Hace varios años mi amigo El Negro era el propietario de un multirubro que contenía en sus revueltas entrañas una heladería, video juegos, metegol, panchería y pooles varios. Una severa mezcolanza que daba por resultado una heterogénea fauna que se alimentaba de una u otra forma en el negocio, compartiendo el espacio que era amplio y generoso.
El Negro confirmaba el aviso: "atentido por sus propios dueños". Multiuso como su multirubro El Negro servía helados, hacía panchos y vendía fichas para todos los juegos. A veces todo a un mismo tiempo en medio de un despelote que asustaría a un mercader de la india. Y de tanto en tanto, cuando ocurría el milagro de que el boliche estuviera más o menos vacío, transitaba con un éxito nada despreciable la mesa de pool más "chic" del local.
Una siesta de primavera (El Negro abría a eso de las dos de la tarde) el propietario y su escoba mágica estaban barriendo la vereda previamente baldeada cuando, atravesando la plaza frente al negocio, un pibito se aproximó al lugar. El Negro calculó que tenía entre nueve y diez años, vestido con un pantalón corto, remera de Los Simpsons y una gorrita blanca. Llegó hasta el local y saludó con suma cortesía
"-Buenas tardes señor".
"-Buenas tardes nene" contestó mi amigo.
El pibe entró al lugar y se puso a examinar los juegos. Se detuvo largamente ante la mejor mesa de pool. Luego volvió a salir, encaró al Negro y le preguntó:
"-¿Cuánto sale la ficha de pool señor?".
El Negro, desde la parte de arriba de la escoba le contestó:
"-Dos pesos nene".
"-Gracias" respondió el pibe y volvió a entrar.
Habiendo culminado el aseo de la vereda, mi amigo volvió a entrar y comprobó que el chico seguía examinando la mesa de pool. "-Este niño me va a romper la mesa" pensó y se fue al fondo a guardar la escoba.
Cuando volvió, el pibe estaba frente al mostrador, esperándolo. Desde su altura preguntó:
"-Señor ¿no jugaría una ficha conmigo?"
La mirada de mi amigo debe haber sido una mezcla de fastidio y condescendencia. Me confesó luego que estuvo a punto de decir que no para seguir ordenando el lugar. Pero a esa hora no había nadie y tenía tiempo de sobra asi que aceptó.
"-Bueno nene" respondió.
El chico sacó un billete, pagó su ficha y con mucho cuidado eligió un taco.
El Negro, tomando la iniciativa, puso la ficha, descargó las bolas y las acomodó en el triángulo. Luego las ubicó en el punto de salida.
"-Jugamos rayas y lisas ¿no?"
"-Si señor" contestó el niño.
Mi amigo ubicó la blanca en la marca de disparo y consultó a su pequeño contrincante:
"-¿Quién sale?".
"-Abra Ud. señor, porque tiene más fuerza para desparramar las bolas".
Apuntando con soltura y eficiencia El Negro lanzó el tacazo de salida y las bolas rodaron en todas direcciones. Una de ellas, lisa, entró en la tronera y mi amigo, habilitado por ese acierto, repitió el tiro errando por poco el segundo intento.
Por el rabillo del ojo observaba al niño que, con alguna dificultad pero con sumo detalle, untaba con tiza la punta de su taco.
"-Te toca a vos", dijo El Negro.
El chico contempló con un gesto que no correspondía a su edad la disposición de las bolas en el paño y eligió para comenzar su juego una bola que estaba en ángulo complicado. Mi amigo miró al pibe desde atrás pensando que la tela de la mesa corría peligro, quién sabe qué iba a hacer ese nene que apuntaba a una bola que casi no se podía embocar por la posición en la que estaba.
Hubo un instante de tensión, mientras el pibe ubicaba el taco y lo hamacaba entre su dedo índice y pulgar y luego vino el disparo. Certero, preciso, quirúrjico. La bola blanca golpeó a la "rayada" en el costado izquierdo, la bola golpeada giró con el efecto y se metió sin más trámites en el hoyo del medio de la banda del frente.
Hubo un instante de tensión, mientras el pibe ubicaba el taco y lo hamacaba entre su dedo índice y pulgar y luego vino el disparo. Certero, preciso, quirúrjico. La bola blanca golpeó a la "rayada" en el costado izquierdo, la bola golpeada giró con el efecto y se metió sin más trámites en el hoyo del medio de la banda del frente.
Pero eso no era nada. La bola blanca, luego del disparo, quedó en una posición que le permitía elegir al chico tiros favorables y simples en cada una de las esquinas. Cosa que ocurrió a continuación. El "nene", con frialdad profesional, embocó todas y cada una de las bolas que le quedaban y luego, ejecutando una maniobra de campeón, golpeó la bola negra jugando a dos bandas para que ingresara limpiamente en el hoyo en donde había embocado la última bola.
El Negro, cuyo asombro era mayor a cada minuto, no emitía sonido alguno. En el local se escuchaba solamente el choque y el rodar de las bolas y el inconfundible "clack" cada vez que una de ellas entraba en un hoyo.
En resumen, mi amigo sólo pudo ejecutar dos tiros. El nene hizo el resto sin interrupción.
Una vez culminada la paliza, el pibe se puso la gorra y dijo:
"-Me voy señor, mi papá ya tiene que haber llegado a buscarme a lo de mi abuela".
El Negro asintió con la cabeza. Justo antes de salir el pibe giró la cabeza y se despidió:
"-Hasta luego señor" saludó con una sonrisa de oreja a oreja.
Mi amigo dice que no era inocente ese gesto, pero ya se sabe lo que puede decir alguien con el orgullo herido.
Juaaa! Un pequeño Navarro pero del pool. El Negro todavía debe soñar con el pibe.
ResponderEliminarDaniel:
ResponderEliminarCada vez que nos encontramos vuelve a contar la historia, calcule cómo se le grabó el asunto.
Dormi, me gustó la historia. Y sí aún deben quedar pibes como ése, hay veces que los adultos los metemos a todos en la misma bolsa de los vagos, mal educados y pendencieros.
ResponderEliminarMe ha pasado algo similar con el Ping Pong. Yo (en ese momento andaba por los 17 años), que les ganaba a todos los que me rodeaban, derrotado lastimosamente por un nene de 10 años, hermano de un amigo mío.
ResponderEliminarJamás olvidaré, ni la paliza, ni la valiosa lección.
Lindo relato, bien contado.
Roberto:
ResponderEliminarA veces los adultos pensamos que la niñez es una enfermedad.
Sobre todo los que diseñan "programas infantiles"...
Cosmo:
ResponderEliminarChas gracias.
A mi me han dado palizas electrónicas. No hay duda, yo soy de la generación del Pac Man, a lo sumo...
Tamos cerca... Mi punto de inflexión generacional fue la fantástica Commodore 64, esa que venía con el datasette (el que la tenía con disquetera era considerado "de guita")
ResponderEliminarSi habremos pasado noches enteras jugando al Henry´s House tratando de pasar la habitación 7...
Caramba...
Me parece que estoy envejeciendo...
Cosmo:
ResponderEliminarYo usaba una Talent MSX, calcule Ud....