miércoles, 3 de octubre de 2012

CONFORTMARSE

Este blog está un poco autobiográfico en etos días. Sepan disculpar las limitaciones que tal situación presenta, pero, como dijo Hume, hay que partir de la experiencia y, como martilló Kant, organizarla mediante la razón.
Durante mucho tiempo, y aún ahora, diversos y múltiples seres humanos me han calificado como un pesimista incurable. Uno que le busca la décimonovena pata al gato, que anda hurgando en cosas que nadie escarba para encontrar cuestiones que la mayoría prefiere ignorar. "-Así no se puede ser feliz" me dicen y se compadecen de que vea el mundo color negro tormenta.
Cuando recibo algún planteo de este tipo recuerdo inevitablemente a Antonio Gramsci. El Antonio que fundó el PCI, Partido Comunista Italiano. Seguro habrán escuchado mentar a Gramsci en estos días en boca de algunos tipos que retoman el concepto de "guerra de posiciones" sin entenderlo pero que se cuidan muy bien de citar "la reconstrucción del sentido común de la clase subalterna" que los haría retroceder espantados en tanto los subalternos podrían descubrir que además de la plusvalía, el capitalismo les ha robado la palabra y su sentido.
Decía que recuerdo a Gramsci y otro de sus conceptos: pesimismo de la inteligencia, optimismo de la voluntad. El sentido original de esta frase está enmarcado en la crítica al determinismo, el fatalismo y el escepticismo (cuántos "ismos") que imperaba en el PC italiano en formación.
Yo dialogo con ese concepto desde que lo conocí. Hace tiempo ya escribí un texto bastante elemental que involucraba lo dicho por Gramsci graficado por la oposición entre Ortega y Gasset y Jean Paul Sartre que formulé hipotéticamente.
Ortega y Gasset en el prólogo a su libro "La Rebelión de las Masas" indicaba la impertinencia de las revoluciones, su apuro e intempestividad:
Dice Ortega:
"En las revoluciones intenta la abstracción sublevarse contra lo concreto; por eso es consustancial a las revoluciones el fracaso. Los problemas humanos no son, como los astronómicos o los químicos, abstractos. Son problemas de máxima concreción, porque son históricos. Y el único método de pensamiento que proporciona alguna probabilidad de acierto en su manipulación es la "razón histórica"
La razón histórica nos muestra la vanidad de toda revolución general, de todo lo que sea intentar la transformación súbita de una sociedad y comenzar de nuevo la historia (...). Las revoluciones, tan incontinentes en su prisa, hipócritamente generosas,de proclamar derechos, han violado siempre, hollado y roto el derecho fundamental del hombre, tan fundamental que es la definición misma de su sustancia: el derecho a la continuidad. La única diferencia radical entre la historia humana y la "historia natural" es que aquella no puede nunca comenzar de nuevo. Köhler y otros han demostrado cómo el chimpancé y el orangután no se diferencian del hombre por por lo que, hablando rigurosamente, llamamos inteligencia, sino porque tienen mucha menos memoria que nosotros. Las pobres bestias se encuentran cada mañana con que han olvidado casi todo lo que han vivido el día anterior, y su intelecto tiene que trabajar sobre un mínimo de material de experiencias. Parejamente, el tigre de hoy es idéntico al de hace seis mil años, porque cada tigre tiene que empezar de nuevo a ser tigre, como si no hubiese habido antes ninguno. El hombre, en cambio, merced a su poder de recordar, acumula su propio pasado, lo posee y lo aprovecha. El hombre no es nunca un primer hombre: comienza desde luego a existir sobre cierta altitud de pretérito amontonado. Este el es tesoro único del hombre, su privilegio y su señal. Y la riqueza menor de ese tesoro consiste en lo que de él parezca acertado y digno de conservarse: lo importante es la memoria de los errores, que nos permite no cometer los mismos siempre. (...) Por eso Nietzsche define al hombre superior como el ser "de la más larga memoria".

Romper la continuidad con el pasado, querer comenzar de nuevo, es aspirar a descender y plagiar al orangután." ("La Rebelión de las Masas", Prólogo para franceses, José Ortega y Gasset)
...
Más allá de las imprecisas referencias y de los giros retóricos que ejecuta Ortega lo dicho es nada más ni nada menos que un elogio del status quo. Por más aderezos que se deseen agregar a esta ensalada de conceptos que Ortega vierte como al pasar uno puede detectar la trampa que se oculta detrás de la equiparación de reproducción natural y reproducción social que recorre el texto. Ortega, por error o ex profeso, dice que todos tienen derecho a la continuidad, o sea, a vivir mañana y que para eso, en el hombre, es necesaria la memoria, que es la memoria de la sociedad. Sin duda, el sujeto pretende persistir en el tiempo como condición implacable para su existencia y despliegue en el mundo. Pero hasta aquí llegó el acuerdo. Porque a continuación tendremos que pensar en los modos de esa reproducción social. O sea, reproducir la sociedad tal como está consolidando la estructura social conocida con sus injusticias, privilegios, clase hegemónica, etc. o cambiarla para reproducirla en otros términos.
Colocar en el mismo plano continuidad para sobrevivir y continuidad de la sociedad tal como está es un engaño que puede atrapar con facilidad a los desprevenidos.
Ortega y Gasset deplora cualquier alteración del status quo (como ya hemos dicho) y lo defiende elaborando una argumentación en donde mezcla sobrevivencia y reproducción social sin orden ni continuidad.
¿Es Ortega un pesimista o un optimista? En mi humilde opinión, lo de Ortega es pesimismo de la voluntad. Subyace en sus propuestas la consideración de la sociedad como anterior y superior al sujeto, inmutable, continuidad de la continuidad, en la que el sujeto tiene "derecho" (que en este texto designa más bien una obligación) a persistir en las condiciones en la que ésta se encuentra. Ortega es un optimista de la inteligencia porque le reconoce a lo concreto existente una lógica emparentada con las leyes naturales (aunque parezca lo contrario) y confía en ese orden a rajatabla.
Del otro lado del puente está Sartre.
Un existencialista, tal como dice Sartre, es alguien que postula que la existencia precede a la esencia y que cada uno es su propio proyecto. O sea, no es sino que se construye. No hay excusas, dice Sartre. Hay una dureza optimista, alejada del determinismo. Somos fruto de nuestras elecciones, somos lo que hacemos de nosotros.
Por tanto contruimos nuestra existencia individual y colectiva en la práctica y ésta va en la dirección que la lleven los actos y elecciones de los sujetos. La sociedad es la sociedad que construimos (a partir de lo dado, cosa que no podemos obviar).
Semejante planteo sugiere pesimismo, pero no. Lo que hay es, por fin, lo que Gramsci propone en su frase: pesimismo de la inteligencia. Lo dado, a lo que hemos arribado es un orden injusto, en donde unos explotan a otros, en donde campea el hambre, la guerra, la violencia, etc., pero mediante nuestros actos podemos modificarlo, no es solo continuidad, el status quo es una construcción. Pensar lo anterior es también considerar que el mundo no es inmutable: o sea, puede ahora ser una bazofia pero también existe la posibilidad de cambiarlo y convertirlo en humano.
El pesimismo de la inteligencia permite desmontar y analizar los componentes del orden social que se desea cambiar y el optimismo de la voluntad empuja la capacidad de modificarlo.
Los optimistas a ultranza son, en realidad, pesimistas, en tanto piensan que las cosas "son como son" y que lo único que resta es adaptarse. El pesimista, al menos el de mi especie, sostiene que el mundo se puede cambiar porque lo dado es nada más que una objetivación de procesos anteriores. De lo que se sigue que puede modificarse mediante acciones que vayan en otra dirección.
Eso, en definitiva, es lo que pienso, de un tirón sin repetir y sin soplar, cada vez que me dicen que debería mirar la vida con un filtro color de rosa.

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