miércoles, 27 de junio de 2012

NI AGORAFOBIA NI CLAUSTROFOBIA

No a la Agorafobia:
Sobre este punto calculo que ya hemos dicho bastante. Los prejuicios disfrazados de argumentos y la prédica machacona que pretende instalar la necesidad de un estado liberal, ortodoxo, clerical y autoritario recurriendo al irracionalismo como bandera es una porquería.
Usar las palabras "democracia", "república" y "libertad" para conseguir la concreción de un estado que sea exactamente lo contrario es repugnante.
A esta altura ya hemos sido lo suficientemente advertidos acerca de las intenciones, cada vez más diáfanas, de los predicadores de estas falacias.
No a la Claustrofobia:
Acá la cosa se pone más espesa.
Habrá cejas enarcadas, pero bueno ¿qué se le va a hacer?
Uno espera de los que comparten más o menos sus ideas o al menos, parte de ellas, la mayor inteligencia, el mayor poder crítico, el más profundo análisis económico-social-político. Aguarda que la autocrítica sea un instrumento cotidiano, que la falsación de las propias ideas de por resultado el mejoramiento de las mismas, de forma tal que permitan generar mejores y más sofisticadas herramientas de intervención en la sociedad. No espera, porque el pensamiento racional lo aborrece, fanatismos.
El fanatismo no admite críticas, dudas o rectificaciones. El fanático cree, adhiere sin reparos, asiente y acepta cualquier cosa. El fanático no tiene convicciones, tiene un esquema único de pensamiento (reaccionario por definición) al que la realidad debe adaptarse. El fanático no es dialéctico y así como hoy apoya lo que le indican debe apoyar, mañana con la misma premura puede estar completamente en contra. En cualquiera de los dos casos, el fanático elaborará argumentos para justificar su postura. Aún cuando esos argumentos estén enfrentados a lo que se suponía eran sus propias convicciones e intereses.
El fanático no construye una alternativa, es la base de una pirámide de obediencia debida que cumple a rajatabla los mandatos emanados de los niveles superiores. Sin chistar.
El fanatismo es la expresión política de la claustrofobia. Un encierro que lleva el nombre de la doctrina que se postule como deseable y que enarbola el estandarte del enemigo de turno. Enemigo que debe ser exterminado.
Me pregunto ¿en qué se diferencia un fanático de un reaccionario de derecha que pide la muerte de los negros de mierda? En el blanco de las injurias y en la descalificación ad hominem del que no tiene la fe suficiente.
Los peligros que acarrea el fanatismo son obvios. La búsqueda de la ortodoxia implica la expulsión de los impuros y la censura del que comprende que la maldad es banal, y que los propios pueden ser tan malvados y estar tan equivocados como los que están en la vereda de enfrente. Mal la pasará quien se atreva a señalar que la sola pertenencia no implica virtudes superiores.
Conclusión:
Ni lo uno ni lo otro. Pensamiento crítico, situado, dialéctico. Ésa es una de las respuestas a estas dos fobias. Hay más, pero es un buen comienzo.

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