martes, 12 de marzo de 2013

QUE TE IMPORTA

En estos días tan poco amigables se ha vuelto costumbre, una mala costumbre, la solicitud de una infinidad de datos de orden burocrático para casi cualquier cosa. Uno va a comprar un calefón, ponele, y luego de la fase de elección del artilugio calenturístico, inmediatamente el vendedor extrae una planilla de ocho hojas tamaño A4, doble carilla y emprende contra nosotros un interrogatorio que carcajeate de Guantánamo. Y no es que vayamos a abonar el mentado calefón mediante una tarjeta de crédito (en cuyo caso las hojas se transforman en 16) y la casa vendedora quiera asegurarse que no empardemos su estafa, y extrae todas nuestras señas particulares y generales. No no. Uno tiene la platita en mano, contado furioso, rabioso y a otra cosa. No importa. Tampoco estamos adquiriendo un producto cuya tecnología pondrá en riesgo el equilibrio de poder si no se usa correctamente. Es un simple calefón cuya única sofisticación es un termostato que apaga el fuego cuando el agua ya está como para pelar chanchos. Pero el interrogatorio prosigue y nos preguntamos si hace falta tanto dato para bañarse con agua caliente.
Ni se le ocurra comprar un celular porque ahí sabrá en qué consiste el infierno. Quienes se hayan enojado con la burocracia estatal verán que, cuando uno desea adquirir un telefonito, el trámite en una repartición gubernamental apenas fue un paseo de principiante. Los papeles que deben llenarse y los datos que tenemos que proporcionar son infinitos. La o el vendedor, a medida que la venta ¿progresa? va llenando pilas de crípticos documentos que luego deberemos refrendar con el gancho autentificador que para mayor comodidad llamaremos "firma".
Y cuando parece que todo ha terminado aparece un nuevo grupo de papeles que también deben ser llenados y firmados. Salir como dueños de un teléfono celular de la agencia es casi como haber llegado al otro lado del Atlántico a nado y sin provisiones.
Pero el pedido de información se multiplica. Incluso cuando no compramos nada. Por ejemplo: alguna de esas empresas de medición de algo llaman por teléfono y uno, por piedad o curiosidad, decide no cortar la llamada. Ni bien se inicia la encuesta comienza el pedido de datos, datos que van màs allá de la obvia necesidad de determinar el perfil del entrevistado. En este momento es cuando mi paciencia, que no es abundante en casi ninguna circunstancia, desborda el vaso y la mano traduce el disgusto en un sonoro "clock" que indica a las claras que colgué el teléfono.
Y las solicitudes se multiplican: alguien le trae un resumen de una tarjeta de crédito y le extiende para que complete un formulario que tiene la extensión del infinito, preguntando cosas tales como "Lugar de Emisión del DNI" ¿Qué cuernos le importa a alguien dónde corchos me extendieron el DNI?
Pobre del tipo que quiera abrir una cuenta o pedir alguna información a traves de Internet. Deberá completar pantallas y pantallas de datos particulares que irán a engrosar las bases de datos de esas empresas que luego lo llamarán a su teléfono particular, al celular, etc., para intentar venderle algo.
La solicitud de datos inesperados acompaña la tendencia anterior: "Nombre del Padre y de la Madre" ¿no creen que ya estoy grandecito para contestar esa pregunta? ¿"Ocupación del padre y de la madre?" Yo quiero comprar una entrada para el cine nomás. "No importa, repito, Nombre del Padre y de la Madre, Ocupación de ambos...". Dejá, mejor compro el DVD trucho de "Cascotazo Mortal" y lo veo en la tranquilidad del hogar. En todo caso, al ser una actividad ilegal, ni el vendedor quiere que lo reconozcan y el comprador tampoco. Eso garantiza, por algún tiempo, cierta discreción.
...
PD:
Hay un fenómeno que se da en simultáneo con lo descripto: la anonimización. Aunque parezca una contradicción la exposición burocrática de la vida privada reduce la existencia a meros atributos administrativos que suplantan en la superficie al sujeto por sus indicadores normativos.
El sujeto se transforma entonces en un objeto de administración y sus rasgos estandarizados mediante las celdas del formulario de turno lo reducen a sus actos en ese orden. De esta forma lo que tenemos es una márcara burocrática, el famoso número, que escamotea la subjetividad y funda un anonimato basado en la existencia de un abanico de variables administrativas que apenas contemplan rasgos particulares.
No me quiero extender más en el asunto, pero como papa para agregar el sogui diré que este proceso está en la base de las masacres ejecutadas a sangre fría y administrativa durante el siglo XX y lo que va del Siglo XXI.

2 comentarios:

Rob K dijo...

Y algunos pensaban que Kafka escribía ficción.

José Pepe Parrot dijo...

Rob:
No no. Kafka era un visionario que conjeturó el futuro en base a sus propias y amargas experiencias burocráticas.