martes, 30 de abril de 2013

DE ALPARGATAS Y CHUPAYAS: QUINCE PRIMAVERAS

4.-Quince Primaveras
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En mi pueblo, el festejo de los quince años de una señorita es un rito ineludible. Nada de cambiar la fiesta por un viaje a Disney ni cosa por el estilo. La fiesta es la fiesta y hay que hacerla aunque vengan degollando.
Cuando era adolescente, dada la proximidad generacional, tuve que asistir a muchos de esos jolgorios. Algunos fueron muy divertidos y otros apenas un momento para cumplir las convenciones sociales.
Lo que contaré, a modo de relato que pone los pelos de punta, ocurrió a raíz de uno de esos cumpleaños.
Resulta que antes de ir a cualquier parte, nos juntábamos a jugar al billar en el bar “Los Amigos”, lugar que merecerá una descripción más detallada en otro momento. Por ahora basta con que sepan que una noche de sábado, justo antes de asistir a un cumpleaños de quince, disputábamos una feroz partida mientras lamentábamos la falta de movilidad. Ninguno tenía esa noche un auto para trasladar a la barra. Pero en cambio, y por suerte, el cumpleaños era bastante cerca: dos kilómetros que en mi pueblo es apenas un trotecito. Un ratito caminando y otro ratito a pie y listo.
Alguien recordó que tendríamos que pasar frente a una casa que tenía una fama ominosa. Según la imaginación exaltada del que contaba el asunto, en la casona abandonada se escuchaban ruidos muy extraños (y clásicos, cadenas, pisadas, cosas que se arrastraban) y en alguna ocasión alguien había recibido un piedrazo arrojado desde el interior del lugar y al ir a buscar al agresor las puertas y ventanas estaban cerradas con candado y pasador y ahí no vivía nadie che, cosas de aparecidos.
Ensayamos algunas explicaciones y descargamos la ansiedad que nos envolvió riéndonos de nuestra propia credulidad. Pero quedamos, hay que confesarlo, un poco asustados.
Y justo en ese momento me volqué una taza de café sobre la remera. En el instante en que comenzábamos a juntar ánimos para encarar el camino tuve que volver a casa para cambiarme la ropa.
Me dijeron: “-Te esperamos”. Con una falsa valentía que no quería confesar el julepe (lo de la casa embrujada que no existía pero que las hay las hay) respondí: “-No che, vayan, yo los alcanzo allá”.
Y se fueron nomás.
Yo, con más pose que convicciones, me cambié la malograda prenda y enfrenté el camino. Tengo que detenerme aquí para describir la naturaleza de ese camino: una calle que atravesaba la zona de cultivos, flanqueada por álamos a uno y otro costado que creaban el efecto de un túnel, sin luces, en una noche en donde ni siquiera se veían las estrellas. La famosa boca del lobo. En la mitad misma del trayecto, o sea, lejos de las luces del pueblo y del lugar de la fiesta, estaba la casa del espanto.
Pensé que podía desistir del cumpleaños, pero eso me convertiría en blanco de las cargadas de todos los salvajes que decían ser mis amigos. Y además comer de arriba no es un placer que debe despreciarse. Entonces, con las tripas convertidas en corazón enderecé el rumbo hacia la festichola.
La oscuridad y el cagazo son una mala combinación: a cada paso escuchaba ruidos extraños que añadían, si fuera posible, más aprensión a la aprensión. De forma tal que antes de atravesar el frente de la casa embrujada ya había sumado muchos porotos al estado general de susto que me tenía entre sus garras.
Llegué al fin al tramo más temido de la noche: ahí estaba la casa y yo tenía que sortear ese obstáculo para llegar a destino. Tomé aire y apuré las patas, dándome aliento en silencio. “-Vamos vamos, que los fantasmas no existen”
Y ahí se abrieron los avernos y ese infierno que temía me alcanzó desde el fondo de la oscuridad: frente a mis narices algo atravesó el aire golpeando el suelo con ferocidad, resoplando y bufando, haciendo vibrar la tierra con el peso de su impronta, seguido el estruendo por otro menor de la misma naturaleza.
Quedé helado. Lívido. Sin saber qué hacer suspendí cualquier movimiento, expectante. Ahora por fin comprobaría de qué estaba hecho lo sobrenatural.
Los diez segundos que siguieron al suceso duraron un siglo.
Y luego, escuché con claridad un relincho seguido del ladrido de un perro. Un caballo y un perro en plena carrera. Eso es lo que se me había atravesado en la oscuridad, nada de fantasmas, aparecidos o brujas. Un caballo y un perro.
No puedo describir siquiera la catarata de insultos que proferí. Fueron muchos y me acompañaron hasta la puerta del cumpleaños.
Al llegar busqué a la barra que se había ubicado en una mesa cercana a la puerta por donde salían los mozos (ya se sabe que de esa forma se pueden capturar algunas vituallas más).
-¿Y, te asustaron?” –me preguntaron apenas estuve en la silla.
-No che, no pasó nada, tanta casa embrujada, tanto fantasma, yo que esperaba que saliera una bruja para pedirle la escoba así no tenía que caminar tanto” – respondí con falso coraje.
Olvidamos el asunto hasta que llegó otro rezagado. Uno con el que no contábamos.
-¿Qué haces? Pensábamos que no venías”.
-Vine de pedo” – dijo el aludido “-Se escapó el caballo de la finca y hasta recién lo estuvimos buscando con mi papá”.
Estuve a punto de decir que había visto ese caballo. Pero preferí guardar un prudente silencio, no sea cosa que alguien hubiera escuchado el grito que seguramente lancé cuando el susodicho equino me asustó en plena oscuridad mientras era perseguido por el perro de la casa, que a todo esto, para completar el lugar común, se llamaba Sultán.

lunes, 29 de abril de 2013

DE ALPARGATAS Y CHUPAYAS: LA ESCONDIDA

3.-La Escondida
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Supongo que todos los que transitan este blog estarán al tanto de ese juego infantil clásico, cuya mecánica consiste en que un grupo de niños se esconde mientras otro niño del grupo espera de espaldas a los que se ocultan, “contando”, como una especie de cronómetro humano y luego de terminar la sucesión previamente establecida, sale a buscar a sus compañeros de juego. Si los encuentra se libra una carrera desaforada hasta la meta, la “piedra” según decíamos en mi pueblo, entre el encontrador y el encontrado y el que toca primero “la piedra” gana la justa. Este mismo procedimiento se repite para todos los contendientes.
Cuando era pibe, dado que los espacios para llevar adelante “la escondida” eran interminables, fijábamos límites al espacio en donde los participantes podían esconderse. Establecer esas fronteras generaba discusiones casi tan ríspidas como los litigios de límites entre países vecinos.
Nuestro escenario preferido para jugar era un baldío que tenía la nada despreciable extensión de una cuadra completa. Había sido parte de una finca dedicada al cultivo de vides. Para despejar el terreno las habían arrancado y quedaban los huecos en donde antes hubo cepas. Como la vid es brava, en los bordes del terreno seguían creciendo a partir de algunos gajos que sobrevivieron al destierro. También la geografía del lugar estaba plagada de cardos rusos, esos yuyos enormes que cuando se secan sirven para filmar películas del salvaje oeste, lanzándolos para que atraviesen la calle desierta antes de un duelo.
Por ende, ocultarse en medio de esas matas era todo un arte que, como buenos infantes de pueblo, practicábamos con entusiasmo.
Pero entre todos hubo uno que nos superó a todos en el juego de La Escondida: El Chiquito. Tal era su apodo y casi no le conocíamos el nombre. Como indicaba su alias El Chiquito era...chiquito. Excelente defensor, tremendo jugador de bolitas, diestro para elaborar barriletes y cerbatanas de caña, El Chiquito era un tenaz jugador de Escondida. Y aquella tarde nos demostró en qué consistía esa porfía que aún lo habita.
El juego arrancó como siempre: sorteamos quién comenzaba “buscando” y nos escondimos en esa cuadra prodigiosa. Con más o menos dificultad todos fueron apareciendo: al fin y al cabo el lugar no era infinito. Pero Chiquito no aparecía. Visto que los esfuerzos de uno solo de los nuestros no alcanzaban decidimos que todos, absolutamente todos los que participábamos de aquella partida trataramos de encontrar a Chiquito.
Y eso fue lo que hicimos invirtiendo la disposición habitual del juego: ahora todos buscábamos a uno y no uno a todos. Pusimos en ello el fervor que nuestros cortos años nos permitían pero Chiquito no aparecía. Nos reunimos en un costado del lugar y, luego de algunas deliberaciones, volvimos a rastrear al escondido.
Pero la tarde pasaba y de Chiquito ni noticias.
Volvimos a juntarnos para discutir las alternativas de la búsqueda. A esa altura ya habíamos renunciado al orgullo y pensamos que algo le podía haber pasado a Chiquito. Entonces mandamos un emisario a la casa del Chiquito para que pispeara si el aludido había vuelto al hogar, dejándonos como una manga de salames buscando a alguien que no estaba. El resultado de la expedición fue tan negativo que la madre misma del Chiquito le transmitió su enojo al mensajero: “-¡Decile que venga que tiene que bañarse!”.
¿Dónde estaba entonces?
Consultamos a los vecinos del lugar, preguntamos si quizás lo habían visto pasar yendo a cualquier otro lado y el resultado fue desalentador. Según parecía Chiquito nunca salió del baldío.
Se emprendió entonces una ronda de búsqueda a grito pelado: voceábamos el nombre de mi amigo a toda garganta. La respuesta fue el silencio.
El sol comenzó a languidecer en esa tarde de otoño y Chiquito no estaba o se había ido o la tierra se lo había tragado: en cualquier caso no lo encontrábamos.
Ya expuestos al desánimo y con la perspectiva de tener que ir a la casa del susodicho para avisar que se nos había perdido, comenzamos a salir de nuestra madriguera. Uno de nosotros, que venía caminando lanzando insultos de pura frustración, pisó al pasar un pequeño cúmulo de yuyos aplastados sobre uno de los huecos de vid arrancada.
Por ese lugar cruzamos mil veces y todos esquivamos la oquedad porque uno podía lastimarse las patas si embocaba de repente esos agujeros.
Decía, uno de los nuestros pisó la cobertura de yuyos del hueco y el hueco gritó, un estentóreo -¡Ayyyy!” de dolor. Extraño alarido para un vacío en la tierra.
Como picados por un escuadrón de mosquitos nos lanzamos de cabeza sobre el agujero, quitamos los yuyos aplastados y descubrimos, ahí en el fondo, a quien Uds. suponen. Allí estaba El Chiquito, hecho un ovillo, riéndose a carcajadas.
Supongo que algo en nuestras caras desalentó su alegría y el niño suspendió su festejo. A pesar de la hazaña: cuatro horas escondido en un buraco en la tierra cubierto por un camuflaje de yuyos, nadie celebró su sagacidad y mucho menos, la tozudez mostrada.
Pasa que hasta un momento antes de encontrarlo estábamos consternados, asustados, y pensando con qué cara le diríamos a la madre que su hijo no estaba. Y ahora El Chiquito aparecía frente a nosotros, luego de no responder ni a uno solo de nuestros llamados para que desistiera del juego, sonriente, como quien corona el Everest.
Recuerdo que ni siquiera me despedí de él. Creo que nadie se despidió. Lo dejamos en la esquina mientras nos desparramábamos camino a la cena.
Sin haberle confesado nuestro alivio.
Sigue siendo tan terco como cuando era pibe, pero por suerte ahora lo sufre su mujer.

domingo, 28 de abril de 2013

DE ALPARGATAS Y CHUPAYAS: LA TONADA

2.-La Tonada
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Domingo al mediodía. Mendoza. Una radio suena en alguna parte. De repente la voz de Don Ángel Rodríguez que viene desde otro tiempo, con tono épico declama “¡Por los senderos de la patria!”. Y comienza el programa que lleva más de 50 años en el aire de Radio Nacional Mendoza y que sintonizan con unción muchos paisanos de cuyo.
Porque “Por los senderos de la patria” dedica casi todo su espacio al folklore cuyano y, créanme, no hay muchos espacios como ése. Es que la música tradicional cuyana tiene mala prensa en Mendoza (en el país es casi exótica). Los motivos son varios pero calculo que el mote de “aburrida” es el que más se usa para descalificarla.
Pasa que el folklore cuyano no se entrega de buenas a primeras: ni para escucharlo ni para ejecutarlo. La tonada por ejemplo, un género musical que requiere un dominio avanzado de la guitarra ya que se “puntea” durante toda la canción y la base de la misma son arpegios sucesivos y vertiginosos, aunque el resultado parezca lento. De la misma forma, escuchar una tonada requiere atención. No tanto por la letra, que no presenta demasiada complejidad, sino por el conjunto formado por la música y la letra cuyo diálogo es distinto a otras formas del folklore argentino.
Cuando era pibe la tonada no me gustaba demasiado. En esa época el tiempo era veloz, no podía detenerme a escuchar a unos tipos que atajaban los segundos a fuerza de arabescos en las bordonas. Comencé a apreciarla arribando a ella desde otras formas musicales: el flamenco por ejemplo, en donde las guitarras hacen algo parecido a lo que dibujan en la tonada.
Logré comprender la trampa de esa aparente lentitud, el deseo furibundo de explorar toda la sonoridad del instrumento y a su vez, demorarse en el gusto por las cosas que el hombre tiene más a mano: la amistad, la música, el vino, la comida y los amigos. De hecho, la tonada no es tonada sin dedicatoria: la tonada se entrega como una ofrenda mediante alguna rima insertada en la letra de la canción o al principio o al medio de sus dos movimientos. Esta ofrenda se salda compartiendo el vino con el que la o el homenajeado “pagan” esa preferencia.
Entendí, tarde piaste, lo que está tramado dentro y fuera de una tonada, un universo de sentido que requiere una primorosa atención.
Descifré al fin, el gesto reconcentrado de los paisanos que escuchan tonada en silencio: no es apatía lo que expresan, mucho menos abulia. Es respeto por esa música complicada de tocar y cantar que se parece a su propia vida, igual de complicada y difícil. La tonada, descubrí, semeja a ese gaucho del desierto mendocino que atraviesa las distancias desafiando al paisaje (lo sigue haciendo todavía, por suerte)
Ahora, confieso, no puedo escuchar la tonada “Porque usted se lo merece” sin que se me anude la garganta, como si El Zonda, el temido viento de cuyo, estuviera azotando mi rostro.
Y acá está la tonada aludida, porque ustedes lo merecen.
El pago en vino esperará alguna ocasión en donde el gesto pueda objetivarse en un vaso repleto de esa noble bebida, ella sí, espirituosa.
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Nota:
El video de "Cuando el corazón se quiere quedar" fue filmado en el Festival de la Cueca y el Damasco" en los pagos de La Dormida, Mendoza, tierra del Dormidano.

sábado, 27 de abril de 2013

DE ALPARGATAS Y CHUPAYAS: EL REGADOR

Durante unos días me animaré a presentar algunos textos que, si alguna vez me cae de arriba la suerte, se transformarán en una porción de un hipotético libro.
El título que los encabeza es el nombre de una cueca cuyana de López Riverol y Jorge Viñas "De Alpargatas y Chupayas" (la chupaya puede escribirse chupalla o chupaya: es un sombrero artesanal hecho de paja que utilizan muchos agricultores en Mendoza) y tal como sospecharán los relatos tienen como eje una zona de Mendoza y parte de mi biografía, con las licencias literarias del caso.
No han sido sometidos más que a una o dos correcciones así que sin duda tienen errores. Pero creo que ya pueden salir al patio para que los toreen los chocos.
Por tanto, a peteco de los recuerdos, caminemos hasta donde topan las letras.
Con uds. el primero de los cinco relatos.
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1.-El Regador
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Hay palabras que recuerdan cosas y cosas que recuerdan olores y olores que recuerdan lugares y lugares que recuerdan momentos en los que uno fue otro el mismo, en distinto tiempo y espacio pero vaya uno a saber si es diferente ese tiempo y espacio o son tiempos y espacios que permanecen como una foto, como el recuerdo que recuerda otros recuerdos.
Lo cierto es que la foto estampa un instante. Nos queda esa breve captura de superficie para evocar lo que gira alrededor, lo que giraba alrededor que es también la evidencia de nuestra presencia y denuncia de la ausencia que somos, huyendo hacia delante montados en una inexorable escalera de minutos.
Hace poco, o quién sabe, hace mucho pero me enteré ahora, una canción me trajo a la memoria un implemento más bien tosco, elemental, con el que regábamos la vereda de tierra a la vera de una acequia. La herramienta es un tarro de lata, de cinco litros que puede ser de aceite comestible o de automóvil al que se le practican dos agujeros más arriba de la mitad del recipiente. Por esos orificios se atraviesa un palo, de álamo por lo general, que se ajusta y asegura con alambre y algún que otro clavo, aprovechando los bordes dentados que el agujero provoca en la lata y que se fijan a la superficie de la pértiga.
Ese artilugio se conoce, al menos en Mendoza, con el nombre de “regador”. En mi casa, cuando era un niño había varios y se usaban para aplacar la tierra brava, regar las plantas en los canteros y aprovisionar de agua a los animales domésticos.
Para regar con “el regador” había que poner en juego algunas habilidades tales como recoger el agua de la acequia proyectando el implemento contra la corriente del cauce de riego, elevar lo obtenido tratando de que no se perdiera en el camino, llenar el recipiente lo justo y necesario para que el peso no fuera demasiado o el líquido se escapara por los agujeros de la construcción.
Una vez con el agua en la mano, el brazo debía describir un arco largo y continuo, moviéndose en la dirección que se deseaba regar. Mientras un brazo sostenía el extremo del palo el otro dirigía la acción y era el encargado, en el momento final, de ejecutar el lanzamiento del agua elevando un poco la pértiga y luego, cuando el recipiente estaba casi paralelo al suelo, catapultar el contenido del tarro sobre lo que debía regarse.
Semejante despliegue requería coordinación y fuerza. No cualquiera.
Durante muchas tardes de verano practiqué estos movimientos hasta ser capaz de regar sin empaparme por completo ni quedar exhausto en el intento.
Cuando me confiaron el riego del patio y las plantas sentí que había conquistado un puesto en la consideración de los adultos que dejaban en manos del niño que era aquella tarea cuasi titánica.
Todavía recuerdo el olor de la tierra mojada y la fina capa de polvo que despedía cuando el agua caía encima de su árida superficie. Y como un recuerdo viene con otro porque son como una cadena inextricable, llegarán otros.
No sé si es una promesa o una amenaza, eso sí.

viernes, 26 de abril de 2013

EL COMBUSTIBLE

Este es el combustible del capitalismo. Y el secreto detrás de las "ganancias", que, a pesar de la retórica torcida, produce muertos.

LA IGLESIA NO HACE POLITICA

Cómo se te ocurre.
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Ellos son la voz del señor.
Según ellos, ese señor sería de derecha.

LA PUTA POLÍTICA METIÓ LA COLA

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Fiel a su costumbre, el PRO, en la ¿persona? de María Eugenia Vidal justifca sus hazañas mediante el sonsonete "esto es una cuestión política". ¿Qué otra cosa va a ser Vidalita? ¿Una clase de cerámica en frío? ¿Meditación espiritual estilo yogatón?.
"No queremos que los empleados sigan utilizando a los pacientes". Si, me imagino. Es mejor abandonarlos y cagar a palos al que quiere defenderlos, aunque sea por conveniencia política.
Ahora, pese a mi asco, debo reconocer que Eugenita dice una verdad sólida y vergonzosa: la construcción del Centro Cívico la aprobaron todos los sectores. Incluso los legisladores del FPV. Anotalo.

jueves, 25 de abril de 2013

UNA CONSULTA

¿Todavía pensamos que la justicia está pipí cucú nunca taxi?
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La que te jedi, amiga del que te jedi, quedó "sobreseída" por prescripción de la causa relacionada con el Plan Nacional de Manejo del Fuego en donde estaba acusada por la firma irregular de contratos en el marco de ese plan durante su gestión en la Secretaría de Medio Ambiente de la Nación.
Y no sólo éso. Además la Mariyuli se dio el lujo de pedir una reparación moral: dijo que las acusaciones de la fiscalía eran "incoherentes, contradictorias y sin conclusiones“ y que habían agregado una estrofa más al tango Cambalache que no tiene la culpa de que esta señora lo cite.
Quizás yo sea un poco prejuicioso, pero, que dejen libre de culpa y cargo a este mujer me demuestra que algo está podrido en Dinamarca y en la justicia.
En una de esas es hora de cambiar las cosas y pedir cuentas a la corporación judicial por los cadáveres que se pudren en su ropero.

miércoles, 24 de abril de 2013

TRABAJO INSALUBRE


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Ser testigo de algún caso resonante en Argentina es muy peligroso, el mentado trabajo insalubre. Ahí nomás, por la puta suerte que es grela, te salen al paso accidentes, asaltos a mano armada, explosiones, ataques al corazón, suicidios y aledaños. Por ejemplo Lourdes Di Natale que se suicidó, el brigadier Rodolfo Etchegoyen que también decidieron poner fin a su vida, Miguel Roig que espichó apenas un tiempo después de estrenar su puesto de Ministro de Economía de Carlos Saúl I y Silvia Suppo asesinada en un ¿asalto?.
Pero sigue la mala racha para los testigos: Leonardo Andrada, motorman, testigo de la tragedia de Once, asesinado en otro "asalto".
Y hoy, a las 3 de la matina le explotó la casa, un accidente a todas luces, a un testigo clave del Caso Candela. El accidentado está muy grave. Y yo le creo a la policía bonaerense que jura y perjura que fue nada más que un sucedido casual.
Qué mala pata ¿no?

EL MONSTRUO EN EL ESPEJO

Hace un tiempo conjeturé, en una de esas tardes en donde la reflexión se desbarranca y aterriza en quién sabe qué cotorros, que Batman era superior a Superman. ¿Por qué? Porque a Superman no le quedaba otra que ser Superman porque desde el principio ya era Superman. Nació Superman y se iba a morir Superman.
En cambio Batman no nació Batman. Tuvo que construirse, hacerse, transformarse en superhéroe a partir de la simple sustancia humana. Podía quedarse tranquilamente en su casa a comer milanesas con puré, pero, por circunstancias que los fanáticos recordarán, decidió ser Batman.
Leyendo a Castoriadis descubrí que a él también se le había ocurrido algo parecido aunque, hay que confesarlo, con mayores fundamentos:
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"Los dioses no se han enseñado nada, y no se han modificado. Son lo que han sido desde que existen y lo serán para siempre. Atenea no se convertirá en una diosa más sabia, Hermes no adquirirá más velocidad ni Hefesto será un artesano más hábil. Su poderío es un atributo inmutable de su naturaleza, y no hicieron nada para adquirirlo o modificarlo. Construyen, fabrican, pero siempre combinando lo que ya está allí. En cambio el hombre, mortal, infinitamente menos poderoso que los dioses, es más deinós que toda cosa natural, y que los dioses, que son naturales, porque es sobrenatural. Es el único entre todos los seres, mortales o inmortales, que se altera a sí mismo." (Cornelius Castoriadis, "Nota sobre algunos recursos de la poesía" en "Figuras de lo pensable", pag.43.)
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Habrán comprobado que esta semana Cornelius me está ayudando a pensar; todos los errores que se deriven de mis torpes reflexiones deben atribuirse a mi propia inoperancia y no al filósofo citado.
Sigamos:
De la aguda observación de Castoriadis acerca de la condición de los dioses pasé a pensar en los monstruos. Tal como los dioses o los superhéroes hay de dos tipos: monstruos que nacieron monstruos y monstruos que se hicieron monstruos (con algunos matices, los vampiros por ejemplo que no era vampiros pero fueron transformados en tales por mediación de otro vampiro, con lo que tenemos un monstruo que se ubica en el intersticio que media entre el monstruo nacido como tal y el monstruo construido como tal).
Para la conciencia, y aquí sin breves explicaciones aterrizamos en el plano político y social, el mejor monstruo es el que fue alumbrado como monstruo, sujeto de la monstruosidad que posee como atributo natural (como los dioses). Ese monstruo comete actos monstruosos que se derivan de su condición, o sea, de ser un monstruo que nació monstruo. Nada hemos hecho nosotros para que ese monstruo exista dado que su monstruosidad viene dada por su naturaleza. Porque nada hemos hecho, entonces tampoco tenemos culpa de los actos del monstruo. Y como nada hemos hecho también podemos depositar en el monstruo toda la responsabilidad por sus actos: nosotros no tenemos nada que ver, él nació un monstruo y se comporta como tal. Es lo que ha sido y lo será para siempre.
Castíguenlo a él. Somos inocentes.
En cambio, un monstruo que se hace monstruo, que desde la condición de sujeto humano deriva monstruo es mucho más incómodo. Es un cuestionamiento potente a la humanidad. Porque un monstruo que deviene monstruo, y que antes fue un sujeto humano, pone en duda al hombre, lo interpela cara a cara: ¿es ésto lo que proviene de tus entrañas? ¿Es posible que tanta iniquidad sea parida desde la condición humana?
La incomodidad aparece cuando pensamos que monstruos como Hittler o Idi Amin Dada no nacieron monstruos y se alumbraron como tales desde la condición humana que compartimos con ellos.
Es mucho más simple y expeditivo sostener que los monstruos lo son por haber nacido monstruos y no porque se fueron construyendo desde la sociedad que todos compartimos. Lo primero nos deja libres de culpa y cargo. Lo segundo exige de nosotros una mirada que se proyecte más allá del ombligo. Y ya que estamos, requiere que asumamos la responsabilidad por los actos y omisiones que permiten el alumbramiento de monstruos entre nosotros.
Además, pensar que monstruos como Pol Pot o Richard Nixon son, en definitiva, humanos, tiene que encender una alarma: todos, por ser humanos, podemos convertirnos en monstruos. Ojo al piojo que la banalidad del mal nos incluye.

SI TE GUSTA EL DURAZNO

"Todos quieren la competencia sin sus nefastas consecuencias. Todos quieren lo imposible: las condiciones de vida burguesa sin las consecuencias necesarias de estas condiciones".
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Esto escribía Karl Marx a Pável Vasílievich Annenkov el 28 de diciembre de 1846. No es descabellado sugerir una lectura atenta de las palabras de Marx en estos días en los que la memoria de corto plazo parece haber entrado en un callejón sin salida y una nada despreciable porción de la sociedad argentina ha decidido olvidar.
Tampoco es baladí proponer, motivado por los quirúrjicos conceptos de Marx, un análisis pormenorizado de las causas que uno defiende, para establecer si vale la pena ponerle el lomo a los bastonazos.

martes, 23 de abril de 2013

LA DIFERENCIA

Transitando las caudalosas y fértiles páginas de Cornelius Castoriadis, volví a leer algunos versos de "Antígona" que el filósofo y psicoanalista griego tradujo, restituyéndoles su sentido en contra de la traducción que había hecho Heidegger, en el capítulo denominado "Antropogenia en Esquilo y Autocreación en Sófocles". Aquí están y éstos son los citados versos:
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"Ya que aquel que cree ser el único que puede juzgar, o bien aquel que cree poseer un alma o un discurso que ningún otro posee, éstos, si se los abre, se muestran vacíos". (Versos 707-709, "Antígona" de Sófocles traducción de Cornelius Castoriadis en "Figuras de lo Pensable" pag. 27.)
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No sé si les pasó lo mismo pero al leer estos versos sentí el impacto de los conceptos como un uppercut. Pensé (a veces tengo ese vicio) que describían con precisión varias situaciones muy contemporáneas en donde aparecen ciertos personajes, individuos o multitudes munidas con esa vacuidad de la que habla Sófocles.
Pensé en la diferencia que percibí entre el 18A y otras movilizaciones en donde participé. Recordé la enorme manifestación que tuvo lugar para pedir que Carlos Saúl I no indultara a los genocidas (que no tuvo ningún éxito por otra parte). Esa diferencia de la que hablo se me venía escapando desde hace rato. Sabía que existía, pero no podía definirla. Hasta que, la conjunción entre los versos de "Antígona" y el reportaje que le hicieron a una señora durante el 18A me dió la pista para resolver el entuerto.
Resulta que, durante la marcha, un movilero de los tantos que había entrevistó a una mujer de unos cincuenta años que golpeaba con entusiasmo una cacerola. El diálogo no fue novedoso y circuló por los caminos -indignados- previsibles. Pero al final la señora le pidió al periodista que le permitiera decir algunas palabras. El muchacho del micrófono accedió y el camarógrafo puso en primer plano a la mujer que dijo algo como ésto (me gustaría ser literal pero estoy viejo y apenas retengo el sentido de lo dicho): "-Quiero decirle a la gente humilde, a los pobres, que no se dejen engañar, que no sean tontos. Que aunque reciban un "plan" a la hora de votar son libres y no tienen que hacer lo que les dicen. Piensen, piensen"
Con la ayuda inestimable de Sófocles y Castoriadis la diferencia entre aquella manifestación citada y el 18A apareció ante mis ojos de forma tal que si hubiera sido perro me mordía la pierna: soberbia.
Nuestro pedido aquel septiembre de 1989 no provenía de la soberbia sino del dolor. De la muerte que nos había asolado, de la bronca hacia los genocidas impunes y sus defensores, de la rabia contra los monstruos con cara de señores civilizados que justificaban este nuevo asesinato fundados en palabras vacías como "reconciliación nacional" o "dejar atrás la confrontación". No salimos a la calle a enseñarle nada a nadie sino a mostrar nuestras heridas y pedir que no siguieran adelante con la injusticia que se tramaba.
Desde ese dolor, pedíamos.
El 18A no fue una manifestación desde el dolor sino desde la soberbia. Esa soberbia que con tanta precisión describe Sófocles en dos versos. Esa soberbia que la señora entrevistada puso en el tapete definiéndose a sí misma como la única que puede juzgar, que posee un alma o un discurso que ningún otro posee. Esa soberbia que lleva a una porción nada despreciable de la sociedad argentina a decir de sí misma cosas como "Soy de la mitad que mantiene a la otra mitad" o "Ahora El Pueblo va por todo". Iluminados, autosuficientes y pagados de sí mismos que miran desde arriba del pedestal a esos que, según sus almas, no merecen el nombre de pueblo, que replican el desprecio del monárquico Ortega y Gasset hacia "las masas", que se describen como situados uno o varios escalones por encima del resto, que se conjeturan "mejores", "gente decente", etc.
Una soberbia que es la antesala de la violencia. Violencia que por otra parte, estuvo presente de una y otra manera en el 18A como objetivación de la soberbia.
Esa era la diferencia.
Una distancia que no es poca, te voy a decir.
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Nota:
Me dirán, con razón, que de este lado del mostrador hay muchos que también ponen en acto los versos de "Antígona". Ciertamente diré yo, anticipándome a las crítica por mirada tuerta. Acá también deploramos ese asunto y lo hemos criticado muchas veces.

BICICLETEANDO LA HISTORIA

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A la primera burrada: no, hubo movilizaciones más grandes en la historia argentina. El 19 y 29 de diciembre, pongo por caso. Y mucho más espontáneas, agrego. Los libros y google no muerde Mauricio, con diez minutos de lectura o navegación dirías menos boludeces.
A la segunda burrada: o sea que hasta ahora, y tal como podemos comprobar, no se han resuelto los problemas de la sociedad porque esta justicia puede ser de todo menos independiente. En CABA ponele en donde la justicia es una extensión del PRO salvo honrosas excepciones. 
Insisto, si es tan buena la justicia, porqué cuando esa justicia procesó a Mauri y CIA los procesados y su corte trataron a la justicia como corrupta, venal y dependiente del gobierno nacional. Y está todo escrito como en los papelitos de Lanata.
Otra cosa: ¿todavía piensan que Mauricio inventó eso de las bicicletas pensando en la ecología? Ingénuos.

lunes, 22 de abril de 2013

BLANQUEO...DE OPERACIÓN

Acá debería decir, parafraseando al mismo autor, a confesión de parte, relevo de pruebas. Hace mucho que no leía una admisión de intenciones como esta. Supongo que el autor que, munido de superpoderes y bolas de cristal simil Horangel, ya ha declarado resuelto el tema se ha visto impelido a celebrar el objetivo verdadero de todo el affaire. Incluso "más allá de la prueba concreta".
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"Más allá de la prueba concreta, la ciudadanía insiste en respaldar a Lanata y a creer que la corrupción dentro del oficialismo es un hecho.
Hoy, Periodismo para todos avanzó en la misma trama y terminó de demostrar lo poco que faltaba revelar.
No hacía falta. Más allá de lo que se muestre, la sociedad ya ha dado su veredicto: Báez es culpable y la corrupción oficial es innegable.
No es poco."

UN FUERTE ABRAZO


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El diputado Eduardo Amadeo pidió a la sociedad "que concurra al recinto el miércoles próximo en paz a defender la Justicia". Y añadió "los que queremos una sociedad con justicia y paz demostremos que somos diferentes y reclamemos con respeto la defensa de uno de los principales poderes de nuestra democracia."
Inmediatamente me pregunto, defender ¿qué justicia?. ¿La que tenemos ahora? ¿La que declaró la inconstitucionalidad de artículos de una ley favoreciendo a un grupo económico y prolongando el abuso de una posición monopólica? ¿La voluntad de una Corte Suprema que convalidará, aparentemente, semejante atropello contra el espíritu de una ley resguardando los intereses corporativos propios y del grupo aludido?¿La justicia que dejó libres de culpa y cargo a todos los imputados en el caso de la desaparición de Marita Verón? ¿A la justicia que miró para otro lado en torno a la desaparición de Miguel Bru? ¿A la justicia que durante largos años protegió a los genocidas y, salvo honrosas excepciones, sigue protegiéndolos? ¿A la justicia que convalidó los abusos policiales del duhaldismo? ¿A la justicia que mete presos a los ladrones de gallinas y deja en libertad a los ladrones de guante blanco? ¿A la justicia que absolvió a De la Rúa sobre su responsabilidad, obvia, en los asesinatos del 19 y 20 de diciembre de 2001? ¿A la justicia que puso palanca en boluda y tardó siglos en resolver el asesinato de Maximiliano Kosteki y Darío Santillán? ¿A la justicia tibia que apenas castigó a los asesinos de Carlos Fuentealba? ¿A la justicia que castigo con timidez a los asesinos y responsables intelectuales del asesinato de Mariano Ferreyra? ¿A la justicia que protege a los exterminadores de pueblos originarios en Río Negro, Tucumán, Chaco, Salta, etc.? ¿A la justicia que no investigó y amparó a los asesinos de Andrés Nuñez, el primer desaparecido de la democracia? ¿A la justicia que no quiere profundizar la investigación sobre el asesinato de Silvia Suppo? Entre otras cosas, porque mi memoria es buena pero no prodigiosa.
¿A esa justicia pide Amadeo "defender"?
Ni en pedo Amadeo. Ni mamado con grapa mezclada con grog.
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Imagen afanada de acá

domingo, 21 de abril de 2013

BILOCACION

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La Bilocación es el don de estar en dos lugares al mismo tiempo. Durante el último cacerolazo, 18A, tuvo lugar un extraño caso de bilocación. El protagonista fue un vecino de Lanús y el suceso llegó a mis oídos por mediación de un amigo que fue convocado como testigo del asunto.
La cosa ocurrió así: el vecino estaba en cama por indicación médica dado que se había pescado una pudrición que lo tenía a mal traer. Desde esa posición asistía vía televisión al concurrido cacerolazo convocado por las redes sociales. El recuadro informaba que la transmisión del Canal 26, el que el señor vecino había sintonizado en ese momento del zapping, era "En Vivo". También el canal aclaraba que estaba emitiendo imágenes "en vivo" desde Lanús, el famoso "Lanús, en este momento" con el añadido de "masiva protesta..." etc.
Entonces el vecino, mudo de asombro, se vio a sí mismo en televisión, saliendo en vivo desde Lanús, participando activamente de cuerpo presente en el cacerolazo mientras, y al mismo tiempo, permanecía en cama presa de una enfermedad pertinaz. Bilocación, fue lo primero que pensó el señor. 
Bilocación decimos nosotros porque no es posible pensar que un canal haya usado imágenes del cacerolazo anterior, el 8N para ilustrar el cacerolazo del 18A, y mucho menos que ese mismo canal declare en pantalla que esas imágenes que pertenecen al 8N están siendo transmitidas "en vivo" desde el lugar de los hechos.
Yo creo que habría que considerar en ese caso algún extraño fenómeno de bifurcación del tiempo y el espacio. Porque la ética de un canal impide que se manipule de esa forma al televidente ¿no?

viernes, 19 de abril de 2013

GUAIFAI


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Hace unas horas, masomenos, en el lugar en donde me gano el pan con el sudor de mis dedos hubo un principio de incendio (en el break, en las máquinas de café que quizás se dieron cuenta de lo que expenden y los pobres ingénios quisieron suicidarse). Por tanto y con la precaria organización que caracteriza al lugar, salimos en perfecto desorden tratando de no aplastar al semejante e intentando escuchar la alarma que, decían los "encargados de piso" estaba sonando aunque uno no la escuchara.
Atravesamos el humo con olor a plástico de planta baja y ganamos la calle a toda velocidad. Manteniendo el caos de la estampida que algún supervisor intentaba controlar, nos fuimos en derechura a una esquina, en donde alguna vez en un simulacro inoperante nos habían dicho, estaba la "zona de seguridad".
Para llegar hasta ahí hay que atravesar la puerta de un Hotel Alojamiento, el clásico "telo". Por allí pasamos comentando a viva voz que, si había algún conocido de trampa y se le ocurría salir justo en ese momento, perdería toda condición de misterio o discreción. Por desgracia nadie salió y nos quedamos con las ganas.
Pero, en la huída, un cartel de la puerta del amoblado llamó mi atención: "Zona WIFI" decía, orondo, engalanando el vidrio polarizado. Puesto ahí, supongo, como un valor añadido, como una atracción más del lugar, ponele.
Me pregunto a viva voz "-Si entro a un hotel alojamiento con una señorita ¿para qué cuernos quiero WI FI? ¿Me voy a poner a navegar en un monento así? ¿Acaso no voy a estar un poco entretenido como para ponerme a revisar el correo? ¿O voy a twittear el momento como quien hace la crónica de un partido de fulbo?"
Hay cosas que no entiendo che.
Por más que.

KNOW HOW

Estuve reflexionando sobre la manifestación de ayer, el 18A. Quienes transitan este blog de cuando en vez sabrán que acá no le hacemos asco a las manifestaciones. Digamos, nada de "me coartan la libertad de circular" o "esos tres muertos de hambre que cortan la calle" o "mirá quién salió a protestar". Todas las proposiciones anteriores son variantes de la falacia ad hominem que consiste en descalificar al oponente. No haremos éso, puedo asegurarles. Mitad porque acudir a semejante artilugio discursivo implica cancelar cualquier diálogo o debate. Y obturar un posible debate implica falta de argumentos o debilidad de los mismos.
Tampoco admitiremos aquí la absurda refutación: "Es una manifestación política". Chocolate por la nueva ¡obviamente es política! ¿Qué otra cosa va a ser una marcha que pide cambios a nivel político? Cuchame.
En principio considero que está muy bien que hayan salido a la calle a protestar. De alguna forma la manifestación es la reivindicación, por fin, de la política. Aunque gran parte de los manifestantes indique que su reclamo no es político, justamente lo es por poner sobre el tapete sus censuras y aspiraciones, o sea, su propia mirada del país. No hay que tenerle miedo a la palabra "política". Hay que ponerla en movimiento. Una de las formas de hacerla caminar es salir a la calle a decir ésta boca es mía y dice ésto y no aquello.
Que también implica hacerse cargo de la ideología que uno profesa y actuar en consecuencia.
Me parece muy positivo, un paso adelante, dejar en el olvido aquello de "yo no tengo banderías políticas" o "yo soy un ciudadano común que sale a la calle a decir lo que piensa". Es sano y deseable que hayan decidido participar, reconociendo que tienen preferencias políticas distintas y que deseen mostrar que las tienen y que van a luchar por ellas.
En eso consiste. A nadie se le va a correr la peluca por eso.
Quizás ahora, luego de tres marchas, hayan entendido algunas cosas que los que hemos salido a lo largo de décadas a las calles conocemos por viejos más que por diablos. Una de ellas es que la calle es un espacio que se toma, y se toma en contra de otros. Porque hay otros en ese espacio y al salir a la calle a protestar uno desplaza a los que comparten ese espacio cotidiano. Como ninguna protesta es unánime, ni siquiera una que reuna millones de individuos, siempre alguien resultará desplazado y ese desplazamiento le ocasionará al desplazado alguna molestia, mayor o menor. Es inevitable. Espero que lo hayan comprendido.
También espero que ahora entiendan que salir a la calle a protestar genera una doble responsabilidad: por uno mismo como parte de la protesta y por los otros que no la comparten. El cuidado de ambos debe ser minucioso dado que ni unos ni otros tienen que ser lastimados por participar o por no participar. Es una enorme responsabilidad y hay que asumirla en ambos sentidos.
Hay más sobre este tema, pero con esto basta por ahora.
No hay, por otra parte, una protesta más legítima que otra. Tres que gritan frente a tribunales o un millón que recorre las calles tienen pesos estadísticos distintos pero el motivo de ambas, reclamar por situaciones que lesionan a los protagonistas, es el mismo. La coincidencia que reune más o menos personas en torno a un tema o temas en particular no hace que una protesta sea "buena" o "mala". Es una protesta. La moralidad de lo reclamado, su pertinencia, es una discusión que la protesta misma intenta hacer visible. Pero la protesta en si, el derecho a protestar, a expresarse, tiene que ser preservado. Por eso no hay protestas mejores o peores. Hay protestas. Eso también hay que entenderlo.
Y lo último para no cansarles las neuronas: cuando uno protesta posiblemente ese reclamo reciba una respuesta, que puede asumir muchas formas. Una respuesta que, en tanto no consista en reprimir, prohibir o coartar la posibilidad de expresarse, también es legítima. Una respuesta que tampoco debe ser descalificada por su origen. La respuesta a la respuesta también debe asumir la condición de una respuesta política.
Nadie debe asustarse: la confrontación política es necesaria.
Como sociedad somos un producto de esa dialéctica política. Nuestros peores momentos tuvieron lugar cuando no hubo esa praxis cotidiana por ausencia u omisión de uno o ambos términos. Por eso, entendiendo que somos y hemos asumido nuestra condición de sujetos políticos(zoon politikon decía Aristóteles) tenemos que celebrar la posibilidad de debatir en la diversidad y luego decidir en los foros que la democracia define para dirimir las diferencias.
Asi que, bienvenidos a la calle.
Nos estamos viendo.

jueves, 18 de abril de 2013

METETE CON UNO DE TU TAMAÑO

Hace varios años mi amigo El Negro era el propietario de un multirubro que contenía en sus revueltas entrañas una heladería, video juegos, metegol, panchería y pooles varios. Una severa mezcolanza que daba por resultado una heterogénea fauna que se alimentaba de una u otra forma en el negocio, compartiendo el espacio que era amplio y generoso.
El Negro confirmaba el aviso: "atentido por sus propios dueños". Multiuso como su multirubro El Negro servía helados, hacía panchos y vendía fichas para todos los juegos. A veces todo a un mismo tiempo en medio de un despelote que asustaría a un mercader de la india. Y de tanto en tanto, cuando ocurría el milagro de que el boliche estuviera más o menos vacío, transitaba con un éxito nada despreciable la mesa de pool más "chic" del local.
Una siesta de primavera (El Negro abría a eso de las dos de la tarde) el propietario y su escoba mágica estaban barriendo la vereda previamente baldeada cuando, atravesando la plaza frente al negocio, un pibito se aproximó al lugar. El Negro calculó que tenía entre nueve y diez años, vestido con un pantalón corto, remera de Los Simpsons y una gorrita blanca. Llegó hasta el local y saludó con suma cortesía
"-Buenas tardes señor".
"-Buenas tardes nene" contestó mi amigo.
El pibe entró al lugar y se puso a examinar los juegos. Se detuvo largamente ante la mejor mesa de pool. Luego volvió a salir, encaró al Negro y le preguntó:
"-¿Cuánto sale la ficha de pool señor?".
El Negro, desde la parte de arriba de la escoba le contestó:
"-Dos pesos nene".
"-Gracias" respondió el pibe y volvió a entrar.
Habiendo culminado el aseo de la vereda, mi amigo volvió a entrar y comprobó que el chico seguía examinando la mesa de pool. "-Este niño me va a romper la mesa" pensó y se fue al fondo a guardar la escoba.
Cuando volvió, el pibe estaba frente al mostrador, esperándolo. Desde su altura preguntó:
"-Señor ¿no jugaría una ficha conmigo?"
La mirada de mi amigo debe haber sido una mezcla de fastidio y condescendencia. Me confesó luego que estuvo a punto de decir que no para seguir ordenando el lugar. Pero a esa hora no había nadie y tenía tiempo de sobra asi que aceptó.
"-Bueno nene" respondió.
El chico sacó un billete, pagó su ficha y con mucho cuidado eligió un taco.
El Negro, tomando la iniciativa, puso la ficha, descargó las bolas y las acomodó en el triángulo. Luego las ubicó en el punto de salida.
"-Jugamos rayas y lisas ¿no?"
"-Si señor" contestó el niño.
Mi amigo ubicó la blanca en la marca de disparo y consultó a su pequeño contrincante:
"-¿Quién sale?".
"-Abra Ud. señor, porque tiene más fuerza para desparramar las bolas".
Apuntando con soltura y eficiencia El Negro lanzó el tacazo de salida y las bolas rodaron en todas direcciones. Una de ellas, lisa, entró en la tronera y mi amigo, habilitado por ese acierto, repitió el tiro errando por poco el segundo intento.
Por el rabillo del ojo observaba al niño que, con alguna dificultad pero con sumo detalle, untaba con tiza la punta de su taco.
"-Te toca a vos", dijo El Negro.
El chico contempló con un gesto que no correspondía a su edad la disposición de las bolas en el paño y eligió para comenzar su juego una bola que estaba en ángulo complicado. Mi amigo miró al pibe desde atrás pensando que la tela de la mesa corría peligro, quién sabe qué iba a hacer ese nene que apuntaba a una bola que casi no se podía embocar por la posición en la que estaba.
Hubo un instante de tensión, mientras el pibe ubicaba el taco y lo hamacaba entre su dedo índice y pulgar y luego vino el disparo. Certero, preciso, quirúrjico. La bola blanca golpeó a la "rayada" en el costado izquierdo, la bola golpeada giró con el efecto y se metió sin más trámites en el hoyo del medio de la banda del frente.
Pero eso no era nada. La bola blanca, luego del disparo, quedó en una posición que le permitía elegir al chico tiros favorables y simples en cada una de las esquinas. Cosa que ocurrió a continuación. El "nene", con frialdad profesional, embocó todas y cada una de las bolas que le quedaban y luego, ejecutando una maniobra de campeón, golpeó la bola negra jugando a dos bandas para que ingresara limpiamente en el hoyo en donde había embocado la última bola.
El Negro, cuyo asombro era mayor a cada minuto, no emitía sonido alguno. En el local se escuchaba solamente el choque y el rodar de las bolas y el inconfundible "clack" cada vez que una de ellas entraba en un hoyo.
En resumen, mi amigo sólo pudo ejecutar dos tiros. El nene hizo el resto sin interrupción.
Una vez culminada la paliza, el pibe se puso la gorra y dijo:
"-Me voy señor, mi papá ya tiene que haber llegado a buscarme a lo de mi abuela".
El Negro asintió con la cabeza. Justo antes de salir el pibe giró la cabeza y se despidió:
"-Hasta luego señor" saludó con una sonrisa de oreja a oreja.
Mi amigo dice que no era inocente ese gesto, pero ya se sabe lo que puede decir alguien con el orgullo herido.

EL ÚLTIMO ALARIDO DE LA MODA

Vuelve la moda de los trajes a medida.
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Najurieta, Antelo & Guarinoni Sastres.
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Imagen robada de acá.
(Vale la pena pegarle una mirada al blog de la imagen, avísoles)

miércoles, 17 de abril de 2013

JUAN O DE MILLONARIO A MENDIGO

Hemos escuchado hasta el cansancio la historia aquella del linyera que antes era un potentado. El carácter marginal de los clochards y su proverbial silencio en torno a las circunstancias de su vida quizás hayan alimentado esa leyenda que de alguna manera también es una expiación de la culpa colectiva.
Pero con Juan la realidad confirmó la fantasía.
Juan (nombre supuesto ya que el verdadero, real y concreto, permanecerá en la oscuridad) era de ascendencia croata y tenía un apellido largo lleno de consonantes. Como habrán sospechado, Juan era linyera. Un tipo alto de ojos claros y vidriosos por el alcohol, canoso y algo encorvado. Dueño de una particular mirada del universo que mostraba mediante comentarios mordaces. No era posible, para quien no lo conociera, distinguir cuándo hablaba en serio o en joda. El gesto de su cara  no se modificaba y eso confundía a los extraños que huían como la peste de su ironía sin falsas piedades.
Compartíamos unos mates de tanto en tanto, cuando Juan abandonaba la pieza que le habían prestado en el fondo de una casa vieja. Acostumbrábamos a juntarnos a charlar con algunos amigos de bueyes perdidos y vacas atadas ciertas tardes apacibles y a esas reuniones caía Juan trayendo su eterno cigarrillo en la comisura de los labios y un cansancio antiguo que le retrasaba el paso.
Tomaba mate en silencio y escuchaba nuestras elucubraciones que eran una torpe búsqueda en la jungla del pensamiento.
En eso estábamos, en un frío invierno mendocino, cuando nos alcanzó de lleno nuestra ignorancia de Heidegger. Intentábamos, con nuestros escasos años y lecturas, penetrar en la mirada del filósofo alemán sin mayor éxito cuando Juan rompió el silencio. Con una paciencia inmensa dijo:
"-Heidegger intenta comprender el sentido del ser, diferenciándolo de los entes"
Lo miramos con sorpresa. Una frase tan precisa sólo podía provenir de alguien que manejara cabalmente esos conceptos. La voz era de Juan y también era suya la explicación detallada y minuciosa de Heidegger que escuchamos a continuación. Y la cosa no quedó ahí. Ante la mención de Nietzsche Juan emprendió un análisis de los escritos del pensador que nos dejó a todos mudos de admiración. Y ya que estábamos, a pedido nuestro, añadió Hegel a su disertación.
La pregunta inevitable llegó al final de su explicación (certera y minuciosa) de Hegel:
"-¿Dónde aprendiste todo éso Juan?"
"-En mi otra vida, esas cosas las sabe ese que ya no soy, el tipo con el que comparto el mismo cuerpo".
Quién sabe porqué, a renglón seguido Juan desgranó su historia para nosotros, pero más bien para sí mismo, como quien habla tratando de encontrarse en medio de la niebla sin darle demasiada importancia a la cosa.
Juan nos contó que era arquitecto e ingeniero civil (cosa que luego pudimos comprobar), había estudiado filosofía y matemática. A Heidegger, Nietzsche y Hegel los había leído en su idioma original porque Juan hablaba cinco idiomas aparte del castellano. Fue un profesional exitoso, con una carrera destacada y una posición económica envidiable (también lo pudimos comprobar). Tenía una familia grande, varios hijos y una esposa que amaba con pasión adolescente.
Una pasión que dejó de ser correspondida. Juan había comprobado que su esposa ya no lo quería, que tenía un amante. Y algo se quebró en su interior. No le reprochó nada a su compañera. Cuando se enteró, volvió a la casa, le dijo adios a sus hijos (ya eran jóvenes independientes) y a su esposa le entregó el juego de llaves que él usaba sin decirle una palabra y se fue con lo puesto. Nunca más había vuelto a verlos. No sabía si lo buscaron o lo buscaban. Tampoco le interesaba.
"-Los chicos eran grandes, no me quería transformar en un estorbo" fue la acotación sobre el tema.
Estuvo en la calle desde ese momento. Veinte años.  Bajo los puentes, en casas abandonadas, en piezas prestadas, etc. 
Cargaba con algunas enfermedades que el descuido había vuelto crónicas. Algunos días apenas podía caminar y otros la tos no lo dejaba articular palabra. Se resistía a los hospitales, a los albergues para homeless o a cualquier instancia en donde tuviera que identificarse. Prefería el anonimato. Ese que en esa tarde de invierno había roto para compartir su historia con nosotros.
Nunca entendí porqué habló de su vida pasada. Vaya uno a saber. Sospecho que la reunión le había devuelto la memoria de otras tardes y consideró que hacía falta decir quién había sido para que entendiéramos quién era.
No hubo moraleja al final del relato. Nada de "si no hacen esto o aquello van a terminar así o asá" o "la vida es una mierda" o cosas por el estilo.
Nada más una escueta declaración, musitada entre dientes como al pasar: "-No me hagan caso, estoy loco desde siempre".
Y se fue. A la calle azotada por el viento y la lluvia helada que comenzaba a mojar los vidrios. No aceptó la invitación para quedarse a dormir, cenar y pegarse un baño caliente. Lo obligamos a llevarse las últimas tortitas que quedaron de la mateada. Nos saludó desde la vereda y lo vimos perderse en la creciente noche.
Indagamos su historia, provistos de aquellos datos, y corroboramos gran parte de sus dichos. Los más sorprendentes por otra parte.
Quisimos avisar a su familia, pero su familia no recibió el mensaje o lo recibió y no le dio pelota. Él tampoco parecía interesado en ese contacto. En una de esas estaba al tanto de la distancia que el abandono y la indiferencia habían estirado a lo largo de los años. O quizas tuviera una esperanza que canalizaba a través de nosotros.
Un día dejó de aparecer por los lugares habituales. Estaba enfermo, muy enfermo y, en contra de su voluntad, lo habían internado. Estuvo en el hospital más o menos quince días. Quisimos visitarlo en su habitación en esa breve estadía, pero siempre estaba dormido o haciéndose el dormido.
Cuando pudo pararse y andar por sus propios medios, desapareció. Se fue como tantas veces, como aquella vez. Se volvió a perder en la bruma sin dejar rastros.
Nunca más lo volví a ver.
Pero cada vez que cuentan la historia del mendigo que fue rey me acuerdo de Juan y lo veo de nuevo irse en la tarde, encorvado, con la bolsita colgando de su mano izquierda y el paso cansino que no puede ser otro que el andar de un rey, un monarca que está de vuelta de los oropeles del mundo.

martes, 16 de abril de 2013

SUPERCHERÍAS

Después de leer, hace un tiempo, las opiniones de Horacio González acerca de Bergoglio (alias Francisco), en donde aparece la palabra "superchería" (aumentada hasta el paroxismo por algunos medios) me acordé de un acontecido que ocurrió allá lejos cuando transitaba el campo de la investigación.
Debido a un par de aciertos teóricos me habían otorgado el dudoso honor de integrar una comisión que evaluaba, en un congreso de investigadores de todos los pelajes, los trabajos concluídos o en curso que presentaban los aspirantes a chusmas profesionales.
Rejuntados en una escuela, en cada aula tenían lugar las ponencias de acuerdo al clásico cronograma. La función de la comisión era mensurar la investigación expuesta teniendo en cuenta aspectos metodológicos, instrumentales, etc. Y luego emitir una conclusión (veredicto queda feo).
En eso estaba, digamos, tratando de asimilar semejante responsabilidad cuando se presentó un equipo de trabajo de una universidad privada, católica para más datos. Dos hombres y dos mujeres munidos con abundante material de todo orden: textos, diapositvas, películas, laptop, etc.
Se tomaron su tiempo para acomodar toda la parafernalia. Al frente, en la tarima en donde estaba el escritorio del profesor, colocaron un trípode de madera en donde montaron uno de esos blocks de hojas enormes que se dan vuelta para atrás. En la primera página, se podía advertir una foto de una capilla.
Ahora una aclaración: hace tiempo (no sé si ahora) se había puesto de moda ir a "investigar" un paraje llamado Lagunas del Rosario, en Mendoza, más precisamente en el desierto de Lavalle. El lugar cuenta con un par de hitos cuasi turísticos como la Capilla del Rosario y los Altos Limpios (una alucinante sucesión de dunas que aparecen de improviso ante la vista del visitante) y una población aferrada a los viejos métodos de supervivencia. Calculo que el exotismo que nos habita causaba aquella avalancha pseudo-intelectual aunque hay que señalar que el sitio, su configuración y costumbres merecen todavía un abordaje científico que, con honrosas excepciones, no se ha hecho presente.
Volvamos al asunto: la foto mentada no era otra que la de la Capilla del Rosario. Esto informaba aún antes de comenzar la exposición que el equipo allí adelante había visitado Lagunas del Rosario, haciendo uso y abuso de la cámara fotográfica tal como mostraba la acumulación de imágenes que nos amenazaba desde todos los soportes que tenían a su alcance.
Se apagaron las luces y ante mi sorpresa comenzó a escucharse una canción "instrumental" emparentada con la estética de Vangelis. Una mano escénica disminuyó el volumen de la música y entonces, con voz impostada al estilo locutora de FM, una señorita que enarbolaba un voluminoso apunte tomó la palabra cual si fuera una maestra de ceremonias. Lo que dijo a continuación se grabó para toda mi vida en las neuronas:
"La Capilla del Rosario se alza como una rosa en el desierto en el paraje que lleva por nombre Lagunas del Rosario, en el agreste desierto lavallino.."
Luego de tal presentación me pasé los cuarenta minutos que duró la muestra de fotos y artesanías (que habían encontrado los "investigadores") tratando de descifrar cuál era la relevancia científica de aquella exposición sentimental-turística plagada de lugares comunes tales como "la lucha del hombre por la supervivencia", "la sencillez de aquella gente que resiste las adversidades con buen ánimo", "la digna pobreza que envuelve a los habitantes que encuentran en la fe un refugio", etc.
Cuando terminó el espectáculo, ahito de tanta miel con dulce de leche y luego del silencio que siguió al aplauso (si, aplauso) de los compañeros que secundaban a los expositores me arrojé sobre el líder de aquella comisión de actos escolares con una pregunta inevitable: "-¿Cuál es el objeto de estudio de esta investigación?". "-Las Lagunas del Rosario" me contestó con suficiencia el interpelado. "-Pero las Lagunas del Rosario son un territorio bastante amplio en donde tienen lugar fenómenos sociales diversos en condiciones también diversas y complejas. ¿Qué fenómeno eligieron para estudiar?" Silencio.
"-Lo pregunto de otra manera porque quizás estén usando un paradigma epistemológico distinto ¿qué pregunta de invetigación querían responder?" Silencio.
Volví al ataque: "-Hago esta consulta básica porque quiero saber cuál es el interrogante que los movió a visitar Lagunas del Rosario, pregunta de donde se desprendería la delimitación del objeto de estudio y la elección o construcción de los instrumentos de investigación". Silencio esta vez acompañado por una mirada como de quien escucha hablar en chino mandarín.
Uno de los consultados entonces atinó a responder: "-Queríamos describir las características del lugar y su gente".
"-Para lo cual deberían disponer no de una sola visita sino de varias a lo largo de un período de tiempo no inferior a años y además, contar con recursos amplios y refinados, porque, describir un lugar y su gente es una tarea titánica". Silencio.
Mis compañeros de la comisión evaluadora tampoco decían esta boca es mía. Quizás porque preferían que me inmolara solo.
"-Debo suponer entonces que la visita ha sido exploratoria y que, a partir de la misma, uds. construirán el objeto de estudio, el marco teórico que lo sustente, los instrumentos de investigación necesarios ajustados al objeto y luego los pondran a prueba en un primer momento para evaluar su funcionamiento y luego de las modificaciones, volverán al lugar una vez más para concretar la inmersión en la empiria." Silencio.
"-Si esta fue una muestra general acerca de las condiciones de arranque de una investigación debo decir que sobran fotos y peticiones de principio. Aún antes de poder dar cuenta de sus afirmaciones han juzgado la intencionalidad de las actitudes de los habitantes del lugar sin tener ningún elemento de jucio concreto que pueda respaldar sus impresiones. Las fotos, por cierto muy lindas, no responden a ningún intento sistemático de construcción del objeto de estudio. El criterio que parece haber guiado su mirada es turístico y por tanto lo que han captado es de algún modo la superficie visible que el sentido común no permite perforar mediante la actividad investigativa. Si esto fue un comienzo debo sugerir que vuelvan a empezar guiados por estatutos científicos, normativos o instrumentales, dejando de lado consideraciones pertenecientes al universo de la ética y moral católica". Silencio.
El rostro de los interpelados mostraba a la vez sorpresa, desprecio y cierta soberbia que no alcanzaba a explicarme, teniendo en cuenta la crítica que había lanzado al ruedo.
Los otros evaluadores declinaron emitir algún tipo de opinión. El grupo recogió sus petates y salió del salón portando el mismo silencio que los había envuelto desde la primera pregunta. No quedaba otro grupo para evaluar y la reunión final tendría lugar una hora después por lo que también salimos a estirar las patas.
Necesitado de cafeina me dirigí presuroso al consabido buffet y me senté en una mesa solito mi alma, a devorar un libro que me tenía loco "Le carrefour du Labyrinthe" volumen 1, de Cornelius Castoriadis.
En eso estaba cuando un atildado individuo, envuelto en un traje que costaba un año de mis ingresos me pidió permiso para sentarse en mi mesa. "-Adelante" dije yo. No pude dejar de advertir que en su solapa tenía ensartado uno de esos elegantes pines que entregan o venden las universidades privadas.
Apenas estuvo ubicado me preguntó si yo era el que había estado en la presentación de la comisión que habló sobre Lagunas del Rosario. "-Exacto" contesté.
"-Me parece que lo suyo fue demasiado riguroso" me dijo. "-Apenas están comenzando a investigar, quizás habría que tener más contemplación, destacar la actitud más que la pertinencia, para que no se desanimen".
"-No tienen porqué desanimarse, todavía no han comenzado a investigar. Apenas arranquen seguro se podrá tener alguna contemplación con ellos" contesté, entre curioso y molesto por el lobby al que estaba siendo sometido.
"-Ud. no puede pedirles que abandonen su fe, su moral y ética para investigar" dijo lanzándome una mirada como de familiar de la inquisición.
"-No les he pedido que abandonen su fe, les solicité que investiguen desde estatutos científicos sin lanzar apreciaciones que no pueden sustentar con hechos." respondí más molesto que antes.
"-Su planteo está repleto de prejuicios" me dijo "-Como Ud. no es creyente pretende que todos los demás no lo sean. Se puede investigar sin dejar de creer, guiados por la ética cristiana".
"-Claro que se puede investigar sin dejar de creer, pero el investigador no se guía por lo que su fe indica sino por lo que la razón sistemática le permite ver y comprobar". repliqué.
"-Ud. no puede desafiar a dios de esa forma", espetó y acto seguido se levantó yéndose ofuscado del buffet.
Uno de los evaluadores silenciosos que me había acompañado en la mesa de idems, luego de observar la escena vino a sentarse (y a interrumpir nuevamente mi lectura)
"-¿Sabés quién es ése?"
"-Qué se yo".
"-Es el padre de la minita que expuso"
"-¿Y?"
"-Es el rector de la universidad XXXX..."
"-¿Y?"
"-Está enojado porque criticaste a la hija"
"-¿Y?"
"-Tiene llegada al obispado..."
"-¿Y?"
"-Te va a dejar a la miseria en todas partes"
"-No hay problema, yo ya me gané el infierno hace mucho" dije y me levanté para ir al baño.
Mientras me ocupaba en esos menesteres me puse a pensar en el famoso "contexto de descubrimiento", contexto que había saltado a mi cara en un apacible congreso de investigadores.
Pensé en la palabra "supercherías" y creo que ese día por fin la entendí.