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Esta mañana mientras me calzaba las adidas agrarias (las consabidas alpargatas) recordé mis primeros zapatones kickers. Allá por los años ´80, esas "llantas" estaban en el top ten, un poco detrás de las Wimbledon y las topperolas que luego identificarían a los rollingas.
Cuando, luego de un verano de trabajos forzados, pude comprarlos, estuve abrazando la caja y vigilando su precioso contenido todo el día. Cada tanto levantaba la tapa y olfateaba el hipnótico olor a zapato nuevo, goma y cuero y le pasaba los dedos con respeto a esa superficie gamuzada.
Los estrené en un cumpleaños, combinados con un pantalón a cuadros verdolaga que combinaba a la perfección (o eso pensaba yo). No tengo idea de cómo anduvo la cosa en ese festejo porque estuve toda la noche cuidándome de pisotones y roces que pudieran quebrar la inmaculada lisura de los kickers.
Los estrené en un cumpleaños, combinados con un pantalón a cuadros verdolaga que combinaba a la perfección (o eso pensaba yo). No tengo idea de cómo anduvo la cosa en ese festejo porque estuve toda la noche cuidándome de pisotones y roces que pudieran quebrar la inmaculada lisura de los kickers.
Usé esos zapatones un montón de tiempo. Hasta que la suela se desbarató (era de goma, inestable si uno caminaba en superficies resbalosas). En los talones tenían dos agujeros, quién sabe para qué, y esa era la marca de autenticidad de los kickers.
Kickers y Seru Giran, que gran combinación.
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