lunes, 6 de mayo de 2013

EL DERECHO A LA BELLEZA

"Si bien es cierto que belleza y fealdad, más aún que dulzura y amargura, no son cualidades de los objetos sino que pertenecen enteramente al sentimiento interno o externo, hay que admitir que existen ciertas cualidades en los objetos que están adaptadas por naturaleza para sucitar esos sentimientos especí­ficos. (...) Cuando los órganos son tan finos que nada pude escapárseles y al mismo tiempo son tan preciosos que perciben cada uno de los ingredientes de la composición, a eso lo llamamos delicadeza del gusto (...) Aquí­ son útiles, por lo tanto, las reglas generales de la belleza, ya que derivan de modelos reconocidos y de la observación de lo que gusta o disgusta" (David Hume, "Ensayos políticos, morales y literarios")
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Tal como señala Hume hay dos abordajes para definir el concepto "belleza": por un lado el objetivo, esto es la existencia de lo bello en tanto expresión de la esencia de la belleza, y el criterio subjetivo en donde lo belleza depende de la apreciación del observador. Añadamos a este prolegómeno teórico brevísimo la postura relativista de estos tiempos tan modernos que indica que la belleza o la fealdad dependen del fin que las cosas persigan.
En definitiva, nos vamos a colgar como saguaipé a esta dualidad señalada por Hume: aunque la belleza o la fealdad tengan que ver con el sentimiento que suscitan en el observador, hay objetos cuyas cualidades están orientadas a provocar esos sentimientos. Quizás ahí se cuele la mirada relativista en tanto algunos objetos, de acuerdo al fin que persiguen, pueden ser bellos o no, aunque algunos pensemos que no lo son (muchos dicen que los edificios de Clorindo Testa son bellos, por ejemplo, o los clásicos de Daniel Iriso en Adrogué, apreciación con la que no coincido)
Situemos además el blanco de la reflexión en el paisaje urbano. Entendiendo paisaje desde una perspectiva geográfica: "Se entiende por paisaje cualquier área de la superficie terrestre producto de la interacción de los diferentes factores presentes en ella y que tienen un reflejo visual en el espacio. El paisaje geográfico es por tanto el aspecto que adquiere el espacio geográfico". Apliquemos este concepto a la ciudad: el paisaje urbano como producto de la interacción de los factores presentes en ella. Y destaquemos la impronta visual como evidencia de esa interacción de factores.
Es a esa impronta visual, al aspecto del espacio urbano, al que nos enfrentamos todos los días quienes de una u otra forma atravesamos la ciudad: como residentes, visitantes, sujetos que acuden a su lugar de trabajo, etc. El paisaje urbano nos impacta, nos interpela cara a cara.
En el caso de la Ciudad de Buenos Aires, la fealdad (en los dos aspectos señalados anteriormente) es el denominador común. Los elementos -factores que interactúan- que contribuyen a esta fealdad son varios, anotemos algunos: basura desparramada por todas partes, destrucción del patrimonio arquitectónico, vandalización del espacio público, mal uso del espacio público (sillas y mesas ocupando las veredas, autos trepados a las aceras, etc.), tráfico caótico, destrucción de espacios verdes, altos niveles de contaminación sonora, proliferación de reclamos publicitarios de todo orden que generan entre otras cosas contaminación visual, colonización edilicia sin control, falta de criterio en el diseño urbano y un largo etc.
La conjunción de todos estos elementos da por resultado un paisaje cacofónico, inarmónico, asolado por la publicidad, plagado de montañas de basura, gris, por el que se vuelve cada vez más complicado transitar, un paisaje agresivo (dice Paul Virilio "La ciudad se vuelve una máquina de guerra; es el foco de la crisis de lo político y de lo bélico, ya que lo militar y lo político están ligados") que ataca los sentidos, un espacio que atravesamos como soldados parapetados detrás de ciertas señales que sugieren acuerdos que se rompen a cada segundo (no es otra cosa un automovilista que cruza semáforos en rojo o se empeña en una sinfonía de bocinazos). El sujeto despliega varias estrategias para sobrevivir en este espacio degradado y esas estrategias de tipo defensivo también degradan al sujeto. Además, el enfrentamiento continuo da por resultado un estado general que en términos médicos se denomina "stress", o sea, una reacción fisiológica del organismo "en el que entran en juego diversos mecanismos de defensa para afrontar una situación que se percibe como amenazante o de demanda incrementada".
La fealdad no sólo es un asunto estético: el choque constante contra la ciudad que agrede los sentidos genera en el sujeto problemas a nivel fisiológico, como resultado de la actitud desfensiva que es necesario desplegar para sobrevivir en un paisaje urbano canibalizado.
Por tanto, tampoco la belleza es un accesorio o un lujo que algunos se pueden permitir, o un momento excepcional, o restringida a ciertos espacios: la belleza es un derecho. Un derecho que tiene que ver con, y aquí si vale el concepto, la calidad de vida.
Y aquí se las dejo picando, cerrando este monólogo otra vez con una apreciación de Virilio:
"La paleta de lo real es rigurosamente personal: está ligada a la vida y a la biografí­a del individuo, y también a su lugar de residencia. Por eso digo siempre que todos somos arquitectos de nuestra ciudad."

2 comentarios:

Moscón dijo...

Es muy clara la diferencia entre una metrópolis de afiebrada actividad y una gran ciudad hecha un kilombo.Los que juegan sucio les conviene el río revuelto,de sus almas oscuras no se puede pretender apreciación de belleza alguna.

José Pepe Parrot dijo...

Moscón:
No tengo todavía elementos de juicio para afirmarlo, pero sospecho que en el sistema capitalista, la belleza ha sido privatizada y el gusto estético estandarizado hasta el paroxismo, pero esto que digo es una inferencia sin demasiado sustento por ahora.