la misma pregunta conseguirá la misma respuesta, una y otra vez.
Como las respuestas automáticas de los niños de Doña Panchita.